Retrato de José Miguel Ullán

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La voz que es voz –no existe

Mueren con José Miguel Ullán (1944-2009) una idea de la poesía y una sensibilidad poco frecuentes en castellano. La primera impresión que suscita esta poesía de poemas abundantes en sustantivos y verbos, neologismos varios, pero parca en metáforas y en circunvoluciones imaginativas, es una intencionalidad visual. Aprovechar la biografía, los diversos diálogos y puentes que tendió entre pintores y voz, para entablar un juicio apresurado y acaso una imagen superflua diría que Ullán fue más un pintor que un poeta. O corregir y hablar de las afinidades entre nuestro poeta y la pintura. Y aquí entrarían sus exploraciones en la poesía visual…

Ullán elabora una obra que se establece en una encrucijada: entre la poesía social y la reelaboración lírica de la Generación de los Cincuenta, junto con el descubrimiento de la poesía hispanoamericana de los maestros herederos de la Vanguardia –no sólo pienso en Octavio Paz, también en Emilio Adolfo Westphalen y en una primera lección de Oliverio Girondo–. Ullán en apariencia se afilia a la genealogía de Stephane Mallarmé. No me satisfacen estas coordenadas: describen, ubican; no explican. Hay una ascendencia más honda, ya que a Ullán no le interesa tanto explorar el desenvolvimiento de los vocablos en el espacio ni registrar las vicisitudes de una idea, que tal dijo Mallarmé era su intención al escanciar hemistiquios, sino aprehender aquello que se niega en el silencio. Perseguir lo inefable, esa intuición anterior al lenguaje que nos conmueve del mundo cuando sentimos su honda presencia.

Ullán, un epicúreo que celebró la sensualidad de los tristes trópicos y con reticente emoción añoró los placeres de la carne idos, fue también un aprendiz metafísico. Queda en sus versos, en esa sintaxis que elige el blanco de la página pero se resiste al despliegue simultaneísta y añora una música de silencios –aunque su oído prodigioso lo llevara a compilar florilegios de lugares comunes y burradas–, una emoción no por secreta menos real. Y más pura. Las líneas, los objetos, lo que se evade, las insinuaciones, la reticencia, configuran un clima donde asistimos a una poesía que en vez de nombrar alude. Una poesía hermética, consanguínea del resplandor desértico de Edmond Jabés y de la temblura católica de Giusseppe Ungaretti, que constata la realidad, la corporeidad del mundo mientras intenta atisbar su verdadera urdimbre, aunque esté consciente de que sólo el azar nos roza. Una poesía mística que se asienta en el lugar del intersticio. Una: poesía.

todo es azar el papel

y la herida que lo habi

ta mas necesita eso sí

un raro candil – la sed

– José Homero

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(Minatitlán, Veracruz, 1965) es poeta, narrador, ensayista, editor, traductor, crítico literario y periodista cultural.


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