Santos. El tรญtulo de mi anterior entrega incluรญa el ominoso guarismo que denota la unidad, lo que supondrรญa que su trรฉmulo asunto, la trasmigraciรณn de las almas, seguirรญa desarrollรกndose. Pero no, ahรญ se va quedar, por lo pronto. Estoy atareado montando una obra de teatro, Rey Lear, se acerca el estreno, y no tengo ya cabeza para nada. Asรญ que voy a tratar un asunto diferente, de poco interรฉs entre el vulgo, hundido como estรก en el flรกcido, simplรณn y miope ateรญsmo burguรฉs… Voy a plantear un problema acerca de la santidad, de los santos. Ya les decรญa yo.
Pero antes de desenvolver el tema conviene indagar quรฉ es un santo. Porque no es claro: en estas cosas el ingenuo saber que cree tener la gente es casi siempre vacilante, caรณtico, confuso.
Explica Guardini: “El mandamiento primero y mayor es Amarรกs al Seรฑor tu Dios con todo tu corazรณn, con toda tu alma y con toda tu mente (Mt 22:37). Un santo es una persona a quien Dios ha concedido tomar este mandamiento con toda seriedad, comprenderlo en sus profundidades y ponerlo todo en su cumplimiento. Algo grande, pues; incluso algo terrible.”
Asรญ pues, la santidad es don, regalo de Dios, no propiamente resultado del esfuerzo personal. Pues, claro, como dice Simone Weil, no se puede buscar a Dios (¿dรณnde lo buscas?), pero se puede rechazar la adoraciรณn a los falsos dioses, y Dios puede bajar entonces a llenar el vacรญo suscitado por la renuncia. Puede, digo, en las cosas de Dios no hay nada mecรกnico, y a menudo tampoco de lo que llamamos lรณgico.
La pregunta es: cuando una persona alcanza la santidad, ¿se percata, se da cuenta de que es santo? ¿Se puede ser santo sin querer, sin buscarlo, sin saberlo?
En vez de tratar de responder, voy a copiar aquรญ unas notables revelaciones que figuran en el libro La cรกbala y su simbolismo del gran Gershom Scholem (amigo de Borges que rimรณ en un poema su apellido con Golem):
Los รบltimos siglos de desarrollo de la mรญstica judรญa han producido el tipo justo ignorado (nistar), tipo que impresiona enormemente y se ajusta en sumo grado a los recovecos de la conciencia popular. Segรบn una vieja tradiciรณn de la รฉpoca talmรบdica, en cada generaciรณn hay treinta y seis justos de los que depende la existencia del mundo. En una acepciรณn mรญstica, esta frase equivale a los justos ocultos, es decir, aquellos cuyo carรกcter es ignorado por sus coetรกneos e incluso muchas veces por ellos mismos. Nadie sabe, nadie puede saber quiรฉnes son en realidad esos santos sobre los que descansa el mundo. Si desapareciese el anonimato, caracterรญstica inherente a su ser, ya no serรญa nada. Uno de ellos es tal vez el Mesรญas, quien continรบa oculto porque los tiempos no son dignos de รฉl.
Segรบn esta poderosa concepciรณn no solo puede haber santos que ignoran su condiciรณn, sino que esta ignorancia es requisito de la posibilidad de santidad. La autoconciencia severa, libre de vanidad y autoengrandecimiento, es propia, no solo de santos, sino de cualquier persona moralmente sensata. Santa Teresa, santa si las hay, decรญa de ella misma que era una basura.
Palomas. ¿Puede haber algo mรกs elegante que el andar de las palomas? Su rรญtmico contoneo establece un juego con el extraรฑo ir y venir de la cabeza. Cualquiera dirรญa al verlas en tierra que las palomas son entes de cuerda. Pero esta buena hipรณtesis la desmiente el animal cuando remonta el vuelo. Los griegos ya habรญan sospechado esta condiciรณn de juguete, de cosa mecรกnica que es propia de la paloma. Lo prueba este pasaje de Aulo Gelio (Noches รกticas 10-XIII):
Los autores griegos mรกs ilustres, y entre ellos el filรณsofo Favorino, que con tanto cuidado ha recogido las antiguas tradiciones, han referido con tono completamente afirmativo que una paloma construida por Arquitas con auxilio de la mecรกnica, volรณ. Sin duda se sostenรญa por medio del equilibrio, y el aire que encerraba secretamente la hacรญa moverse. Sobre este asunto tan distante de la verosimilitud, citarรฉ las mismas palabras de Favorino: Arquitas de Tarento, a la vez filรณsofo y mecรกnico, construyรณ una paloma de madera que volaba. Pero en cuanto paraba, ya no volaba mรกs; el mecanismo se detenรญa allรญ.
Mรกs elegante, pero acaso mรกs difรญcil de fabricar que ese primitivo aeroplano, habrรญa sido construir una paloma que, con el auxilio de la mecรกnica, caminara rรญtmica, pomposamente. A mรญ me gusta imaginarla pintada de rojo. …
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.