¿Seguirá el Marqués de Sade?

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Estimada Elizabeth Sloan:

Gracias por leerme. Me inquietó su pregunta: por qué digo que los niños mentalmente sanos detestábamos a Mickey. Uf, ¿fui demasiado enfático? En realidad sólo puedo hablar por los chicos del Colegio Madrid en los años 40, y por los coetáneos amigos de otros colegios o de los juegos en la calle. Vale la duda de si en realidad éramos de mente sana, pero recuerdo muy bien, y por cierto, lo he oído de niños de ahora, que el ratón “Miguelito”, todo él de circulitos, de modales modositos, de vocecita afeminada, nos resultaba empalagoso y cursi, corny, y, en resumen, intragable. En cambio, nos parecían bien el cascarrabias y troublemaker pato Donald (o Pascual) y el bobo casi poético Goofy (o Tribilín), y… no sé si esto era indicativo de salud mental. Por lo demás, el colmo del daño (la palabra la ha dicho usted y creo que con justicia), del daño causado por la fábrica Disney (a la que hay que reconocerle, sin embargo, no poca inventiva y a veces gracia) lo ilustra perfectamente Fantasía: esa colección de estampas camp y kitsch impuestas a obras musicales, algunas de ellas más que estimables; y ¡el colmo!: aquella estampa que cierra la Sexta Sinfonía de Beethoven, en la que al final dos cupidos unían sus prominentes, rosados, brillantes traseros, y formaban un corazoncito como los que imitan algunas cajas de bombones.¡Aaagggghhh!, ¿no cree usted? Para no hablar de la adulteración caramelizadora, cursilizadora, de Alice la de Carroll, de Pinocchio el de Collodi, y aun del Tarzán de Burroughs, del Alí Babá de Sheherezada, etc.

Me temo que la industria Disney un día dulcificará hasta algún libro del Marqués de Sade, ya por su cuenta bastante asqueroso (aunque por motivos contrarios a los de Disney: los de la crueldad y el satanismo cursis).

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Es escritor, cinéfilo y periodista. Fue secretario de redacción de la revista Vuelta.


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