Cada año, llegado octubre, cuando comienzan a anunciarse los ganadores del Premio Nobel en las diferentes áreas, las redes sociales se agitan con los comentarios reciclados del año anterior. De entrada, cada usuario de una cuenta de Facebook o Twitter se cree poseedor de un juicio definitivo sobre quién es merecedor del premio en el área de literatura o no. Suenan los mismos nombres de siempre, se mencionan algunos nuevos, se especula, se hacen toda clase de bromas, etcétera. Y también año con año sucede otro fenómeno curioso: aparecen los que anhelan, suplican, rezan, hacen changuitos para que el premio lo gane un escritor japonés llamado Haruki Murakami; y en contraposición emergen toda clase de opiniones despectivas sobre este autor y amenazas con exiliarse en el Tibet en caso de que resulte ganador, pues lo consideran un autor superficial cuya nominación pone en entredicho el papel de la Academia Sueca como suprema autoridad literaria. Hay en estas últimas opiniones una concepción de lo literario que a mí me parece puritana e ingenua. Como casi siempre lo gana un autor que nadie ha leído, tampoco faltan los que presumen de haberlo descubierto veinte años atrás, cuando iban en la prepa, como para decir que ellos son los conocedores (no la perrada que lee a Murakami); tampoco faltan los que desdeñan a los ganadores por lo mismo: porque nadie los ha leído. Todo esto es muy humano, pero a la postre resulta bastante aburrido, al grado de que prefiero desconectarme unos días del internet.
La gran pregunta que emerge de estas circunstancias es: ¿en verdad el Nobel de Literatura premia al mejor autor de la literatura contemporánea? Mi respuesta es: no lo sé, pero tampoco es un problema que me quite el sueño. Me quedo con las palabras de mi amigo Shem Korngold, quien en una ocasión me dijo: “¿qué premio puede ser bueno, si lo tienen que dar cada año?”. Existen otras preseas que podrían parecerme más interesantes, como el Man Booker International, por ejemplo, otorgado cada dos años, pero éste no deja de ser un premio. Y en mi muy humilde opinión, en material de literatura los premios no significan nada. Vanidad de vanidades, todo es vanidad. Hace unos días, en Xalapa, estuve con un amigo conversando casi dos horas sobre Tolstoi, quien nunca ganó el Premio Nobel. Si nos hubieran preguntado quiénes fueron los ganadores del premio hasta 1910, el año en que murió el escritor ruso, no habríamos sabido qué responder (acaso yo me hubiera aventurado a decir Mommsen). Sin embargo, estábamos ahí hablando apasionadamente sobre los personajes de Guerra y paz como si los conociéramos en persona.
El mayor problema que le veo al Premio Nobel de Literatura es que todo lo que lo rodea resulta extra literario. Ya se ha comentado hasta el cansancio el matiz político que tiene, pero lo que a mí me interesa resaltar es lo siguiente: ¿por qué debe de importarme lo que unos suecos elitistas dicen en materia de literatura? El premio me parece más bien la imposición de una minoría, cada vez más alejada de los lectores. Leí en el periódico una nota sobre Modiano y me parecieron interesantes sus temas, y tal vez lo lea, o no. Pero tampoco pienso estar en la turba que asalta las librerías buscando algo del autor para estar al día y tener algo que platicar en la siguiente reunión (esto mientras el director de una editorial transnacional da la orden de que se reimpriman los títulos que en los últimos veinte o treinta años se fueron a saldos y a nadie le importó). De este modo, el anuncio de un Nobel se vuelve un negocio, aunque no sé si muy redituable, pues los lectores siguen leyendo Harry Potter y a Suzanne Collins.
El Nobel se ha vuelto un premio mediático. Año con año leemos las mismas notas en los periódicos redactadas por algún periodista cultural: qué fulanito de tal es el favorito; que a lo mejor le toca en suerte a mengano; que incluso hay listas manejadas por casas de apuestas, como si la obra de un autor fuera poco más que un vulgar caballo. El interés del público tampoco me parece genuino. ¿Por qué nadie se preocupa por el Nobel de Medicina, el de Física, Química, o el de Economía? La respuesta es que cada vez somos más ignorantes de estas materias. El de Literatura nos interesa porque somos capaces de leer un mamotreto de mil páginas de Murakami, pero no así un paper de Economía, aunque las tendencias en esta materia son las que gobiernan el mundo. Dicho esto, el supuesto interés por el Nobel de Literatura participa de una tendencia global cuya etiología es una cultura de masas cada vez más frívola, individualista, y despreocupada de la realidad.
El caso de Murakami es interesante porque este autor parece tener fanáticos, no lectores. A veces creo que es más bien una marca, antes que un escritor de novelas. No tengo nada en contra de él. Hace unos años intenté leer Tokio Blues pero lo dejé porque mi vida como lector es atribulada y necesito personajes, descripciones, situaciones que me signifiquen algo. No descarto que Murakami sea un buen escritor, que tenga un universo propio (como reza el lugar común), que merezca el Nobel, pero a mí no me dice nada. Lo que me parece extraño es que sus fanáticos o lectores necesiten tan desesperadamente que le den el Premio Nobel de la misma manera que un seguidor de los Cowboys de Dallas anhela el Super Bowl. No es difícil intuir por qué. Lo que estos lectores quieren es la aprobación de una autoridad; que alguien (unos suecos de frac) les diga que no gastaron en balde tanto tiempo de su vida, decenas de miles de páginas, con las novelas de su autor favorito. Si yo fuera un lector de Murakami, me importaría poco o nada si le dan un premio o no, de cualquier manera él ya está forrado de dinero. Esto mismo ya está pasando en México con algunos autores encumbrados y sus fanáticos. El lector ideal, como yo lo concibo, dialoga con la obra, no asiente a todo de una manera pasiva, como un consumidor; y mucho menos espera esta clase de refuerzos llamados premios. ¿Cuántos lectores así hay allá afuera? Parece que muy pocos.
Vive en la ciudad de México. Es autor de Cosmonauta (FETA, 2011), Autos usados (Mondadori, 2012), Memorias de un hombre nuevo (Random House 2015) y Los nombres de las constelaciones (Dharma Books, 2021).