Los franceses suelen decir, no sin sarcasmo, que la expresión “cocina inglesa” es un oxímoron. Los ingleses podrían muy bien replicar lo mismo acerca del “rock francés”. Que la cultura racionalista francesa parece llevarse muy mal con el espíritu del rock no es novedad, basta y sobra con ver la actitud de Godard filmando a los Rolling Stones… Claro que toda regla tiene una excepción; y la brillante excepción es Serge Gainsbourg. A quince años de su muerte, varios artistas de peso internacional (Franz Ferdinand, Michael Stipe, Karen Elson, Portishead, Placebo y Marianne Faithfull, entre otros) acaban de rendirle tributo a través de un CD, Monsieur Gainsbourg, donde versionan algunas de sus mejores composiciones. Es la primera vez, desde el auge de Brel, Brassens, Aznavour y Leo Ferré en los 70, que un cantautor francés obtiene semejante reconocimiento (póstumo o no) desde la otra orilla del canal de la Mancha. Y como no podía ser de otra forma, en la foto de cubierta Gainsbourg aparece, en un vieja foto de corte “retrofuturista”, al lado de la actriz y cantante británica Jane Birkin, durante años su mujer y también la madre de Charlotte Gainsbourg.
Gainsbourg y Birkin, mítica pareja si las hay, se conocieron en 1968, durante el rodaje de la película Slogan. Ella tenía apenas 22 años, no hablaba una gota de francés (hoy lo hace pero con un fuerte acento que se niega a retroceder), había estado casada con John Barry, el autor de la banda sonora de James Bond, y acababa de interpretar un papel en la recordada Blow Up de Antonioni. Él tenía casi 40, había dado sus primeros pasos a fines de los 50 influido por Boris Vian, y ya había grabado varios álbumes en los que, además de unas letras provocativas, colmadas de sarcásticos juegos de palabras, combinaba influencias musicales con un libertad inaudita para los cánones de la chanson tradicional: jazz, pop, rock, bossa y hasta pasajes de salsa.
Es casi seguro que, de no haber conocido a Gainsbourg, Birkin jamás se hubiese volcado a la música; su voz es frágil, de escasos matices, y su timidez sobre el escenario llega a atentar contra la expresión. Pero Gainsbourg (un enamorado de las mujeres que ya había hecho cantar a Brigitte Bardot y más tarde haría lo propio con Isabelle Adjani, Vanessa Paradis y hasta Catherine Deneuve) logró lo en teoría imposible con el escandaloso “Je t’aime, moi non plus”, su primera coparticipación artística.
Gainsbourg había escrito la canción pensando originalmente en Bardot, pero la diva rehusó el desafío. Cuando la versión con los gemidos de Jane Birkin salió a la luz (en el “año erótico 69”, parafraseando a Gainsbourg), muchas radios optaron por no emitirla y hasta el mismo Vaticano reaccionó. El mito quiere que Gainsbourg y Birkin hicieran el amor en el estudio, mientras grababan. La respuesta de él fue que “de ser así, no habríamos grabado una canción de pocos minutos sino un long-play entero”.
La colaboración entre ambos no se limitó a este episodio. Uno de los álbumes más famosos de Gainsbourg (La historia de Melodie Nelson, de 1971) tuvo a Birkin como clara musa inspiradora. Dos años más tarde ella reincidió como solista con Di doo dah, disco compuesto y producido por Gainsbourg. Siguieron Lolita Go Home, Ex fan des sixties y la banda sonora de la primera película dirigida y escrita por Gainsbourg y también titulada Je t’aime, moi non plus. Allí Birkin aparecía con una perturbadora belleza andrógina. Por esos años ella siguió con su carrera actoral y pudo vérsela en Don Juan 73 de Roger Vadim (junto a… Birigitte Bardot en su última actuación para el cine) y en la taquillera Course á l’echalotte (o La carrera de la cebolla) de Claude Zidi, al lado de Pierre Richard.
Al morir Gainsbourg, en mayo de 1991, Birkin y él llevaban casi nueve años separados. Ella se había unido al director cinematográfico Jacques Doillon, padre de su hija Lou. Él ya le había dedicado la canción “Je suis venu te dire que je m’en vais” y ya había tenido un hijo varón con su última pareja, Bambou. Pero ambos habían seguido trabajando juntos a pesar de la separación (Gainsbourg le produjo tres discos más, incluido Baby Alone in Babylon), por lo tanto Birkin, siempre afincada en París, acabó encarnando para los seguidores franceses el rol de viuda oficial, máxime después de los conciertos de 1991 en el Teatro Casino de París, los cuales, apenas dos meses tras la muerte de Gainsbourg, marcaron una suerte de despedida en público.
Birkin intentó retornar a la canción tras la muerte de Gainsbourg; pero el proceso, además de lento, fue difícil. Su primer intento (A la ligera, 1998), no convenció a la crítica pese a reunir casi una selección de compositores franceses: Alain Chamfort, Laurent Voulzy, Alain Souchon y Etienne Daho, entre otros.
Un lustro después, en 2003, Birkin conoció al violinista Djamel Benyelles y al percusionista Aziz Boularoug. Del encuentro nació Arabesque: vale decir, las canciones de Gainsbourg, descendiente de judíos rusos, pero con instrumentos y aires decididamente árabes. El proyecto cobró aún mayor envergadura tras una gira por Israel y Palestina, documentada en un dvd revelador que incluye una actuación en la zona de Gaza.
Sólo entonces, tras Arabesque, Birkin pudo concretar el verdadero comienzo de su vida musical sin Gainsbourg. Primero con Rendez-vous (2004) y ahora con su reciente Fictions. Ambos tienen elementos en común : eclecticismo, arreglos pop-rock, invitados prestigiosos. En Rendez-vous aparece nada menos que Bryan Ferry, y Birkin canta no sólo en francés, como era su costumbre, sino mayormente en inglés o incluso en portugués al lado de Caetano Veloso o en italiano al lado de Paolo Conte. Fictions, por su lado, marca una suerte de regreso a Inglaterra; una fuga hacia los orígenes pero no únicamente teñida de nostalgia, ya que junto al inmortal “Waterloo Sunset” de The Kinks y a “Mother Stands for Comfort” de Kate Bush se cuentan composiciones de Beth Gibbons, Neil Hannon / The Divine Comedy, The Magic Numbers y Rufus Wainwright, por citar algunos nombres. Y un pequeño gran detalle: por el CD se pasea la guitarra de un cierto Johnny Marr.
Fictions no es un disco excepcional, así como Birkin nunca fue una gran cantante. Así y todo, el resultado es muy bueno, por momentos hasta conmovedor. Nada en teoría más lejos de su voz quebradiza y aniñada que el universo de Tom Waits y, sin embargo, la versión de “Alice” merece la pena. Nada más difícil de lograr que un buen cover de Neil Young y, sin embargo, Birkin sale airosa con el emblemático “Harvest Moon”. Si Henri Salvador, ya octogenario, pudo actualizarse a sí mismo sin perder un ápice de autenticidad, ¿por qué no Jane Birkin a sus flamantes 60 años? El fantasma de Gainsbourg, ella se lo ha quitado de encima de un modo grato sin dudas: viendo cómo cada noche asola a más y más personas. ~