¡Sólo hágalo!

Las sugerencias de la mejor comida del maldito universo.
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¡Hágalo! ¡No pierda más tiempo! Por primera vez piense, egoístamente, en su total satisfacción. Se lo merece luego de tanta friega en este mundo matraca. Además ese reto le parece ya impostergable; se nota a leguas. ¿Pues bien, qué espera? ¿No siente merecérselo? ¡Que le importe un reverendo rábano! Aviéntese pues y mande todo al carajo, ataque con todo a esa comida de dioses que nos fue prohibida por no sabemos cuántas “derechas” (parejas), cuántos conservadores (familiares), cuántos cerrados (amigos), mojigatos de primera en fin, cualquier fauna apolínea de nuestra vida. ¡Al diablo! Hínquele el diente a su trozo de belleza inconmensurable, su dádiva divina, su maná, amigo mío, ahora que el mundo por fin se va a acabar, hasta perder la saliva por chuparse los dedos, perder los mismos dedos entre los dientes, en tan bello drama hedonista. 

¿Qué le parece por ejemplo empezar, como se debe, con un desayuno de campeones?  ¿Con un jugo de naranja de litro y medio, recién exprimido pero frío, seguido de cuatro huevos rancheros de dos yemas? (Porque en realidad: ¿para qué sirve la clara?). Abrir por ejemplo, con una pequeña montaña de hot-cakes (o waffles si lo prefiere, unos buñuelos con piloncillo, panes tostados con mantequilla, o lo que desee), para embadurnarlos con cucharadas de cajeta, mermelada de chabacano, miel de maple, decida usted. Unos huevitos divorciados, unos tirados para  no ir más allá, unos huevos en rabo de mestiza, un chile poblano relleno de queso, ya dirá. ¡O continuar con 45 centímetros de longaniza, hundidos en salsa morita, una sartén de refritos en manteca, platanitos fritos con crema, a todo dar! ¿No? Entonces qué tal un consomé de barbacoa, calientito, acompañado por una docena de obuzazos de obispo o espaldilla, frondosotes, rollizos, redoblados, blandos o rehogados en aceite, de esos que comieron los dioses del México antiguo y comerá usted, franco dios del México del futuro; abrochados obviamente con un café con leche bien casero, un té negro lechero, un galón de atole de alpiste o un champurrado hirviendo; con unos tamalitos de dulce del tamaño de un pie de bebé a un lado. ¿Mejor? Una pancita, unos sopecitos o tlacoyitos con cebollita, requesón o cotija, unas flautas de carne deshebrada, unas tortitas de papa, unas gorditas de chicharrón prensado del tamaño de su mano, tortillitas fritas con nata. ¿Ya vio? ¿A poco no se le hace agua la boca?

¿Y por cierto qué se va dar de comer el patrón? ¿Un fideo seco, unas rajas con crema, unas albóndigas en chipotle, un pudín azteca? ¿Un arroz blanco con su huevo arriba (¡Arriba!), uno colorado con sus costillitas de cerdo, un caldo de frijol con bolitas de masa, un frijol con puerco? ¡O una sopa caliente de municiones, de coditos, de letras, con su caldo de res, que ha hecho la alegría de tantas generaciones! Qué tal unos quelites, unas calabacitas rellenas, unos huauzontles, unas quesadillas de sesos, de flor de calabaza, de cuitlacoche. Un mole verde o un pipián, para acabárselos con triangulitos de tortilla, ese barquito que se llena una y otra vez del líquido maravilla. O unas guapas enchiladas, tostadas o  flautas, que en su bondad nos regalan siempre con ese néctar de crema, queso y cebolla, salsa roja o salsa verde que nos infarta.  ¿No acaso es ese el mejor caldito de la comida mexicana? Con el dedo o con la lengua más que a cucharadas. Deberían de venderlo por litros en los mercados y con popote, para darle llegues cuando llegue el antojo a nuestras anchas.

¿Qué se le antoja la carne a lo monstruoso? No se preocupe camarada, pongo a su elección estos guisos. Una salsa de chile pasilla para ahogar unos bisteces; que le haga la matrona un espinazo, un mole de olla, un cerdo en verdolagas, un mixiote de carnero. O cabrito al horno, manitas al pibil, pida pecho de ternera en una cantina de abolengo, un entomatado con mayúsculas para no andar en ayunas. ¿Qué qué? ¿Un cortesito? Qué me dice de un Rib eye de 800 gramos y al punto, un Prime rib o un Bife de chorizo, todos de grasita rica para envidia de los difuntos. O un chamorrito bien jugoso, partidito en trozos, unos taquetes de carnitas, de tripa doradita, o unos de  costilla en el puesto de la esquina. (¿Coligió?: tripa para la tripa, carnita para la carnita, equilibrio total, homeopatía.) Para rematar, ya sabe, con un agua de coco, horchata de arroz verdadera, de jamaica natural, limón con chía, una nieve de guanábana, una champola de vainilla. ¡Sangría Señorial o Casera! Chaparritas El Naranjo, un Boing de guayaba o de mango.  ¡La cosa se pone seria!

¿Vámonos más recio? Un kilo de milanesas de sirloin frente al televisor, una docena de canoas de tuétano para darnos calor. Un cerro de tocino ahumado, colas de langosta en mantequilla, langostinos al ajillo, mollejas a la parrilla, una fabada opulenta con embutidos de primera, pierna al horno en su jugo en la terraza con una chela. 

Cocada Coronado de un hilo, galletas danesas, cajas de chocolates suizos o miniaturas belgas. Crema batida, pastelera, conchas sopeadas por la maravilla de su cubierta, un frasco de miel de abeja para batirse como Winnie The Pooh (¡Semejante poeta!).   Macarrones de  leche, mostachones con nuez, jamoncillos o camotes, champolas o pepitorias.  Higos, muéganos, cocadas para la rumia. ¿Quiere más? ¡Joder! Un mango verde con piquín bajo la lluvia, un coctel de frutas, un pedazo de ate con queso, un racimo de uvas. Un dulce de zapote con naranja, uno de tapioca, arroz con leche o capirotada. Una Coca con hielos o una Fanta, una jarra de Yoli helada. ¿Algo más? Un anís, un Galiano, un Chablis, un flan napolitano. Una natilla, una piña colada, un café con Kalhúa o una bebida con Kalahua (para sentirse como en la playa). ¿Un habano? ¿Qué tiene usted un huequito? Pues bueno, volvamos al camino. ¿Un conejo al carbón,  un pollo rostizado con la piel dorada del tamaño de una sabana, un caldo tlalpeño, una sopa de haba? Moronga, chorizo, butifarra, mariscada a la plancha. ¿Un robalo o una corvina, un dorado o una lobina, untados de chile y ajos, asados en la parilla para toda la bandada?  ¿Más? Unos tacos placeros sacados de la manga, de chicharrón con guacamole, o sólo queso y salsa, como ejemplo evidente de sencillez franciscana. Y bueno, a todo esto. ¿Qué se va a dar de cenar el patrón?  ¡Dese el lujo de chutarse la mejor comida del maldito universo! ¡Al fin el mundo se va a acabar! Yo le recomiendo…

 

Guaymas y San Carlos gozan de una amplia y suculenta oferta gastronómica, en la que platillos preparados a base de mariscos y exquisitos cortes de carne, son la base de los sabrosos y aromáticos platillos de la región. Recetas como el tradicional pescado zarandeado, preparado a las brasas y envuelto en hoja de plátano y la caguamanta, filete de mantarraya cocinado con apio, ejotes y zanahorias en una salsa de tomate y chile pasilla, son de los platillos tradicionales que se sirven en restaurantes y negocios gastronómicos de la región.

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Escritor, editor y promotor cultural. Ha publicado 8 libros, entre ellos Zopencos (2013), Yendo (2014) y Sayonara (2015). Es propietario de Hostería La Bota.


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