Verano en la ciudad de México: lluvia y vacaciones, gente en la calle y 147 museos que, ansiosos por recibir visitantes, despliegan un extenso y atractivo menú de actividades. El resultado puede ser caótico: filas, salas llenas, niños corriendo por todos lados y guardias listos para proteger el patrimonio a punta de regaños. Si después de leer esto usted está pensando visitar alguno de los muchos museos en esta (u otra) época del año, le sugerimos tomar precauciones. Aquí una pequeña lista de estrategias para hacer del museo algo más disfrutable.
1. La mayoría de los museos y exposiciones tienen un orden de recorrido sugerido. Repetimos: sugerido. Recuerde que en todo momento tiene usted el derecho de empezar al revés, de saltarse partes o de regresar a otras a voluntad. Eso sí, tenga cuidado cuando por el museo circulen ríos de gente.
2. Nada lo obliga a cumplir con todo el recorrido de la exposición. Considere lo anterior si es que no está disfrutando de la muestra, tiene hambre o se siente cansado. Usted, querido visitante, tiene todo el derecho de salir, tomar un descanso y decidir si quiere volver o no. Las exposiciones no se agotan en un recorrido. No hay ningún tipo de iluminación particular o detector que indique si usted ya ha pasado por todas las salas habiendo leído todos los textos de principio a fin.
3. Reírse es válido. Y no, no está vulnerando al patrimonio o faltándole al respeto a las obras de arte si es que alguna le provoca gracia. No se deje intimidar, que el museo no es una iglesia. La misma regla aplica para el volumen de la voz, no hay porqué hablar bajito, que aquí no se reza.
4. Si se le antoja tomarse una foto con una pieza, hágalo, y por favor, no limite su creatividad, interactúe con las obras de diferentes maneras. Vea unos bonitos ejemplos aquí.
5. El custodio no es su enemigo. Aunque a veces parezca que hace todo lo posible por serlo, la mayoría de las veces solo está cumpliendo con un reglamento que busca garantizar la seguridad de las piezas. Le recomendamos que haga del custodio su amigo, pues es una fuente inagotable de información valiosa sobre la realidad del museo. Si lo regaña, no se lo tome personal. Es válido también pedir el reglamento interno de conducta y convivencia si es que usted no entiende por qué lo regañan.
6. Si los textos en las salas son incomprensibles o aburridos, no crea que es problema suyo. Es un problema del museo, pues parte de su trabajo es hacer accesible la información al público. Para que no se desgaste, le proponemos este método: si llegando a la tercera línea de cada texto no se ha enganchado con lo que se cuenta, interrumpa la lectura, observe la pieza y/o siga adelante con su visita.
7. Los museos no poseen la verdad absoluta. Ellos construyen con las mejores intenciones —esperemos—, una versión propia que ponen a consideración del visitante, pero usted tiene el derecho de tener otra opinión, llevarle la contraria a lo que le están contando o bien (volvamos al punto 3) reírse.
8. Si las multitudes lo abruman, aléjese de los grandes museos y dé oportunidad a museos más pequeños o menos populares, que no por ser casi desconocidos dejan de ser interesantes.
9. Si usted no solo quedó maravillado con alguna pieza arqueológica o monumento histórico, sino que posee un conocimiento más profundo sobre el tema o las piezas, usted puede auxiliar al museo con el cuidado o preservación de las colecciones, o incluso efectuar una labor educativa con los miembros de su comunidad en torno al patrimonio que resguardan.[1]
10. Si estos breves puntos le ayudaron a ver el museo de otra manera, o incluso considera que siempre ha querido crear o pertenecer a un museo regional, sepa que puede organizarse en una asociación civil o junta vecinal para fundarlo o mantenerlo. El INAH o el INBA, dependiendo el caso, tienen la obligación legal de asesorarlo.[2]
Museología criticona son Adrián Barreto, Sheba Camacho y Georgina Cebey. Se conocieron mientras estudiaban museología.