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Para detectar el campamento de las FARC (esa organización humanitaria), y luego destruirlo, el ejército colombiano no necesitaba de aviones supersónicos, ni satélites espías espaciales manejados por malvados yanquis, ni escuchas interselváticas, ni radares infrarojos megatrónicos de rastreo intergaláctico sensible al calor humano (o en su defecto, a su aroma), ni de bombas teledirigidas por computadurota ni, para el caso, tampoco el dinero que cuesta todo eso.

De la información publicada por el diario Milenio se deduce que cualquier persona con ganas de ir a ver de cerca a las FARC llevando a cabo sus labores humanitarias no tenía sino que apersonarse en el II Congreso de la Coordinadora Continental Bolivariana, en Quito, y preguntar por unos cuates de las FARC que se llaman “El Flaco” y “El Carica” y hablar con ellos.

–Oiga señor “El Flaco”, me han dicho que usted muy amablemente puede llevarnos al campamento secreto súper clandestino de las FARC. ¿Es cierto?

–Sí, lo es. ¿Acaso desean acudir a él?

–En efecto. Le estaremos muy reconocidos si nos lleva.

–Faltaría más. Vengan conmigo. Nomás voy por “El Carica” y ya nos vamos.

–Bueno, vamos.

Y ya.

Es como en la película en la que El Enmascarado De Plata, (a) “El Santo”, llega en su Corvette convertible a una calle en San Ángel y le pregunta a una viejita que si sabe dónde queda la casa donde hay un drácula (al que la policía, claro, lleva meses buscando), y la viejita le dice que sí, claro, que en la siguiente esquina tome a la derecha y etcétera.

Verdaderamente…

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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