Una mañana de 1961 el escritor José Revueltas leía junto a la piscina del nunca suficientemente heroico Hotel Nacional de La Habana. Se apareció una muchacha que se lanzó al agua “con impulso elástico y desenvuelto” y lo impresionaron sus “muslos compactos” y su “aire sonámbulo y lejano”.
En las colecciones de la Benson Library, en la Universidad de Texas, se guardan algunas cartas de esa muchacha, Omega Agüero, la “pequeña camaradita”, la “compañera monstrua”, a José Revueltas. Las del narrador están recogidas en el volumen 26 de sus Obras completas (México, ERA, 1987).
El narrador estaba en trance de divorciarse. Tenía 48 años y está en La Habana para dictar un curso sobre marxismo y asistir al primer Congreso de Escritores y Artistas. Omega, que era becaria del “Seminario de escritores del teatro nacional”, participa en el congreso. Unos días después del encuentro en la piscina ya estaban en el malecón, ya “lúcidos de amor, perteneciéndonos como si nos hubiéramos dado mutuamente los ojos”. Revueltas se apasionó tanto que anotó unos versos para un buen bolero:
…No sé qué ensueño
vi retratado en tus negras pupilas
que fueron dos abismos
plagados de hipnotismo
para mi corazón.
Omega resultó encinta. Revueltas volvió a México a “trabajar intensamente en el movimiento revolucionario”, a ganarse la vida escribiendo para el cine y extrañando “a mi Cuba querida y su entrañable revolución”. Le propone a Omega ponerle Vladimiro al niño. Cuando nace y es niña, Omega quiere ponerle un nombre azteca y le pide consejo a Revueltas que sugiere mejor llamarla Romana, como su madre. Finalmente Omega la registra como Moura Julia: por la hermana de Revueltas y el 26 de julio.
En sus cartas, Revueltas le cuenta a Omega de sus libros y de cómo lo expulsan del Partido Comunista y cómo regresa y cómo lo expulsan de nuevo. Ella le escribe para pedirle su apellido. La aterra que “a mi hija, según tenga uso de razón, le hecharán (sic) en cara todo eso. Me hace sentir como desnuda, arrojada en medio de una plaza pública y apedreada”. Y, encima, “el dolor de haberte conocido y no tenerte”. Le pide, pues, que se casen y que “nos divorciamos inmediatamente. Para pedirte esto he roto lo último que me quedaba de orgullo, porque si no por mí, por la niña debiste tú pedírmelo…”
Los camaradas no han sido amables: la discriminan y señalan, lo mismo que a la niña. “Aún llevando a mi hija en el vientre le gritaban por la calle ‘hijo de nadie’ y otras cosas inconbenientes” (sic). Lo peor es que el Seminario le retira la beca a causa de su “embarazo ilegal”. Revueltas se dirige entonces, en su condición “de militante marxista-leninista” a la comisaria Mirta Aguirre y protesta el despojo de la beca a la “compañera Agüero” por el hecho de ser madre soltera. No puede “dar crédito a una taxativa de esta naturaleza”, sobre todo cuando Omega está llamada a figurar “en las primeras filas de la producción literaria de nuestro continente”. Quitarle la beca es un acto de “incomprensión sectaria, filistea, teñida del más despreciable puritanismo burgués impropio de la Cuba revolucionaria”…
Omega deja a la niña con sus padres en Camagüey y busca trabajo en La Habana. Sola, censurada y deprimida, se resigna “porque sé, absolutamente sé que no me amas”. Las cartas a Revueltas se hacen lacónicas y prácticas. En una muy triste le pide que le consiga y le envíe a La Habana “una gomita de esas que muerden los niños durante la dentisión” (sic). Un par de veces comenta que le gustaría salir de Cuba. Luego le pide jabón para el baño, “un poco de hilo de bordar, blanco” y, “cuando puedas, cuando te sobre un dinerito, envíaselo ¿sí?”
Las cartas se hacen cada vez más esporádicas. (“La niña no tiene zapatos”.) Supongo en que 1968, cuando Revueltas vuelve a Cuba, habrá conocido a su hija. En 1975, Maura Julia tiene trece años. Ese año –uno antes de morir– Revueltas envía su última carta.
Moura Revueltas Agüero vive en Cuba y es doctora en medicina.
(Publicado previamente en el periódico El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.