Entre las cartas de Carlos Fuentes a Octavio Paz –que espero que se publiquen adecuadamente un día– hay una, fechada el 6 de marzo de 1968, interesante por varios motivos. Uno de ellos es el malestar que les producía a ambos escritores la idea de regresar a México (Paz estaba en la India; Fuentes en Londres), un regreso inevitable cuyos efectos habían decidido paliar creando una revista que, en su imaginación, colaboraría a hacer de México un sitio al que sería placentero volver.
La idea de volver le representa a Fuentes un problema, escribe, “no sólo de conciencia, sino visceral”. Sentirse bien en Londres no deja de parecerle “egoísta”, pero reconoce hallarse a sus anchas, “protegido por la niebla y la indiferencia inglesas en mi sótano de Hampstead” dedicado a su escritura. Cualquier irrupción mexicana, sobre todo la de “los distintos corrales culturales mexicanos”, lo conduce a “la depre” y amenaza su “saludable y fructífera distancia”. Y ese día, en el que escribe esta carta, ha habido una avalancha “de periódicos y folletos mexicanos a granel”. Uno de ellos es La Gaceta del Fondo de Cultura Económica (FCE) donde lee una colección de artículos que lo llevan a una formidable retahíla.
Su ira es una lección adecuada del insulto como una forma de retórica que para zaherir con eficiencia debe apelar al ingenio: la revista en cuestión, dice, nos obsequia “una muestra de las dotes críticas de The Last of the Zapotecan Queens Andrés Henestrosa” y un “ataque general de la Momia Metafísica don Manuel Pedro González” contra Cortázar, Vargas Llosa y él mismo. Junto a esos “ataques”, La Gaceta publica una fotografía “de la Gerontocracia Juarista que hoy rige los destinos del Fondo” (como se recordará, el FCE se hallaba dirigido desde 1965 por Salvador Azuela, luego de la bochornosa maniobra de Díaz Ordaz para echar fuera al editor Arnaldo Orfila).
La descripción de esa “gerontocracia” es laboriosamente expresiva y bruñidamente barroca:
Magaña Esquivel con su cabeza de waffle crudo triturado a golpes de fórceps; don Salvador Azuela con su aspecto de la Corregidora de Querétaro el día que certificó su menopausia; don [Juan José] González Bustamante con la torva mirada de un Tonton Macoute que ha leído a Lombroso; el General Francisco L. Urquizo en calidad de chiqueador revolucionario y, last but not least, Mauritius Magdalenus con el aspecto que se merece, como si sus discursos se hubiesen vuelto contra él, convertidos en dardos excrementicios y oriflamas de polvo.
Algo que espeluzna a Fuentes es que, junto a esa gerontocracia –que para su gusto encarna lo peor del nacionalismo revolucionario– se encuentre la generación de “gente de mi edad” (cuarenta años) que no le parece menos fantasmal: la generación que atiborra “los establos” donde Pedro Ramírez Vázquez organiza la olimpiada cultural. Le parece a Fuentes “tristísimo que los intelectuales que se suponía eran los rebeldes contra el oficialismo sean hoy sus redactores de planta”. ¿Por qué sucedió esto?, se pregunta.
¿Se mueren de hambre? No lo creo; pero aunque fuese así, qué falta de güevos, Dios mío, qué necesidad de seguridad mamaria, qué falta de espina dorsal para lanzarse al mundo, pararse sobre sus dos patas, dar clases en el extranjero, trabajar en la UNESCO o la BBC o lo que sea a fin de empezar a crear una tradición de independencia crítica sin la cual no podrá haber una auténtica clase intelectual en nuestro país.
La respuesta de Paz no es menos curiosa. Más que gerontocracia, piensa, México es una “hulecracia”. Desde los olmecas (“gente del país de hule”) piensa Paz que “hemos fabricado dioses, santos, héroes y tiranos de hule”. Son de hule Jaime Torres Bodet y Agustín Yáñez y los “innumerables enanitos” que corren a sus pies son de hule. Por eso hay que volver a México y hacer la nueva revista: “¡Jugaremos a la pelota de hule con raquetas de navajas!” pues “el hule no resiste ni a la navaja ni al fuego, las armas de la crítica”.
(Publicado previamente en el periódico El Universal)
Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.