Un himno para chiflados

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Antiguamente, es decir, antes de la Bomba Atómica, las ciudades eran algo muy serio. Cuando uno se adentraba en ellas por primera vez, quedaba sobrecogido por el poder y la energía que se manifestaba en cada esquina. La historia de Londres estaba escrita en el neogótico del Parlamento, el neoclásico del British y el neoegipcio de sir John Soane. Las avenidas de París aún guardaban el aroma de las astutas cortesanas de Balzac y de Proust, y en el barrio Latino uno se cruzaba con derelictos excelsos, nietos de banqueros que cumplían con la ley degenerativa divulgada por Zola. La ciudad de los príncipes y los artesanos, de los burgueses orondos y los proletarios vestidos con humilde y limpísima estameña, permanecía intacta. ¡Incluso en Barcelona podía el viajero asomarse al sumidero del Barrio Chino para visitar los infiernos de la plácida burguesía catalana!
     A partir de 1970, sin embargo, comienza la rehabilitación (gentryfication es más exacto) de los centros históricos y treinta años más tarde no hay quien se aclare. Si vas a Times Square (NY), te parece estar en el antiguo y simbólico centro mundial del espectáculo que has visto en miles de fotografías de los años veinte y treinta. Pero no lo es. Se trata de un simulacro inventado de arriba abajo mediante una colosal operación financiera que comenzó en 1980 y terminó en el 2000. Los anuncios luminosos que parecen haber crecido con la espontaneidad de un organismo vivo, han sido diseñados al milímetro años antes de su construcción. Es un Times Square de laboratorio, un parque temático.
     Si paseas por el centro histórico de Barcelona, te rodean edificios ochocentistas con fachadas esgrafiadas y herrajes refitoleros. Todo mentira. En esas fincas puede que viva algún burgués catalán, pero lo más probable es que te encuentres con bielorrusos, musulmanes, japoneses y argentinos que regentan bellos restaurantes. El barrio se reconstruye según el modelo de un poder burgués idealizado, o sea, sin asumir la ideología de las bandas de gángsteres al servicio de los empresarios. La “memoria histórica” de la que habla el ayuntamiento barcelonés (socialista) es la memoria de la patronal catalana. El turista pasea por el escenario operístico de la última clase social privilegiada y se siente seguro. A continuación, le roban.
     La política municipal era antes una cosa muy seria. Los ingenieros, abogados, economistas y urbanistas planificaban con rigurosa racionalidad. En la actualidad, las elecciones municipales parecen un reality show televisivo con cargo al contribuyente. He aquí el himno del ayuntamiento de Barcelona para las próximas elecciones:

Hay en el mundo mil ciudades/ pero yo estoy loco por ti./ Eres huidiza, nunca te poseo del todo./ Tienes ojos de mar muy azules/ y un vestido blanco de paz./ (Nunca, etc.)/ Barcelona, abierta al viento/ vas por un camino diferente./ Barcelona, tus calles son torrentes de sentimiento./ Nadie como tú./ (Nunca, etc.)/ Eres una palmera al sol/ como una paloma al vuelo,/ eres la alegría de la libertad./ Vistes trajes nuevos y antiguos,/ haces amigos a los vecinos./ (Nunca, etc.).

Se titula “Locos por Barcelona” y los socialistas catalanes pretenden que la cantemos como si fuéramos concursantes de Operación Triunfo, dando saltitos sobre el suelo más caro de la península. Es alarmante. El estribillo, sobre todo, me inquieta: “Nunca te poseo del todo”, referido a la ciudad con los impuestos más altos de España y en boca de un funcionario municipal, es algo que pone los pelos de punta. Y que el sexo de la ciudad quede tan claramente establecido, con su trajecito blanco y sus ojitos azules, la verdad, estremece. En ningún momento se nos aclara su edad, con lo que el peligro de pederastia es inminente. Si nos guiamos por la calidad del texto, Barcelona es impúber.
     Las canciones idiotas eran antes un patrimonio de la derecha. A la izquierda le iban los himnos agrestes y combativos, con aroma a pólvora y acero ruso. Los ayuntamientos de izquierdas apelaban al raciocinio de su electorado, en tanto que la derecha se dirigía a las vísceras y al sentimentalismo. Pero las ciudades ya no son lo que eran, los ciudadanos estamos condenados a ser turistas de nuestra propia ciudad, y nos tratan adecuadamente. Los barceloneses somos un grupo de la tercera edad, venido de Oslo, y obligado a cantar “Que viva España”. ¡Lo que hay que hacer para ser de izquierdas! ~

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