Un escritor en el siglo XIX escribe que una ballena blanca surca un ocรฉano y un lector en el siglo XXI oye el malรฉvolo ruido que su cuerpo despide sobre las aguas. Un poeta de la antigรผedad describe a un padre arrodillado frente al asesino de su hijo y un lector contemporรกneo siente el calor de sus labios besando las manos homicidas. El territorio de la ficciรณn que fabulรณ un escritor en otro tiempo, en otro lugar, en otra lengua, se convierte para el lector de cualquier tiempo, de cualquier lugar, en un presente sรณlido y luminoso, con cuerpos y rostros, aromas y sonidos, emociones y actos imperecederos. La literatura que no tiene tiempo, que en cierto modo ocurre por encima del tiempo, puede ser definida como un eterno presente, un presente activado por la lectura. Incluso los hechos mรกs rutinarios son sagrados para un escritor. Los lectores nos convertimos en portadores de algunas de las palabras, de las imรกgenes, de los personajes de ese libro, y con ellos seguimos viviendo siempre. Nuestros libros son nuestra biografรญa clandestina. No expresan lo que vivimos sino lo que hubiรฉramos querido vivir. La imaginaciรณn de cada uno de nosotros es, en otras palabras, equivalente a los libros que hemos leรญdo y que conservamos en la memoria. Nuestra biblioteca es nuestra memoria secreta, el espejo de nuestras obsesiones y traumas. Gracias a esa memoria secreta, podemos vivir de un modo mรกs pleno. Pero no vivir la vida de todos los dรญas sino otra clase de vida, una vida mรกs fulgurante y sรณlida, aquella que no conocรญamos, que solo conocemos en los libros, en esa zona รญntima que solo nuestros autores han palpado.
Pero quizรก no recordamos propiamente libros sino algunos pasajes que los representan. Por ejemplo, el momento en el que Ana Karenina se enfrenta al ferrocarril con un miedo similar al que tenรญa cuando se tiraba al agua siendo niรฑa o el instante iluminado en el que Borges abre la puerta del sรณtano y distingue un tornasolado fulgor. O el episodio en el que Javert se tira al rรญo despuรฉs de ser salvado por Jean Valjean, y el momento en el que madame Bovary besa la cruz, con el mรกs grande beso de amor que jamรกs diera. Algunos pasajes, algunas frases, se convierten en un acto de magia. Nuestra memoria a lo mejor los ha modificado y a la vez nos han convertido en quienes somos.
Estos pasajes estรกn atados a ciertos espacios y tiempos. Tengo asociado mi recuerdo de Melville a mis viajes en los metros de Madrid, cuando vivรญa allรญ. Fue en el aรฑo de 1977, durante esos viajes en ese metro en el que los pasajeros discutรญan el retorno de la democracia a Espaรฑa, cuando la obsesiรณn del capitรกn Ahab entrรณ para siempre en mi corazรณn, y cuando la imagen de la ballena blanca surcando el ocรฉano malรฉvolo formรณ por primera vez parte de mi vida. Del mismo modo, mi recuerdo de Los miserables estรก atado a la casa de la que entonces era mi novia y ahora mi esposa, Kristin, en Austin. No puedo separar mis imรกgenes de Jean Valjean –en especial de su muerte, que me hizo llorar copiosamente mientras leรญa ese pasaje– de las de los รกrboles que se cernรญan sobre ese balcรณn de madera de su casa. Lo que quiero decir es que la revelaciรณn de algunos de los pasajes que me deslumbraron fue tan intensa que recuerdo todo lo que ocurrรญa a mi alrededor en ese instante, como si mi relaciรณn con el mundo hubiera cambiado de pronto. Me imagino que todos tendrรกn recuerdos de los libros que leyeron atados al lugar en el que esos libros entraron a formar parte de sus vidas. Cuando leรญ Moby Dick tenรญa veintitrรฉs aรฑos y acababa de llegar a Espaรฑa, y cuando leรญ Los miserables tenรญa casi treinta, vivรญa en Estados Unidos y estaba muy enamorado. Creo que esta asociaciรณn entre la vida del lector y la lectura de la obra es siempre parte esencial de nuestra biblioteca personal. Recordamos dรณnde y cuรกndo hemos leรญdo los libros de nuestra vida y esos libros impregnan esos tiempos y lugares, y quiรฉnes รฉramos entonces en ellos. La vida que nos rodea es siempre tambiรฉn parte de nuestra lectura porque los libros son tambiรฉn sobre la vida, sobre la vida concreta, sobre la vida de los personajes pero tambiรฉn sobre la vida individual, irreductible del lector, desde la cual asimila e interioriza un libro.
Cada lector, por lo tanto, lee un libro desde algรบn lugar y desde algรบn tiempo. El mismo libro, leรญdo en รฉpocas distintas de nuestra vida, es un libro distinto, como bien descubriรณ Borges en “Pierre Menard, autor del Quijote”. Nuestra biblioteca personal es tan relativa como lo somos nosotros. Pero una gran obra les puede decir algo esencialmente parecido a muchos lectores, en muchos lugares y tiempos. El Quijote o Hamlet, leรญdos en diferentes รฉpocas de nuestras vidas, toman significados distintos. Estas obras contienen pasajes que por refracciรณn albergan los anhelos y frustraciones de distintas edades, distintas identidades dentro de nuestra multiplicidad de rostros de lector.
Todos, cualquiera sea nuestra cultura o lengua, celebramos a Shakespeare o a Cervantes. Y eso ocurre porque esos dos autores supremos, al igual que Joyce, al igual que Vรญctor Hugo, al igual que Borges, demostraron que en todo texto literario hay un encuentro entre lo mundano y lo sagrado, entre lo contingente y lo permanente, entre lo individual y lo colectivo. La narrativa es la gran integradora de los niveles de objetividad y de subjetividad de la experiencia. De algรบn modo, una gran historia logra que lo cotidiano aparezca tocado por la magia de lo sagrado. La forma que adquiere el lenguaje y la potencia de la visiรณn logran esa proeza, la gran proeza de un escritor. No sรฉ por quรฉ, de pronto los viejos restaurantes de carretera tienen una dimensiรณn mรกgica en los cuentos de Raymond Carver y una caja de cerillas tiene una reverberaciรณn sagrada en el relato de Chรฉjov. Nunca voy a olvidar esa caja de cerillas y esos asientos redondos y vacรญos en un diner junto a la carretera. La soledad de los seres humanos estรก reflejada en esos lugares creados por sus autores, como nunca la habรญamos visto en la vida real. Estas palabras que tienen un sentido tan utilitario y con frecuencia banal entre nosotros adquieren en manos de un gran escritor, sin perder su naturaleza terrenal, un poder de iluminaciรณn de la realidad, que las hace รบnicas. Recuerdo aquรญ siempre la frase de James Joyce para quien la operaciรณn de un escritor –la de convertir los elementos de la vida real en la materia de un arte que aspire a la eternidad– es una proeza similar a la de la consagraciรณn en la misa cuando el sacerdote convierte el pan en el cuerpo de Cristo. Esta idea de James Joyce siempre me ha inquietado, que el arte es la operaciรณn de conferir una naturaleza sagrada a la materia terrenal con la que trabaja: lo efรญmero en lo duradero, lo material en lo esencial. De acuerdo a esto, tal vez una manera de definir la literatura es el encuentro de las palabras con lo sagrado.
Una consigna romรกntica muy antigua nos dice que los libros nos ayudan a evadir la realidad. Esta es una verdad a medias, que incluye su contraparte. Los libros nos ayudan a evadir la realidad pero tambiรฉn a entender, a profundizar, a vivir mรกs plenamente la realidad. Viajar por mar no serรก lo mismo para un lector despuรฉs de haber leรญdo a Conrad. La ciudad de Parรญs no serรก la misma para un visitante que ha leรญdo a Balzac. Recuerdo que la primera vez que lleguรฉ a Parรญs lo primero que hice fue conocer el barrio latino y el de Saint Marceau, cuya descripciรณn me habรญa impresionado tanto al comienzo de Papรก Goriot. Desde entonces, nunca he podido ver ese barrio sin pensar que la seรฑora Vauquer y Rastignac y Vautrin merodean por allรญ. Cada gato que he visto en ese barrio me ha parecido el gato de la seรฑora Vauquer, tan grotesco como la dueรฑa que lo espera en algรบn lugar de su maloliente pensiรณn. Siempre he creรญdo que la literatura juega con verdades a medias exageradas al doble. La ambiciรณn, la mezquindad, la generosidad de los seres humanos que he conocido siempre ha estado influida por las de los personajes de las novelas de Balzac. Si bien es cierto que nos olvidamos del mundo real mientras leemos, despuรฉs de la lectura volvemos a รฉl convertidos en otras personas. Los autores acomodan, idealizan, deforman, degradan la realidad y ese prisma es el que nosotros mantenemos con nosotros, en nuestra biblioteca personal. Cada vez que llegamos a Madrid o a Buenos Aires o a Londres, las frases o escenas de Galdรณs o de Borges o de Dickens estรกn con nosotros, ofreciรฉndonos en la realidad las ciudades que ellos pusieron en nuestro corazรณn. Y sin embargo, tambiรฉn, podemos sentirnos decepcionados al ver la realidad que escribieron los autores. Cuando lleguรฉ a Alexanderplatz en Berlรญn, por ejemplo, pensรฉ que no estaba a la altura de las descripciones de Alfred Dรถblin. Vemos la realidad a travรฉs de los libros y a los libros a travรฉs de la realidad. Nuestro modo de percepciรณn del mundo ha cambiado despuรฉs de un libro. Es por eso que la biblioteca personal, ese arsenal de recuerdos de los pasajes de nuestros libros, es un prisma a travรฉs del cual reconocemos, percibimos y vivimos en el mundo. Creo que lo que lleva a las personas a leer no es huir de este mundo en la ficciรณn sino creer, por un instante, que no hay diferencias entre este mundo y el de la ficciรณn.
Con todo esto quiero decir que la biblioteca personal no es la que tenemos en los anaqueles sino la que tenemos en la memoria, en la mente y en el corazรณn. La que tenemos en los estantes puede alimentar y servir de base a esta รบltima, pero la biblioteca รญntima, la de nuestros recuerdos, la de las frases que recitamos de memoria y la que viene a nuestra ayuda en los momentos decisivos de nuestra vida, es la nuestra.
Y sin embargo, cada uno creo que construye su biblioteca en relaciรณn con uno mismo. Los autores que escoge, las frases que lleva consigo, son parte del cuerpo de cada uno. Tengo en el mรญo algunas frases, no siempre de novelas. “Tuve a la belleza en mis rodillas, y la encontrรฉ amarga y la injuriรฉ”, y tambiรฉn “La candente maรฑana de febrero en la que Beatriz Viterbo muriรณ, despuรฉs de una imperiosa agonรญa que ni por un momento se rebajรณ al sentimentalismo ni al miedo, notรฉ que las carteleras de fierro de la Plaza Constituciรณn habรญan renovado no sรฉ quรฉ aviso de cigarrillos rubios”, y tambiรฉn “Esa maรฑana, despuรฉs de una noche de sueรฑos intranquilos, Gregorio Samsa comprendiรณ que se habรญa convertido en un enorme insecto”. Esta lista, como la de cualquier lector, podrรญa seguir hasta el infinito. No hay mejor momento en una conversaciรณn con un amigo que encontrarse con la misma biblioteca de la memoria. De pronto alguien con quien hablamos de libros recuerda algunos pasajes conocidos y de pronto recitamos alguna frase juntos.
Creo que me di cuenta de la importancia de tener una biblioteca personal poco despuรฉs de la muerte de mi padre, cuando yo tenรญa catorce aรฑos. Mi padre muriรณ de un modo muy repentino en el mes de noviembre de 1968, y recuerdo que las semanas del verano que siguiรณ leรญ con mucha intensidad y pasiรณn la poesรญa de Vallejo. Ya conocรญa algunos de esos poemas, pero a la luz de esa repentina sensaciรณn de soledad, creo que los leรญ, es decir los vivรญ de un modo mรกs pleno. Me di cuenta entonces de que habรญa una extraรฑa afinidad entre mi vida de entonces y esos versos. La experiencia de la orfandad, del estar a la deriva en el mundo que rueda “como un dado roรญdo y ya redondo” en la descripciรณn de Vallejo, era mi experiencia personal. Por primera vez me preguntรฉ cรณmo era posible que un poeta pudiera expresar una experiencia esencial, la de la orfandad respecto del mundo, en las palabras tan exactas y ambiguas de su poesรญa. Allรญ, en esos versos dislocados, tan desamparados y potentes, desprovistos de adornos, estaba el testimonio de una experiencia que yo podรญa compartir con el escritor. ¿Cรณmo era esto posible? Yo encontraba consuelo en la obra de Vallejo, que habรญa muerto muchos aรฑos antes. Encontraba mรกs consuelo en esos versos que en lo que me decรญan amigos y parientes, personas que conocรญa. Porque Vallejo habรญa transfigurado las palabras, les habรญa dado un nivel simbรณlico tan fuerte, que hacรญa que en ellas pudiรฉramos reconocernos todos los que habรญamos experimentado la pรฉrdida y la soledad. El poder del lenguaje literario por unir conciencias, por integrar y reunir, se me apareciรณ de un modo pleno por entonces. Creo que nunca me he recuperado de ese descubrimiento, y aรบn hoy cuando leo los versos de Vallejo redescubro el mundo sin mi padre y sin un padre.
Nuestras bibliotecas personales pueden ser compartidas gracias a encuentros de lectores, como este. Aquรญ podemos repetir juntos lo que creo que son las dos grandes mรกximas de escritores y lectores. Quรฉ grande y variado es el lenguaje, y quรฉ grande y variada es la vida de cada ser humano. ~
(Lima, 1954) es narrador y ensayista. Su libro mรกs reciente es Otras caricias (Penguin Random House, 2021).