Eugenides pertenece, junto a Jonathan Franzen o David Foster Wallace, a esa nueva generación de escritores que se ha impuesto nada menos que el reto de escribir la gran novela norteamericana. Pero, en lugar de empeñarse como sus coetáneos en mostrar, mediante una escritura satírica y autodestructora, la vacuidad de una sociedad ahíta que parece haber tocado techo, Eugenides propone en Middlesex una visión lúdica y esperanzada de los Estados Unidos que se fundamenta tanto en la renovación del ideal jeffersoniano de la búsqueda de la felicidad como en el mestizaje cultural heredado de su propia familia. Eugenides nos ofrece un gran fresco del pueblo estadounidense en el siglo XX desde la perspectiva de la comunidad greco-americana, con el fin de dibujar un escenario donde entablar una ambiciosa batalla de las ideas en la que está en juego el porvenir de la propia sociedad. Una apuesta muy arriesgada, que le ha valido el Pulitzer y la aclamación como el gran escritor americano.
El marco narrativo en el que se desenvuelve esta historia es el Berlín recién unificado, donde Cal Stephanides, destinado en el servicio exterior de los Estados Unidos, se ha enamorado de Julie, una artista asiático-norteamericana. Pero tal sentimiento despierta dudas en él, pues, como el Orlando de Virginia Woolf, Cal nació dos veces: la primera en el momento de su alumbramiento como una chica bautizada con el nombre de Calíope, y la segunda en un hospital donde un médico descubrió sus genitales masculinos ocultos. En efecto, nuestro héroe es hermafrodita debido a una alteración genética cuyos avatares se dispone a contarnos con fina ironía (“¡Canta, oh Musa, la mutación recesiva ligada al quinto cromosoma!”).
Emulando el aliento épico de América, América, Eugenides narra la precipitada huida de sus abuelos durante la guerra greco-turca desde una aldea de Turquía hasta Esmirna, donde logran sobrevivir al desastre (uno de los momentos cumbre de la novela), así como su posterior emigración a Estados Unidos. En Detroit, la gran ciudad industrial del Medio Oeste dominada por la figura de Henry Ford, cuya idea del melting pot es muy similar a la de una cadena de montaje que en vez de automóviles produce ciudadanos, Des y Lefty se integran en la incipiente comunidad griega, que preserva la espiritualidad ortodoxa, la buena vida mediterránea y una iniciativa comercial innata que se pone de manifiesto en los negocios ilegales fomentados por la Ley Seca. La depresión apenas les deja levantar cabeza, pero, tras la Segunda Guerra Mundial, su hijo Milton, oficial de la marina y empresario, conocerá la asimilación plena y, luego, la prosperidad económica, todo lo cual lo incitará a admirar a Nixon y a defender los valores conservadores que sus hijos tratarán de subvertir.
Ahora bien, la liberación sexual, la lucha por los derechos civiles y la voladura de las barreras que impiden la realización personal se convertirán para nuestra protagonista en una obligación, al constatar que su desarrollo hormonal no es paralelo al de sus compañeras de colegio. A partir de aquí, Eugenides retoma la senda salingeriana que ya había recorrido en Las vírgenes suicidas para ofrecernos lo mejor de la obra: un apasionante relato de los traumas adolescentes de Callie y de la bellísima relación amorosa que mantiene con una amiga. El sexólogo más famoso de Nueva York, quien, en el agrio debate entre naturaleza y cultura, se decanta por la segunda, se hará cargo del caso y, a pesar de sus evidentes características masculinas, propone corregir la naturaleza para que Callie logre ser una mujer plena. Ante la perspectiva de ser operada sin su consentimiento, ésta se escapará a San Francisco, el epicentro de la contracultura, donde sólo podrá sobrevivir exhibiéndose como un freak en un tugurio porno. Allí trabará amistad con Zora, una hermafrodita femenina que reclama el reconocimiento social de los derechos de los intersexuales. Gracias a ella, Callie logrará aceptar su monstruosidad y transformarse en Cal, un apuesto muchacho a quien la naturaleza ha concedido una sexualidad muy peculiar. La profecía que tanto temía Desdémona se ha cumplido, pero para Cal no se trata de un castigo por la falta cometida, sino una señal de que su destino es buscarse a sí mismo. Ni naturaleza, ni cultura: Cal opta por el libre albedrío y acepta el conjunto de su herencia híbrida para enriquecerse y desarrollar un individuo nuevo que es capaz de crear su propio espacio de libertad y felicidad personales donde la herida se pueda curar, donde la escisión se cierre definitivamente. Julie juzga acertada la elección de Cal y de este modo deja que se cumpla la utopía libertaria de la contracultura, que es el nuevo sueño americano.
Ese mismo derecho de autodeterminación individual trata de preservar Eugenides para los personajes literarios, cuyas pasiones se ven amenazadas cuando la ciencia intenta reducirlas a meros procesos fisiológicos, genéticos o culturales, reivindicando así la potestad del escritor para crear nuevas identidades que le permitan reflexionar sobre la evolución del sujeto contemporáneo. Ahora bien, como escritor vanguardista, también sabe que una nueva visión del mundo debe sustentarse en una revolución paralela del lenguaje. De nuevo, el autor no duda en echar mano del mestizaje para componer una novela caracterizada por una simbología tan rica que roza la alegoría, así como por una sorprendente capacidad para metamorfosearse según las necesidades del relato. Sin embargo, el rasgo estilístico más sobresaliente es un narrador en primera persona que no sólo pertenece a ambos sexos, sino que además ha recibido del autor el don divino de la omnisciencia, lo que le permite jugar con el lector desplazando sin reparos el objetivo de la cámara mientras el zoom no para de girar. Sumidos en el vértigo que produce este constante cambio de magnitudes en la perspectiva, Stephanides, como un nuevo Tiresias, nos anuncia desde las ruinas de Detroit una resurrección del sujeto similar a la del ave fénix del escudo estadounidense.
En suma, Eugenides ha creado un nuevo género, que se podría denominar epopeya cómica. Exuberante y luminosa como el Mediterráneo, optimista y osada como Norteamérica, pocas novelas actuales proporcionan un placer tan intenso como Middlesex. ~
Traslados: Otros veinte años más
En el sueño ambos éramos igualmente torpes y ansiosos. Estábamos en un jardín que luego sería una casa en la que nunca he estado, pero que yo sabía era mi casa. Nos besamos.
El perfil del tuerto
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