En el subte de Buenos Aires los buscavidas ofrecen de todo. Pocos venden. Al final, por lรกstima, viajando una se va llenando los bolsillos de chucherรญas. Insรณlitos souvenirs que evocan el desatino de salir a vivir todas las maรฑanas. Lapiceras inรบtiles. Destornilladores chinos. Estampitas de san Cayetano, protector del trabajo en cruzada antineoliberal. Calcomanรญas. Lรกpices de colores. Cordones para zapatos. Todo al precio mรกs bajo del mundo. Mรกs bajo que en el hipermercado. Mรกs bajo que en la calle. El subte es espejo del afuera. Es el subsuelo, el primer paso de la violencia del no tener en un mundo que ha hecho del consumo su favorito, su tarjeta de ingreso, su entrada triunfal. Todo en tecnicolor, con pantallas reproductoras de imรกgenes persiguiรฉndonos hasta en la sopa.
Ese dรญa eran las nueve y media de la maรฑana cuando ingresรฉ al subte corriendo, apenas un instante antes de que se cerraran las puertas del vagรณn. Me sentรฉ, y me di cuenta de que todos los pasajeros leรญan. Todos dije. Leรญan un folleto sin imรกgenes ni fotos ni dibujos que sostenรญan en sus manos. Como si hubiera llegado tarde a clase, espiรฉ por el hombro a mi compaรฑero de al lado. Leรญa poemas. Mi compaรฑero de al lado leรญa poemas, todos los pasajeros leรญan poemas en ese vagรณn a las nueve y media de la maรฑana de ese dรญa. El autor de semejante hazaรฑa aparentaba algo mรกs de cincuenta aรฑos. Bajito, pulcramente vestido, con zapatos que hace mucho fueron nuevos y hoy seguรญan lustrados, con calva creciente y anteojos, las manos en los bolsillos, caminรณ lentamente hasta el fondo del coche. Desde ahรญ observaba. Parecรญa el profesor de este vagรณn. Y todos los pasajeros, los alumnos de alguna materia secreta. A saber por el rostro relajado de este hombre, se dirรญa que estaba contento. O por lo menos tranquilo. Al llegar a la siguiente estaciรณn, desde su esquina y en voz alta, como en clase magistral, dijo:
โQuien tenga una monedita para la poesรญa de don Ramรณn, bienvenido sea. Y quien no, tambiรฉn. Les deseo muy buenos dรญas.
Y dicho esto, comenzรณ a recorrer los asientos uno por uno de sus โcuasiโ discรญpulos recogiendo monedas. Algunos pocos le devolvieron el folleto. La mayorรญa lo comprรณ. Y yo, que habรญa llegado tarde, tambiรฉn quise. El folleto contenรญa unos doce poemas. A la madre, al hijo, al abuelo, al amor, a la vida. ยฟEn quรฉ paรญs del mundo la gente compra palabras en el metro? ยฟQuรฉ es lo que nos falta, quรฉ nos sobra, a quรฉ fondo hemos llegado para que decidamos comprar una palabra ? ยฟPor quรฉ la palabra sรญ, y el objeto โllรกmese lapicero, calcomanรญa, destornillador o cordones para zapatosโ no? ยฟQuรฉ compramos al comprar el Verbo? ยฟQuรฉ anhelo? Quiรฉn sabe y para quรฉ importa. Nosotros y nosotras, que buscamos respuestas, descubrimos una maรฑana que la poesรญa pregunta.
Atiborrados, cansados, atribulados de mensajes publicitarios, dominicales, diarios, televisivos, estrambรณticos, los consumidores de imรกgenes decidimos por una vez comprar aquello que instala una demanda desde el corazรณn. Y apretamos la letra entre los dedos. En este siglo de estridencias la palabra vale por mil imรกgenes. Cuidado con su fuerza. Como el boomerang, vuelve. ~
Votando desde el extranjero, parte 4
En esta cuarta entrega, el anรกlisis de la propuesta para mexicanos en el exterior de Andrรฉs Manuel Lรณpez Obrador
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