Veinticinco pesos

Arder tan intensamente que desde cualquier parte del mundo se sepa que nos han quitado, a todos, un periodista.
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Hace algunos aรฑos leรญ en las รบltimas pรกginas de un libro una pequeรฑa historia sobre la experiencia del duelo y el dolor de una pรฉrdida. Todo sucedรญa en un pequeรฑo pueblo judรญo de Polonia donde la gente se preparaba para Yom Kipur, el dรญa del perdรณn, que como ya se sabe prescribe ayuno y oraciรณn.

Estaba oscureciendo cuando un hombre entrรณ al templo llamando  desesperadamente al rabino pues temรญa que Dios castigara al pueblo entero por lo que acababa de ver. Guedalia, el leรฑador gigante que vivรญa a las afueras, se hallaba frente a una mesa llena de comida y bebida tan grande que le llevarรญa mรกs de veinticuatro horas terminarlo todo.

El hombre y el resto de los presentes en el templo pidieron al rabino ir a hablar con el salvaje que estaba por provocar la ira de Dios con su ofensa. Mientras, ellos se quedarรญan a rogar a Dios que no los destruyese por los pecados del gigante. El rabino, en efecto, se dirigiรณ al bosque y se hallรณ al enorme Guedalia atracรกndose de comida.

Sus intentos por persuadirlo fallaron. Guedalia solo pronunciรณ una frase, dijo que debรญa comer todo lo que habรญa sobre la mesa y luego volver al trabajo, asรญ que el rabino se sentรณ en el suelo y se quedรณ a su lado, despierto, orando hasta el final de Yom Kipur, cuando se levantรณ y advirtiรณ que la mesa estaba vacรญa. Fue entonces que aquel hombre le hablรณ.

Le contรณ que tenรญa diez aรฑos cuando su padre lo llevรณ al bosque para enseรฑarle a usar el hacha. Cuatro bandoleros aparecieron, revisaron todas sus posesiones sin hallar nada de valor mรกs que unas monedas de cobre que llevaba en el bolsillo. La ira los hizo atarlo a un รกrbol y rociarlo con combustible. Luego le prendieron fuego.

El padre de Guedalia era pequeรฑo y delgado, asรญ que su cuerpo se consumiรณ en un instante. «Ese dรญa —le explicรณ al rabino— yo jurรฉ que durante el resto de mi vida yo iba a comer tanto, iba a ser tan grande, iba a juntar tanta grasa como para estar seguro de que, si alguna vez algo igual me pasaba, yo iba a arder tan intensamente, iba a largar un humo tan negro, que desde cualquier parte del mundo se verรญa la columna de humo espeso y todos sabrรญan que en ese lugar estaban quemando a un hombre».

***

Gregorio Jimรฉnez era periodista y muriรณ hace unas semanas en Veracruz. Lo asesinaron. Lo encontraron en una fosa clandestina al lado del cuerpo de un hombre cuya desapariciรณn habรญa reportado dรญas antes en los medios para los cuales trabajaba.

Vivรญa en una casa a medio hacer, con techo de lรกmina, en una colonia sin drenaje ni agua potable. Escribรญa para dos periรณdicos, Notisur y Liberal del Sur, tenรญa siete hijos y diez nietos y cobraba 25 pesos (unos dos dรณlares) por cada nota publicada. Ademรกs, tomaba fotos en festivales, eventos sociales y tenรญa un burrito en la parte trasera de su domicilio con el que se ganaba un dinero extra tomando fotos a la gente en Semana Santa y el 12 de diciembre. «¿Por quรฉ a la gente buena siempre le pasa esto?», decรญa una de sus hijas mientras lo lloraba en el funeral.

Gregorio era un buen hombre, igual que lo era Eliseo Barrรณn, el reportero de Milenio que en mayo de 2009 fue sacado de su domicilio, en Gรณmez Palacio, Durango, por un grupo de ocho encapuchados. Lo torturaron y asesinaron porque escribรญa de ellos, de sus actividades y querรญan «dar un escarmiento a los demรกs comunicadores de la regiรณn» para que no se metieran con su trabajo. Eliseo tenรญa dos hijas de uno y tres aรฑos de edad, pero al cabo de los aรฑos ya casi nadie habla de รฉl.

Vuelvo al relato inicial porque habla de la resignificaciรณn de lo perdido y la transformaciรณn del dolor en fecundidad. La verdad es que aรบn no sabemos explicar por quรฉ el asesinato de un periodista incumbe a todos, por quรฉ con su desapariciรณn perdemos y retrocedemos pues la libertad de expresiรณn es garantรญa para que otros derechos y otras libertades puedan sobrevivir.

Arder tan intensamente que desde cualquier parte del mundo se sepa que han asesinado a un hombre que era el esposo, el padre, el hermano o el hijo de alguien, que se conozca que nos han quitado, a todos, un periodista, que la autoridad que debรญa investigar su muerte ensuciรณ su nombre, que ese periodista cobrรณ 25 pesos, el precio de dos cocacolas, por la nota que le costรณ la vida.

Que la indignaciรณn sea mรกs que dolor y el cambio de pรกgina; que la indignaciรณn se convierta en una genuina y colectiva resignificaciรณn de los periodistas.

 

 

 

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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