En la fresca sombra de la selva nace la serpiente: proviene de la orina del jabalรญ que fecunda el musgo minucioso. De ahรญ tanto su fiereza como su apego a la tierra hรบmeda. Repta invisible la bestia, yerba entre las yerbas confundida. Y no hay como verla ondular en el espejo de agua rizando suavemente y sin ruido la espalda de luz del remanso. Y en ese momento chillan dos loros y remontan en vuelo agitado. A un lado, el ciervo azul, chino, como se sabe, de colmillos largos y curvados, que en el rรญo se refrescaba, alza la testa coronada, aguza la mirada e iza tenso las orejas.
Esta es escenografรญa en que escurre, silenciosa, siempre silenciosa, la serpiente. Brota del sol a plomo del desierto y viborea รกgil, pero rencorosa, por aquรญ y por allรก. Se arrastra hipรณcrita buscando dรณnde entrometerse. Porque, hay que decirlo de una vez, la serpiente es conflictiva, neurรณtica a fondo, insoportable. El fuerte abrazo de su saludo nunca es cordial. Para este rabo autรณnomo, el mundo es un jardรญn, guen, en hebreo, donde suscitar incidentes entre pobladores primerizos e ingenuos.
Esta es la silueta de la mรกquina, vayamos a lo nuestro, los productos del esbelto y ondulante artefacto, los venenos. Son variados: a quien ha mordido, por ejemplo, la vรญbora pandolina, le muda el color, hace gestos desconcertantes, predice el futuro y muere cantando. La fisfis, aunque es breve y recuerda una lombriz, pero lombriz color de rosa, y meliflua: hay quien asegura que enrojece de tรญmido reconcomio despuรฉs de picar. Su tรณsigo sume a la vรญctima en estupor catatรณnico, o cuadro plรกstico, antes de matarlo de asfixia. Los depรณsitos de veneno de la fisfis se extraen, en una operaciรณn donde todo cuidado es poco, porque la carne de esta culebra es muy apreciada en la cocina, pues las viboritas fritas en aceite y espolvoreadas con queso de Parma hacen un platillo delicioso.
Pero son otros usos, mรกs desconcertantes, los que aquรญ nos interesan. Hablemos un poco de la culebra, asรญ llamada, haemorrhous. De ella informa el naturalista Claudio Eliano(ca. 175-ca. 235) en Sobre la naturaleza de los animales, libro del cual Borges alaba el desorden y con รฉl la posibilidad de sorpresa, que la picadura de la haemorrhous “hace que las viejas heridas, ya cicatrizadas, vuelvan a abrirse”. Y aรฑade esta noticia histรณrica: “dicen que fue [esta serpiente] la alimaรฑa con la que tropezรณ en Egipto un tal Canobo, piloto de Menelao, durante el reinado de Tonis, y que al enterarse Helena de la eficacia de la bestia ponzoรฑosa, le rompiรณ la espina dorsal y extrajo el veneno”.
Sabida, aunque no explicada, es la versiรณn segรบn la cual Helena no fue llevada a Troya por Paris, sino que pasรณ la Guerra de Troya en Egipto, a donde fue trasladada por Hermes.Proteo, rey de Egipto, la protege y aguarda con ella el regreso del rubio Menelao. Pero ¿y la Helena de la Ilรญada que vemos en Troya?, ¿quรฉ hacer, por ejemplo, con la insuperada escenade Helena en la muralla hablando con los viejos? La soluciรณn es que la Helena que se vio en Troya no era Helena, era el fantasma de Helena. Asรญ sale a escena el recurso del espectro. Ya era viejo: los espectros de Darรญo y Clitemnestra (hermana, por cierto, de Helena) aparecen en Esquilo, y avanzarรกn a “la multitud de fantasmas de los isabelinos, desde la sombra majestuosa de Hamlet hasta el enjambre de apariciones de una รญnfima tragedia de venganza como The revenge of Bussy D’Ambois, de Chapman, en la que aparecen no menos de cinco fantasmas” (F. L. Lucas).
Ahora, Eliano confiesa: “¿Con quรฉ propรณsito se apresurรณ la mรกs hermosa de las mujeres a obtener este tesoro [el veneno]? Es cosa que yo no sรฉ.” Ni yo tampoco, pero el cuadro es fascinante: Helena, la bellรญsima Helena, la Helenade “dulce Helena, hazme inmortal con un beso”, del Fausto deMarlowe, en un laboratorio con bata blanca, navaja en mano, diseccionando una horrenda bestia, “de cabeza enorme y progresivamente afilada hacia la cola”, como la describe Eliano. ¿Quรฉ mirada habรญa en sus ojos maravillosos al realizar la operaciรณn?
El tema es conocido, se trata de la belle dame sans merci, la hermosa dama despiadada, que tantas pรกginas talentosas o de nula inspiraciรณn ha dado a las letras. Lulรบ, de Wedekind, por ejemplo, o Servidumbre humana, de Somerset Maugham, la novela y la pelรญcula con Leslie Howard y Bette Davis, en plan de monstruos de la pantalla. Tambiรฉn cuenta, la lista es larga, la pelรญcula Perversidad, de Fritz Lang, con Edward G. Robinson discurriendo con su talento acostumbrado.
Pero la pregunta bรกsica de la escena de la hermosa de bata blanca extrayendo el veneno de culebra, pregunta que podrรญa haber formulado un ermitaรฑo del desierto, o un Rancรฉ de alguna Trapa, es: ¿para quรฉ puede querer Helena ponzoรฑa de vรญbora si el veneno mรกs letal es ella, ella misma con su perturbadora e irresistible belleza?
Quien la vio, aunque fuera un momento, de casualidad, por accidente, se sintiรณ ya para siempre incompleto, fracasado, miserable, una nada, algo excelso, ilustre mรกs allรก de toda ponderaciรณn, no habรญa podido ser suyo.
Hay quien asegura haber visto serpientes bajar rodando las montaรฑas, el animal se muerde suavemente la cola adoptando la forma de aro y se echa a girar montaรฑa abajo. ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.