Si el presidente Peña Nieto renunciara a su cargo, el Congreso convocara a nuevas elecciones y el ganador encabezara un proceso de renovación completa del sistema político mexicano, los historiadores afines al nuevo régimen seguramente construirían el relato de la gran movilización popular de larga data -una nueva Revolución Mexicana- que llevó al colapso del ancien régime priísta. Al cabo de unos años, sin embargo, la primera generación de historiadores revisionistas empezará a pintar un panorama más matizado. Documentarán cómo el movimiento de López Obrador había fracasado rotundamente en oponer una resistencia significativa a las reformas impulsadas por la presidencia y los activistas en las redes sociales se desesperaban por la falta de respuesta popular a sus denuncias contra el gobierno. Muy probablemente, algún joven investigador armará pacientemente el rompecabezas a partir de tuits dispersos y memes inconexos y escandalizará a la academia con una versión totalmente opuesta a la oficial, enfatizando la forma en la que el gobierno en funciones fue cometiendo un error tras otro, sobre todo a partir de la tragedia de Iguala y el descubrimiento del conflicto de interés en torno a la casa de la Primera Dama, los cuales le fueron dando a sus opositores no solo las razones para salir a la calle, sino hasta las consignas (#YaMeCansé, #TodosSomosCompas) para difundir masivamente el movimiento.
Este es el meollo del asunto: el gobierno de Enrique Peña Nieto ha puesto todo de su parte para que el sentimiento de indignación por la responsabilidad del gobierno en la desaparición de los normalistas, la exhibición de la corrupción institucionalizada y el pésimo manejo de la crisis, se convierta en un poderoso movimiento social dentro y fuera de México. El presidente y su primer círculo han contribuido como nadie a la caída de la legitimidad de la gestión del gobierno en funciones. Han dado todo, menos lo que los manifestantes piden: su renuncia. Y no lo harán. Faltando (cuando escribo estas líneas) menos de tres horas para que se cierre la ventana constitucional para la sustitución del presidente vía nuevas elecciones, parece una apuesta segura decir que el sueño de López Obrador, Fernández Noroña & Cía. de ver abrirse la puerta a la presidencia en los próximos meses no se cumplirá.
Una característica de los gobiernos priístas y sus imitadores, como el Jefe de Gobierno del D.F., es que actúan arbitrariamente hasta cuando tienen la ley de su lado. Frente a actos de agresión contra sus agentes y contra la propiedad privada, la policía de la ciudad de México reacciona tan brutal como torpemente, atropellando a los que se atraviesan en su camino y deteniendo a las personas bajo el criterio de que el que corre más lento paga los platos rotos. Asimismo, para presentar ante la autoridad competente a un joven que pudo haber incurrido en actos legalmente sancionables, los agentes de la seguridad organizan un levantón -al más puro estilo del narco- frente a las cámaras.
Si estos actos son para intimidar y desalentar mayores protestas, es hora de que el gobierno despida a los pésimos sociólogos que tiene de asesores. Si se busca alentar un clima de tensión permanente que desvíe la atención de los casos de conflicto de interés y corrupción que han salido a la luz pública, esa táctica tampoco parece estar funcionando. Otra hipótesis, que ya se ha descrito en este espacio, es simplemente que los gobiernos federales y del D.F. son ineficientes hasta para reprimir. En cualquier caso, las arbitrariedades cometidas contra activistas en los últimos días han unido al movimiento social en su denuncia y han inhibido una discusión interna sobre los métodos de lucha, los objetivos y la relación entre medios y fines. El discurso sigue entrampado en la denuncia genérica de los “infiltrados” y la defensa de los “presos políticos”, sin abordar la responsabilidad de los participantes que reivindican la confrontación abierta con las fuerzas del Estado (y que lo proclaman abiertamente en las redes sociales) hacia el movimiento en general y la integridad física de cada uno de los asistentes a las protestas.
El reto al que se enfrenta el movimiento social en marcha es formidable. Hasta ahora, las protestas se ha alimentado de las omisiones, los pasos en falso, los excesos y los lapsus linguae de los funcionarios del gobierno y no tanto de los aciertos, las propuestas y los objetivos propios. Es hora de ir pensando en cómo darle continuidad a las movilizaciones a partir de un impulso propio y no de expectativa del aliento externo.
El movimiento creció a partir de la indignación por las respuestas gubernamentales antes situaciones de emergencia, y se nutrió de un amplio respaldo a la exigencia de que el presidente renuncie, pero ya no parece tener mucho más espacio para crecer por ese camino. Enrique Peña Nieto no renunciará, lo que no significa que el gobierno deje de cometer errores, ni que no se deba insistir en la rendición de cuentas por asuntos como el de la Casa Blanca. Pero la indignación se topará con la pared de la permanencia del presidente en el cargo. Es fundamental entonces evitar la trampa del “todo o nada” en la que se suelen agotar las energías de movilizaciones sociales, por muy masivas que sean al inicio.
Frente a ello, la amplia participación cívica podría ir canalizándose hacia la discusión sobre las transformaciones que se exigen para el país. Si se pudiera imaginar una manera de mantener la protesta al tiempo que, poco a poco, se van delineando las propuestas, las estructuras más permanentes de coordinación ciudadana, y las vías para incidir con esas propuestas en la marcha del país, se podría evitar el sentimiento de frustración frente a la probable falta de cumplimiento del objetivo máximo.
La capacidad de discernir cuándo es tiempo de acrecentar la movilización a partir de la pura agregación de participantes y cuándo es momento de consolidar el despertar cívico no es una ciencia exacta. Si se insiste en dotarlo de estructuras y agendas demasiado pronto se corre el riesgo de maniatar y burocratizar el movimiento. Sin embargo, si se espera demasiado tiempo se arriesga una dispersión de las energías mediante la represión o la frustración. Esa, me parece, es la disyuntiva actual y creo que es hora de pensar más allá del presidente.
Politólogo, egresado de la UNAM y de la New School for Social Research.