Las opiniones de Jorge Ramos unen o polarizan. Para sus simpatizantes es la voz de los hispanos en Estados Unidos; un talento que, como algunos de los cineastas mexicanos del momento, emigró para alcanzar el éxito. Para sus críticos es más activista que periodista; un columnista de The Washington Post lo describió como un “adicto al conflicto”.
Ramos salió de Televisa a los 24 años a partir de un supuesto “incidente de censura” (renunció cuando su jefe le hizo varios cambios a uno de sus reportajes para hacerlo menos crítico del gobierno) y poco después llegó a Univisión, un canal que muchos veían como el hermanito de Televisa y que estaba muy lejos de ser el gigante que es hoy.
“Mi juventud fue en un México censurado, muy violento, extremadamente autoritario y sin democracia. Me fuí porque algo me expulsó de México. Yo no quería ser inmigrante; nadie quiere ser inmigrante. Fui forzado a emigrar y lo hice como millones de mexicanos”.
Su propia experiencia, no solo su audiencia, lo ha impulsado a tomar la bandera pro-migrante. Es bien sabido que casi siempre que come en un restaurante visita las cocinas porque ahí están escondidos los inmigrantes: “Es una práctica que ya se me ha vuelto costumbre. Llegó a los restaurantes y casi siempre pido hablar con los cocineros y los que lavan los platos. Me gusta hacer visibles a los invisibles. La única diferencia entre ellos y yo es que yo tengo un papel”.
En los últimos dos años el periodista mexico-americano ha logrado cruzar la línea que divide a los medios en español con el mainstream de habla inglesa. Encabeza un nuevo noticiero en inglés para el canal Fusion; sube reportajes en ambos idiomas a sus redes sociales y ocasionalmente se sale de su cobertura latina para opinar de temas globales, como el conflicto Israel-Palestina.
Recientemente ganó más visibilidad al ser expulsado por Donald Trump de una conferencia de prensa. El incidente catapultó el perfil de Ramos en los medios de mayor prestigio de Estados Unidos y le ganó, entre otras cosas, una halagadora entrevista en The New Yorker.
“Estamos frente a un tipo que usa las mismas tácticas que Fidel Castro”, me dice Ramos, y recuerda que al igual que Trump, hace más de 20 años, los guardaespaldas del líder cubano le impidieron hacer preguntas incómodas durante un encuentro[1].
“El fenómeno Trump se explica muy fácilmente: hay millones de estadounidenses que piensan como él. No nos hagamos tontos, el problema no es solo Trump”.
Cuando el aspirante a la Casa Blanca lo sacó de aquella conferencia de prensa, un simpatizante de Trump se le acercó a Ramos y le espetó, “lárgate de mi país”. Sin alterarse, Ramos, quien obtuvo la doble ciudadanía en 2008, le recordó que él también era estadounidense.
“Si eso me dicen a mí que salgo en televisión imagínate lo que le hacen a los inmigrantes desconocidos”, subraya.
Ramos considera que gran parte del apoyo que está recibiendo Trump es una reacción ante “la ola latina” en Estados Unidos. El país se está transformando, algunos estudios afirman que para el 2050 un 30% de los habitantes serán hispanos y los blancos serán menos que las minorías, como ya lo son en California.
Ante estas tendencias Trump propone implementar una visión del pasado para el futuro. Un Estados Unidos por y para los anglosajones, donde las minorías no tienen voz ni voto, donde el imperio americano dicta el escenario internacional por encima de China, Rusia y quien se le ponga en frente.
Pero Ramos confía en que los hispanos le darán una lección. “La teoría de Trump es una teoría nostálgica y vieja, creer que puedes ganar sólo con el voto blanco en un país tan diverso”, me dice. “Cada vez que hay una elección cerrada, la definen los latinos”.
Insiste que el partido republicano se enfrenta a 13 millones de votantes latinos, quienes pueden determinar quién es el próximo presidente. “En Estados Unidos la única manera de ganar es con el voto de las minorías”.
Asevera que si los demócratas no los sacan a votar, al menos el miedo de un presidente Trump sí lo hará.
Ramos me detalla de memoria las estadísticas para apoyar su argumento de que los latinos son una gran fuerza política. Está metido de lleno en la elección de Estados Unidos, recorre este país para cubrir los caucuses y las primarias y fue el moderador de un debate entre los demócratas Hillary Clinton y Bernie Sanders.
Pese a su prominencia mediática en Estados Unidos, Ramos afirma que no se deja de fijar en México y que en ambos países “la principal responsabilidad del periodista es evitar el abuso de los que tienen el poder”.
“En México hay que ser contrapoder contra Peña Nieto, la corrupción y la violencia; en Estados Unidos hay que ser contrapoder ante el maltrato a los inmigrantes, las minorías”.
Su crítica al presidente mexicano Enrique Peña Nieto ha sido frontal. En una entrevista que sostuvo en 2011 con el entonces gobernador del Estado de México, Ramos lo presionó a publicar el parte médico de la muerte de su esposa. A finales de 2013, el periodista retomó e intensificó su crítica ante la tragedia de Ayotzinapa y la Casa Blanca de la primera dama, Angélica Rivera.
Ramos me dice que esta obsesión de retar al poder le surgió desde que era niño. “Crecí con un padre muy autoritario, y tuve que escoger entre someterme o rebelarme. Y me rebelé. Crecí en una escuela católica con sacerdotes muy autoritarios que nos pegaban”.
A pesar de haberse ido de su país, Ramos asegura que no ha dejado de ser mexicano y que el vivir en Estados Unidos no le resta credibilidad.
“Estamos en una época de absoluta globalización gracias al internet y la tecnología; puedo y debo tener presencia en México. No tengo porqué limitar mi trabajo a los Estados Unidos cuando yo nací en México y sigo en constante contacto con los mexicanos”.
Y no descarta algún día regresar a México. “Nunca he cerrado esa posibilidad. Tengo dos pasaportes, voto en los dos países, paso muchísimo tiempo en México, mi familia sigue viviendo en México y México me sigue doliendo muchísimo. Entonces esa es una posibilidad que siempre voy a dejar abierta hasta que me muera”.
Por ahora Ramos promete alabar lo bueno y denunciar lo malo en sus dos casas. “Lo mejor de Estados Unidos son sus oportunidades, este país me dio oportunidades que México no me dio. Lo peor de Estados Unidos es el racismo, lo ves en muchos lados y Trump y sus seguidores son el ejemplo perfecto de eso”.
“Lo que más odio de México son sus políticos corruptos y cómo se protegen unos a otros, es lo que me hierve la sangre en México. Lo que más admiro de México es las ganas, el esfuerzo y el optimismo de su gente. México es un país donde te sientes abrazado, abrigado, nunca vas estar solo en México”.
Escritor mexicano y consultor en Fusion, un medio digital de Univision y ABC con sede en Miami