#YoTambiénQuieroMi #Selfie #YayoiKusama

Yayoi Kusama epitomiza hoy al artista contemporáneo total, tanto para el museo como para la galería comercial y la sociedad de consumo que los engloba a ambos.
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Yayoi Kusama está loca. Su enfermedad no es ni rumor ni secreto, como no lo son su celibato y su obsesión sexual; sus antiguas posturas políticas y sus opiniones acerca de la escena artística de finales de los años cincuenta en Nueva York. Llegó a ese entorno liderado por hombres con sus pinturas bajo el brazo, como Georgia O'Keefe le aconsejó en cartas.

Educada en las tradiciones clásicas de una familia adinerada, Kusama (1929) ya era una artista reconocida en Japón cuando en 1957 cambió todo por la vida bohemia de Nueva York. Ahí conoció y se relacionó significativamente con Claes Oldenburg, Donald Judd y Andy Warhol, ("Éramos como enemigos en un mismo barco"), entre otros artistas que como ella, pero mucho antes que ella, disfrutaron de una descomunal fama. Minimalista, surrealista, feminista y conceptual al mismo tiempo, Yayoi Kusama fue difícil de catalogar y ubicar en una escena que se tardó décadas antes de reconocerla como lo hizo con sus contrapartes masculinas. A sus 85 años, Kusama goza hoy de una popularidad basada principalmente en la comodificación de sus obras más conocidas, las que presentan entornos inmersivos y relacionales en donde lunares coloridos totalizan el espacio, ya sea en uno que permite la presencia física, sobre el lienzo o en la superficie de sus esculturas. 

Precursora del arte instalación, Kusama presentó en 1963 en la galería de Gertrude Stein la pieza Aggregation: One thousand boats para la que cubrió una pequeña barca de blancas y acolchadas protuberancias que invocaban miles de falos asépticos. Las paredes de la sala estaban cubiertas por 999 fotografías en blanco y negro de la misma pieza creando un entorno que Andy Warhol imitaría en 1966 en su tratamiento de Cow Wall-Paper.

Dos años después, Kusama presentó por primera vez Infinity Mirror Room-Phalli's Field, una de las piezas exhibidas en su primera retrospectiva en Latinoamérica abierta actualmente en el Museo Tamayo. La galería Richard Castellane la presentó en 1965 en su primera exhibición individual, 'Floor Show' en donde Kusama estableció los elementos formales clave de todo su corpus de obra, a saber, formas fálicas acolchadas, los lunares que cubren la totalidad del espacio, el color rojo y el uso de espejos para crear ambientes de infinitud artificial que se asemejan tanto a un sueño como a una pesadilla.

Son conocidas las anécdotas sobre su vida atormentada, sus punitivos padres, la dureza de la vida en Nueva York, una aventura romántica interrumpida por la muerte, el segundo abandono de su vida artística y el regreso a Japón para internarse por voluntad propia en un hospital psiquiátrico en el que habita desde 1973. Sus trastornos neurótico-obsesivos se expresan en su obra y le imprimen una nota trágica a sus instalaciones. Al mismo tiempo, el dramatismo de su vida, su autoexilio, primero de Japón y luego de una normalidad social, ayudan a subrayar la naturaleza conmovedora de algunas de las piezas que alrededor del mundo han atraído a millones de espectadores.

No ha sido la excepción en el Museo Tamayo, donde el público habla tanto del arte como del peregrinaje que se hace para verlo. ‘Obsesión Infinita’ ha generado anticipación y planes, largas filas, visitas repetidas y muchas, muchas, muchas selfies. Según el museo, entre 1,800 y 2,200 personas han visitado la muestra cada día durante los fines de semana, esto solo durante sus primeras semanas de exhibición. La última vez que la ciudad de México vio una euforia tal por una exhibición de arte contemporáneo fue en el 2011-2012, cuando se presentó una amplia muestra de las esculturas hiperrealistas de Ron Mueck en el Antiguo Colegio de San Ildefonso, a donde asistieron más de 400,000 personas “a constatar el milagro,” como el museógrafo Ery Cámara describió entonces la actitud del visitante.

El fenómeno fotográfico es en ambos casos similar en su superabundancia pero resulta más interesante en el caso de Yayoi Kusama, una artista que, en abismal oposición con Mueck, muy temprano en su carrera se inclinó por una abstracción casi total.   

Sus instalaciones son puestas en abismo que nos llaman a ver el mundo a través de sus ojos. Sin la agonía de la enfermedad, encontramos en la infinitud de la oscuridad y las titilantes luces de colores una fuerte experiencia individual que, además, nos permite auto-contemplarnos mientras la vivimos y compartirla con los otros miles que igual que nosotros, y tal vez llamados por nuestra experiencia, acuden a vivirla también.

Yayoi Kusama epitomiza hoy al artista contemporáneo total, tanto para el museo como para la galería comercial y la sociedad de consumo que los engloba a ambos. Por un lado, combina el ideal del genio excéntrico y atormentado con una autoridad y capital cultural nacidos de su asociación a un contexto sublimado –el mismo Nueva York de Ginsberg, de Pollock y de Warhol– para producir un arte otrora desafiante, hoy pasteurizado y canónico. Por otro lado, Kusama es altamente consiente de su valor comercial y no tiene reparos en diseñar la cubierta de un celular un día, vender un lienzo por  millones de dólares al otro mientras al mismo tiempo posa dentro del escaparate de una tienda Louis Vuitton que muestra su más reciente colaboración con su ahora ex-diseñador, Marc Jacobs (2012). La suma de los dos resulta en ventas garantizadas de boletos para un museo que, seguramente, buscará en el futuro organizar otras exhibiciones blockbuster como esta.

 

Yayoi Kusama. Obsesión Infinita estará en el Museo Tamayo hasta el 15 de enero de 2015.

 

 

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