Entretanto sopesaban
en el pulgar el taco, catapulta
del músculo
remoto. Rodaban carambolas
en el paño verde de su imaginación.
El día duraba (partitura
de chasquidos) entre marfil y madera, tiza azul, vectores
del gnomon y calamidades del aura
solar que no deja ver cuerpos menores
en las horas del día. Luego entonces qué más que jugar
hasta que aparezcan
las estrellas, velar
las lentes de la telescopía.
Billar y no ajedrez.
Monte arriba, habitan en su ermita
de trabajadores del cielo. Pero trabajan
sólo después del inicio de la noche,
cuando el sol acalla su estrepitosa luz.
Astrónomos. Matan
el tiempo y mientras aguardan la visibilidad
de los celestes, sus cuerpos terrestres gravitan
en la amistosa esfera armilar
del mingo.
Son tres. Una es mujer. No habla español.
Mirar lúmenes
en el lenticular ingenio, el acimut
para el barrido del espectro (nodos),
cuidadosamente colimar
los instrumentos para la emersión
de un cierto mundo calculado en sus eclipses.
Lo que los une es el linaje de mirar
cómo giran los cuerpos, cómo van
por el paño suave o por el cielo oscuro. ~