Beckham: impossible is nothing

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El eslogan dice que nada es imposible, y el único que se lo toma en serio es David Beckham. Parecía imposible que el Real Madrid más lujoso de todos los tiempos fracasara estrepitosamente, pero el insípido juego del futbolista top model (y el del resto de sus compañeros) logró que el equipo merengue perdiera la Copa del Rey, la Liga española y la Champions League europea. Al mismo tiempo, según el tabloide inglés Sunday Mirror, el guapo centrocampista habría firmado un contrato “de por vida” con Adidas por un monto aproximado a los ciento sesenta millones de dólares, y cualquier otro imposible puede esperarse de alguien capaz de algo así. En 2002, su nombre se convirtió en el leitmotiv de Bend it like Beckham, una película sobre adolescentes asiáticos que recaudó 32 millones de dólares en Estados Unidos. Un año después, la ambigua virilidad del “metrosexualismo” lo eligió como el icono moderno y fashionable a la medida. Y ahora, tras el escándalo de su presunta infidelidad a varias bandas, una artista inglesa lo instala en la misma tradición artística de un zíper de Mick Jagger o una lata de sopa Campbell’s.
     Lo curioso (o imposible) del asunto es que alguien pueda transformar ese vacío en algo relacionado con el arte. A lo mejor el vacío no es sino el del arte y la cultura pop, un mundo tan inequívocamente actual como “la irónica, nostálgica, literaturizada afirmación de la banalidad, la idiotez, la vulgaridad y todos los demás rasgos por el estilo que adornan a la cultura estadounidense”, según escribió Tom Wolfe (La palabra pintada, 1975) para definir el ADN de este movimiento. Sea como fuera, lo cierto es que Beckham ingresa a la dudosa categoría de objeto artístico gracias a “David”, el videorretrato de Sam Taylor-Wood que se expone desde el 27 de abril en la londinense National Portrait Gallery (www.npg.org.uk). En esos ciento siete minutos, más o menos lo mismo que dura un partido de futbol, el príncipe azul con botines duerme como un bebé, no ronca ni patea ni da vueltas. La cámara lo toma al nivel del ojo, con la perspectiva que tienen o han tenido su Spice Wife, Rebecca Loos o Esther Cañadas, y ese silencioso primer plano dibuja una muda coreografía del aislamiento emocional. La filmación se hizo de una sola toma, una tarde de enero en la que Becks tomaba la siesta en un hotel de Madrid, y marca un tipo de autopsia de la intimidad a mitad de camino entre Sleep (1963) de Andy Warhol y el morbovoyeurismo de los reality shows al estilo Big Brother.
     La paradoja de “David” es que, mientras se acusa a los mass media de invadir la vida privada de Beckham, la cámara de Taylor-Wood filma esa misma intimidad y la convierte en arte. De alguna manera, parecería que lo prohibido para la prensa está permitido para el arte, como si el espectáculo de la infidelidad de Beckham tuviera un estatus genético radicalmente opuesto al hecho de filmar su sueño y colgarlo en un museo. ¿Qué realidad es lícita? ¿La de la intimidad retratada por el arte o la que sale día tras día en la prensa? En la era de los reality shows, cuando la intimidad no es sino la pose de la “intimidad”, la lección de “David” sugiere que invadir la habitación de una superstar no es nada comparado con la invasión que esa misma estrella padece al salir de ese cuarto. En el caso del propio Beckham, hasta su examen psicofísico antes de firmar por el Real Madrid fue televisado por 39 canales en todo el mundo, y el Grupo Sanitas pagó cuatrocientos mil dólares por auspiciar la emisión. En Beckham, como en Warhol, la intimidad sólo es tal cuando se transforma en algo público. La prensa o el arte son sólo dos géneros, dos técnicas que permiten inventarla y hacerla real.
     “Intentar un retrato de alguien tan fotografiado como David Beckham fue un reto” dice Taylor-Wood en el catálogo de la exposición; “lo que yo quería era crear un estudio directo, un primer plano. Y filmarlo mientras está dormido produce una mirada diferente de su imagen pública, esa que nos resulta familiar”. Efectivamente, “David” despoja al icono de su carga de erotismo publicitario, y exhibe la vulnerabilidad del héroe. Este hiperrealismo explicaría la ausencia de miles de fans de Beckham atascando las puertas de la National Portrait Gallery, ya que lo último que uno quiere para los ídolos es verlos actuar como el resto de los mortales. Sin embargo, esa desacralización es el objetivo de Taylor-Wood, quien en trabajos anteriores (Hysteria, o Five revolutionary seconds) ya había desarrollado su idea de “tomar emociones crudas y aislarlas sin ninguna estructura narrativa”. La influencia más palpable en “David” y buena parte de su obra es la de Andy Warhol, pero la propia Taylor-Wood da otras pistas en “Bottoms up”, la reseña que escribió para The Guardian a propósito de la muestra Odyssey of a cockroach, de Yoko Ono. En ese texto, la artista inglesa se asombra con el proyecto Bottoms, en donde Ono fotografía los traseros desnudos de sus amigos. “Es lo que todo el mundo ve en la calle, pero desnudos”, apunta; “y es que lo más notable en las ideas de Ono es que se basan en lo simple y banal de las cosas cotidianas. Ver el trabajo de Ono es ver a una artista que no tiene miedo. Su arte hace pensar que puede hacerlo todo”. Por una vez, el arte imita a Adidas: impossible is nothing. ¿Habrá llegado el momento de tomarlo en serio? ~

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(Argentina, 1967) es cronista y DJ. Es autor de Extranjero siempre (Almadía) y del blog Guyazi (www.guyazi.blogspot.mx).


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