Cambiar a la UNAM

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No es un político. Con esa frase se desdeña a un rector cuyas iniciativas universitarias provocan rechazo político. ¿Alguien le reclama a un político que no sea académico? Ignacio Chávez ironiza luego del desastre de 1966:
      
     Como el rector es un científico y no un político, […] acostumbrados a transar siempre con los acontecimientos de hoy, a los políticos no les preocupan en mayor grado los de mañana y no ven las consecuencias mediatas de sus actos. Lo importante para ellos es flotar.1
      
     El rector político flota; el rector no político se hunde. La seguridad consiste en sólo flotar sobre esta contradicción: hay una universidad urgida de cambios profundos a largo plazo, pero explotar la resistencia a esos cambios se subasta en el mercado político cotidiano.
      
     No es el momento. En la UNAM nunca “es el momento” de cambiar. La historia reciente de la UNAM es la de los momentos que no fueron, por razones que nunca fueron académicas (aunque sí sus consecuencias). Cada vez que no fue el momento surgieron agrupaciones sindicales y estudiantiles, revolucionarios propedeutas, políticos en agraz o consumados para los que sí fue el momento particular, alegando que no era el momento de la UNAM. Los no momentos de la UNAM cobijan los sí momentos de esos políticos y la acumulación de esas posposiciones ha acabado por cancelar el momento de la UNAM y casi a la UNAM misma. (¿Alguna vez explicará Manuel Camacho por qué no fue el momento de elevar cuotas en tiempos de Sarukhán? ¿Y Sarukhán explicará por qué le hizo caso?)
      
     Cambiar todo menos a la UNAM. Adolfo Gilly escribe un artículo asombroso:2 acusa que los neoliberales “quieren cambiarle a México la UNAM”. Bueno, si Gilly y su partido, el prd, aspiran a cambiar todo en México, ¿por qué no quieren cambiar a la UNAM?
     Haciendo a un lado los que derivan de su utilización política por tirios y troyanos, habría cambios urgentes que hacerle a la UNAM para abatir el bajo nivel académico, el alto nivel de deserción, la urgencia de competitividad profesional, la inoperatividad del servicio social y la farsa de los estímulos, o para mejorar los vínculos con la realidad. Y cambios para detener su grotesco crecimiento, para redefinir algunas de sus funciones (difusión cultural, editoriales, etcétera), y para acabar con la bochornosa preeminencia de la carrera administrativa sobre la académica y el provecho de mafias mediocres que se benefician de la politización interna que produjeron el descomunal sindicato (democrático) y el aparato burocrático que se creó para administrarlo.
      
     La esencia de la UNAM. Los sentimentales enuncian una esencia de la UNAM que es la que no quieren que “le cambien a México”: un destilado de desinteresada pureza histórica, enemistad contra la opresión, justiciera defensa del desvalido, noble adversidad contra los malos (del rector hasta el fmi) que, en su último avatar, quieren “privatizar” a la UNAM.
     El Estado otorga a la UNAM 8,771 millones de pesos al año. Eso significa que los inversionistas neoliberales necesitarían reclutar a 250 mil estudiantes dispuestos a pagar 35 mil pesos al año sólo para cubrir costos. No existen. Y si existen no quieren pagar nada que supere el tope de los centavos.
     Incluso cuando es para sus fines. Al día de hoy, el “comité de finanzas” del Consejo General de Huelga (CGH) declara que logró juntar 26,900 pesos, pero que sus egresos ascienden a 43,850. De esos 26,900 pesos, una parte importante viene de los (democráticos) sindicatos electricista y de Chapingo mientras que el de la UNAM les ha prometido 280 mil pesos más (en lo que parece una conducta compulsiva, una vez más el proletariado sostiene a los burgueses.) Ahora, si olvidamos a los (democráticos) sindicatos solidarios, los 26,900 pesos reunidos por los estudiantes en 21 días suponen que cada uno de los 250 mil ha aportado .08 centavos para la causa, es decir 19.2 centavos menos aún de lo que le cuesta pagar un semestre. Así que los privatizadores neoliberales deberán calcular bien su macabro plan (y recordar que ellos sí pagarían, además, impuesto predial sobre las miles de hectáreas de Ciudad Universitaria).
      
     El sindicato. El señor Agustín Rodríguez, líder del Sindicato (democrático) de Trabajadores de la UNAM no sólo ordenó a sus 26 mil afiliados que donaran diez pesos por cabeza al CGH. Anunció además que propondrá a las 32 universidades del país, cuyos sindicatos constituyen la Federación de Sindicatos (democráticos) Universitarios, que organicen un paro de 24 horas en apoyo a los activistas de la UNAM. ¿De dónde saca fuerza política o moral un individuo para cerrar 32 universidades de México? De que él mismo ha devenido no un empleado de la Universidad, sino el vigilante de los vigilantes de su esencia, y hasta su patrocinador.
      
     Cosas que sí cambian. Pero habría otros aspectos que sí parecería bueno cambiarle a la UNAM para fortalecer esa esencia: anular hasta la colegiatura de veinte centavos, restaurar el pase automático, el acceso indiscriminado, la permanencia eterna, el crecimiento del sindicato, y la causa última: la desaparición de la Junta de Gobierno y su sustitución por un órgano supremo democráticamente electo por los guardianes de esa esencia. La naturaleza de esa esencia es tan alta, que sus guardianes se asumen exentos de las leyes y reglamentos que la rigen, si bien chillan cuando dictaminan que el adversario hace lo propio. (Negar contactos entre el PRD y los activistas es esencia; documentar lo contrario es crimen. ¿Por qué esa reunión entre los líderes del prd y los estudiantiles no habrá tenido un carácter “público, abierto y resolutivo”? Porque era una reunión de amigos que hablaban de literatura).
     Gilly dice que “no son las cuotas” el problema de fondo de la UNAM, sino la preservación de su esencia. No pagar colegiaturas es parte de esa defensa. Se deduce lo inútil que sería abrogar el reglamento de pagos, pues ya se podrá elegir cualquier otra representación del agravio a esa esencia y exigir la reivindicación respectiva. En tanto que cerrar la UNAM se interpreta como un primer paso para derrotar al neoliberalismo opresor, se deduce la inutilidad del diálogo que exigen los paristas: si no se trata de las cuotas, y quizá ni siquiera de los cinco (o seis, o siete…) puntos del pliego petitorio, sino de cambiar la política del gobierno, ¿para qué exigir entonces un diálogo con las autoridades de la UNAM? Para todo efecto, la UNAM está secuestrada por una ideología que le pide al gobierno, para liberarla, que cambie su política económica; luego, ¿qué caso tiene dialogar con la víctima si es el gobierno quien tiene el rescate?
     Lo paradójico es secuestrar, como parte del problema, a lo que es parte de la solución, pues una universidad competente es por principio instrumento de avance social. Es imposible saber si el PRD se limita a avalar esta actitud —lo que mostraría su oportunismo— o si la ha incitado, lo que mostraría su desdén a la ley (cosas de lo oscurito). En todo caso, pide el apoyo popular a una situación de ilegalidad y atiza el sentimentalismo, las tácticas de fuerza y las peticiones de principio con que los ultrarradicales se afirman en las barricadas con un eslogan fascinante: “O DEFENDEMOS TODOS LO QUE ES DE TODOS O NOS QUITAN TODO A TODOS”, siempre y cuando se entienda que unos son más todos que otros. (Por ejemplo, unos brigadistas exigen “la expulsión de las corrientes del movimiento porque la huelga no es de ellos sino de quienes hacemos los boteos, las brigadas y todo el trabajo”. O como un editorialista que descalifica un desplegado antihuelga de doscientos maestros de Ciencias Políticas alegando que firman “por debilidad, ingenuidad o ignorancia”… como corresponde a maestros de ciencias políticas).

      
     El disfrute de la juventud. Gilly razona que si no hay cuotas, el estudiante “no depende de sus papás para pagar las cuotas” (sic) y “puede preservar ese espacio de libertad para la formación de su carácter, sus conocimientos, su independencia de criterio y, además, para el disfrute de su juventud, ese derecho ojalá intocable de todos los humanos”. Los estudiantes de la UNAM, así, se convierten en mexicanos de excepción para quienes la ley es optativa; su libertad es disfrute y, tan excepcional como su misión, se expresa en la gratuidad y en la erradicación del mérito individual (el pase automático); es un disfrute que merecen recibir, no una responsabilidad que les corresponde ameritar, como al resto de los mexicanos en sus respectivos ámbitos.
     De ahí que los activistas asuman sin mayores miramientos una superioridad imperial, bendecida por la esencia de México. Se han abrogado el derecho a despreciar las leyes, a desconocer a la autoridad, a declararse autorizados para poner las condiciones por la fuerza, a suponerse los únicos interlocutores democráticos ante la rectoría, y han desconocido como interlocutores a los académicos y a los estudiantes que no desean la huelga. Han comenzado a crear sus propias leyes: los defensores del debate público, abierto y resolutivo advierten en las bardas de un CCH que la prensa no entra a sus reuniones y advierte: “Se decomisará todo equipo fotográfico y de video. Nota: no se devolverá bajo ningún motivo”.
     Esta excepcionalidad se justificaría en que el estudiantado de la UNAM, dice Gilly, convierte su juventud en “independencia de criterio”, una que fortalecerá aún más a la “sede del pensamiento independiente” que es la UNAM. Porque parte de la esencia unamita que no debe cambiar consiste en que la UNAM es la “sede del pensamiento independiente”, el “espacio de defensa y protección de las libertades mexicanas”, el lugar donde se defienden “los derechos mexicanos” y “la razón y la libertad”.
     En pocas palabras, la UNAM es la Constitución.
      
     Dando y dando. Una Constitución traducida en un imaginario Estado juvenil, gratuito y placentero, un poco Woodstock, un poco Revolución de Octubre. Y los universitarios son su partido independiente, uno al que hay que meterle cuanto afiliado sea posible, automáticamente, en masa, con objeto de ampliar su nómina de guardianes, no su selectiva calidad individual. Esta visión termina por privilegiar la inmediata combatividad política del estudiante sobre su eventual competitividad profesional; por no propiciar la inteligencia social que genera una universidad que produce graduados (e ideas, servicios, negocios: trabajo), sino explotar políticamente, hoy, su deseo de ser profesionistas, mañana. Así, el país debe aplaudir y pagar la pura intención del universitario, no sus resultados; su libertad juvenil, no el rigor de su madurez.
     ¿Para qué cambiar la proveduría de votantes y activistas que significa la UNAM? Miles de militantes que no deben ser politizados, sólo reclutados por un partido que apoya dadivosamente su disfrute, no sus obligaciones: no les exige servicio social eficiente, sino gratuidad; no buenas notas, sino pase automático; no aprovechamiento sino fosilización (para que sean jóvenes para siempre), y, si pertenecen a las Brigadas del Sol, seiscientos pesos mensuales. A cambio sólo hay que retribuir eficiencia política en masa, siempre menos ardua y más disfrutable que el individual esfuerzo académico.
     A los futuros proveedores de “pensamiento independiente” o “utópico” no se les exigen responsabilidades independientes ni utópicas: se les otorgan dádivas con cargo al causante: no paguen, no se apuren, no permitan que un becario meritorio los ponga en evidencia, no se ganen su sitio con un esfuerzo individual, no trabajen para pagar lo que consumen: es más provechoso indignarse en masa ante la injusticia a nombre de “la razón y la libertad” que estudiar e investigar individualmente formas de abatirla en los hechos.
      
     La infancia recuperada. No deja de conmover que la apología del pensamiento independiente de Gilly se enmarque en una catilinaria contra los horrores del mercado. No deja tampoco de ser contradictorio: él y su partido le están vendiendo a los activistas la garantía del menor esfuerzo y les están comprando su utilidad partidista. El negocio conviene a todos. Menos a los causantes, que cargan con el costo de que 250 mil jóvenes se queden forever young y el país en una perpetua minoría de edad. –

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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