Lo dicho queda, cala, corroe
la leve pulpa que otro construye a solas,
como a follaje que el otoño ataca.
Porque el otoño seca las hojas
de manera bellísima:
deja en el aire las puras nervaduras,
esas casi invisibles
en las que reparábamos apenas,
y evapora esa verde sustancia
de lo que fue verano.
Caen así de pronto los verdores.
Hay que arrastrar cadáveres amados,
consentir ay el lujo de infinitas
dilaciones e indecisos traslímites
y el filo que mutila hojas, esperas. –