El lector goloso se detiene en los detalles. Sabe que la belleza estรก ahรญ, en la minucia. Si alguien lo interroga: “¿Ya leรญste la Ilรญada?”, vacila al responder. En un sentido sรญ, desde luego, ya la recorriรณ. En otro sentido, no, no ha terminado de leerla, y sabe que, dado el nรบmero de menudencias deliciosas, nunca va a darle fin a la lectura. Porque el gourmet entiende por leer justamente huronear en los pormenores del escrito. Vagar por las minucias, como el ciervo recorre un bosque (la metรกfora es de San Agustรญn: “Seรฑor, ¿no va a tener este bosque [la Biblia] sus ciervos?” Es decir, ¿no va a haber quien estudie la Biblia?).
Voy a poner un ejemplo de este carรกcter inexhaustible de los textos clรกsicos.
En el primer canto de la Ilรญada, al calentarse la discordia entre Aquiles y Agamenรณn, Nรฉstor, el mรกs viejo de los aqueos, interviene y trata de imponer paz entre los contendientes (cosa, el apaciguar, muy propia de ancianos). No dice como nosotros algo escueto como ya pรกrenle, sino, segรบn la costumbre grecorromana, pronuncia una oraciรณn en toda forma. Llรกmase el pasaje “Arenga de Nรฉstor”. La tradiciรณn elogia los discursos de la Ilรญada. Quintiliano sostuvo que Homero es el mรกs elocuente de todos los oradores.
No copio la “Arenga” porque es larga y mi espacio es breve (figura en Ilรญada 1 439ss). Lo que sรญ cae en nuestro asunto es copiar un fragmento del comentario que le merece esta arenga al gran retรณrico y traductor neoclรกsico don Josรฉ Gรณmez Hermosilla, cuya versiรณn en verso y comentario puntual de la Ilรญada son maravilla. Y dice asรญ Hermosilla de la oraciรณn del anciano: “¿Y quiรฉn (digรกmoslo, ya que la ocasiรณn se presenta) al acabar de leer este discurso, modelo inimitable en su lรญnea, no conocerรก cuรกn infundada es la crรญtica que de รฉl hizo Voltaire dando preferencia al de Colocolo en la Araucana?”
¿Colocolo, dice usted?, comentamos nosotros, ¿quiรฉn es ese seรฑor? El nombre promete, casi el Cocoliso de Popeye. Me acuerdo mal de LaAraucana; es larguรญsima, no acabรฉ de leerla, confieso. Y en todo caso, de ese Colocolo, de plano, no guardo ningรบn recuerdo. Voy entonces al poema de Alonso de Ercilla (1533-1594).
Es en octavas de endecasรญlabos, en 37 cantos, acerca del alzamiento araucano contra los conquistadores espaรฑoles. El poema es a veces arbitrario: de pronto, por ejemplo, deja el Arauco y prorrumpe a narrar sin razรณn ninguna, a propรณsito de nada, las batallas de Lepanto y San Quintรญn. A veces es minucioso, la descripciรณn de un solo mazazo del forzudo Orompello ocupa varias octavas en el cantar. Eso no impide que el poema sea joya de la literatura barroca.
Pero vayamos a lo nuestro. Nรฉstor apacigua una reyerta entre dos guerreros, Agamenรณn y Aquiles. El discurso de Colocolo (que tambiรฉn es largo y no cabe aquรญ, pero que puede leerse en Araucana 1 217ss) frena una batalla campal de jefes borrachos que disputan vanagloriosos e infantiles cuales ellos es “el mรกs valiente y digno del gobierno de la gente”. En la disputa participan cuando menos Tucapel, Elicura, Lincoya, que de cรณlera “rabia insano”, Cayocupil y Ongolomo, el del mazazo ilustre. No necesitamos observar, creo, que la escena aparece mรกs nรญtida y pulida en la econรณmica versiรณn de Homero, en la que, ademรกs, los hรฉroes que se trata de reconciliar tienen razones mรกs verosรญmiles de indignaciรณn que un simple pleito de cantina.
Hermosilla lleva por otro lado la comparaciรณn: “Nรฉstor solo habla para templar la cรณlera de los dos caudillos irritados, y reconciliarlos si es posible; y Colocolo, aunque tambiรฉn trata de cortar la disputa, se propone avivar el odio contra los espaรฑoles…” Lo que tratรกndose de una guerra de independencia no tendrรญa nada de raro. Tambiรฉn adelanta nuestro crรญtico una posible objeciรณn a Homero: que Colocolo consigue su intento, mientras que Nรฉstor no produce efecto alguno. Pero “mal conocerรญa el arte el que hiciera esta objeciรณn. El discurso de Colocolo debiรณ o no pronunciarse, o inflamar el รกnimo de sus oyentes. El de Nรฉstor no debiรณ reconciliar a Aquiles con Agamenรณn, porque ahรญ se hubiera acabado el poema”. Razรณn contundente como mazazo de Ongolomo. Hermosilla la matiza recordando que en el caso lamentable de final inesperado, en el libro nono de la Ilรญada Nรฉstor no habrรญa podido exponerle a Agamenรณn la necesidad de desagraviar a Aquiles, a quien sin razรณn habรญa robado su cautiva y los versos
Y asรญ pensรฉ que tรบ quitaste,
al iracundo Aquiles su cautiva,
no con mi aprobaciรณn, que mucho entonces
procurรฉ disuadirte… (IX 287ss)
no habrรญan aparecido.
Y concluye el maestro: “Asรญ estamos seguros de que el fallo de Voltaire fue pronunciado con demasiada ligereza.” Y nosotros, los devotos de la Ilรญada, podemos respirar tranquilos. ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.