En la concepción común, el tiempo consiste en una sucesión de presentes, de “ahoras”, y aun de “ahoritas” y “ahorititas”, que vienen del futuro y siguen hacia el pasado. El pasado ya no es, el futuro todavía no es, solo el presente, el ahora, tiene peso de realidad.
En la refutación común de esta manera de entender el tiempo hace aparición el monstruo que nos interesa: el instante. El instante, el gozne donde el futuro se va al pasado, límite que tiende a cero, tan breve como se quiera, ahogado entre pretérito y porvenir, es una suerte de punto en el tiempo. El punto geométrico no tiene dimensión, ni ancho ni largo ni grueso, pero esa nada está ahí, lunar indispensable en la construcción geométrica.
Por eso el instante es imperceptible, tratas de advertirlo y ya pasó para siempre. Y en consecuencia, percibir no puede consistir en captar una sucesión de instantes.
Huxley observa que los segundos aparecieron en la atención humana con las salidas y llegadas de los trenes. Antes eran inútiles, invisibles y propiamente inexistentes. Del mismo modo, el instante cobró vida con la fotografía. La fotografía hace visibles los latidos del tiempo, los instantes.
La instantánea capta lo que el ojo, fatalmente atado a percibir solo procesos que se explayan en el tiempo, no puede percibir. La famosa instantánea del gran Bresson Cola de hambre en China atrapa, penetra e inmortaliza lo que a ojo desnudo no fue más que confusión caótica de jaloneos y aplastamientos desesperados. Por eso se dijo de este artista que tenía ojo de halcón y mano de terciopelo.
Pero, por ejemplo, ¿diremos que este apunte del natural que figura en algún diario de Chéjov es instantánea?: “De un lado del escenario unos intelectuales revolucionarios comen, beben y discuten ruidosamente el destino del mundo. En el otro, una campesina lava en silencio los trastes.”
No, claro que no es instantánea. ¿Por qué? La escena puede mirarse. Lo que capta una instantánea no se presenta ante los ojos, no puede percibirse. Ese es el criterio.
Así pues, de entrada ningún retrato es instantánea, el retrato sería por definición lo no instantáneo. ¿Sin movimiento, hace sentido hablar de instante? No es lo peculiar de la instantánea que inmovilice (el retrato está inmóvil), sino que descubra y rescate lo que había oculto en el movimiento. El placer estético suele estar ligado al placer de descubrir.
¿Y a ver, de esta otra escena qué resolvemos, es o no instantánea?:
Un hombre camina en la calle parloteando. Lleva sombrero de carrete, corbata de pajarita, bastón de mimbre y va canturreando con amplios ademanes.
Un viejecito chiquitín,
Jorobadito,
Va caminando…
El niño que lo acompaña se aleja de lado: el hombre del bastón es su padre, sus expansiones callejeras lo avergüenzan y no quiere que la gente que va pasando lo asocie con él…
Claro que es instantánea, gesto y movimiento congelados.
No podemos estimar que la instantánea sea solo cosa de nuestros días y que está necesariamente asociada a la fotografía. Hay cuadros tradicionales que son algo como instantáneas pintadas, por ejemplo, muchos de Tintoretto, el gran maestro del movimiento operático, o ese cuadro de Diego Velázquez, La fragua de Vulcano, con las bocas abiertas de sus rudos herreros ante la luminosidad y blancura hierática del dios.
Otro ejemplo, ¿esta foto es instantánea o no?:
El niño que aquí vemos es Arturito el recitador, prodigio que asombra a los públicos del mundo. Pese a su corta edad, recita largos poemas sin una sola palabra inteligible, valiéndose en la recitación de imitaciones maravillosas de sonidos de las naturalezas animal y meteorológica. La foto lo muestra en el momento, un número muy gustado…sí y no al mismo tiempo.
Una última pregunta: ¿cuál es la ilustración que corresponde a este pie de foto?:
“Y fue entonces, tal vez, cuando los ángeles malos intentaron subir a destrozar los cielos.” ~
(Ciudad de Mรฉxico, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y acadรฉmico, autor de algunas de las pรกginas mรกs luminosas de la literatura mexicana.