Sarah Minter fue, sin duda, una de las más destacadas pioneras del videoarte en México. Irrumpió en este campo con el impactante y premiadísimo documental-ficción Nadie es inocente (1985-1987) grabado en formato betacam. En este video sigue, a lo largo de casi una hora y prácticamente cámara en mano, las andanzas cotidianas de los Mierdas Punk, un grupo de chavos banda satanizados por los medios de comunicación masiva y que vivía en Ciudad Nezahualcóyotl.
Lejos de un ojo que vigila y juzga, Minter nos introdujo en la forma de vida y códigos culturales nihilistas de estos jóvenes que eran los marginados entre los marginados, con un futuro incierto y poca esperanza de salir adelante. Dos décadas después, Minter buscó a los sobrevivientes de los Mierdas Punk y en Nadie es inocente, 20 años después (2010) registró la trayectoria de vida de esos chavos banda que, con el paso de los años, no solo sobrevivieron en medio del caos y la marginación, sino que se convirtieron en papás, activistas sociales, artistas plásticos, escritores, trabajadores migrantes y desarrollaron un sinfín de actividades demostrando que sí pudieron forjarse un porvenir.
Además de desarrollar diversos proyectos de difusión y pedagógicos en torno al video, entre uno y otro documentales, Minter produjo una gran cantidad de materiales que dan testimonio de su tránsito hacia temas intimistas, pero siempre con un dominio técnico que le permitió explorar hasta sus últimas consecuencias las posibilidades expresivas del video. Dejó constancia, también, de una ideología anarquista que nunca abandonó y la llevó a entrar en conflicto con instituciones que, para ella, representaban el statu quo al que había que combatir y atacar.
Sin embargo, su prematura muerte –el 7 abril del 2016– no le impidió ver reunida gran parte de su obra en la retrospectiva Sarah Minter. Ojo en rotación. Imágenes en movimiento 1981-2015 que, bajo la curaduría de Cecilia Delgado Masse y Sol Henaro, se exhibió con gran éxito en el Museo Universitario Arte Contemporáneo, un año antes de morir. Aunque Sarah Minter estaba convencida de que saldría victoriosa de su lucha contra el cáncer de pulmón, un presentimiento la llevó a aceptar esa oportunidad para reunir, ordenar, clasificar, dar continuidad y terminar distintos materiales que había dejado inconclusos. Tuvo el privilegio de asegurar así la permanencia de su legado artístico.
A casi cuatro años de su muerte, sus colegas videoastas han iniciado gestiones para volver a exhibir un ciclo con la obra de Sarah Minter, como forma de conmemorar el aniversario luctuoso. En preparación, les comparto algunos fragmentos de la entrevista que sostuvimos el día de la inauguración de su retrospectiva en el MUAC y que habían permanecido inéditos. Justo la invención de un casco con diversas cámaras fue lo que dio pie al título de la muestra: Ojo en rotación.
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–La inventiva empieza cuando tratas de usar un medio que todavía no es aceptado. En esa época todo era muy nuevo en el campo del video; sin embargo me lancé impulsada por un ánimo de libertad e independencia. Es esa necedad de que quieres hacer algo pero lo quieres hacer con libertad, y uno de los puntos importantes al buscar la total independencia fue comprarme mi propio equipo y hacer mis propias cosas, sin esa autocensura o dependencia que en un punto determinado ya no te deja seguir avanzando.
Y Nadie es inocente me metió en un camino muy intuitivo por una cuestión de afinidad, de búsqueda de la libertad, de coincidencia en una ideología más o menos anarquista, que es con la que yo comulgo. A partir de ahí, se fijó mi interés sobre la ciudad, lo político, lo marginal. Y la otra parte que vino después fue sobre la intimidad, que también considero como un acto político: revisar cómo vivimos nuestros afectos y cómo vivimos el amor.
–Luego pasaste de lo social a lo íntimo, una travesía inversa.
–Exacto. Yo había estado trabajando con personajes fuera de mí, pero empecé a enfocarme en el tema de la intimidad, primero conmigo, porque dije: “bueno, yo soy la que está siempre detrás de la cámara”, y sentí el compromiso de que yo también tenía que exponerme como les pido a mis personajes que lo hagan.
Por eso en la videoinstalación Intervalos (2001-2004) nada más aparezco yo o lo que yo veo. Son tres proyecciones en dieciséis pantallas que cubren un lapso de tres años, y que tienen que ver mucho con mi vida cotidiana.
A partir de ahí empecé a trabajar en Háblame de amor (2010), porque llegué a la conclusión de que la posición personal en torno a los afectos y las relaciones humanas, de cómo conformas tu pequeño grupo o familia y su transformación, es también un acto político sobre cómo vives la vida.
De hecho mi nuevo proyecto es sobre las nuevas familias. Es lo que sigue después de la expo y es lo que voy a empezar a trabajar. Yo vivo casi en una comuna en mi casa, creo que esa es una forma de organizarse socialmente, que va sustituyendo a la familia nuclear que era el centro de todo.
–¿Y tu relación con las instituciones? Siempre te has confrontado con ellas a lo largo de toda tu vida. ¿Cómo vives tu retrospectiva en el MUAC?
–Parecería una contradicción, como el hecho de que también he obtenido y aceptado becas. Pero exhibir mi obra en el MUAC lo veo como un logro, no solo para mí sino para un medio que, como el video, había sido totalmente negado.
Creo que también significa legitimar el video dentro del mundo del arte. En México se tienen muy pocos años de historiografiar el video. Pero lo importante es, me parece, que a pesar de estar en el museo no pierda una el espíritu de seguir trabajando en la independencia y a contracorriente.
Es importante que todos estos movimientos, que se dieron de manera muy contestataria y radical, también queden en los archivos, en los catálogos, porque existieron y tuvieron un impacto. De otra manera habría un vacío en la memoria. No hay que tener solo la historia del mainstream, sino la del arte que ha tenido otras búsquedas.
Te pongo un ejemplo de lo que he vivido durante los muchos años que he estado enseñando video: no-se-tiene-memoria-de-lo-que-se-ha-hecho. Entonces tú, como maestro, no tienes acceso a los materiales que se han producido aquí, aunque tu posición sea la de revisar tu propia historia y la historia de Latinoamérica, por mencionar lo que tenemos más cerca.
¿Y qué sucede? Que como encuentras miles de publicaciones y trabajos producidos en el primer mundo, al final acabas colonizando a los estudiantes con toda esa información porque es lo que se tiene a la mano. Y eso es justamente uno de los problemas que nos hace ser tercermundistas: ese retraso en la reflexión y en la creación de una historiografía propia, y como nos tenemos que mirar a partir de los documentos del otro, eso nos va alejando de nosotros mismos.
–¿Sigues considerándote anarquista?
–Sí, para mí el anarquismo sigue siendo la única ideología que nos hace buscar y cuestionar los pensamientos hegemónicos. El anarquismo busca tolerancia, respeto, solidaridad, consenso y habla del bien común. Sin embargo es una palabra que aquí se aplica a cualquier cosa y que ha sido satanizada.
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Posdata. Uno de los documentales más interesantes de Sarah Minter, fechado en 2012 y realizado en video digital, se titula Verano en Utopía. Es el resultado de las diversas estancias de Sarah en la Ciudad Libre de Christiania, Dinamarca, para conocer y convivir con los habitantes de esa comunidad anarquista fundada en 1971. Esta producción era parte del proyecto a largo plazo Multiverse sobre comunidades utópicas, apoyado por el Fonca, y que, desafortunadamente, quedó inconcluso. ~
es escritora, cofundadora de La Jornada, periodista cultural desde hace treinta años y autora de El caso Rushdie: Testimonios sobre la intolerancia (Conaculta-INBA, 1991). Su libro más reciente se titula Periodismo mexicano en una nuez (Trilce, 2006).