Dos eternidades

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La cierva blanca” es una isla “de verde eternidad” y de blancura. Comienza preguntándose por el origen de un sueño matutino, es decir ligero e iluminado; de un sueño que es un don y por lo tanto su origen no puede ser individual o psicológico; un don cuya fuente se debe buscar a lo largo de las generaciones de la literatura y de la fantasía; en otras épocas ricas en prados verdes y en animales albos. Comienza entre interrogaciones, estableciendo posibilidades fundadas y no certezas, conjeturas (“Mi verso es de interrogación y de prueba y para obedecer a lo entrevisto”, nos dice Borges en un poema de juventud). En una mañana cuya fecha precisa desconozco pero que puede estar entre la publicación de El oro de los tigres (1972) y La rosa profunda (1975), aparece en un segundo de un sueño una cierva blanca. Borges se pregunta de dónde vino y si la encontrará “en un recodo del porvenir profundo” (el porvenir no es menos recovecoso y laberíntico, menos fabuloso y profundo, para Borges, que el presente o que el pasado).
     Casi todas las formas del tiempo que en este poema aparecen están dentro de un sueño. El tiempo dentro de un sueño no es el tiempo de un sueño; en él, instante y eternidad se mezclan como en una fábula. Borges, pues, se pregunta por el origen de su sueño y lo busca en otros sueños; sabe que la cierva blanca es una criatura eterna que puede provenir de un lugar vago y antiguo y aparecer fugazmente. Esta cierva, como la luna, es una imagen intocada, pura y de dos dimensiones: “Leve criatura hecha de un poco de memoria / y de un poco de olvido, cierva de un solo lado”.
     “La cierva blanca” es, quizás, el poema más visual del autor de Elogio de la sombra, quien nos confiesa, por contraste, al hablarnos de Mujica Lainez, que siempre estuvo ciego, que siempre fue más sensible a los sonidos que a los colores y a las formas, pero es también uno de los más musicales; lo es, de manera diferente, desde el aliterativo primer verso, que habla justamente de música: “¿De qué agreste balada de la verde Inglaterra” hasta el último, de una musicalidad clara y sencilla: “Unos días más que el sueño del prado y la blancura”. Por cierto, este último verso de un soneto en alejandrinos tiene quince sílabas y no suena más largo, a mi oído, que los demás, quizás por ser el último. “La cierva blanca” lleva junto al título un asterisco y al final de La rosa profunda (el libro que la incluye) la siguiente nota de
     Borges: “La cierva blanca. Los devotos de una métrica rigurosa pueden leer de este modo el último verso: Un tiempo más que el sueño del prado y la blancura. Debo esta variación a Alicia Jurado.” ¿Esto significa que Borges no es partidario de una métrica rigurosa? ¿Por qué prefiere “Unos días más que el sueño del prado y la blancura” al verso que le propuso Alicia Jurado, más correcto? No lo sé, pero supongo que “tiempo” es una palabra más abstracta y menos luminosa, menos frágil, más grave, más continua, menos leve y aérea, menos acorde con “el sueño del prado y la blancura” que “días”. En este poema las formas temporales más habitables y ligeras
     son puestas al lado de las casi inaprensibles pero muy hondas: el ayer de la especie y el porvenir profundo contrastan con el segundo, con la mañana, con la tarde ilusoria, con esa cierva de un solo lado, hecha de un poco de memoria y de un poco de olvido. No hay dios ni dioses en estos versos; hay númenes y el adjetivo de “este mundo” es “curioso” y no uno pesado, terrible, inmenso, más coherente con el problema del tiempo que con la ligereza de un animal de un solo lado, fugitivo y tembloroso. En este poema Borges sacrifica las reglas de la buena conducta poética a la libertad y la gracia.
     En muchos poemas Borges se pregunta, descendiendo en el tiempo, por el surgimiento de una visión que aflora en el presente. Su conjetura abarca las regiones del tiempo más escondidas y arrinconadas que “Son un ayer que vuelve” y Borges, “su porvenir remoto”. Asocio “La cierva blanca” con “Caja de música”, poema del libro Historia de la noche (1977), del cual tomé las citas entrecomilladas en este párrafo. Si en “La cierva blanca” Borges comienza interrogándose por el advenimiento de un sueño, en “Caja de música”, las preguntas nacen a mediados del poema y surgen de una música. Por mi aversión a las cajas de música me había perdido este poema que ahora está en mi memoria junto a “La cierva blanca”:
     Desde el primer verso contrasta el poema dedicado a la música de Japón con el poema de la cierva blanca: “¿De qué agreste balada de la verde Inglaterra?”, es un verso sin ningún obstáculo, es tan extenso como el prado onírico en donde aparece y desaparece la cierva blanca; también los primeros cuatro versos, que son una estrofa embozada, se extienden con apenas una coma. El primer verso de Caja de música, en cambio, se frena nada más comenzar por un punto y nos sorprende con ese “avaramente” interrumpido a tajo. También los dos versos finales de ambos poemas, que en Borges suelen constituir por sí mismos una unidad, casi una estrofa, divergen: “Yo también soy un sueño fugitivo que dura / Unos días más que el sueño del prado y la blancura” se ensancha y extiende como un río, “hecho de tiempo y agua”, que desemboca en forma de delta. En cambio, “No lo sabré. No importa. En esa música / Yo soy. Yo quiero ser. Yo me desangro”, gotea tiempo, pudor y melancolía como la música japonesa. Por lo demás, Borges felizmente se repite y se repite felizmente. Muy alejados en la geografía, en el objeto al que está dedicado cada poema, uno menos encabalgado que el otro, menos demorado y más fluido, uno en alejandrinos rimados, el otro en endecasílabos sin rima, con diferentes músicas, más alegre uno, más pudoroso y melancólico el otro, los dos poemas repiten muchos recursos y algunas palabras, los dos están dedicados a criaturas sin volumen; son dos poemas en donde el Borges anciano toca, simultáneamente, la eternidad y la muerte pero, sobre todo, ambos son un ayer que vuelve y que volverá, dos nuevas refutaciones del tiempo, dos eternidades, dos eternos retornos del autor de “La noche cíclica”: “Lo supieron los arduos alumnos de Pitágoras…” ~

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