A la mañana siguiente
Desde que nos casamos hasta ahora
he reducido a dos las cucharadas de azúcar
que le echo al café. ¿Antes cuántas eran?
Tonta pregunta. Como cualquiera
que invoque aquellos años que vuelven
sin piedad para cobrar lo suyo. La diabetes
es cosa de familia, sí, pero hay que cuidarse.
Con el colesterol igual, y el pobre corazón
que de tan grande falló a quienes más quería.
Los poemas que escribí para ti los repiten
jóvenes que llegaron a la edad de nuestros
hijos. Los colores, que antaño daban forma
a los crepúsculos, sirven ahora para identificar
pastillas, las marcas imborrables que nos deja
el tiempo. Por suerte las mañanas insisten
en el gozo de mostrarte: te bañas, te secas el
pelo, eliges la ropa que usarás durante el día
y te miro con el rabillo del ojo (que cede
cada vez más a la presbicia). Y el tiempo pasa
sin hacernos más sabios. Pronto cumpliremos
la edad de nuestros padres. Pronto nos
convertiremos en nuestros propios hijos. ~
Geografía nacional
Como todos los niños del Perú, yo también
pinté mapas de colores. De amarillo la costa,
pegada con engrudo al océano Pacífico. De
marrón la cordillera de los Andes. Y la selva,
siempre verde. Me gustaba hacer ese trabajo.
Los colores eran la metáfora más visible
(y optimista) de un país lejano y doloroso.
Eran también una invitación al viaje. En la
franja amarilla un río feroz se desbordaba
con las lluvias y había que llegar a la escuela
en canoa. Allí aprendí a leer, a cazar sapos
y luciérnagas, a ver relámpagos sin escuchar
el trueno. En la franja marrón estaba Jauja,
la utopía donde jamás hubo agua caliente.
Era divertido no bañarse, huir en las mañanas
al mercado, jugar en el corral de los pollos. Pero
la franja verde era la que más me interesaba.
En su misterio había animales feroces, tribus
reducidoras de cabezas, misioneros rubios
que morían como moscas. Y una ciudad llamada
Iquitos. Fue allí donde me hicieron mis padres.
Dicen que es bonita. Algún día debo visitarla. ~