El marido imaginario

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Todos los diablos se cruzaron en el camino del periodista Mario Fernรกndez, esa maรฑana. Los vio โ€“o creyรณ verlosโ€“ cuando dejaba su casa camino de su acostumbrado desayuno tardรญo, en la terraza del Hotel Nacional. Eran una polvareda, un remolino de luces y cuernos en el mediodรญa cegador, un redoble de bronces y vientos desapareciendo en la callejuela lateral. Se quedรณ de piedra, en medio de la calzada, jadeando un poco, temiendo que la borrachera del dรญa anterior se hubiera prolongado en uno de esos amaneceres sin resaca, sin โ€œcaรฑaโ€, con que lo amenazaban bromeando sus amigos. (ยฟSerรญa este, por fin, ese amanecer en que, al despertar, la ebriedad seguirรญa allรญ para no irse mรกs?) Desde alguna entretela de su cerebro que latรญa y ardรญa menos, la memoria le soplรณ otra respuesta: estaban ya en julio y esos diablos insรณlitos debรญan pertenecer a una de las cofradรญas danzantes que ensayaban para la fiesta religiosa que โ€“como cada aรฑoโ€“ sobrevenรญa en el oasis por esas fechas. En cierto modo, los demonios celebraban un aรฑo mรกs de su vida en Pampa Hundida. ยฟCuรกntos ya? No iba a aumentarse la jaqueca intentando contarlos. Lo รบnico cierto, se dijo Mario, era que รฉl habรญa llegado por primera vez a la ciudad hacรญa demasiado tiempo, a punto de cumplir los veinticinco aรฑos, comisionado por un diario tabloide de Santiago para cubrir una de estas festividades. Llegรณ pensando, como hacen los jรณvenes en todo, que venรญa de paso y no se quedarรญa. Y acรก estaba, un cuarto de siglo despuรฉs, frotรกndose el araรฑazo de esos trajes y mรกscaras multicolores en las retinas irritadas, trastabillando entre la maรฑana cegadora y su cincuentena. Mario se palpรณ el bolsillo del pecho, extrajo los anteojos de sol, y se los calรณ con un resoplido. La marea de los alcoholes de ayer bajaba y subรญa en su cabeza, al ritmo de la arteria temporal hinchada por la jaqueca en su sien izquierda.

Mario Fernรกndez era un hombre alto y desgarbado, con el pelo amarillo ceniciento, largo tras las orejas, y una voz gutural de locutor que รฉl agravaba bebiendo y fumando en cadena hasta muy tarde. Era el director y locutor ancla
en la radio Mariana fm. Su lengua florida, modulada por el controlador de la emisora, arrancaba suspiros a la audiencia femenina de la ciudad. Y, por si fuera poco, tenรญa fama de escritor y poeta. Aunque nadie sabรญa que hubiera publicado nada, habรญa organizado con el apoyo de su radio un exitoso taller literario, que causaba sensaciรณn entre las seรฑoras de la sociedad local. Y una soterrada envidia en los maridos: era el solterรณn, el hombre libre, el que dormรญa con quien quisiera, o solo. Si bien a veces, tarde en la noche y muy abajo en las botellas, Mario amargaba las mesas de pรณquer de sus amigos con alguna borrachera sarcรกstica. Se abstraรญa, hablaba a solas, declamaba protestas irรณnicas e incomprensibles dirigidas a un objetor invisible al que denominaba, todavรญa desde la puerta de su casa donde lo habรญan dejado apoyado: โ€œmi hablante lรญricoโ€ฆ Pero no huyan, no teman, muchachos, mi hablante lรญrico sรณlo visita a los que no han amado lo suficienteโ€.

Mario continuรณ su paseo matutino hacia el terminal de autobuses. Ahรญ recogerรญa la prensa de Santiago, que llegaba en el bus nocturno, y luego se irรญa a leerla mientras desayunaba en la terraza del Nacional. Al caminar, iba soslayando esas nociones pesimistas que lo habรญan asaltado reciรฉn, junto con el baile de los diablos. Mario Fernรกndez se consideraba a sรญ mismo un profesional de las resacas. Lo principal era descender sin daรฑo esos rรกpidos de la conciencia que se producรญan al despertar de una borrachera. Habรญa que administrar el timรณn con tino, sin oponerse nunca a la corriente, pero sin dejarse arrastrar por la deriva, tampoco. Si se hacรญa con arte, era posible bajar hasta el remanso de un nuevo dรญa evitando los remolinos de esas ideas inoportunas acerca de los aรฑos y la juventud perdidos, que lo habรญan atrapado hacรญa unos momentos. Lo mejor, en estos casos, era un golpe de remo hacia el pensamiento grato mรกs prรณximo. Y esta maรฑana lo tenรญa a mano.

Intentando no desafiar a su jaqueca, Mario logrรณ conducirse hacia lo que habรญa soรฑado esa madrugada. Habรญa soรฑado con Londres, estaba seguro. La trama la habรญa olvidado, mayormente. Siempre ocurrรญa asรญ con los argumentos de sus sueรฑos (y Mario se preguntaba si no serรญa esa una premoniciรณn acerca del escaso valor de un argumento para la propia vida). Al final, lo que le quedaba eran imรกgenes y sensaciones, vistazos y atmรณsferas. La emociรณn de lo soรฑado, no su relato. Se habรญa visto a sรญ mismo, acercรกndose, pedaleando por la orilla del Tรกmesis, recorriendo el Victoria Embankment a la altura de la aguja de Cleopatra. Veรญa el codo del rรญo virando tras el puente de Waterloo, y al fondo la cรบpula de Saint Paulโ€™s, radicada en el horizonte brumoso. Esos datos eran claros. Lo demรกs era atmรณsfera: la luz grisรกcea, sin aristas, unos tulipanes rojos en el parque por donde pasaba pedaleando, los enormes plรกtanos orientales hinchados de agua, recortados en el carbรณn de las nubes que navegaban como acorazados sobre su cabeza. En el sueรฑo, รฉl amaba esa luz, y amaba el aire cortante que dilataba sus pulmones, y las palomas que se apartaban de las ruedas de la bicicleta en el รบltimo momento: trozos alados de esa luz grisรกcea, dotadas de un รบnico ojo, colorado y combo, donde al pasar Mario se descubrรญa, retratado y convexo.

La imagen del sueรฑo fluรญa y se replegaba en su mente, al compรกs de la resaca, encantรกndolo y amenazรกndolo. Habรญa evitado pensar en esos lugares durante muchos aรฑos. Hasta cierto punto, fue su fracaso en el hรบmedo Londres, en esa primera juventud โ€“la tesina incompleta, la pรฉrdida de la becaโ€“, lo que lo habรญa relegado a su domicilio actual en ese oasis, sobre el desierto mรกs seco del mundo.

Mario tomรณ por la calle Ramos. Al pasar frente al tribunal de Pampa Hundida saludรณ al juez Larsson, que en ese momento salรญa a tomarse su cafรฉ del mediodรญa calรกndose el sombrero gris, amparรกndose del sol vertical. Luego, Mario virรณ hacia el terminal de autobuses. En todos estos desplazamientos, iba prefiriendo la vereda de la sombra y el centro dichoso del cauce de aquel sueรฑo. Si conseguรญa dejarse llevar por esa corriente feliz โ€“evitando sus rocas amargasโ€“ llegarรญa a la sobriedad, eventualmente, una media hora despuรฉs de su desayuno. Sano y a salvo de caerse en el remolino de melancolรญa que lo habรญa tentado hacรญa un rato (la diabรณlica bandita de los aรฑos perdidos, que pasaba gesticulando y bailando).

La parte mรกs feliz de aquel sueรฑo, sin embargo, se le escapaba. Habรญa algo que giraba y giraba, invisible pero esencial, como los rayos en el aro de la bicicleta; algo que soportaba la estructura completa de su ensoรฑaciรณn y que, sin embargo, desaparecรญa tragado por la propia velocidad con que se fugaba el pasado. ยฟQuรฉ era? Habรญa hecho mil veces ese camino hacia Kingโ€™s College, en el Strand, dirigiรฉndose a la universidad donde cursรณ un aรฑo del doctorado en literatura inglesa que nunca terminรณ. Lo que en el sueรฑo giraba y desaparecรญa, confundido con la propia luz gris y dichosa que lo animaba, debรญa encontrarse en algรบn sitio de esa imagen. En el sueรฑo lo habรญa sentido con claridad: eran un goce y una paz tan perfectas… Como si el hombre equilibrado en la bicicleta, detenido en la velocidad de las ruedas huecas, inmรณvil bajo el cielo de carbรณn que se movรญa, alcanzara por fin al tardรญo heredero que lo soรฑaba tantos aรฑos despuรฉs, y al pasar le comunicara un secreto. ยฟQuรฉ era? ยฟQuรฉ habรญa sido? ยฟQuรฉ trozo de un amor pretรฉrito y olvidado, del que ya no era capaz, lo alcanzaba en el sueรฑo?

Y de pronto lo recordรณ, o al menos recordรณ el sonido de lo que no podรญa recordar. Eran unos versos los que giraban en las ruedas vacรญas de su bicicleta, y en su cabeza, mientras pedaleaba por la orilla del rรญo hacia la universidad, cada maรฑana. Los versos que debรญa memorizar e interpretar para la tesina que se exigรญa al cabo del primer aรฑo de estudios, y que รฉl nunca completรณ. Porque, de algรบn modo, en aquellos aรฑos y a aquella edad โ€“habรญa creรญdo รฉlโ€“ la poesรญa debรญa ser vivida (y bebida y bailada y amada), en lugar de ser estudiada. Eso, si es que uno deseaba ser fiel al sentido profundo de esos versos. Versos que ahora luchaba infructuosamente por recordar. Pero que en aquella รฉpoca se habรญa sabido tan de memoria, que era su corazรณn el que los sabรญa por รฉl. Los habรญa sabido by heart, como se dice en inglรฉs. Tal vez por eso, justamente, era el corazรณn โ€“y no su cabezaโ€“ el que los habรญa recordado en el sueรฑo. Y de allรญ que sรณlo el sonido, y no las palabras, hubiera sido preservado.

Mario Fernรกndez recogiรณ sus periรณdicos en el quiosco, frente al terminal de buses, y luego se encaminรณ hacia el Hotel Nacional. Caminaba manteniendo su postura acostumbrada: su gastada chaqueta de tweed colgรกndole de los hombros, y los brazos abiertos sosteniendo el diario por delante. Dejรกndose guiar por el piloto automรกtico del hรกbito, Mario cruzรณ en diagonal la Plaza de la Matriz. Se detuvo un momento bajo la mirada ferruginosa de la estatua del prรณcer minero, don Liborio Nรบรฑez. Y enseguida atravesรณ la calle hasta el sombreado bar del Nacional donde se sentรณ a su mesita de costumbre, en la terraza entoldada, junto a la vereda. Efectivamente, los diablos danzantes no habรญan sido fruto de un delirio: la ciudad se preparaba una vez mรกs para la fiesta anual. Unos obreros municipales de guardapolvo azul, montados en el camiรณn con la escalera telescรณpica que les prestaban los bomberos, trabajaban colgando guirnaldas en los postes del alumbrado. Esa tarde tendrรญa que cubrir aquellas โ€œnoticiasโ€. Mario enarbolรณ su diario, intentado postergar lo mรกs posible la amenaza de esos trabajos.

Sin embargo, no consiguiรณ fijar la atenciรณn en el periรณdico. La arteria hinchada de sus jaquecas, en la sien izquierda, insistรญa en llevar el ritmo โ€“pero no la letraโ€“ de aquellos versos que habรญa oรญdo โ€“pero no recordadoโ€“ en el sueรฑo ciclรญstico de esa maรฑana. La temporal (la arteria del tiempo, jugaba a llamarla รฉl), pulsaba con esos versos que su corazรณn sabรญa, pero su cabeza no. ยฟCรณmo eran? ยฟQuรฉ decรญan?

Una sombra se perfilรณ detrรกs de las hojas desplegadas de su periรณdico. Mario intentรณ mantener a raya a quien fuera, levantando aรบn mรกs esa precaria barricada que los protegรญa, a รฉl y a su jaqueca, contra la luz demasiado franca del dรญa. Pero el intruso carraspeรณ, asomรกndose por un costado del periรณdico:

โ€“Ah, Mario, ยฟquรฉ noticias llegan de la capital?

Era el capitรกn Andrade, el ingeniero militar a cargo de la pavimentaciรณn de la infinita carretera bi-oceรกnica. Ancho de hombros, curtido, con sus sรณlidos botines de combate, el quepis verde y las dos pistoleras, una para el telรฉfono celular, parecรญa haber aplanado reciรฉn otros diez kilรณmetros de pampa.

โ€“Si quiere leerlo se lo presto mรกs tarde, capitรกn โ€“le ofreciรณ Mario, intentando volver al periรณdico.

Pero el otro no se dio por vencido:

โ€“Siempre escucho su programa de las tardes. Me encanta oรญrlo, cuando estoy trabajando en la carretera. Usted tiene el don de hacerme imaginar otros mundos.

Mario evocรณ al ingeniero militar a bordo de su motoniveladora, atado por la interminable cinta de asfalto que iba desenrollando sobre el desierto, con la radio encendida, imaginando desvรญos hacia โ€œotros mundosโ€.

โ€“ยฟQuiere sentarse? โ€“le preguntรณ por fin, cuando ya era evidente que el ingeniero no se irรญa.

Andrade se apresurรณ a tomarle la palabra. Aproximรณ nerviosamente dos sillas y se sentรณ en una. Era de esos hombres que necesitan espacio extra para acomodar su timidez. Y antes de hablar se ajustรณ mejor los anteojos oscuros, de espejos, bajo la visera del quepis:

โ€“Gracias, gracias. Es tan extraรฑo encontrรกrmelo acรก. Tan extraรฑo… โ€“le repetรญa.

Parecรญa que se estuviera refiriendo a un fantasma. Mario doblรณ el periรณdico y lo dejรณ en la silla contigua. Luego se tomรณ el pulso en la sien izquierda, con el dedo medio. Sintiรณ la gruesa arteria latiendo bajo la yema, trasmitiรฉndole, en algรบn cรณdigo telegrรกfico, la letra de esos versos que no conseguรญa atrapar. La resaca de ese dรญa era una de las malas.

โ€“ยฟQuรฉ le extraรฑa tanto, Andrade?
     โ€“Reciรฉn pasรฉ por la casa y mi seรฑora estaba oyendo el programa musical que usted conduce. Y ahora me lo encuentro acรก.
     โ€“Es un programa grabado.
     โ€“Parece tan real โ€“le argumentรณ el ingeniero.
     โ€“Es real, pero no es en vivo. Hay otras cosas asรญ. Toda la literatura, por ejemplo.
     โ€“Ah, claro. Yo nunca fui muy bueno para las letras. Fรญjese que ni siquiera escribo cartas. Si quiero saber de un amigo, lo llamo โ€“y se llevรณ la mano al telรฉfono del cinto. Parecรญa que fuese a desenfundar primero y matar a alguien en un duelo de velocidad comunicativa.
     โ€“A mรญ me gusta escribir. Se puede pensar dos veces antes de decir una tonterรญa.
     โ€“Sรญ, cierto โ€“le sonriรณ Andrade, desconcertรกndose otro pocoโ€“. Usted es escritor. ยฟPuedo acompaรฑarlo con un trago, Mario? Estoy seco, tengo la boca llena de alquitrรกn.
     El ingeniero sacรณ y le mostrรณ una larga lengua ennegrecida. Si se hubiera tratado de otra persona โ€“y no del capitรกnโ€“, Mario Fernรกndez habrรญa pensado que era alguna clase de ironรญa. Pero, siendo รฉl, Mario le examinรณ la lengua con cortesรญa. Andrade era incapaz de indirectas. Lo suyo era abrir surcos en la realidad, de frente. Y hasta tenรญa el mentรณn apropiado: cuadrado y hendido, como la pala de un buldรณzer.
     Andrade pidiรณ un pisco sour.
     โ€“ยฟTan temprano, capitรกn? ยฟNo le da miedo que le salga en zig-zag el tramo de esta tarde?
     โ€“No trabajarรฉ esta tarde. Estoy celebrando, Mario. Acompรกรฑeme con un brindis.
     โ€“ยฟYa llegรณ a la frontera?
     โ€“No, es otra cosa. Mucho mejor, mucho mejor. Por fin me ascendieron a Mayor. Y me trasladan.
     โ€“Me alegro por usted.
     โ€“Y por la Maureen… Sobre todo por ella hay que alegrarse, Mario. Ya no daba mรกs la pobre en este agujero. Cualquier dรญa se me iba a escapar por allรญ.
     Mario le prestรณ atenciรณn, buscando un doble sentido. La rubia musculosa, que hacรญa demasiadas pesas en el gimnasio del nuevo hotel de lujo, en las afueras, no habรญa esperado el traslado para escaparse โ€œpor allรญโ€, mientras su marido pavimentaba sus cinco kilรณmetros diarios.
     Hubo un largo silencio. La sirena de la Compaรฑรญa de Bomberos ululรณ en el otro extremo del pueblo, anunciando el mediodรญa. Mario se estremeciรณ: la diana taladraba la meninge mรกs ardida de su migraรฑa. Cuando terminรณ de sonar, el ingeniero seguรญa callado. Cualquiera habrรญa dicho que era un silencio de esos que suponen una cierta intimidad entre quienes lo comparten. Y Mario prefiriรณ romperlo:
     โ€“Pero usted no parece muy contento.
     โ€“No โ€“reconociรณ Andrade, con dificultad, reacomodรกndose en la silla.
     Sin saber bien por quรฉ, Mario se puso a pensar en lo difรญcil que debรญa ser para el ingeniero maniobrar su motoniveladora, la exagerada amplitud de su arco de viraje, su inflexibilidad ante las curvas y los obstรกculos. Se preguntรณ si deberรญa ayudarlo en esta maniobra, hacerle algunas seรฑas. Pero el ingeniero se le adelantรณ:
     โ€“Usted es un literato, Mario.
     โ€“Nunca he publicado nada.
     โ€“Pero por ahรญ se comenta que escribe historias. Y sobre gente de esta ciudad. La Maureen dice que en el taller literario usted les ha leรญdo alguna.
     โ€“Calumnias que me levantan.
     Andrade pasรณ por encima de esa finta. Su mente funcionaba como su motoniveladora, apisonaba los obstรกculos. Ahora el ingeniero se habรญa adelantado sobre la mesa y movรญa las gruesas manos, de dedos cortos y cuadrados. Desplazรณ el salero y la taza de cafรฉ vacรญa, hacia los extremos de la cubierta, como despejando un plano inexistente.
     โ€“A mรญ se me ocurriรณ una historia. Y querรญa saber… Bueno, me preguntaba si usted podrรญa darme su opiniรณn profesional sobre ella. Podrรญa pagarle, como en una sesiรณn de taller, pero para mรญ solo.
     Mario meneรณ la cabeza. Volviรณ a llevarse el dedo al pulso de la sien. ยฟTendrรญa ahora, precisamente en medio de una resaca de las peores, que oรญrle un cuento al ingeniero, alguna ficciรณn que se le habรญa ocurrido en sus tardes rectilรญneas guiando la topadora por la pampa?
     โ€“Tal vez, si me la manda a la radio…
     โ€“Es que no la tengo escrita. Y es muy corta. Si me da un minuto… Se trata de un ingeniero militar.
     Por supuesto, tenรญa que tratarse de un ingeniero militar.
     โ€“Un soldado casado con una mujer hermosa, pero infeliz.
     Una alerta difusa llevรณ a Mario a escrutar al ingeniero. Aunque todo lo que logrรณ ver en el reflejo de los anteojos espejados del otro fue su propia imagen, con el dedo medio masajeรกndose la sien izquierda.
     Y Andrade continuaba con su cuento. Esa mujer era la mรกs hermosa que aquel ingeniero imaginario habรญa conocido en su vida. Una mujer tan hermosa que รฉl siempre se habรญa preguntado por quรฉ ella lo habรญa escogido; por quรฉ se ha-
bรญa casado con el hombre de su historia. Llevaban casi diez aรฑos de matrimonio perfectamente feliz, o por lo menos eso se imaginaba el marido…
     โ€“Aunque el marido รฉste, el de mi cuento, Mario, no es un hombre de imaginaciรณn.
     Aunque no tuviera imaginaciรณn, el marido imaginario habรญa creรญdo que su hermosa mujer era feliz. A no ser porque no habรญan tenido hijos. No obstante los esfuerzos y la aplicaciรณn del marido, que incluso planificaba su vida sexual de modo que coincidiera con los perรญodos mรกs fรฉrtiles de su mujer, no habรญan podido tener hijos. Pero eso no debรญa ser, necesariamente, una causa de infelicidad, pensaba el sensato marido de esa historia. Al fin y al cabo, se tenรญan el uno al otro. Y aunque sus gustos eran muy diferentes, habรญa ciertas cosas en comรบn. Por ejemplo, el marido imaginario pensaba que a su mujer le gustaban tanto como a รฉl los muebles de estilo oriental, con la felpa plastificada, incluidos en la casa que les dio el ejรฉrcito en el oasis, cuando lo destinaron acรก โ€“porque esa historia imaginaria ocurrรญa allรญ mismo, en Pampa Hundidaโ€“. Y tambiรฉn creรญa que ella amaba la mรบsica orquestada de Ray Coniff, esas baladas sin voz, tan placenteras (que sonaban como un รณrgano ahogรกndose en una piscina de miel, pensรณ Mario, pero no se lo dijo). El marido imaginario le regalaba esos discos porque una vez, de novios, habรญan bailado con esa mรบsica hasta el amanecer. Pero en su รบltimo cumpleaรฑos la mujer de este hombre sin imaginaciรณn habรญa roto en llanto cuando รฉl le entregรณ el acostumbrado disco compacto de Ray Coniff. Y le gritรณ que ella odiaba esa mรบsica โ€œplรกsticaโ€. Tan plรกstica, habรญa dicho la mujer de ese cuento, como el plastificado que cubrรญa la felpa dorada de los sofรกs chinescos que tambiรฉn odiaba. Y habรญa partido en dos el disco que รฉl โ€“o sea el hombre imaginario, pero sin imaginaciรณn, de esa historiaโ€“ le habรญa regalado.
     El capitรกn Andrade se detuvo, sonriรฉndole con trabajo. Tenรญa una hermosa sonrisa varonil, sรณlo afeada por los alquitranes del camino. Mario le preguntรณ:
     โ€“ยฟLe ha contado a su seรฑora esta historia?
     โ€“No me atreverรญa. Ella es la escritora, en nuestra casa.
     โ€“ยฟY allรญ termina su cuento?
     โ€“Falta lo mejor โ€“le respondiรณ Andrade; algo brillaba, quizรกs, tras los espejos negros de los anteojosโ€“. Ahora el ingeniero de mi cuento recibe la noticia de que lo han ascendido y lo van a trasladar.
     Entonces, el marido imaginario se lo comunica a su mujer, pensando que la harรก feliz. Tantas veces la oyรณ quejarse de que se ahogaba en ese agujero calcinado. Pero ella le responde
que no se irรก con รฉl. Que la รบnica felicidad que ha conocido estรก en ese oasis. El marido de esa historia no comprende nada. O comprende todo pero le falta imaginaciรณn para abarcarlo, como en el dรญa del cumpleaรฑos, cuando ella rompiรณ el disco compacto. El marido le propone a su mujer, entonces, que no se vayan. Que se queden. ร‰l puede rechazar el traslado, rehusar su ascenso.
     โ€“Y lo darรญan de baja del ejรฉrcito. ยฟEn quรฉ trabajarรญa el marido de su historia? โ€“le objetรณ Mario.
     โ€“En varias cosas. Es un hombre sin imaginaciรณn, pero prรกctico. Seguramente se emplearรญa en una de las mineras.
     โ€“Y esta mujer de su cuento, ยฟquรฉ le contesta entonces a su marido?
     โ€“La mujer de mi cuento le contesta que si รฉl se queda, en ese caso serรก ella la que se vaya de la casa. Y le confiesa que tiene un โ€œamigoโ€ en el oasis. Desde hace tiempo. Y que con รฉl ha descubierto todo lo que le falta en la vida. Aunque no estรก segura, siquiera, de si ese โ€œamigoโ€ estรก realmente enamorado de ella.
     Andrade lo dijo de un tirรณn. Y luego se quedรณ sosteniendo su sonrisa sobre el poderoso mentรณn cuadrado y hendido. El mentรณn que evocaba inevitablemente la pala de un buldรณzer y que le temblaba un poco, como si sostener esa sonrisa requiriese una fuerza incluso mรกs vigorosa que su fuerza de voluntad.
     โ€“La mujer imaginaria de mi cuento prefiere un amor casi imaginario, antes que vivir con su marido imaginario. ยฟMe entiende?
     Y de pronto la sonrisa del ingeniero temblรณ y se desplomรณ, como un puente mal construido sobre un abismo. Y la visera del quepis se inclinaba sobre el pisco sour.
     Mario decidiรณ que era tiempo de encargar la cerveza frรญa que se prometรญa siempre, para culminar el descenso de una mala resaca. ร‰sta no se irรญa aรบn. Pero ya era tiempo de pedir un poco de ayuda. El sueรฑo feliz de esa madrugada parecรญa tan lejano como la nostalgia de algo que nunca ocurriรณ. En el silencio que sobrevino mientras le traรญan la cerveza, intentรณ recordar una vez mรกs, ya sin verdadera esperanza, el poema que giraba en las ruedas huecas de esa remota bicicleta. Pero no pudo. El verso, el poema, el secreto que supo aquel ciclista joven, la ensoรฑaciรณn, todo se retiraba junto con la resaca.
     Cuando la cerveza llegรณ, Mario levantรณ rรกpidamente su vaso y le ofreciรณ un brindis al ingeniero:
     โ€“Lo felicito, capitรกn Andrade. Creo que tiene un buen cuento.
     โ€“Todavรญa no termino. El final estรก abierto. ยฟNo lo llaman asรญ ustedes, los literatos? La Maureen me ha contado que lo llamaban asรญ en el taller: final abierto. Como sea, una de las posibilidades abiertas es รฉsta…
     Y Andrade palmeรณ sonoramente la pistolera del revรณlver de servicio que llevaba al cinto.
     โ€“Un final sangriento โ€“constatรณ Mario, alertado por el suave escalofrรญo que le recorrรญa el espinazo.
     โ€“Sรญ, claro, esa es una posibilidad. El marido lo ha imaginado mucho, con variantes.
     En una de esas variantes el marido imaginario del cuento imaginaba que se iba y se pegaba un tiro en el primer motel de carretera que encontraba en su camino. En otra variante de final, el marido fingรญa que se iba, dejando libre a su mujer en el oasis. Luego, un buen dรญa retornaba de sorpresa y, tal como en las historias vulgares, las de la vida real, la encontraba en cama con su amigo y les pegaba un tiro a cada uno. En otra variante, el marido imaginaba…
     Mario decidiรณ que era mejor interrumpirlo:
     โ€“Para ser un hombre sin imaginaciรณn, el marido de su historia se pone en muchas hipรณtesis.
     Andrade le sonriรณ sin fuerzas, de nuevo. Aunque se habrรญa dicho que con una pizca de orgullo literario.
     โ€“Hay otro final posible, Mario. Sin sangre. No se olvide de que el marido de mi historia es militar, sรญ, pero del arma de ingenieros. Y que muchas veces pensรณ que si habรญa escogido esa โ€œarmaโ€ fue porque, en el fondo, nunca se sintiรณ capaz
de usar una de verdadโ€ฆ ยฟMe sigue?
     Asรญ que habรญa otro final posible para el cuento. Esta otra posibilidad era que el marido de la historia fuera a hablarle al amigo de su mujer. No se conocรญan mรกs que de vista, pero al fin y al cabo โ€“pensaba el marido imaginarioโ€“ entre ambos habรญa implรญcita una cierta confianza, algo asรญ como la camaraderรญa que se produce entre dos desconocidos, en un hotel barato, cuando comparten el baรฑo. El marido imaginario escogerรญa el momento, uno equidistante entre su orgullo y su cobardรญa, y se presentarรญa frente a su rival. Probablemente, pero esto no lo habรญa decidido del todo, preferirรญa abordarlo en un lugar pรบblico, de modo que la presencia de la ciudad a su alrededor actuara como una aliada tรกcita. No habรญa que olvidar que รฉl era la parte ofendida, que tenรญa de su lado a las buenas conciencias y al orden de las familias. (Fue la รบnica ocasiรณn en que Mario advirtiรณ una trizadura de ironรญa en el relato del ingeniero. Nadie habรญa sido capaz de advertirle al personaje de su cuento lo que hacรญa su mujer, mientras รฉl trabajaba en aquellas obras pรบblicas indispensables para el progreso de la ciudad). En esta hipรณtesis, entonces, el marido imaginario se presentarรญa ante el amigo imaginario y…
     โ€“Y entonces le exigirรก que deje tranquila a su mujer, supongo โ€“exclamรณ Mario, exasperado.
     Deseaba ya oรญr el final de esa historia, deseaba volver cuanto antes a lo que quedaba de su ensoรฑaciรณn. Aunque lo que quedaba sรณlo fuera unos despojos, el eco inescrutable de una lรญnea de aquel poema que supo de corazรณn, en su juventud.
     โ€“No, Mario. En mi cuento, el marido le pide al amigo de su mujer un favor.
     Andrade volviรณ a levantar el mentรณn en forma de pala, a estirarlo hacia รฉl, al tiempo que se sacaba los anteojos reflectantes. Mario nunca lo habรญa visto sin ellos. Tenรญa los ojos pequeรฑos y planos, muy negros, como si se le hubiera metido en ellos el asfalto de la carretera que no terminaba nunca de pavimentar. Eso, al menos, lo tenรญa en comรบn con Maureen: los ojitos chicos, planos y juntos; aunque los de ella eran de color miel. El capitรกn continuรณ:
     โ€“El marido de mi historia nunca ha sido un obstรกculo, Mario. El marido de mi cuento ama a su mujer y no soportarรญa vivir sin ella. Pero tampoco soportarรญa vivir con ella y verla infeliz. Asรญ es que el marido le pedirรญa al amante que lo ayudara.
     Era la primera vez que llamaba โ€œamanteโ€ al amigo de ese cuento. Mario lo sintiรณ como una especie de ascenso, una suerte de rango o galรณn que le habรญa sido conferido al amigo, promoviรฉndolo a amante oficial.
     โ€“El marido de mi cuento le pedirรญa al amante que lo ayude a que su mujer se quede.
     Que lo ayudara empleando su imaginaciรณn de amante, ya que el marido no la tenรญa. Que le proporcionara a la mujer esas ilusiones que ella necesitaba para considerarse feliz. Que le diera la fantasรญa de una pasiรณn, la ilusiรณn de un romance, o al menos la excitaciรณn de un amor clandestino. Aunque el amante no la amara realmente โ€“subrayรณ el capitรกnโ€“ (porque acaso ese hombre ya no sabรญa amar), que le regalara a ella discos que de verdad le gustaran, y revistas que la animaran a redecorar su casa, y conversaciones entretenidas.
     โ€“En fin, Mario, que la haga feliz con esas cosas que los amantes saben de las mujeres. Pero que un marido sin imaginaciรณn, como รฉl, no puede dar.
     Mario se levantรณ de la silla. La ensoรฑaciรณn de esa madrugada se disolvรญa rรกpidamente, junto con la resaca. Se sentรญa desgraciadamente sobrio. Ya no podrรญa recordar quรฉ lo hizo pedalear tan dichoso, alguna vez. Ni recuperar ese sentimiento perdido cuyo rescoldo habรญa sobrevivido al despertar; pero que ahora parecรญa haberse extinguido, definitivamente. La primera cerveza del dรญa lo habรญa devuelto a su impecable empate con el olvido. Y los diablos de la cofradรญa local, con su bandita, ensayaban a pleno sol, al otro lado de la plaza, saltando y contorsionรกndose.
     โ€“ยฟEso es todo? โ€“le preguntรณ al ingeniero.
     โ€“Sรณlo una cosa mรกs. Es un buen cuento, ยฟverdad, Mario?
     โ€“Creo que sรญ.
     โ€“Pero yo no sรฉ escribir. ยฟLo harรญa usted por mรญ? Asรญ como ha escrito otras historias de esta ciudad, ยฟescribirรญa esta por mรญ?
     โ€“Posiblemente.
     โ€“ยฟY quรฉ final va a escoger?
     Antes de salir al mediodรญa cegador, Mario se quedรณ pensando un momento, de pie bajo el toldo de la terraza. Se llevรณ el dedo medio a la sien izquierda, tomรกndole el pulso a la arteria temporal que ya casi no latรญa. Que ya casi no irrigaba la memoria desvanecida de esos versos que se habรญa sabido de corazรณn.
     Y de pronto, asรญ sin mรกs, los recordรณ. Chasqueรณ los dedos, entusiasmado. Eso era. El joven ciclista lo alcanzaba y le susurraba al oรญdo el poema, sonriรฉndole. Se vio a sรญ mismo pedaleando de nuevo por la orilla del gran rรญo, cada vez mรกs rรกpido, lanzado y derecho hacia el futuro, recitando aquellos versos. Los versos que tambiรฉn fluรญan, deslizรกndose sobre su propia mรบsica. Y sentir la paz que emanaba de esas palabras perdidas y recuperadas โ€“ni exactas, ni verdaderas, sino bellasโ€“ alcanzaba para perdonarse el presente. O por lo menos eso le pareciรณ, en ese instante.
     โ€“El final feliz, capitรกn โ€“le contestรณ Mario, palmeรกndole el hombro robusto al oficial, mientras salรญa hacia la luz radiante de la plazaโ€“. Escribรกmosle un final feliz. ~

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Es escritor. Si te vieras con mis ojos (Alfaguara, 2016), la novela con la que obtuvo el premio Mario Vargas Llosa, es su libro mรกs reciente.


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