El muro de Berlín

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Cuando eleves un muro, sé prudente,
construye entre sus piedras una grieta

— Jaime Moreno Villarreal1. Cómo cayó el muro
Como se sabe el muro de Berlín se modernizó en cuatro ocasiones. La gente estaba acostumbrada a esos retoques y justamente los ignoraba. ¿A quién le importa que los ladrillos sean sustituidos por placas de cemento si el muro sigue siendo el mismo y su lugar y función no cambian? La última remodelación fue particularmente profunda
y la pared tuvo que ser demolida por tramos. Pero un error de coordinación entre las brigadas demoledoras que trabajaban a un ritmo frenético y las encargadas de levantar el nuevo muro produjo que las primeras acabaran su trabajo antes de que las segundas hubieran colocado una sola placa de hormigón. El muro dejó temporalmente de existir y las autoridades del sector oriental se apresuraron a aclarar a través de la radio y de la televisión que la no existencia del muro era sólo aparente y que el muro en realidad se estaba remodelando y dentro de unos días se levantaría de nuevo. Pero en las semanas que siguieron no se vio a ningún trabajador a lo largo de la línea fronteriza y corrieron rumores de que esa inactividad se debía a un error garrafal de los arquitectos que había hecho forzosa la revisión total de los planos de la nueva pared. La gente de ambos lados lo tomó a risa y circularon ingeniosos chistes sobre la ineptitud de los constructores. Pero el buen humor dejó paso al nerviosismo cuando después de dos semanas de completa inmovilidad se descubrió que sin el muro de por medio se podía cruzar de un lado a otro con relativa sencillez. Los soldados eran impotentes para controlar aquella frontera abierta y conminaban desde sus torretas de vigilancia a las personas del lado oriental que querían cruzar al sector occidental a que hicieran cuenta de que el muro estaba ahí como siempre. Las personas decían que sí con la cabeza y después de cruzar al otro lado buscaban obtener noticias más precisas sobre el muro y regresaban a sus casas desilusionadas al comprobar que la perplejidad cundía en ambos sectores. Los más confundidos eran los que tenían pensado huir a Berlín occidental. La temporal inexistencia del muro trastornaba sus planes de fuga y sólo unos cuantos aprovecharon la posibilidad de cruzar la frontera para adquirir en el sector occidental ciertas herramientas que según ellos les facilitarían su huida una vez que el muro volviera a edificarse. Pero no se veía ninguna señal de reconstrucción y el movimiento de protesta fue creciendo día a día a ambos lados de la división. La gente gritaba: "¡Levántenlo de una vez! ¡Estamos cansados de este muro!" La protesta amalgamó a los habitantes de ambos sectores y al no haber manera de saber quién vivía en un lado y quién en el otro se produjeron desmayos y escenas de pánico. La gente no pudo más y empezó a recoger piedras y ladrillos y de manera atropellada se dio a la tarea de la reconstrucción. ¡Es inmenso el poder de construcción de una multitud enfurecida! En una sola noche se levantó el muro y fue tal la conciencia de la propia fuerza que se apoderó de todos al ver de nuevo el muro en su sitio que el sueño largamente incubado de derribar el muro se propagó en un santiamén y en la misma noche en que fue reconstruido se asistió a la caída de aquella vergonzosa frontera que los había tenido en ascuas durante tantos años.
      
     2. Cómo se olvidó el muro
     Como se sabe la caída del muro de Berlín produjo después de la euforia inicial un trastorno generalizado debido a la ausencia repentina de la pared que había estado veintiocho años de pie en una ciudad cuyo río es demasiado vago como para cumplir alguna función divisoria. El muro cumplía en secreto ese papel y muchos pensaban que era ese el verdadero origen del muro y no los conflictos ideológicos entre las potencias del este y del oeste. En suma el muro se había arraigado en las costumbres de la población y si bien la mayoría comprendía que era preciso suprimirlo nadie estaba seguro de que esa supresión tuviera que ser repentina. Cada día crecía el número de las personas que en las inmediaciones del muro experimentaban ante la abolición de un deslinde tan familiar un vago sentimiento de pánico que les impedía cruzar la línea. El problema llegó a ser tan preocupante que el gobierno propuso la instalación de paneles escenográficos con la imagen pintada del muro en los tramos más transitados de la antigua frontera. Los habitantes rechazaron semejantes triquiñuelas y el descontento cobró fuerza hasta desembocar en un referéndum que dio amplia razón a los que opinaban que había que reconstituir el muro para irlo demoliendo de manera razonada. Sería desde luego un muro mucho más barato puesto que su función sería precisamente la de ser demolido y la parafernalia de las torretas de vigilancia y de los alambrados electrificados saldría sobrando. Un muro barato pero auténtico y de ninguna manera ilusorio. Un muro fácilmente destruible pero tampoco un juguete para el simple desahogo de los coléricos. Por lo tanto aquel que fuera sorprendido realizando actos de vandalismo contra el muro sería entregado a las autoridades. Nada de gritos y de insultos sino una demolición honda y sentida. La nueva pared que se levantó era exteriormente idéntica a la otra pero mucho menos sofisticada y no hecha de hormigón sino de ladrillos de desecho. Bastaron unos cuantos aguaceros para que los ladrillos de las hileras superiores se desprendieran. La gente se acostumbró a asistir al desmoronamiento gradual del muro por obra de los agentes naturales y casi nadie intervino para acelerar el proceso con su mano. Por demás la mayoría no deseaba en absoluto demoler el muro si podía transitar libremente de un lado a otro. Es difícil desacostumbrarse a una pared que estuvo veintiocho años de pie en una ciudad cuyo río como hemos dicho etcétera etcétera. Así se explica que muchos tomaran incluso una serie de precauciones en las proximidades del muro como aminorar la velocidad de sus vehículos o estornudar girando la cabeza para que el brusco desplazamiento del aire no afectara la pared. Pero la lluvia el viento el mal humor las vibraciones el parpadeo de los semáforos proseguían su obra y el muro perdía altura a ojos vistas. Quedó reducido primero a una modesta barda y después a un borde de piedra inexplicable y al final a un tope de unos pocos centímetros que los coches pasaban con un pequeño brinco sin que nadie advirtiera que ahí mismo había surgido el otrora legendario muro de Berlín de cuya existencia a fuerza de tantas sutilezas ya nadie se acordaba.
      
     3. Cómo la caída del muro afectó el estilo literario
     Como se sabe el día después de la caída del muro de Berlín en todas las escuelas y colegios de enseñanza media de la ciudad los maestros permitieron a sus alumnos que escribieran por una vez sus trabajos sin poner ningún signo de puntuación. Querían de ese modo que sintieran en carne propia el aliento de libertad de la nueva época que empezaba. Pero esa medida en apariencia inocente tuvo consecuencias profundas en la literatura nacional. La momentánea caída del muro de la puntuación le reveló a un buen número de esos muchachos la existencia de una dimensión estilística del lenguaje que no sospechaban. Casi quince años después de aquel hecho la supremacía de la poesía sobre la prosa que se observa en la producción literaria actual es el anuncio de la llegada de esa generación a la literatura y se explica por el hecho de que en la poesía es más fácil suprimir los signos de puntuación que en la prosa. Y aun los pocos que actualmente escriben prosa han reducido al mínimo el uso de las comas y los puntos. Según ellos los signos de puntuación impiden a la intuición hinchar las velas del lenguaje y nos proveen de un motor ruidoso que deja su surco antipoético sobre la superficie de la expresión. En varias escuelas alemanas de nivel primario ya no se enseña la puntuación porque se cree que inhibe el desenvolvimiento verbal y artístico de los niños. Se trabaja con libros en que la puntuación ha sido abolida. Pero se ha observado que después de uno o dos años de no usar la puntuación muchos escolares desarrollan una alergia a la misma que les imposibilita emplearla en el futuro. Lo más frecuente es una sensación de obstrucción de las vías respiratorias cada vez que se les pide que utilicen esos signos o simplemente que los lean. En especial las comas son percibidas como partículas que se juntan en las arterias hasta taparlas. Del mismo modo se ha observado que aquellos escolares que están avezados en el uso de la puntuación reaccionan con un sentimiento de pánico cuando se les invita a declinar su uso. Una fuerte sensación de mareo y de pérdida del equilibrio se apodera de ellos conforme el texto procede librado únicamente a la ilación volitiva de las palabras y en frases particularmente largas experimentan una angustia que se traduce en la misma sensación de ahogo que padece por razones opuestas el otro tipo de alumnos. Tal vez dentro de poco se hará preciso dividir cada salón de clase entre escolares puntuativos e impuntuativos. Tal vez a la larga esa distinción se acentuará hasta abarcar otros aspectos de más profundidad. Es de suponer que los puntuativos desarrollarán habilidades conectivas y los impuntuativos se sentirán atraídos por actividades aleatorias. Se da por descontado que con el tiempo las personas que usan puntuación se reconocerán entre sí por una especie de sexto sentido y lo mismo ocurrirá con las que no la usan. De manera imperceptible y después cada vez más patente el país se separará en dos. Y un día volverá a ocurrir lo que todos tememos. Porque parece que no hay un solo acto de los alemanes que no lleve oculta la semilla de un muro que ha de surgir tarde o temprano para poner fin a una discordia insoluble.
      
     4. Cómo se sigue discutiendo si fueron dos muros o uno solo
     Como se sabe el muro de Berlín es en realidad dos muros. Eso lo sabían todos cuando fue construido pero con el tiempo se olvidó y la expresión "El muro de Berlín" acabó por predominar sobre la más exacta "Los dos muros de Berlín" que circulaba durante los primeros meses. El olvido de ese dato se debe a que los dos muros estaban pegados y daban la apariencia de una sola pared. Las dos potencias con tal de no ceder un solo centímetro del propio territorio construyeron sus muros exactamente sobre la línea fronteriza y ambas paredes parecían una sola. Ahora vemos qué tan fácil hubiera sido repartirse los distintos tramos de la frontera para ahorrarse tiempo y dinero. Pero ello habría significado ponerse de acuerdo sobre una gran cantidad de aspectos e incluso trabajar conjuntamente en algunos puntos de la división. Así que cada potencia prefirió construir su muro sin preocuparse del muro enemigo. Y sucedió que por el mecanismo de rivalidad propio de estos casos los dos muros acabaron por ser idénticos. De hecho cada muro se hizo para tapar el muro contrario. Ninguna de las dos potencias habría aceptado que fuera el muro de la otra y no el propio el que demarcara su límite patrio. Así que ni una sola hilera de los ladrillos enemigos debía quedar visible detrás del propio muro. Y ya se sabe lo que ocurre en estos casos: para que el rival no nos supere es preciso que lo superemos nosotros y con ello lo obligamos a que nos supere de nuevo y es el cuento de nunca acabar. Por suerte a fuerza de trabajar pegados unos a los otros los albañiles de las dos potencias trabaron cierto entendimiento que impidió que ambos muros crecieran hasta alcanzar dimensiones monstruosas. No sólo se regalaban cigarros sino también ladrillos y cemento cuando era preciso. Se entiende por qué. Al construir dos muros pegados cada muro se apoya inevitablemente en el otro. Y construir contra algo firme facilita el trabajo. De manera que a la hora práctica de la edificación y contradiciendo las proclamas y discursos de los políticos de ambos lados cada muro se aprovechó de la existencia del muro contrario y era interés común de los albañiles de las dos potencias que ambas paredes crecieran al mismo ritmo. No hay que creer por ello que hubiera acuerdos secretos entre las cuadrillas de trabajadores. Bastaban pequeños gestos o miradas para que el ritmo de trabajo de un lado se adecuara perfectamente al ritmo de trabajo del otro. Así se explican los frecuentes regalos de materiales para que ninguno de los dos bandos se rezagara y por lo tanto no se perdiera ese sutil acoplamiento. Lo cual nos lleva de vuelta al punto de si se trató de un muro o de dos. No cabe duda de que puede distinguirse perfectamente en los trozos de muro que aún permanecen de pie la existencia de dos paredes separadas que quedaron unidas como las dos partes de un sándwich. Pero ¿es suficiente para afirmar que fueron dos muros en lugar de uno solo? ¿Podrían los arqueólogos del futuro basándose en el puro estudio de estos restos y sin contar con la ayuda de documentos escritos reconstruir la manera como se edificó la pared más famosa hecha por el hombre después de los muros de Troya y la Muralla china? ¿Podrían adivinar por la pura colocación de los ladrillos que gente enemistada entre sí se hizo cargo de las dos partes del muro? ¿Y cómo explicarían que la línea de unión de ambos muros resulta tan fina a lo largo de toda la construcción? Ahora sabemos que sólo una presión ejercida por ambas partes al mismo tiempo pudo dar como resultado una juntura tan perfecta. Hubo pues una íntima cooperación entre las cuadrillas enemigas. Pero esa juntura ¿fue de verdad una unión o representó la grieta secreta que los trabajadores de ambos lados deslizaron para minar el muro desde el principio? ¿Y podrán los arqueólogos del futuro con instrumentos más sensibles que los nuestros contestar esa pregunta?
     5. Cómo el muro nunca existió
     Como se sabe cuando se construye un muro la prudencia aconseja deslizar una grieta para estar seguros de que se caerá tarde o temprano. Es probable que nadie levantaría un muro si estuviera seguro de que duraría eternamente. O lo pensaría dos veces antes de construirlo. El hombre rehúye en el fondo cualquier forma de perpetuidad y aunque una parte de él aspira a la hechura de cosas perdurables otra más profunda le aconseja que no deje ninguna huella perenne. Porque la fundamental aspiración de todo ser vivo no es tanto multiplicarse como desaparecer lo más tarde posible. Sólo para conseguir esa tardanza se reproduce. Las galerías que atraviesan el interior de las grandes pirámides egipcias no tienen en realidad la función de conducir a los catafalcos de los faraones. Más bien están hechas para minar esas moles imponentes con unas grietas internas que garanticen su futura desaparición. En toda edificación humana hay lugar para una grieta. El muro de Berlín no sólo no escapó a esa lógica sino que la llevó más lejos que ninguna otra construcción. Puede decirse que empezó a caer no desde que fue construido sino desde que fue concebido. Se puede afirmar incluso que nunca existió. Lo que existió fue la grieta de Berlín. Y como una grieta no puede existir sola se hizo un muro que la contuviera. Se proyectó pues la grieta y no el muro. Se proyectó el vacío y no la presencia. La llamada Arquitectura Negativa descansa en este simple principio y el muro de Berlín ha sido sin duda su obra más significativa. Según esta corriente el espacio que nos rodea no es sólo el conjunto de los volúmenes y las formas que vemos sino igualmente de los que hemos dejado de ver. Por eso se le conoce también como Arquitectura Evocativa. La silueta ausente del muro es uno de los hitos arquitectónicos modernos. Ahí está y todos la perciben. Porque es relativamente fácil dejar de ver algo que existe. Lo difícil es dejar de ver algo que ha desaparecido. La desaparición pesa. La cosa ausente se torna más concreta ahora que no la vemos. El muro que desde el primer momento se concibió como puro vehículo de una grieta se ha tornado de este modo una de las creaciones arquitectónicas más sólidas y durables. Puesto que los fantasmas son más persistentes que los seres vivos el muro es tal vez la primera edificación humana que obedece a un anhelo de perpetuidad que incluso las pirámides de los faraones rehuyeron en su momento. Y a esto se debe la necesidad sentida por todos de conservar en pie algunas de sus partes. No para dejar un genérico testimonio de su existencia sino para mantener a raya su ausencia. Mientras algunos trozos del muro no desaparezcan al menos su fantasma no podrá agrandarse demasiado. Siempre podremos confrontarlo con el rostro real que tuvo. Al fin y al cabo este es el verdadero sentido de las ruinas: no devolvernos al pasado sino salvarnos de él. –

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