Los titulares recordaban los tiempos del Semanario de lo Insรณlito: “Exhibida en el siglo XIX como fenรณmeno de circo, Julia Pastrana fue enterrada en Sinaloa, su estado natal, a 153 aรฑos de muerta.” Con ello se puso fin al periplo de “la momia errante”, un caso infame de explotaciรณn pรณstuma que, primero con su hijo y despuรฉs sola, la llevรณ a ser la mayor atracciรณn de museos de curiosidades y cรกmaras del horror en Estados Unidos y Europa. Despuรฉs de que el cuerpo embalsamado formรณ parte de colecciones mรฉdicas, fue comprado por su antiguo esposo, roรญdo por los ratones e incluso robado, la ceremonia fรบnebre promete ser el รบltimo capรญtulo de una historia azarosa y aberrante de indignidad que, sin embargo, nunca podrรก restaรฑar el daรฑo.
Conocida en su tiempo como “la mujer mรกs fea del mundo” y presentada en las ferias itinerantes como la “indescriptible mujer oso” o como un hรญbrido de ser humano y antropoide, Pastrana padecรญa hipertricosis terminalis –una condiciรณn que la cubriรณ completamente de pelo–, ademรกs de un severo abultamiento de las encรญas que hacรญa que el mote de mujer barbuda pareciera eufemรญstico. Era bailarina, mezzosoprano, sabรญa montar a caballo y tocaba la guitarra. A pesar de sus habilidades artรญsticas, un empresario victoriano exclamรณ al verla que era demasiado para el circo.
Ejemplo de la fascinaciรณn por la diferencia fรญsica y su empleo espectacular en el mantenimiento de las jerarquรญas normativas, Julia Pastrana no ha dejado de llamar la atenciรณn de la comunidad cientรญfica. De Darwin a Freud, y de Frederick Treves, el mรฉdico de “El hombre elefante”, a Jan Bondeson, autor del magnรญfico libro Gabinete de curiosidades mรฉdicas, Pastrana ha sido objeto de estudio y no solo de exhibiciรณn impรบdica.
Su repatriaciรณn se debe a los esfuerzos de la artista Laura Anderson Barbata –quien parecรญa predestinada a interesarse en “la mujer barbona”–. Bajo el tรญtulo capcioso de Julia Pastrana regresa a casa desarrollรณ un proyecto interdisciplinario en colaboraciรณn con el gobierno mexicano y un comitรฉ de รฉtica de la Universidad de Oslo, lugar al que el cuerpo llegรณ de manera rocambolesca y en donde permanecรญa en resguardo hasta hace poco. Pese a todas las precauciones mostradas, la decisiรณn de enterrar el cuerpo no escapa a la polรฉmica, y en particular resulta debatible que su รบltima morada sea precisamente Sinaloa, sitio donde en su momento fue maltratada, se le negรณ el bautizo y del que no dudรณ en escapar tan pronto se le presentรณ la ocasiรณn (segรบn otras versiones, fue allรญ donde fue vendida, como esclava, al circo). Aunque elementos como el maltrato y la necesidad de huir corresponden a una idea muy difundida de “casa”, eran en todo caso mejores opciones Viena o Moscรบ, donde Julia Pastrana conociรณ la felicidad al lado de su esposo, el innombrable Theodor Lent, reputado como el malo de la pelรญcula, pese a que Julia se sentรญa muy apegada a รฉl y juntos concibieron un hijo. No es un dato menor que Sigmund Freud, tras conversar con la reina pilosa de ultramar, concluyera que estaba feliz, contenta con el extraรฑo papel que le tocรณ desempeรฑar en la vida.
En la atropellada gira macabra de sus restos hay esfuerzos previos por darle una sepultura catรณlica –religiรณn que se presume profesaba–. En 1996 se hizo una campaรฑa por incinerarlos e incluso se pidiรณ que Pastrana fuera enterrada en la catedral de Oslo. Un grupo de cientรญficos considerรณ “un acto de vandalismo mojigato” deshacerse de un ejemplar tan interesante, asรญ que se optรณ por conservarla en un sarcรณfago, lejos de las miradas morbosas pero a disposiciรณn de los investigadores. Buena parte de la atracciรณn que produjo tras su muerte se explica por el trabajo del profesor Sukolov, un maestro del embalsamiento que se adelantรณ a Von Hagens en la tรฉcnica de preservaciรณn de cuerpos.
Si bien el entierro de Pastrana hace un llamado de atenciรณn sobre las injusticias derivadas de la deformidad, reabre el debate sobre la exhibiciรณn de cadรกveres e incluso problematiza el estatuto ontolรณgico de las momias –uno de los antiguos dueรฑos del cuerpo de Pastrana, H. J. Lund, preguntรณ retadoramente por quรฉ no se empezaba por sepultar a las momias de Egipto–, la ceremonia no deja de tener algo de antojadizo y desfasado, y hay quien la critica como un รบltimo acto de circo, ahora en torno a su memoria.
Mรกs allรก de las medidas de inviolabilidad del fรฉretro y la cuidadosa extracciรณn de muestras a fin de que la investigaciรณn mรฉdica no se interrumpa, no faltan motivos para la sospecha. Anderson Barbata defiende, no sin ambigรผedad, que la repatriaciรณn de Julia constituye una pieza de “arte social” que ha de aรฑadirse a su currรญculum; mientras que la ocurrencia de una campaรฑa en lรญnea de venta masiva de flores para la sepultura –mรกs de treinta mil gladiolos y alhelรญes– ha propiciado la lectura maliciosa de que reinventa la explotaciรณn post mรณrtem.
Como si respondiera a la pregunta de por quรฉ no dejarla descansar en paz en el Instituto de Investigaciones Mรฉdicas de Oslo, un cartel en las inmediaciones de la tumba recordaba la letra de “Mรฉxico lindo y querido”, que hasta donde sรฉ ningรบn mariachi tuvo el mal gusto de entonar como argumento. Aunque Anderson Barbata se mostrรณ sorprendida por el escaso conocimiento de Pastrana en Mรฉxico, con un bombo desorbitado, en el que se mezcla la tradiciรณn de los discursos oficiales y el engolamiento de los presentadores de espectรกculos, la artista declarรณ que con la repatriaciรณn de Julia Pastrana se “resignifica un pasado que le pertenece solo a ella, pero que le duele a todo un pueblo, a todo un estado y en especial a Mรฉxico”. Sรญ, justo el tipo de dolor colectivo que urge atender en uno de los estados con mayor nรบmero de ejecuciones del paรญs. ~
(ciudad de Mรฉxico, 1971) es poeta, ensayista y editor.