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A siglo y medio de Darwin, seguimos preguntando por un eslabรณn perdido, incluso a sabiendas de que la evoluciรณn se define por sus saltos, por las mutaciones, y que la evoluciรณn no puede ser una cadena continua. Nos angustia que las cosas queden sueltas y actรบen de suyo, sin permisos, que no se atengan a un principio central y nos viene bien organizar el propio pensamiento desde unos principios aglutinadores. Acumular, ordenar y administrar, ya no los saberes sino el saber; no los pensamientos sino el pensamiento. Asรญ naciรณ la Encyclopรฉdie de D’Alembert y Diderot. No solo fue un magnรญfico ejercicio civilizatorio y un progreso histรณrico, en muchos sentidos; tambiรฉn ha sido el emblema de un modo de pensar concรฉntrico. Pero toda concentraciรณn de materiales o energรญas en un sistema cerrado incrementa la presiรณn. Al mismo tiempo que el mundo ve surgir y cundir la mรกquina de vapor, se desata el caos en el proyecto enciclopรฉdico. Mรกquina y pรกginas hacen lo mismo: concentran la materia, la procesan –una por el fuego, la otra por la inteligencia– y la conducen a su resultado deseable.
Toda la historia ha obedecido a una intuiciรณn dualista, todavรญa aristotรฉlica, hilemorfista: hay un principio activo y uno pasivo. Poder y masa. Forma y materia. La vida es fuerza que actรบa sobre objetos. Y esa mentalidad ordena todo: cuerpo y alma, una magnitud pasiva a la que le llega el movimiento por una fuerza independiente; cuando se separan, el cadรกver vuelve a ser mera masa y el alma, fuerza suelta.*
Pero Diderot tiene metida en la cabeza una idea rara: que la materia no es inerte, que “la fuerza que actรบa sobre la molรฉcula se agota [y] la fuerza รญntima de la molรฉcula no se agota en lo absoluto”. Rousseau, fervoroso teรญsta, termina su amistad con Diderot y deja de colaborar; el ateรญsmo militante de D’Alembert y el materialismo de Diderot lo llevan a su lรญmite. Dice Rousseau (sigo a Jean Starobinski, Acciรณn y reacciรณn) que “todo movimiento que no es producido por otro, solo puede proceder por un acto espontรกneo, voluntario; los cuerpos no actรบan mรกs que por el movimiento, y no existe verdadera acciรณn sino por voluntad. He aquรญ mi primer principio. Considero entonces que una voluntad mueve al universo y anima a la naturaleza. He aquรญ mi primer dogma, o mi primer artรญculo de fe”. Y la respuesta diderotiana: “Veo todo en acciรณn y reacciรณn; todo reduciรฉndose en una forma y recomponiรฉndose en otra; sublimaciones, disoluciones, combinaciones de todo tipo, fenรณmenos incompatibles con la homogeneidad de la materia, de lo que concluyo que esta es heterogรฉnea; que existe una infinidad de elementos diversos en la naturaleza; que cada uno de esos elementos, por su diversidad, tiene su fuerza particular, innata, inmutable, eterna, indestructible; y que dichas fuerzas รญntimas del cuerpo tienen sus acciones fuera del cuerpo; de ahรญ nace el movimiento o mรกs bien la fermentaciรณn general en el universo.”
Poco despuรฉs vino el choque del fรญsico y matemรกtico D’Alembert contra el quรญmico Diderot y el quebranto final del proyecto. La discrepancia comenzรณ con la rebeliรณn de Diderot contra el modo de razonar la materia y la energรญa, y su sublevada idea de que todo estรก lleno, en sรญ, de ser: la materia misma es dinรกmica, la masa es de suyo vivaz. D’Alembert, el geรณmetra, se enfurece: no piensa perder su tiempo con “las fuerzas inherentes a los cuerpos en movimiento, seres oscuros y metafรญsicos, que no son capaces mรกs que de esparcir las tinieblas sobre una ciencia de por sรญ clara” (Tratado de dinรกmica). Rompen y Diderot sigue y persigue su bรบsqueda principal: hay, tiene que haber, “un paso de la sensibilidad inerte (que atribuye a la materia) a la sensibilidad activa (privativa de lo vivo)”. El paso no llegarรญa sino hasta la fรญsica de partรญculas subatรณmicas: la vivacidad de la materia. El concepto de la energรญa habรญa cambiado: la materia tiene en sรญ energรญa. La quรญmica, fabricante de ateos, conservรณ los fermentos, pero la fรญsica incautรณ las explosiones. La Bastilla fue tomada para buscar pรณlvora, no libertad.
La mecรกnica del universo fรญsico y la mentalidad ponรญan al mundo de cabeza sin variar su estructura dual:
Sin contrarios no hay progresiรณn. Atracciรณn y repulsiรณn; Razรณn y Energรญa; Amor y Odio, son necesarios a la existencia humana.
De estos contrarios surge lo que las mentes imbuidas de religiรณn llaman el Bien y el Mal. El Bien es pasivo y obedece a la Razรณn. El Mal es activo pues brota de la Energรญa.
El Bien es el Cielo. El Mal es el Infierno.
[Traducciรณn de Salvador Elizondo.]
Esta visiรณn de William Blake (El matrimonio del Cielo y el Infierno) es su vรญa de salvaciรณn (la intrincada teologรญa de Milton: la salvaciรณn es un camino de progreso y conocimiento que inicia de parte del diablo; luego surge el bien en la naturaleza humana, no porque se tenga sino porque se adquiere). El camino al paraรญso es de asfalto y petrรณleo, de lumbres y explosiones que transformen la faz de la Tierra. Para Blake, como para multitud de romรกnticos, la Revoluciรณn francesa es el camino de lumbre hacia la redenciรณn de la voluntad humana.
Fausto es ingeniero y es jurista, piensa en el poder y en el derecho y tambiรฉn halla el progreso en el poder del diablo sobre la pasividad del mundo material. Emblema de la modernidad occidental, al grado de que Oswald Spengler yergue al fausticismo como รบnico punto dialรฉctico a la altura de la revelaciรณn apolรญnea de la mentalidad griega. Y hacia el final de La decadencia de Occidente, rompe en un finale de entusiasmo wagneriano:
El inventor y descubridor fรกustico es algo รบnico [y] todos nosotros llevamos eso en la sangre […] Estos fervorosos inventores, en sus celdas, arrebatan a Dios su secreto entre oraciones y ayunos y consideran esto como un servicio de Dios. Aquรญ es donde nace la figura de Fausto, sรญmbolo magno de una autรฉntica cultura de inventores. […] La mรกquina es cosa del diablo. Tal ha sido siempre la sensaciรณn de la fe autรฉntica. […] Trabajo; he aquรญ la gran palabra de la reflexiรณn รฉtica. Pierde, a partir del siglo XVIII, en todos los idiomas su sentido despectivo. La mรกquina trabaja y obliga a los hombres al trabajo. Toda la cultura ha entrado en tal actividad de trabajo, que la tierra tiembla.
[Traducciรณn de Manuel G. Morente.]
Hasta entonces la lumbre y el fuego habรญan sido una pura hospitalidad. Yahvรฉ fue lumbre que no consume, el fuego que Herรกclito veneraba, la musa de fuego que invoca Shakespeare, los fuegos de artificio de Hรคndel y la Sinfonรญa 59 de Haydn todavรญa son parte de una cultura de un fuego amigable, que hace hogar, cocina, noches apacibles o fiestas; que se puede concentrar en hornos y forjas de metales, todo a escala de la herramienta y el trabajo humano. Para cuando Haydn envejece comienza la Revoluciรณn industrial. Tras ella, armamentos pesados, fรกbricas que humillan la escala humana, los nacionalismos, el capitalismo salvaje y sus salvajes adversarios –ninguno de los cuales se opone a la cultura de Mefistรณfeles: acumular la lumbre y, mรกs, la explosiรณn dentro de armatostes gigantes, en un “espectรกculo suprametรกlico y architronante” (dijo Apollinaire)–. Carbรณn, gas, petrรณleo –cosas que arden–. Hasta el capitรกn Nemo dependรญa de la combustiรณn. A cientos de metros bajo la superficie del mar, el Nautilus se propulsaba por vapor. Y la contaminaciรณn de la que habla Dickens es igual culpa de los humos y gases y vapores con que el trabajo alienado satura la atmรณsfera. Despuรฉs vino la energรญa de la fusiรณn atรณmica, cuya primera incursiรณn รบtil fue la mรกs horrenda bomba que hayamos visto y la certeza de que el poder que acumulamos es capaz de aniquilar lo que somos.
Pero queda el otro modo de pensar. Diderot neceaba con que la materia misma es la vitalidad. Toda molรฉcula estรก imbuida de una energรญa que รฉl llama vitalidad.
Para muchos, cambiar de mentalidad es tan difรญcil como alzarse por los aires jalรกndose de los pelos. La descripciรณn de nuevas mecรกnicas, o situaciones, y los cambios de mentalidad enrarecen las descripciones. No sabemos describir todavรญa las transformaciones que vienen con los cambios tecnolรณgicos. Pero sabemos que el paquidermo estatal no es ya el organizador de la sociedad y sus evoluciones.
La transformaciรณn no es con el Estado, pero tampoco necesariamente contra el Estado. Es decir: no depende de las instituciones pรบblicas, por mรกs que jueguen un papel nodal. El Estado quedรณ en la posiciรณn de impedir, o no, la organizaciรณn autรณnoma de las sociedades. Y esta mecรกnica desbarata el poder que viene de acumular y administrar (de modo material o jurรญdico): combustibles, electricidad, agua, alimentos y derechos sobre la tierra. Dos cosas pueden restarse de aquella acumulaciรณn en tiempo breve: gran cantidad de combustibles y el flujo de electricidad. (Con ello, la emisiรณn de co2 se reducirรญa dramรกticamente.)
Avanzar hacia ese punto, sin embargo, implica una amputaciรณn del aparato estatal. Los Estados que se opongan serรกn el prรณximo oscurantismo; los que sepan hacerse a un lado y no estorbar, o incluso impulsar la transformaciรณn, se harรกn mucho menos poderosos: la fuerza y el poder pierden su centralizaciรณn, su acumulaciรณn y se dispersan en iniciativas mucho mรกs pequeรฑas. Esto es motivo de entusiasmo, aunque no venga envuelto en pura luz.
La libertad verdadera no es una oposiciรณn sino una independencia. Y, como en la lรณgica del control y centralizaciรณn de la energรญa, queda la intuiciรณn de que la supervivencia no depende del Estado sino de la autonomรญa respecto del Estado. Hay muchas formas de salir del monstruo. La primera fueron las redes sociales y sus nuevas dinรกmicas, que vuelven inรบtil el intento de control gubernamental en las comunicaciones; incluso en internet: hasta D’Alembert, Rousseau o incluso Diderot habrรญan considerado idiota el proyecto de una enciclopedia gratuita, abierta a la participaciรณn y modificaciรณn voluntaria de cualquiera. Del mismo modo habrรญa parecido ridรญculo pensar que uno pudiera generar su propia electricidad. Y sin embargo, el fรญsico y empresario sudafricano Elon Musk ha lanzado su Tesla Powerwall, que almacena energรญa a precios rentables (menos de cincuenta centavos por kWh). Es la primera generaciรณn de baterรญas eficientes. El precio bajarรก y, si consideramos que el sol genera 1 gw por kilรณmetro cuadrado, por su sola actividad, nuestra ingenierรญa fรกustica queda como juguetito de niรฑos berrinchudos: la gigantesca hidroelรฉctrica que se construye para abastecer Guadalajara estรก calculada para producir setecientos cincuenta mw diarios; es decir, el 75% de lo que ofrece el sol cotidiano y gratuito.
No se trata de hacerle la guerra al Estado, pero sรญ de restarle poder, que por naturaleza es combustible, explosivo y contaminante. Es el punto en donde la polรญtica y el poder se muestran recรญprocamente excluyentes. Surge un nuevo millรณn de problemas: las formas jurรญdicas del cambio, los lรญmites de la acciรณn ciudadana y sus vรญnculos con otras organizaciones, comunales y pรบblicas; las formas siempre odiosas de exacciรณn; el universo de las patentes y la propiedad intelectual de obras, formas, tecnologรญas y cรณdigos informรกticos. Y luego, cรณmo lidiar con los terrorismos, sabotajes, insurgencias y revoluciones que han abandonado la lรณgica del fuego para utilizar como armas las formas civiles y cotidianas –porque bastaron unos boletos de aviรณn, unas navajas de papelerรญa y telรฉfonos celulares para derrumbar las Torres Gemelas; o la simple concurrencia de fin de semana para sumir a Francia en el pavor–. Contra el crimen no sirve la polรญtica: se requiere del poder. Pero debe ser replanteado, no repetido. Tambiรฉn queda claro que no se pueden sustituir todos los grandes capitales por una economรญa de cooperativas. Nadie quiere volver al Neolรญtico, por mรกs que deseemos incorporar a nuestro futuro su antigua negativa a dejarse mandar. Pero el Estado naciรณn que se forjรณ en el fuego y en el gobierno de la combustiรณn interna se volviรณ un cacharro contaminante. Asรญ como el verdadero ateo, Diderot, supo zafarse del pleito teolรณgico, el ciudadano actual quizรก aprenda a zafarse del Estado. Cortar cordones umbilicales. Ya empezamos con los telรฉfonos; en pocos meses podremos comenzar con la corriente elรฉctrica. ~
*El Fausto de Goethe se halla en una paradoja que no advierte: ¿por quรฉ puede vender el alma y seguir siendo Fausto? Si acaso, el principio activo puede enseรฑorearse sobre la masa pasiva. Si el reducto del ser es el alma, que posee al cuerpo, entonces serรญa posible solamente la operaciรณn contraria: que el alma vendiera su propiedad, el cuerpo.
(ciudad de Mรฉxico, 1962) es poeta y ensayista.