Ilustraciones: LETRAS LIBRES / Fabricio Vanden Broeck

En torno a Borges: La música de la inteligencia

La noche del 19 de enero de 1999 se reunieron, en la New British Library de Londres, los novelistas ingleses Martin Amis (Dinero, Campos de Londres) e Ian McEwan (El placer del viajero, Los perros negros) a conversar sobre Borges, cuya literatura se nutrió de innumerables libros ingleses. La lectura que Amis y McEwan hacen del argentino parecería cerrar ese círculo virtuoso. Letras Libres presenta la transcripción resumida de esa apasionada charla moderada por Richard Coles.
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RICHARD COLES: Esta noche somos invitados de la British Library en Londres, lugar idóneo para celebrar el centenario de uno de los bibliotecarios más famosos del mundo. Me acompañan dos escritores ingleses, ambos admiradores de Borges: Ian McEwan y Martin Amis. ¿Cuál piensas, Martin Amis, que sea la influencia y el atractivo de la literatura inglesa para este escritor argentino?

MARTIN AMIS: Creo que tuvo que ver con el hecho de haber tenido una abuelita y una nana inglesas y padres anglófonos. Uno podría decir, como con Nabokov, que el inglés fue su lengua materna. Su español se traduce como si estuviera en una especie de inglés original, porque los patrones se constituyeron tempranamente en él. Es un escritor increíblemente accesible. Escribir es una calle de dos sentidos y lo que ocurre en el otro carril es la lectura. Uno no puede pasar mucho tiempo en compañía espiritual con un escritor sin querer afianzar su amistad —y es una verdadera amistad, recíproca, pues todos los escritores quieren a todos sus lectores y, en particular, adoran a sus buenos lectores: sus lectores efusivos. Los escritores, en realidad, son más físicamente accesibles de lo que uno creería. John Updike dijo que ya llevaba algunos años trabajando en el asunto literario cuando se dio cuenta de que era el único escritor estadounidense con una licenciatura en inglés que no había conocido a Norman Mailer y Robert Lowell [risas]. Ian solía comer ocasionalmente con esa figura espectral, Thomas Pynchon, y a cada rato oigo, para mi disgusto, que todo el mundo pasó mucho tiempo con Borges. Desafortunadamente, Borges no vivió hasta los cien años y ahora sólo hay una forma de comulgar con él. Quiero hacer hincapié en la accesibilidad de este gran genio. Su reputación, creo, desanima a algunos lectores. Es libresco, arcano, abstracto y trabaja con ideales platónicos y tormentosos absolutos, infinitos, eternidades. Pero lo que me sorprendió al releerlo es cuán juguetón y chistoso es y qué alegría produce ver cómo su prosa se mantiene al paso de su imaginación tumultuosa y la controla. La prosa de Borges es como un alto latín: cada palabra y cada frase parecen conocer y remozar su etimología, y lograr que esto pase al inglés —no sin algunas torpezas aquí y allá— con una música consistentemente borgesiana es algo que debemos celebrar.

IAN MCEWAN: Lo que celebraremos es la música de la inteligencia y, dado que estamos sentados encima o en las bóvedas de una de las bibliotecas más grandes del mundo, me parece adecuado comentar “La biblioteca de Babel”, cuento escrito en 1940, al inicio de un periodo de extraordinaria creatividad para Borges, cuando él mismo se descubrió como la figura que ahora conocemos como Borges, cuando escribió los cuentos que realmente, pienso, han reordenado la parafernalia mental de cualquiera que se ponga en contacto con él. Vale la pena reflexionar acerca de los nueve años miserables que pasó Borges en una biblioteca municipal completamente abandonada; y vale la pena porque nos da un atisbo de la extraordinaria yuxtaposición, el trastrocamiento que sufrió Borges para traernos esta biblioteca infinita. Es una biblioteca del tamaño del mundo. El cuento tiene un comienzo maravilloso: “El universo (que otros llaman la Biblioteca) se compone” y luego pasa a describir exactamente de qué estaba compuesto. La biblioteca donde trabajó Borges sólo tenía 6,500 libros. También contaba con veinte bibliotecarios [risas]. Como dijo el propio Borges en un ensayo autobiográfico, la selección era tan pequeña que se podían encontrar los libros sin ningún sistema y, no obstante, estaban decididos a elaborar un sistema de catalogación, él y sus 19 colegas. Borges, en su primer día de trabajo, catalogó cuatrocientos libros; los otros bibliotecarios lo mandaron llamar y le dijeron que la catalogación se les había ofrecido para que hubiera una apariencia de trabajo y que él iba a conseguir que los despidieran. Creo que algo del genio de Borges está en esa yuxtaposición que para hacer una biblioteca revierte los propósitos de una biblioteca: uno no puede encontrar nada en ella.

RC: Hay en “La biblioteca de Babel” una compleja música gnóstica. Pero lo que, supongo, se percibe claramente a lo largo del cuento, como un pariente literario cercano, es de nuevo a Kafka.

IM: Vale la pena recordar que Borges era un admirador de Kafka, pero, más importante aún, que era su traductor. Sin duda en los cuentos de este periodo especialmente fructífero hay muchas resonancias, el placer de todas las contradicciones que surgen del infinito o de lo casi infinito, algo que deleitaba a Kafka. Un rasgo que comparten es este mundo herméticamente sellado que se da por hecho. Nunca se cuestiona aunque sea absurdo.

MA: ¿Cómo es posible que estos dos escritores, Borges y Kafka, hayan creado una especie de visión del mundo en sus cuentos? Kafka escribe acerca de los sueños, pero sus novelas son una pesadilla. Johnson dijo, creo, de Tristram Shandy, que nada extraño funciona cuando se prolonga. Resulta extraordinario que Kafka nunca haya terminado sus novelas y que Borges nunca haya empezado las suyas.

IM: Borges pensó que iba a escribir novelas y en los años treinta pareció estarse preparando y escribió pequeños manifiestos acerca de lo que debían o no debían ser. Sin embargo, una parte de su hazaña literaria, una parte de su revolución, por decirlo así, de su naturaleza radical, fue simplemente no escribir una novela, negarse a escribir una novela. Y dijo, célebremente, que no servía de nada darle vueltas a quinientas páginas cuando todo podía hacerse con dos o tres frases.

RC: Nunca habría logrado esa perfección formal, que es el sello distintivo de sus mejores cuentos, en algo tan grande y alborotado como una novela.

MA: Es la extrañeza, me parece: se gasta al cabo de cierto número de páginas. No puede sostenerse. Me gustaría comentar “La lotería en Babilonia”, un cuento absolutamente maravilloso y típicamente borgesiano. La lotería se complica al cabo de un tiempo por la introducción de sorteos negativos, donde en vez de conseguir el premio se contrae una multa. Todos en Babilonia se negaron a pagar el dinero y acabaron en la cárcel y “poco después los informes de los sorteos omitieron las enumeraciones de multas y se limitaron a publicar los días de prisión que designaba cada número adverso”. Se introdujo entonces la muerte como uno de los premios negativos y a veces “un solo hecho —el tabernario asesinato de C, la apoteosis misteriosa de B— era la solución genial de treinta o cuarenta sorteos”. El número de sorteos pronto conduce hacia donde conduce todo en Borges, el infinito. Finalmente les toca a los sabios, a los heresiarcas, que llegan a la conclusión de que la Compañía “no ha existido nunca” y que el universo siempre ha obrado de esa manera.

IM: En una parte del relato de la lotería se menciona a un esclavo que roba un billete carmesí. El sorteo “lo hizo acreedor a que le quemaran la lengua” [risas]. La palabra “acreedor” me parece maravillosa. La pena por robar un billete de lotería es que a uno le quemen la lengua. Algunos insistieron en que se le quemara la lengua al esclavo porque había contravenido la ley; otros, en que se le quemara porque era su derecho. Y Borges, con suma impasibilidad, describe los disturbios en las calles entre estas dos facciones, que pugnan por el mismo resultado.

RC: Hay otro nexo entre “La lotería de Babilonia” y “La Biblioteca de Babel”, pues está la referencia a la letrina sagrada, que se escribe QAPHQA. Supongo que se pronuncia como Kafka.

IM: Es Kafka: la letrina sagrada [risas]. Pasemos a otro cuento de 1940, “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, su cuento más grandioso y, sin duda, el más ambicioso. Inquiere directamente en lo libresco —las notas a pie de página, los artículos falsos en la enciclopedia— y luego se revela como una trama extraordinariamente paranoica. Una sociedad secreta de ascetas o monjes ha transmitido, a lo largo de generaciones, otro mundo descrito en su filosofía y en toda su literatura, y este otro mundo gradualmente se está apoderando del nuestro. Ahora bien, uno no suele pensar en Borges como en un escritor político, pero vale la pena recordar que, por más conservador que le pareciera a nuestra generación en los sesenta cuando empezamos a leerlo, era un demócrata apasionado que se opuso firmemente a la dictadura de Perón. En ese pensamiento estrecho y ordenado Borges ve el mismo tipo de orden paranoico del nazismo y del antisemitismo. Lo que hace que este cuento sea grandioso y ambicioso es el movimiento que empieza con la primera vez que se advierte la falta de un artículo en la enciclopedia y acaba con ese vasto complot cósmico. Lo que combate Borges a través de Tlön es simplemente el acto de la inconstancia. Lo dijo durante una comida poco tiempo después de que Perón ascendiera al poder: que las dictaduras fomentan la servidumbre y la opresión, pero aún más abominable es el hecho de que fomentan la estupidez. En contra de esto se encamina la lenta labor de su erudito personaje.

RC: Proclamarlo demócrata podría ser en cierta forma la proclama de una minoría. Pienso sobre todo en el resentimiento por parte de sus colegas literatos en América Latina. Quizá no parezca demasiado fuerte, pero García Márquez, por ejemplo, resintió su negativa a comprometerse, junto con otros escritores, en los asuntos políticos más urgentes de la época.

IM: Sí se alejó del compromiso político y, sin duda, siempre fue un conservador, pero de todos modos sostendría mi argumento de que su odio por la caída de la democracia en Argentina se mantuvo firme a lo largo de su vida.

RC: Otra razón por la cual quizá se le tuvo resentimiento fue porque, según algunos, era frío, porque su escritura perfecta y juguetona era a fin de cuentas fría y carente de compromiso y de pasión.

MA: No creo que uno se acerque a Borges por interés humano, aunque tiene mucho que decir sobre los extremos del temor y de la alegría. Nos acercamos a él para ver cómo se pone en marcha su imaginación frente a ciertas premisas frecuentemente ridículas, como en “Tlön…”. Borges se divierte mucho con los filósofos de ese mundo alternativo, donde dice que una escuela declara “que la historia del universo… es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio”.

RC: A menudo reserva su toque más ligero para los asuntos más grandes, lo cual es un maravilloso logro técnico.

IM: Su inteligencia colosal nunca está en duda. Además, fue uno de los grandes lectores del mundo; la idea de la literatura como una realidad tan primordial como cualquier cosa que uno ve o tiene en sus manos, se entreteje en todos sus cuentos y les sirve de apoyo. Según yo, lo que le da a sus cuentos esa cualidad sinuosa es esa idea de que lo imaginado es real.

RC: ¿No es también ligeramente humorístico con respecto a eso?

IM: Es muy chistoso. Sería una lástima que la gente se desanimara con Borges por pensar que es demasiado erudito.

MA: La erudición es más bien una búsqueda de imágenes e ideas que algo verdaderamente sistemático; es la hermosa generadora de esas monografías alemanas y textos antiguos. Es el sonido siempre, su musicalidad, creo.

RC: De hecho, su traductor francés, Néstor Ibarra, dijo: il n’y a que de lacunes, “no hay más que lagunas”. En cierta forma, las lagunas le dan esa ligereza particular. Y se refería al cuento “Pierre Menard”.

IM: “Pierre Menard” fue en realidad uno de sus mejores chistes. Se trata, de hecho, de un chiste prolongado. Se nos presenta como un ensayo literario acerca de un imaginario poeta simbolista francés, Pierre Menard, y contiene una lista maravillosa de todas sus obras. Una de sus hazañas, hallada entre sus papeles, fue una lista manuscrita de versos que deben su excelencia a la puntuación. Pero lo que interesa de Menard es su gran proyecto, su enorme ambición, sólo parcialmente consumada, de escribir el Quijote; no reescribirlo, no copiarlo, sino volver a imaginarlo. Y como dice Borges, inicialmente el método de Menard era más o menos sencillo: aprender español, regresar al catolicismo, pelear contra los moros o los turcos, olvidar la historia de Europa de 1602 a 1918 [risas] y ser Miguel de Cervantes. Pero luego descartó todo eso porque le pareció demasiado fácil y decidió que lo que quería era convertirse en Cervantes, pero seguir siendo Pierre Menard; ser Pierre Menard convertido en Cervantes. Así que el crítico literario nos presenta esta hazaña y la celebra. Es difícil determinar si esto es una celebración de la imposibilidad de ser jamás original o de la inevitabiliad de la originalidad.

MA: Esto aparece una y otra vez en Borges: la idea de que todos los escritores son el mismo escritor y todos los libros el mismo libro. Hay ahí una revelación genuina. Una de las dolencias de la crítica literaria es que escribir literatura no la perfecciona, no la hace mejor. Lo que ocurre es que evoluciona y es como un organismo vivo y los escritores, por lo tanto, son como células en este único organismo.

IM: Afirma también la primacía del lector.

MA: La literatura vive a través del lector. No hay dos lectores que tengan la misma imagen visual de los personajes y constantemente les están atribuyendo vida a esas propuestas sugeridas por el autor. Un cuento no es nada sin un escucha, el círculo no se cumple y simplemente se desvanece en el aire.

RC: ¿Cómo se referirían a Borges en términos de evolución literaria? Pues parece ser el último autor que se conforma a un modelo, a una teoría de la evolución literaria. En cierta forma Borges es el final de un camino; se puede hablar aquí más bien de cancelar rutas que de volver a abrirlas.

MA: Toda cancelación es una nueva apertura. Ésta es una imagen muy persistente en Borges.

IM: Lo descubrió en su propia vida. Es decir, el Borges que adoramos, creo, pertenece a un periodo de doce o quince años. De hecho, hubo un largo periodo de quince años durante el cual casi no escribió nada. Pero cuando empezó a producir de nuevo, al final de los setenta y en los ochenta, la calidad no tenía nada que ver con la de los cuentos escritos en los cuarenta y a principios de los cincuenta.

RC: ¿No hay algo despiadado en ese espíritu juguetón? Según yo es, en cierto modo, como si alguien usara tus juguetes y los rompiera y ya no pudieras volver a utilizarlos de nuevo. Borges de veras parece tener la última palabra —en tantos sentidos.

MA: Pero tiene ese otro hábito de encerrarse tras un muro de notas al final de un cuento, con lo cual parece estar negando todo lo que afirmó.

IM: A Borges no le interesan especialmente los sentimientos, el pathos, el destino de los individuos, el amor; muy semejante a Kafka, tenía enormes dificultades con las mujeres y me pregunto si eso no explica, en parte, la manera en que uno parece habitar el mundo del otro. Pero pienso que hay algo muy liberador en su deseo de alcanzar algún tipo de luminosa meseta hecha de pura abstracción, de juego intelectual. Creo que para el lector eso representa una gran libertad. Uno puede regresar luego a las novelas que tratan básicamente de cómo la gente se lleva entre sí, se distancia, se enamora y se odia.

MA: Quiero terminar comentando “El Aleph”, un cuento que contiene un monstruo horrendo que es un poeta, y no hay muchos monstruos en estos cuentos. El narrador de Pierre Menard, por ejemplo, es un esnob terrible y un rastrero y un antisemita y todo lo demás. En cambio, aquí el narrador es un ser razonable, mientras que el villano del cuento es un horrible poeta llamado Carlos Argentino Daneri. Es un gran relato sobre la rivalidad y el odio literario. Carlos Argentino es un poeta cuya falta de talento resulta prodigiosa; tiene un aparato mágico en su sótano llamado el Aleph, la primera letra del alfabeto hebreo, con el cual puede ver todo el planeta. Y entonces este idiota se propone “versificar toda la redondez del planeta; en 1941 ya había despachado unas hectáreas del estado de Queensland, más de un kilómetro del curso del Ob, un gasómetro al norte de Veracruz, las principales casas de comercio de la parroquia de la Concepción […] y un establecimiento de baños turcos no lejos del acreditado acuario de Brighton”. Cuando se relee el cuento, por lo general se va a ese momento en que el narrador —un hombre decente, razonable, un poco carcomido por la envidia, llamado Borges— mira el Aleph y ve todo lo que ha ocurrido jamás, pero simultáneamente. “El Aleph”, como la memoria de Funes y la novela infinita en “El jardín de senderos que se bifurcan”, muestra el panorama de todo a un mismo tiempo. Una vez más, la burla espeluznante de la escritura, el terrorífico telón de fondo que aparece en Borges. Todo a un mismo tiempo es el caos al que está tratando de darle forma y de mondar. Es lo que hacen estos cuentos. Se enfrentan a los terrores del infinito y de la eternidad con brevedad, con condensación.

IM: En algún momento están charlando y Daneri dice que no hay necesidad de viajar porque se tienen actualmente todas esas máquinas maravillosas, fonógrafos y aparatos de radiotelefonía, y el narrador dice: “Tan ineptas me parecieron esas ideas, tan pomposa y tan vasta su exposición, que las relacioné inmediatamente con la literatura” [risas]. Pienso que eso nos lleva al núcleo radical de Borges: hay algo casi antiliterario en estos cuentos, aunque sean un homenaje a los libros, pues parecen querer decir: todo es una mentira y la única verdad consiste en examinar la mentira misma.

Traducción de Tedi López Mills

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