Ilustración: Vicente Martí

Entrevista a Maurizio Viroli

Maurizio Viroli (Forlì, 1952), profesor en Princeton y en la Universidad de Lugano, ha escrito sobre el republicanismo y el constitucionalismo, las relaciones entre política y religión, las ideas de Jean-Jacques Rousseau, la política italiana y el nacionalismo. Ha colaborado con pensadores como Norberto Bobbio y Martha Nussbaum, y ha reflexionado sobre la evolución del lenguaje político. Todos esos temas confluyen en la vida y la obra de Nicolás Maquiavelo, que es uno de los asuntos que Maurizio Viroli ha investigado con más intensidad. Viroli ha escrito una biografía apasionante, La sonrisa de Maquiavelo, y le ha dedicado numerosos ensayos, entre los que se encuentran Machiavelli’s god, la monografía Machiavelli o la introducción de El príncipe para Oxford University Press, donde ha estudiado la relación de Maquiavelo con la filosofía renacentista italiana, sus concepciones de la libertad, el imperio de la ley y el civismo, la función de la religión o la idea del patriotismo. Este otoño, cuando el tratado cumple quinientos años, publica un ensayo sobre la obra maestra del florentino: Redeeming ‘The prince’: The meaning of Machiavelli’s masterpiece. 
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Maquiavelo y El príncipe han tenido mala reputación durante siglos. Usted, tanto en su biografía La sonrisa de Maquiavelo como en otras de sus obras, ha intentado corregir lo que considera un malentendido.

El príncipe ha sido gravemente malinterpretado. El primer malentendido es la idea de que Maquiavelo compuso su pequeña obra en torno a 1513 para conseguir un trabajo en el régimen de los Medici, que se había instalado a finales de 1512. Eso es sencillamente falso porque Maquiavelo no escribió en El príncipe argumentos o frases que buscaban complacer a los Medici. Él quería que los Medici hicieran algo importante por Italia. Quería que hiciesen lo que le parecía necesario y urgente para Italia. Por decirlo de forma sencilla, El príncipe de Maquiavelo no es la obra de un adulador sino de un hombre que amaba su país “más que su alma” y quería que este fuera libre. Por esa razón buscaba en el contexto político de su tiempo agentes políticos que pudiesen alcanzar lo que necesitaba Italia. El segundo malentendido importante en torno a El príncipe es que Maquiavelo teorizó la supuesta autonomía de la política con respecto a la ética; es decir, que la política tiene sus propias leyes, sus propios principios, y que las acciones de los príncipes no se pueden juzgar a partir de criterios ordinarios de moralidad, compasión, integridad y conocimiento. La razón por la cual esta idea no tiene ninguna base en el texto es que Maquiavelo afirma la necesidad de los gobernantes de violar los principios morales y practicar el mal cuando sea necesario en una serie de capítulos –15, 16, 17 y 18– que tratan del tema siguiente: cómo se juzga a los seres humanos, cómo se les alaba o se les condena. Ahora bien, en esos capítulos Maquiavelo habla de príncipes, pero lo que dice es válido para todos los seres humanos. En otras palabras, no señala principios para juzgar las acciones de príncipes y principios para juzgar las acciones de los seres humanos corrientes. Los principios son los mismos. Maquiavelo simplemente observa que hay circunstancias excepcionales en las que los príncipes pueden verse obligados a ser traicioneros, crueles, infieles. Pero, y esto es algo fascinante, ahora sabemos que mientras Maquiavelo componía El príncipe estaba, casi con total seguridad, escribiendo la célebre comedia La mandrágora. Se trata de un descubrimiento reciente. Y es extremadamente importante porque, si observamos estas dos obras –El príncipe y La mandrágora, que habla de ciudadanos normales, no de príncipes–, vemos que Maquiavelo llega a las mismas conclusiones con respecto a la ética y el comportamiento humano. En Maquiavelo no aparece la idea de que la política tiene autonomía respecto a la ética.

El príncipe es un libro esencial en la teoría política moderna, pero usted dice que muchas veces se ha leído mal.

A menudo se lee El príncipe de Maquiavelo como un texto científico, en el que Maquiavelo observa la vida política desde un punto de vista distanciado, frío e imparcial, el espíritu del científico, y donde intenta aislar leyes políticas empíricas. Esa interpretación es un anacronismo evidente. Maquiavelo compuso El príncipe siguiendo las reglas del arte de la retórica que habían establecido los teóricos romanos de la elocuencia. Emplea metáforas, imágenes y termina el libro con una exhortación que pide la liberación de Italia del dominio extranjero. La exhortación es un instrumento retórico típico; las oraciones políticas deben terminar con una exhortación y eso es lo que hace El príncipe. No es un texto científico, sino la obra de un hombre que no solo escribía para describir y explicar la vida política, sino para impulsar a alguien a actuar. Un politólogo, por definición, debe ser imparcial, mantener una distancia. Maquiavelo no era así: su estilo es apasionado, busca generar un compromiso. A veces, su prosa tiene un tono profético. No deberíamos olvidar que Maquiavelo termina El príncipe con unos versos de Petrarca. Creía en el valor profético de la poesía. Un científico no escribe así. Si uno de mis compañeros terminara un ensayo de ciencia política con un poema, le tomarían por loco.

Maquiavelo trabajó para el gobierno de Florencia. Realizó importantes misiones diplomáticas. Con el cambio de régimen, fue acusado de conspiración, encarcelado y torturado. ¿En qué medida es importante su trayectoria personal para comprender El príncipe?

Maquiavelo llenó El príncipe de la experiencia política y diplomática que había acumulado entre 1498 y 1512. Eso se ve en el libro de varias maneras. Por ejemplo, en algunos capítulos, especialmente cuando describe la experiencia de César Borgia, duque de Valentinois, encontramos las mismas consideraciones que había desarrollado en 1502, cuando la República de Florencia lo envió en una misión ante Borgia. En otras palabras, Maquiavelo era un escritor político que analizaba su propia experiencia política y que reflexionaba a partir de ella. Además, si queremos entender El príncipe, debemos pensar quién era Maquiavelo en 1513 y 1514. Un hombre derrotado, herido, desconsolado. Eso es esencial para comprender El príncipe. Entre noviembre y diciembre de 1512, Maquiavelo perdió su trabajo, su posición social, su prestigio y sobre todo la posibilidad de practicar su verdadera vocación: la actividad política. Ese hombre, recluido en la soledad de su casa de campo en Sant’Andrea in Percussina, escribe El príncipe. Ese libro lo obligaba a intentar ser otra vez él mismo, una persona dedicada a las grandes ideas de la política. En resumen, diría que la experiencia personal de Maquiavelo es importante para entender El príncipe en dos direcciones. En primer lugar, por el valor que tiene su experiencia profesional como funcionario activo y de alta graduación. Y, por otra parte, era un hombre que intentaba redimirse escribiendo El príncipe, un texto que trata de la redención de Italia.

Ha dicho que El príncipe está escrito contra dos tradiciones, la política de los Medici y la tradición ciceroniana.

Maquiavelo criticaba la forma de hacer política de los Medici y la filosofía política humanista basada en Cicerón. En el caso de los Medici, criticaba la política del amiguismo y del patronazgo, así como la práctica de repartir favores: dar dinero a los amigos, ayudarles con donativos, echarles una mano cuando tenían problemas con la ley y conceder distinciones públicas a cambio de lealtades. Maquiavelo sabía que a través de esos métodos los Medici habían conseguido gobernar Florencia durante sesenta años, entre 1434 y 1494. ¿Qué había por tanto de malo en esa política? El objetivo de Maquiavelo al escribir El príncipe era motivar, educar e inspirar a un redentor de Italia, un político capaz de hacer grandes cosas, no un líder hábil y astuto que supiera crear una réplica de un régimen caprichoso como el que los Medici habían establecido en Florencia. La forma de practicar la política de los Medici era caprichosa, mezquina e indigna, y resultaba totalmente incapaz de afrontar los problemas de Italia. Ocurre algo parecido con la otra tradición que critica Maquiavelo, la tradición humanista y particularmente la ciceroniana. El argumento es bien conocido. Según Quentin Skinner, El príncipe critica el principio humanista que dice lo siguiente: si un príncipe quiere preservar su Estado y la gloria, no debe violar los principios de la honestidad. En concreto, la humanidad, la justicia, la liberalidad y la clemencia. Maquiavelo escribe que, si un príncipe sigue en todas las circunstancias el principio de la honestidad no conservará su Estado ni obtendrá la gloria: al contrario, perderá su Estado y será olvidado o culpado por sus acciones. Creo que es cierto, pero hay que tener en cuenta un dato importante: Maquiavelo no tenía a su alcance los libros de esos humanistas. Sencillamente, no podía haberlos leído. Por tanto, lo que estaba criticando era el lenguaje ciceroniano y humanista que circulaba a finales del siglo XV y comienzos del siglo XVI en Florencia. Sabemos que en las reuniones públicas, en consejos deliberativos de la república de Florencia, los ciudadanos y magistrados usaban a menudo argumentos ciceronianos. Es el tipo de lenguaje que criticaba Maquiavelo; pretendía revisar ese lenguaje para formar o educar a un político capaz de realizar esa ardua tarea de la unificación italiana. No hay que olvidar que el gran héroe de El príncipe es Moisés: un líder que cometió actos crueles a fin de alcanzar el objetivo de redimir a los judíos de la esclavitud en Egipto y llevarlos hacia la tierra prometida.

Otro de los aspectos controvertidos es la razón de Estado.

Sí, pero Maquiavelo nunca utiliza la expresión “razón de Estado”. Este sintagma apareció por primera vez en la teoría política en una obra de Guicciardini, Diálogo sobre el gobierno de Florencia, compuesta entre 1521 y 1524. Cuando Maquiavelo dice que es posible que el gobernante, el líder o el fundador necesite violar los principios de integridad, humanidad, liberalidad y clemencia, no habla de manera abstracta; no establece la teoría de la “razón de Estado”. Simplemente, escribe que la práctica, la experiencia política concreta, muestra que hay circunstancias en las que el príncipe debe actuar inmoralmente. La diferencia entre Maquiavelo y la teoría de la “razón de Estado” que hizo célebre Giovanni Botero en su libro Della ragion di Stato, publicado en Venecia en 1589, es que, según la teoría, un político tiene derecho a usar cualquier medio para conservar el Estado y aumentar su poder. Para Maquiavelo, el príncipe no tiene ese derecho; se le pude excusar si realmente se ve obligado a recurrir a medios inmorales. Por decirlo de la forma más sencilla posible, la teoría de la “razón de Estado” justifica todas las acciones de los príncipes, siempre y cuando estos actúen para proteger el poder del Estado. El argumento de Maquiavelo es mucho más restrictivo, y se presta mucho menos a dar a los príncipes una justificación para desviarse de principios morales.

Para muchos, Maquiavelo, como Hobbes, sería uno de los padres del pensamiento político realista.

Todo el mundo dice que Maquiavelo es un pensador político realista. Yo diría que su realismo era muy especial. Era realista en el sentido de que sabía que para ser efectivo en política debes tener en cuenta la realidad política, las fuerzas disponibles, la naturaleza y la fuerza de tus enemigos, la calidad y cantidad de tus recursos. También lo era porque comprendía lo importante que es el ejército en la política. Pero, si nos fijamos, le gustaba imaginar realidades que eran muy diferentes a la realidad de su época. El ejemplo más claro es la exhortación al final de El príncipe, donde se anima a liberar Italia de los bárbaros. En 1513, la idea de liberar y unificar Italia no era nada realista. Tampoco lo eran resucitar la virtud militar romana y regenerar la virtud cívica en Italia, ambas acciones que Maquiavelo consideraba posibles. Por tanto, si era un realista era un realista con mucha imaginación. Un hombre al que le gustaba tener ideas grandiosas, y hacerlas realidad.

En La sonrisa de Maquiavelo, describe al autor de El príncipe como un hombre aficionado a la amistad y las bromas, a la escritura de comedias y versos burlescos. Al mismo tiempo, tenía una visión bastante áspera de la naturaleza humana. Decía, por ejemplo, que los hombres son “desagradecidos, simuladores y mentirosos; que rehúyen el peligro y son codiciosos”.

Maquiavelo era un hombre capaz de combinar la levedad y la gravedad. Sabía divertirse, le gustaba la transgresión, disfrutaba escribiendo comedias. Pero también podía ser muy serio, extremadamente grave. Cuando hablaba de pecados veniales, de asuntos cotidianos, de debilidades humanas como los celos, un amor excesivo por las mujeres, la avaricia o la vanidad, estaba lleno de humor y espíritu lúdico. Sus amigos lo llamaban “il Machia”, una apócope que hacía referencia a su ingenio. Pero, cuando prestaba atención a cuestiones políticas serias, que tenían que ver con la libertad y la dignidad de su país, era serio. A mi juicio, una de las cosas que le hacen grande es su capacidad de ser ambas cosas: el autor de El príncipe, Discursos sobre la primera década de Tito Livio y Del arte de la guerra, pero también el autor de La mandrágora y de cartas espléndidas, donde se mostraba totalmente amistoso y dispuesto a divertirse. Era un equilibro muy difícil y en ese sentido podemos ver a Maquiavelo como un auténtico profesor de una valiosa lección de vida que nosotros, en nuestra época, parecemos haber perdido. En la actualidad, tendemos a ser demasiado juguetones, a reírnos de todo, de la libertad y la opresión, el Estado, la ley. Ese es el estilo del bufón, no el del ciudadano. El estilo del ciudadano es saber reírse en su momento y saber ser serio cuando están en juego importantes elementos políticos.

El príncipe es un manual de consejos para una monarquía, pero usted asegura que para Maquiavelo la forma ideal de gobierno era la república, y concedía un gran valor al imperio de la ley.

Aunque algunos investigadores en los últimos años han dicho que Maquiavelo había abandonado sus principios republicanos, creo que siguió siendo republicano toda la vida. Eso para él significaba estar comprometido con los principios del bien común, el imperio de la ley y la participación activa de los ciudadanos en la deliberación política. Ese es el núcleo de su republicanismo. Otro aspecto importante era la conexión entre libertad política, virtud cívica y religión. Para Maquiavelo era imposible que un pueblo alcanzara la libertad si sus ciudadanos no practicaban la virtud cívica: es decir, oponerse a la corrupción, servir al bien común, resistir los intentos de ciudadanos poderosos por establecer la tiranía y cumplir sus deberes cívicos, empezando por el pago de impuestos y siguiendo por el servicio militar. Maquiavelo es muy claro al respecto: si quieres ser libre, necesitas tener lo que hoy llamaríamos una religión cívica. Es lo único que da al pueblo la motivación necesaria para ser buenos ciudadanos. Todos los ejemplos de buenos ciudadanos que conoció, las ciudades libres de Alemania o los romanos de la Antigüedad, eran religiosos. Por supuesto, para Maquiavelo ese tipo de religión no podía ser en modo alguno la religión católica romana. Él pensaba que el catolicismo era una fuerza corruptora. Era republicano porque pensaba que un gobierno republicano tenía más capacidad de sostener la virtud cívica que los principados o las monarquías. Las repúblicas eran mejores para garantizar la libertad, la dignidad y la prosperidad. Hay que tener en cuenta que las repúblicas necesitaban ser fundadas o reformadas por un gran líder político. La teoría que Maquiavelo propone en El príncipe –la teoría del fundador, del redentor– puede parecer contradictoria con la idea republicana expuesta en Discursos sobre la primera década de Tito Livio, pero en realidad los dos libros se complementan entre sí.

Uno de los ejes de El príncipe es la cuestión de las armas. ¿Por qué era tan importante para Maquiavelo que una ciudad tuviera una milicia propia?

Maquiavelo había visto en 1512 y luego vería en 1527, poco antes de morir, que si no tienes un ejército, te puede invadir una potencia enemiga. Y, por supuesto, eso es una pérdida de libertad y dignidad. Para Maquiavelo, esta era una clara lección de la historia. La siguiente cuestión que discute es: ¿qué tipo de ejército es un buen ejército? Y responde: un buen ejército es uno compuesto por ciudadanos. Eso implica que un ejército mercenario no es adecuado para defender la libertad y la dignidad. Maquiavelo también señala que un buen ejército debe estar integrado por soldados y capitanes temerosos de Dios, porque solo eso hace que el juramento sea significativo. Si no, el juramento ante Dios es irrelevante, y quienes lo hacen no pueden ser buenos soldados. Los soldados deben obedecer las leyes de la república y respetar las normas de la guerra. Un ejército ciudadano debe ser capaz de luchar con valentía, pero también ha de resultar fiable desde un punto de vista político. A Maquiavelo le preocupaba la fiabilidad del ejército en todos los aspectos.

Se le ha reprochado a Maquiavelo que prestara poca atención a los aspectos económicos y que subestimase la importancia de las transformaciones tecnológicas.

Es cierto. Maquiavelo era totalmente inepto para hablar de negocios. Dice abiertamente en una carta que era incapaz de hablar de la banca, los beneficios y las pérdidas. También tendía a infravalorar la importancia de los factores económicos. Por ejemplo, señala que el dinero no es un asunto esencial de la guerra: es una idea bastante discutible. Otra consideración que presenta es que si eres libre es probable que prosperes. También sabemos que en su propia vida fracasó como hombre de negocios. Todas las actividades económicas que intentó fueron un desastre. Era un hombre que gastaba el dinero que tenía. No hay duda de que, si queremos un teórico político que sea consciente de la importancia de la economía y que explique cómo funciona, debemos buscar en otra parte. A Maquiavelo le interesa la política con mayúsculas. La actividad empresarial y las cuestiones económicas eran de importancia secundaria para él.

Admiraba a algunos fundadores de religiones como Moisés, pero fue muy crítico con muchos aspectos del cristianismo.

Maquiavelo lanza contra la Iglesia católica, contra Roma y el alto clero, dos serias acusaciones. En primer lugar, que la Iglesia católica romana había dividido Italia. Maquiavelo creía que Italia seguía dividida porque la Iglesia había sido hostil a la unificación. Además, consideraba que por culpa de la Iglesia, Italia se había quedado “débil y sin religión”. La Iglesia, que era la mayor fuerza religiosa de la época, había convertido a los italianos en gente no religiosa, gente sin fe, poco fiable, desagradable, incapaz… Eso significa “débil”. Otra acusación se encuentra en el segundo libro de los Discursos sobre la primera década de Tito Livio, donde Maquiavelo dice que la religión católica priva a los seres humanos de la fortaleza necesaria para resistir frente a la opresión. Esa era la conclusión que sacaba Maquiavelo de su análisis de la situación religiosa de Italia y del mundo moderno. Esperaba que surgiese alguien que devolviera la religión a sus principios fundadores. Lo que según él estaba mal no era el cristianismo en sí, sino la interpretación que la Iglesia católica había impuesto durante siglos. Maquiavelo esperaba, creo yo, ver una reforma religiosa.

Isaiah Berlin escribió que, al establecer una separación entre moral y política, Maquiavelo creó una doble vía y sentó las bases de un liberalismo que quizá no le habría gustado. Habría sido, sin pretenderlo, uno de los fundadores del pluralismo…

Conozco esa idea, expuesta en un ensayo importantísimo, “La originalidad de Maquiavelo”, pero no me convence, porque Maquiavelo no era pagano. No proponía una visión pagana de la moralidad. No hay nada en los textos de Maquiavelo que apoye esa idea. Maquiavelo buscaba el renacimiento de un cristianismo cívico y republicano que había existido en Florencia y que se basaba en el siguiente principio: si quieres ser un buen cristiano, debes ser un buen ciudadano, alguien dispuesto a servir al bien común. Como el objetivo de Maquiavelo era ayudar a dar forma a buenos ciudadanos, y como sabía que a fin de crear buenos ciudadanos puedes utilizar la religión cristiana bien interpretada, no necesitaba soñar con la resurrección del paganismo. El tipo de cristiandad republicana incorporaba algunas dimensiones de las religiones paganas. Pero era cristiana, no pagana.

En muchas cosas, nuestro mundo parece distinto al de Maquiavelo. El nivel de agresividad política ha disminuido en grandes partes del planeta. Las democracias modernas, frágiles e imperfectas, permiten que la participación política de los ciudadanos, la transparencia y el imperio de la ley sean mucho mayores que en sus tiempos. ¿En qué sentido nos siguen sirviendo las reflexiones de El príncipe?

Nos siguen sirviendo, y esperemos que lo sigan haciendo, porque es un libro que habla de la redención política: de las acciones políticas para reformar un orden político existente, necesarias para liberar a un pueblo de la opresión o la corrupción, para que los seres humanos vivan una vida digna. Es un libro sobre la gran política, sobre el redentor. La verdad del libro se encuentra en el último capítulo. Han pasado quinientos años, pero ese tratado habla de una aspiración duradera y persistente de los seres humanos: la aspiración de participar en la redención política. Líderes totalitarios han tomado el poder presentándose como redentores, pero la idea de Maquiavelo no tiene nada que ver con el totalitarismo. Aunque la redención política se produce muy pocas veces, es una aspiración que todavía existe. Que nos dejase de interesar El príncipe significaría que esa aspiración ya no está presente en nuestro escenario moral e intelectual. Sería un día triste, pero estoy convencido de que el libro de Maquiavelo permanecerá vivo mucho tiempo. ~

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Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).


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