a mi hermano Jaime
La magnitud del mausoleo que se excava en Anfípolis, cuya exhumación es un verdadero reality arqueológico, ha llevado a muchos a preguntarse si este podría ser el destino final de los restos de Alejandro de Macedonia. Así que me puse a indagar en las fuentes históricas, buscando algo de luz al respecto.
Alejandro murió en el año 323 a. C. En cuanto murió, entre prodigios, se avivaron las disensiones. Pues “mal tienen en uno, ovejas sin pastor; entró en los barones cisma e mal fervor” a decir del castellano Libro de Alexandre. Y no solo entre los generales se avivaron la saña y el enojo. “Los persas se peleaban con los macedonios, porque querían llevarse a Alejandro e invocarlo como Mitra. Los macedonios se oponían, porque querían trasladarlo a Macedonia” (Pseudo Calístenes, III, 34).
Claudio Eliano da la más larga versión, pero cada frase vale la pena: “Mientras sus generales se disputaban el trono, él permaneció sin sepultura, de la que incluso gozan los hombres más pobres […] Pero él fue abandonado sin sepultura durante treinta días, hasta que Aristandro de Telmesos [un adivino], inspirado por la divinidad o movido por alguna otra circunstancia, se presentó ante la asamblea de los macedonios y les dijo que […] los dioses le habían revelado que la tierra que recibiera sus restos, ese cuerpo que fue el primer albergue de su alma, gozaría de la máxima felicidad y nunca sería destruida” (Historias curiosas, XII, 64). Y Olimpia, su madre, al saber esto, con “profundos gemidos y lamentos” se dolía de que su hijo no hubiese hallado sepultura (de nuevo, Claudio Eliano, XIII, 30).
Cuenta Flavio Arriano lo que sucedió con el cuerpo de Alejandro Magno, luego de su muerte, de la siguiente manera: “Arrideo, quien conservaba consigo el cuerpo de Alejandro, contra el parecer de Pérdicas se marchó con el dicho cadáver hacia Ptolomeo y se encaminó desde Babilonia por Damasco hasta Egipto.” Se dice que un oráculo de don Zeus (en el Libro de Alexandre encontré esta maravilla, que dice, por ejemplo, don Febo y doña Palas) había dicho que debía ser enterrado en Menfis, pero esto, que cuenta el Pseudo Calístenes, puede ser parte de la propaganda ptolemaica para asegurarse que el cuerpo fuera para Egipto.
El cadáver, en un ataúd de plomo según unos, en uno de oro, según otros, fue de Babilonia para Damasco. “Y aunque [Arrideo] en muchas ocasiones fue impedido por Polemón, que era amigo íntimo de Pérdicas, con todo pudo llevar a feliz término lo que se había propuesto.” Otros dicen que Pérdicas mismo llevaba el cuerpo hacia Macedonia, pero que le fue arrebatado por Ptolomeo en Damasco. El Libro de Alexandre, “rimado por la cuaderna vía”, trae así los pleitos por el cuerpo y la astucia del primer faraón griego:
Entendió Tolomeo de qué pie
[cojeaban
pareció bien por ojo que movidos
[andaban,
hízlo soterrar mientras llegados
[estaban,
ca el cabdal sepulcro aún no lo
[labraban.
Carlos García Gual, en su edición, dice que “realmente” el cadáver estuvo dos años en Babilonia. “Estuvo en Babilonia gran tiempo soterrado […] mas fue en Alejandría al cabo transladado […]”
Claudio Eliano: “Ptolomeo, si debemos creer esa historia, robó el cuerpo y lo llevó con diligencia hasta la ciudad de Alejandro que está situada en Egipto. Los demás macedonios nada hicieron, salvo Pérdicas, que intentó perseguirlo. No le preocupaba tanto el respeto debido a Alejandro y el deber sagrado hacia sus restos como lo inflamaban e incitaban las profecías anunciadas por Aristandro. Cuando alcanzó a Ptolomeo se entabló una gran batalla por la posesión del cadáver, de alguna manera semejante a aquella otra por el ídolo de Troya […] Ptolomeo logró superar el ataque de Pérdicas. Había hecho fabricar una estatua de Alejandro que había adornado con las ropas reales y con magníficos sudarios. Tumbó la imagen sobre un carro persa y preparó sobre esta un féretro espléndidamente adornado con plata, oro y marfil. Por delante había enviado el verdadero cuerpo de Alejandro, sin ninguna pompa, por caminos ocultos […] Cuando Pérdicas capturó la reproducción del cadáver y el carruaje preparado al efecto, puso término a la persecución, creyendo que había obtenido el premio. Demasiado tarde comprendió que había sido engañado: ya no podía perseguirles.”
Se podría inferir que, así como nadie sabe en realidad qué fue lo que mató al gran conquistador –¿fiebres palúdicas?, ¿los excesos?, ¿el dolor por Hefestión?, ¿el veneno?–, nadie realmente puede decirnos qué ocurrió con su cuerpo luego de Damasco. Sin duda el mundo antiguo creyó a pie juntillas que se hallaba en Alejandría. ¿Qué mejor lugar? Y Egipto y la dinastía ptolemaica fueron los últimos, de entre los reinos y dinastías sucesores de Alejandro, en caer presos de Roma, lo que prestaría crédito al anuncio del arúspice en el sentido de que la tierra que poseyese ese cuerpo sería feliz.
Pero lo que me extraña es que nadie diga nada del destino final de ese mausoleo: me extraña que ningún romano, ni César ni Antonio ni Augusto, vaya, ni Tiberio, Nerón, Cómodo, Caracalla, Heliogábalo o Maximino Daza o Constantino hayan ido a ver, ni hayan abierto el sepulcro, buscando sus armas tal vez. Es fama que el macedón mismo tomó las armas de su pariente Aquiles, particularmente el escudo sagrado, luego de estar en las ruinas de Ilión.
Hay muchas contradicciones en la historia. Ahora bien, si se hizo, por lo menos, una efigie mortuoria de Alejandro, ¿no se habrán hecho dos? ¿No habrá sido más listo que Ptolomeo, Antípatro, a quien el Pseudo Calístenes acusa de haber preparado el veneno que mató a Alejandro? ¿No podrían haberse llevado algunos macedonios el cuerpo para su tierra natal, dejando una efigie falsa en su lugar, que fue la que estuvo en Babilonia? ¿No sabía tal vez Ptolomeo, un gran propagandista, que no importaba si el cuerpo que tenía era el verdadero, sino que lo importante es que los demás creyeran que lo poseía? Y, por último, ¿no hubiesen tal vez accedido a enviarlo en secreto a Anfípolis, para que nadie perturbase nunca el sueño del conquistador?
Volviendo a la excavación en Anfípolis. Si no fuera de Alejandro, ¿de quién podría ser? Ha dicho alguno que de su madre, Olimpia, pero el cadáver de esta mujer fue horriblemente profanado. ¿De alguno de sus parientes asesinados? ¿De un general macedónico? No lo creo.
Bien sé que, hasta aquí, no he probado nada. Son puras conjeturas. Tal vez tan solo quisiera ser testigo de una maravilla tan grande como sería el descubrimiento del mausoleo de Alejandro. ~
Frost (México, 1965) es editor, escritor y guionista. Entre sus libros recientes están La soldadesca ebria del emperador (Jus, 2010) y El reloj de Moctezuma (Aldus, 2010).