Felipe Ángeles: sueños de gloria, historias de soledad

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Son raros los militares que se suman a una revolución. No son aquellos que han querido hacer carrera sino los que quisieron hacer milicia. Más que alcanzar honores, búsqueda natural en toda corporación –eclesiástica, académica, militar–, estos van tras el ideal guerrero de la vida heroica y la bella muerte. Jean-Pierre Vernant lo define de este modo:

 

[…] en el ideal heroico, un hombre puede elegir querer ser el mejor, siempre y en todo, y para probarlo va continuamente, según la moral guerrera en el combate, a colocarse sin vacilar en primera fila y a poner en juego, cada día, en cada enfrentamiento, su psukhé, él mismo, su propia vida, todo. ¿Por qué todo? Esta concepción de una forma de vida que se apega a un sentido del honor, la timé, también hace que todos los honores de Estado, los honores establecidos, no tengan valor alguno.1

 

Cuando aquellos militares toman tal camino en una revolución actúan en lo sucesivo como han sido educados y han querido ser: como guerreros, no como hombres políticos, que es otro oficio. No digo aquí que uno sea superior al otro. Me refiero a una diferente configuración de los sentimientos, los modos, la ética y la imaginación del propio destino. Creo que es el caso del general Felipe Ángeles, y es por eso que a través de la milicia y sus ideales, no de la política y sus ideas, quiero interpretar sus gestos, sus decisiones y su vida.

Es en el Colegio Militar de Chapultepec de fines del siglo XIX –año 1883 en adelante– y en su severo programa educativo donde Felipe Ángeles va formando los sueños de gloria y de honor militar que lo encandilarán, alucinarán o guiarán, según se mire y se quiera, toda su vida.2 Allí, de brillante alumno pasa a respetado profesor de matemáticas y balística, y siendo ya capitán de artillería, hacia sus treinta años de edad, escribe y publica en una revista del ejército algunas de aquellas imaginaciones.

En un artículo de 1899 el capitán Ángeles describe una larga noche de estudio en sus años de alumno, diez años antes, y sus impresiones a la mañana siguiente al asistir a los asaltos de esgrima en los exámenes de sable:

 

Para mí, que aún estaba bajo el dominio del estudio del día anterior, aquello era desagradable, bárbaro, salvaje. Los golpes me herían a mí también, herían mi cuerpo tembloroso de café, y sin embargo aquello brutal, aquello doloroso, me atraía irresistiblemente, me causaba cierto placer, curaba mi alma enferma.3

 

Meses después, en la misma revista, relata un paseo a caballo con su ayudante en un atardecer del valle de México de entonces. Describe los movimientos del animal con cariño de experto y termina diciendo:

 

la gloria de vestir el uniforme y ceñir pendiente de un costado la espada relampagueante y del otro el rayo con su trueno en un extremo y su lazo de fuego que termina en la ancha boca por donde entra la eternamente majestuosa muerte. Todo esto hace al hombre más grande, más fuerte, más noble, forma el ideal y hace más buena la vida.4

 

Tales pensamientos, con su estilo literario tocado de simbolismo finisecular siglo XIX, podrían ser también los de otros de sus coetáneos. No lo sé. Sé que este trató tenazmente de hacerlos norma de vida y, siendo ese su carácter temprano, la enseñanza militar, que en otros educa y refina la crueldad y la soberbia de sus temperamentos, le formó el sentimiento heroico de la vida y de la muerte. No digo que sea virtud o defecto. Digo que es un modo de existir, punto de partida para comprender reacciones y decisiones. El mismo estilo, los mismos ideales reaparecieron en 1914 en su “Diario de la batalla de Zacatecas”,5 una escritura romántica, cruel y un poco cursi para quien la considera desde las ideas de la democracia política.

Sus compañeros y profesores del Colegio Militar lo describían ya entonces como un carácter solitario, taciturno y altivo.6 No fueron desmentidos por los escritos ni por las acciones del capitán Ángeles.

En 1901, comisionado en Francia para inspeccionar las compras de material de artillería, le arruina algunos negocios a su padrino, el general Manuel Mondragón. En 1904, comisionado en Estados Unidos para dictaminar sobre una compra de pólvora, se opone a la operación y perjudica a dos interesados en ella, el subsecretario de Guerra, general Rosalino Martínez, y Rosendo Pineda, poderoso político cercano a don Porfirio.7 El coronel Ángeles tomaba en serio la honestidad con el dinero y el desinterés por los bienes materiales, rasgos también del ideal heroico.8

Por haberse atravesado en los asuntos de los poderosos tuvo que pagar, según todo indica, las consecuencias. En marzo de 1909 fue alejado de México en misión de estudio en Francia. Esta fue su otra etapa formativa, en tiempos de grandes discusiones sobre la modernización republicana y la nueva doctrina militar del ejército francés, que era entonces modelo para el ejército mexicano.

En los años de la estadía de Ángeles en Francia, primera década del siglo XX, una ardua discusión tenía lugar acerca de los cambios necesarios en los reglamentos y en las tácticas y estrategias en razón de los progresos de la artillería y el aumento en la cadencia y la potencia del tiro.9 El espíritu investigador del coronel de artillería mexicano seguramente se interesó y hasta se apasionó por esas discusiones.

En Francia volvió a estudiar las guerras napoleónicas, leyó y admiró las historias de los generales de la Grande Armée10 y sus cargas de caballería, estudió la guerra franco-prusiana de 1870-71, releyó a Clausewitz, leyó a Jean Jaurès, enriqueció sus ya severos estudios como alumno y como profesor del Colegio Militar de Chapultepec.

Cuando lo apresaron en el Cerro de la Mora en noviembre de 1919 el general, según dicen, llevaba consigo dos libros: La vida de Jesús, de Ernest Renan, y una historia de Napoleón. “Desgraciadamente nuestras tropas, en todos los estados de la república, son incapaces de compararse con el brillante ejército francés. Hemos perdido hasta la caballerosidad”, diría en su alegato ante el Consejo de Guerra que lo condenó a muerte.

El 24 de noviembre de 1910, apenas iniciada la rebelión en México, Ángeles envió una carta, fechada en Orléans, a la Secretaría de Guerra. Pedía regresar, pues en México había estallado, decía, “una guerra civil fratricida”. Quería “compartir la amargura común” y que se le asignara “mando de tropa” en campaña. Por supuesto, no le hicieron caso y más bien prolongaron su destino en Francia.11

Cuando asume la Presidencia, Madero trae al coronel Felipe Ángeles como director del Colegio Militar.12 No tardan en trabar verdadera amistad, en una afinidad espiritual entre dos coetáneos de antiguo régimen con vivencias similares de Francia y de París y con sueños parecidos de democracia liberal injertados en un ideal aristocrático y heroico de la propia vida: Madero era un hombre de arrojo y valentía personal a toda prueba.13

Esta confianza, y un anhelo de cambiar la relación bélica y política del gobierno con el zapatismo más allá de las intrigas del ejército federal, que en marzo de 1912 habían costado la derrota y la vida al general José González Salas,14 decidieron a Madero a enviar al inicio de ese mes de agosto a Felipe Ángeles, ahora general brigadier, a la crucial campaña de Morelos.

Este despliega una singular estrategia de contención del zapatismo, de combate a los rebeldes y no a la población, y de búsqueda de discretos contactos con ellos sin que la guerra se interrumpiera.15 Como atestiguan tanto las memorias de Rosa King y de Gildardo Magaña16 como los escritos del propio Ángeles, esos meses de confrontación con los rebeldes zapatistas tuvieron fuerte influencia en los ánimos y en las ideas del general. En 1917 le escribía a Manuel Márquez Sterling:17

 

Los zapatistas querían simplemente que el vergel de Morelos no fuera un infierno inhabitable: querían solamente un pedacito de felicidad en esta tierra. Los zapatistas han tenido siempre razón, aún contra Madero, así me lo manifestó éste, y me envió a la guerra del Sur para ver de reparar errores, dejando a mi exclusivo criterio la conducción política y militar de la campaña.

 

Por otro lado, su correspondencia con Madero en aquellos meses registra la persistencia y la virulencia de las intrigas en ese Ejército en cuyo seno se incubaba la Decena Trágica, episodio donde el destino de Ángeles quedó ligado para siempre a la muerte trágica de Madero, a su figura y a sus ideas sobre México.18 “Vine del pueblo y era yo exclusivamente un soldado. La ignominia de febrero de 1913 me hizo un ciudadano y me arrojó a la Revolución en calidad de devoto de nuestras instituciones democráticas”, escribió años después en el “Manifiesto al Pueblo Mexicano” con el cual anunció, el 5 de febrero de 1919, su incorporación reciente a las fuerzas de Pancho Villa en Chihuahua.19

Esta conversión de “soldado” en “ciudadano” por una sacudida violenta de la conciencia, y la antinomia soldado-ciudadano en ella implícita, es una de las varias fórmulas que en su propia pluma resumen el itinerario de vida de Felipe Ángeles.

Es entonces el ciudadano el que en octubre de 1913 regresa clandestinamente de su destierro en Francia para sumarse en Sonora, en calidad de militar experto, a la revolución constitucionalista encabezada por Venustiano Carranza.

Aquí comienza el largo y accidentado camino que pasa por la soñada gloria militar en Zacatecas en 1914, la retirada y la derrota de sus ejércitos en 1915 y el exilio frugal y solitario en Nueva York entre 1917 y 1918, hacia la muerte que lo está esperando en Chihuahua en noviembre de 1919 en el Consejo de Guerra del Teatro de los Héroes, irónico nombre para el último escenario de quien había querido vivir el ideal de la vida heroica y de la bella muerte.

Recibido con todos los honores como flamante secretario de Guerra del gobierno provisional de Venustiano Carranza,20 Ángeles se encuentra pronto ante tres contradicciones insuperables.

Una es la reacción adversa de Álvaro Obregón y de los jefes militares sonorenses, quienes se oponen a que un general del ejército federal sea el jefe de quien reciban órdenes, más cuando este general llega de Europa como un intruso, sin haber disparado un tiro en la guerra que ellos vienen haciendo y además sin siquiera ser sonorense. Por otra parte, desconfiaban del encuentro entre esos dos hombres del antiguo régimen, más viejos que ellos, uno un gobernador y el otro un general prestigioso. Carranza cedió a las exigencias de Obregón y los suyos y, sin darle razones, rebajó a Ángeles a subsecretario con puras tareas administrativas, mientras le mantuvo los honores formales.21

Ángeles, disgustado por este descenso pero silencioso ante el Primer Jefe, vino a enterarse meses después, allá por enero de 1914, del origen de la medida: la oposición de los jefes sonorenses. Se sintió humillado, como dijo entonces a Miguel Alessio Robles. En su código de honor era una ofensa imborrable. Nunca perdonó a Carranza. Se limitó a pedir con insistencia un mando de tropas, sólo cien hombres seleccionados, para ir a los campos de batalla por cuenta propia. No se los dieron.22

La segunda contradicción consistía en una idea opuesta de la guerra revolucionaria: mientras Carranza sostenía, como refiere Martín Luis Guzmán, la tesis de la superioridad de los ejércitos improvisados y entusiastas, Ángeles defendía “el arte militar como una disciplina que se aprende y se enseña y que se practica mejor cuando se ha estudiado bien que cuando se ignora”. Estaba defendiendo la razón misma de su existencia. Tampoco fue escuchado.23

La otra contradicción fue, para sorpresa de Ángeles, el ambiente y las conversaciones antimaderistas que predominaban en el entorno del Primer Jefe y en algunos comentarios de este, imposibles de tolerar para quien tenía una especie de devoción por el presidente asesinado. También aquí calló el parco general, pero no olvidó ni perdonó.24

De estas diferencias y esas ofensas, de este desencuentro existencial entre un hombre político y un hombre militar, ambos de primera fila, no podía haber olvido ni retorno. De uno u otro modo –varias versiones existen al respecto25–, obtuvo Ángeles que Carranza, en lugar de darle los cien hombres que pedía, lo enviara en marzo de 1914 a la División del Norte con Pancho Villa. Lo sacaba de Sonora a su propio pedido y, al mismo tiempo, tal vez pensaba que sus ideas y sus modos de militar de escuela iban por fin a encontrar su merecido rechazo entre los jefes y las tropas de Pancho Villa.

Aquí se inicia el episodio tal vez más extraño del itinerario del ex director del Colegio Militar. Llega a la División del Norte en vísperas de la batalla de Torreón, lo reciben con los brazos abiertos y de inmediato se entiende con Pancho Villa y es respetado por los jefes campesinos que van al combate cada quien con su tropa y todos ellos juntos siguiendo a Pancho Villa. Esta forma de organización, opuesta a la verticalidad del ejército federal, agrupa a un ejército bien armado, alimentado, pertrechado y pagado, rodeado de una multitud de soldaderas y hasta niños que lo acompañan y viajan en los techos de sus trenes. En esa especie de confederación armada en movimiento, con jefes reales que van al combate al frente de su tropa, Ángeles se encuentra cómodo y, hasta donde su carácter se lo permite, expansivo. Tal vez le recuerda sus lecturas sobre los primeros ejércitos de la revolución francesa y sus jefes salidos de los estratos del pueblo y de sus múltiples oficios.26

Mi pregunta focal, desde que empecé a perseguir a este personaje, ha sido hasta hoy cómo fue posible que se entendieran y se respetaran, como en efecto lo hicieron, dos personas tan diferentes en formación y reacciones como Villa y Ángeles, y cómo pudo este convivir y llevarse bien con los jefes campesinos de la División del Norte.

No comparto ninguna de las habituales interpretaciones de entonces y de ahora en las cuales aparece Ángeles como el “cerebro” de Villa o como quien discretamente lo dirigía. Es un manido menosprecio a la excepcional inteligencia de Villa, quien actuaba según sus propias decisiones, y una incapacidad para explicarse este tipo de inteligencia en los jefes de las clases subalternas, llamándola “inteligencia natural”, “instintiva”, “intuitiva”, “inculta” y otros adjetivos que indican el desconcierto del analista ante un fenómeno intelectual que sobrepasa sus recursos explicativos. Villa escuchaba a Ángeles –y a otros– pero al fin era él quien decidía. Imaginar otra relación es ignorar la esencia misma de la División del Norte.27

Ese mismo prejuicio dominó el pensamiento y las decisiones de Carranza y los suyos en la crisis y la ruptura con Pancho Villa y la División del Norte en vísperas de la toma de Zacatecas. Creyeron que responsable de la insubordinación era el “maquiavelismo” de Ángeles y no la reacción natural de Villa y de sus generales ante órdenes del Primer Jefe que entrañaban la disolución y la derrota de la División. Mucho más que una diferencia política o militar, era una contradicción entre las visiones de opuestas clases sociales sobre el significado y el destino de la revolución.28

El maderista liberal Felipe Ángeles quedó del lado de esta línea divisoria, al cual lo llevaba no tanto su ideología política cuanto un arraigado sentimiento de justicia visible desde su adolescencia en el Colegio Militar y, por qué no, una idea aristocrática del honor militar y la palabra empeñada.

Allí tomó forma el antagonismo irreductible entre el Primer Jefe, que estallaba en improperios a la sola mención del “Judas” Ángeles, y el general, que además de acusar a Carranza de “déspota” e “ignorante de las cosas militares”, hablaba de exigirle por sus insultos, llegado el momento, “una satisfacción en el campo del honor”.29

Las reverberaciones de la victoria de la División del Norte en Zacatecas el 23 de junio de 1914, batalla que al destruir al ejército heredado del antiguo régimen decidió la victoria de la Revolución y la caída de Victoriano Huerta, permitieron los Pactos de Torreón en julio; la entrada en la ciudad de México de Obregón y su Ejército del Noroeste en agosto; la accidentada entrevista de Obregón con Villa en Chihuahua en septiembre; la reunión de la Convención de Aguascalientes en octubre; el viaje de Ángeles a Morelos para llevar a los zapatistas a la Convención en un afán militar de acumulación de fuerzas; la ruptura de la Convención con Carranza que obligó a este a replegarse y reorganizarse en Veracruz; y, por fin, la ocupación de la ciudad de México por los ejércitos convencionistas en diciembre y la instalación del gobierno de la Convención en esta ciudad.30

No es mi propósito aquí seguir a Ángeles en estas vicisitudes. Sí registrar que la ocupación de México en diciembre de 1914 es, a mi juicio, el momento más alto de la ola revolucionaria campesina y a la vez el inicio de su repliegue y su derrota. Mientras Ángeles va desde el 10 de diciembre a tomar la ciudad de Monterrey, donde dicta medidas de gobierno que incluían la apertura de los templos y la amnistía a los miles de soldados y oficiales federales derrotados en la batalla31, el Primer Jefe establece un gobierno viable en Veracruz, Obregón reorganiza su ejército con ese respaldo, la ciudad de México devora a los jefes campesinos que no saben qué hacer con ella y el gobierno de la Convención se rompe para siempre –quiebre decisivo– con la defección de Eulalio Gutiérrez, José Isabel Robles, José Vasconcelos y los suyos, que se niegan a aceptar el desorden y las arbitrariedades de diversos generales villistas en la ciudad.32

La marea popular revolucionaria comienza su repliegue, el cansancio de la guerra y sus penurias va creciendo en el pueblo, la División del Norte y el Ejército Libertador del Sur se repliegan a combatir cada uno en su propio territorio y lo que queda de la Convención se convierte en un cuerpo deliberante e itinerante vacío de poder y repleto de disputas y de controversias puramente discursivas entre delegados norteños y sureños.

Es la hora del Primer Jefe, de Álvaro Obregón y de las sucesivas batallas del Bajío. Ángeles se opuso a dar batalla en los llanos de Celaya. Pero no fueron sus diferencias con Pancho Villa las que determinaron las derrotas y la retirada. Más bien era el inicio del repliegue militar y popular convencionista lo que había ido creando las condiciones para las cuatro sucesivas derrotas militares.33 Así termina en Chihuahua, en diciembre de 1915, la fulgurante carrera de la División del Norte.34

Para Felipe Ángeles es el exilio, las estrecheces económicas, las interminables y estériles discusiones entre exiliados que piensan cada uno a su manera pero ninguno de los cuales, salvo él mismo, está dispuesto a pasar a la acción.35 “Nunca los Sanchos hicieron algo grande; en todas las obras de empuje se necesitan los locos como Madero o don Quijote. Ni es ahora la humanidad más mala que en otros tiempos; todos luchan por sus intereses, pero algunos los cifran en objetos materiales y otros en la gloria”, escribe en octubre de 1917 a un amigo para explicar la decisión ya irrevocable de preparar, en soledad si no hay de otra, su regreso militar a México.36

El 11 de diciembre de 1918 a la noche, contra el consejo unánime de sus amigos y familiares en Estados Unidos, Felipe Ángeles se internó en territorio mexicano por el rumbo de San Elizario, a unos 35 kilómetros de El Paso, Tejas. José María Jaurrieta, secretario de Villa, venía entre sus acompañantes. En sus memorias relata:

 

El antiguo jefe de la artillería de la División del Norte caminaba sonriente y perfectamente tranquilo de la aventura en que se iniciaba. Montaba un brioso caballo moro, del que hizo constantes elogios durante toda la noche, premiando al corcel al otro día con bautizarlo, llamándolo, en lo sucesivo, John Brown.37

 

Era John Brown el pastor protestante, abolicionista radical, que en octubre de 1859 junto con sus dos hijos y unos cuantos partidarios tomó el arsenal de Harpers Ferry, Virginia, con el fin de distribuir armas a los esclavos y lanzar una guerra de liberación. Derrotado y apresado por el ejército dos días después, fue procesado, condenado a muerte y ejecutado en la horca el 2 de diciembre de 1859. Ante el tribunal John Brown reivindicó su acción hasta el fin. Dos años después estalló la Guerra de Secesión que terminó en la abolición de la esclavitud. Los batallones negros del ejército norteño marcharon cantando su himno propio, “El cuerpo de John Brown”.38

El general tenía por costumbre dar a sus caballos los nombres de sus héroes ideales: Maderito, Turena, Curély, Ney, Von Moltke, Pancho Villa, Wilson. Esta vez el nombre de John Brown, el más radical de una larga lista precedente, era un programa de vida y hasta de muerte.

Las andanzas de Ángeles en 1919 en Chihuahua con la fuerza guerrillera de Pancho Villa aparecen en el vívido relato de José María Jaurrieta.39 Ambos generales se estimaron y respetaron pero en esa campaña nunca se entendieron, como ya venía aconteciendo desde marzo de 1915, después de Monterrey. Hasta volvió a renacer, en alguna plática de campamento junto al fuego, el recuerdo de las diferencias en Monterrey, tal como surgieron entonces en Chihuahua las diferencias en cuanto al trato a dar a los prisioneros. Siguieron sin embargo la campaña juntos durante toda la primera mitad de 1919: el afecto y la magnitud de la jugada eran todavía para ambos más grandes que las distancias.

La diferencia capital fue finalmente en el terreno militar. Por eso fue decisiva. Villa se aprestaba a atacar Ciudad Juárez a mitad de junio de 1919. Ángeles se oponía: “Si ataca usted, mi general, va a contender con un enemigo de dos nacionalidades, los mexicanos y los americanos”, repetía Ángeles. “Si usted ataca, las tropas americanas cargarán en su contra.”40

Villa decidió atacar el 15 de junio por la noche. Ángeles, sus asistentes y su escolta no participaron en la acción. El 16 de junio por la noche entraron las fuerzas de Estados Unidos a Ciudad Juárez y desalojaron a los villistas. El pronóstico de Ángeles se había cumplido.

A fines de junio, después de inciertos combates villistas contra las fuerzas del general Diéguez, Ángeles decidió separar su suerte de la de Pancho Villa. Cuenta Jaurrieta41: “El general Ángeles, desalentado por completo y presa de una intensa melancolía que dejaba huellas inequívocas en su semblante, nos acompañó hasta Pilar de Conchos.” Allí, en el corredor de la casa principal de la hacienda de El Carmen, le dijo a Jaurrieta, según este recuerda: “Esto no tiene remedio. El general Villa jamás será aceptado por el gobierno de la Casa Blanca. Siendo completamente nula mi actuación entre ustedes, se impone mi regreso al territorio americano. ¡Pero eso nunca! Solamente pondrá la muerte el punto final honroso a esta mi última aventura revolucionaria. Deseo morir, de todo corazón.” Tal vez las palabras no hayan sido esas mismas, pero el sentido sí.

Ambos generales discutieron largamente la separación. Según las memorias de Jaurrieta, Villa trató de convencer a Ángeles: “No se corte de mi lado, mi general, porque lo van a colgar. Se lo dice a usted un señor coyote.” Ángeles no quiso escuchar y se fue con una pequeña partida. Villa partió rumbo a Las Nieves. En el trayecto “a cada momento daba muestras de inquietud por la ausencia de Ángeles, repitiendo las mismas palabras: ‘Sí, señores, lo van a colgar… Pero ¡qué hombre tan terco!’”

En noviembre uno de sus hombres delató al general. Fue apresado en el Cerro de la Mora el 19 de noviembre, conducido a Chihuahua y sometido a Consejo de Guerra.42 Esta vez, a diferencia de Ciudad Juárez, el pronóstico de Villa había sido el bueno. “En el Cerro de la Mora/ le tocó su mala suerte,/ lo agarraron prisionero,/ lo condenaron a muerte”, contaría después el corrido.

Como John Brown, Felipe Ángeles defendió sus razones ante el Consejo de Guerra. Seguramente conocía el discurso de Henry David Thoreau en 1859, “A Plea for Captain John Brown”. Hizo un largo alegato con ideas variadas humanitarias y socialistas que había estudiado en Estados Unidos para tratar de explicarse los actos y las historias de su vida; un alegato sin esperanza en el cual, como alucinaciones, le volvían a la mente episodios de esa vida que su memoria iba seleccionando frente al destino inminente.

El 26 de noviembre de 1919 en la madrugada, solo y su alma como todos los fusilados de la tierra, hizo frente al pelotón con su calma de siempre.

Venustiano Carranza, el enemigo con quien desde Sonora durante seis años habían venido batiéndose una y otra vez como escapados de un relato de Conrad, le hizo de este modo un regalo para la historia cuyos alcances su mente de estadista le vedaba imaginar: la bella muerte, la muerte heroica mirando la boca de los fusiles, “la eternamente majestuosa muerte”, a la cual el general venía tentando, eludiendo y buscando desde sus sueños de gloria en el Colegio Militar. ~

Escrito presentado en el Coloquio Homenaje a Friedrich Katz,

El Colegio de México/INEHRM.

 

 

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1. Jean-Pierre Vernant, La traversée des frontières, París, Éditions du Seuil, 2004, “La mort héroïque chez les Grecs”, pp. 69-86.

 

2. Federico Cervantes, Felipe Ángeles en la Revolución / Biografía (1869-1919), México, s/e, 1964, 3ª ed., pp. 14-15; Byron L. Jackson, Felipe Ángeles / Político y estratega, México, Gobierno del Estado de Hidalgo, 1989, pp. 19-20.

 

3. Felipe Ángeles, “Un equilibrio paradójico”, Boletín Militar, año 1, t. i, nº 29, 1º noviembre 1899, pp. 1-3.

 

4. Felipe Ángeles, “Un paseo a caballo”, Boletín Militar, año 1, t. ii, nº 13, 1º abril 1900, pp. 13-14, y nº 14, 8 abril, 1900, pp. 3-4.

 

5. Felipe Ángeles, “Diario de la batalla de Zacatecas”, en Adolfo Gilly (comp.), Felipe Ángeles en la revolución, México, Era, 2008, pp. 226-251.

 

6. Federico Cervantes, op. cit., pp. 14-18.

 

7. Friedrich Katz, Pancho Villa, México, Era, 1998, vol. 1, pp. 314-315; Federico Cervantes, op. cit., p.17.

 

8. No dejó de hacerlo hasta sus últimos tiempos: se exilió en 1915 sin llevarse un centavo, vida de trabajo muy austera llevó en su exilio, regresó en 1918 sin un peso.

 

9. Véase, al respecto, William Serman y Jean-Paul Bertaud, Nouvelle histoire militaire de la France, 1789-1919, París, Librairie Arthème Fayard,1998, cap. xix, pp. 529-571, “La République des républicains et les transformations de l’armée de terre de 1879 à 1914”. En los años iniciales del siglo, anotan estos autores: “En los cursos dictados en la Escuela de Guerra y en los escritos de los expertos militares divergen las opiniones sobre los mejores medios para adaptar la táctica a las trasformaciones del armamento y al crecimiento de las masas que entran en combate, así como sobre las lecciones a extraer de la lectura de Clausewitz, de la historia de las campañas napoleónicas y de la guerra de 1870 y, después, de la guerra de los Boers y de la guerra ruso-japonesa en Manchuria” (p. 546). Debo a John Womack varias sugerencias para rastrear la historia militar francesa en esos años.

 

10. Général Curély, Itinéraire d’un cavalier léger de la Grande Armée, 1793-1815 (reimpresión facsimilar, París, Librairie des Deux Empires, 1999), apuntes autobiográficos de un general de Napoleón, estuvo entre sus lecturas escogidas.

 

11. Archivo Histórico de la Secretaría de la Defensa Nacional (ahsdn), Cancelados, exp. Felipe Ángeles, xi/iii/1-17, tomo 3, f. 523.

 

12. En octubre de 1911 Rodrigo García, primo de Madero, informó a este de sus conversaciones con Ángeles en Francia, de la “contrariedad” de Ángeles por los contratos de compra de material de guerra, y le dice: “Tiene Ángeles gran entusiasmo por el adelanto de nuestro país y por la reorganización en particular del Ejército” (Rodrigo García a Francisco I. Madero, 8 octubre 1911, afim-shcp, caja 101, f. 15194-15201). Sobre las reformas de Ángeles en el Colegio Militar, Luis M. Garfias, “El general Felipe Ángeles”, Revista del Ejército y la Fuerza Aérea Mexicanos, t. i, época xvi-8, agosto 1977; y Federico Cervantes, op. cit., pp. 33-35.

 

13. Sobre la amistad entre Madero y Ángeles, Federico Cervantes, op. cit., p. 36; sobre el arrojo de Madero, existe entre otras una anécdota del ataque a Casas Grandes el 6 de marzo de 1911 contada por Máximo Castillo, jefe de su escolta entonces: “La lluvia de balas de fusil y de cañón que nos caía era tan nutrida y tan repetidas las granadas que reventaban entre nosotros, que nos vimos obligados a dejarnos caer al suelo. ‘Déjese caer, señor Madero’, le dije yo. Y me contestó: ‘¿Para qué? Se revuelca uno mucho’. Con esta contestación me dio mucha pena y cuando reventaba la granada me vi obligado a permanecer parado. Yo me fijaba en el semblante de todos. En todos mis compañeros se notaba pintado el terror, mientras que al señor Madero se le notaba su cara irritada y encendida hasta las orejas” (Jesús Vargas Valdés, Máximo Castillo y la revolución en Chihuahua, Chihuahua, Nueva Vizcaya Editores, 2003, pp. 140-144).

 

14. María Teresa Franco, José González Salas: Ministro de la Guerra, tesis de licenciatura, Universidad Iberoamericana, 1979. Otros antecedentes en Felipe Arturo Ávila Espinosa, Entre el Porfiriato y la Revolución / El gobierno interino de Francisco León de la Barra, México, unam, 2005.

 

15. Véanse, al respecto, las cartas de Felipe Ángeles a los periódicos La Patria, 17 de agosto de 1912, y Nueva Era, 25 de agosto de 1912, en Odile Guilpain, Felipe Ángeles y los destinos de la Revolución mexicana, México, fce, 1991, pp. 187-190. El 1º de octubre el general Ángeles, acompañado de un grupo de oficiales, “fue a hacer una visita a la familia del jefe rebelde Emiliano Zapata” (El Imparcial, 5 octubre 1912). En julio de 1913, la suegra de Zapata declaró a El Imparcial que Ángeles “comió en dos ocasiones en la casa y lo queríamos porque era muy amable” (Francisco Pineda Gómez, La revolución del sur, 1912-1914, México, Era, 2005, pp. 159-260). Desde fines de agosto de 1912 hay discretos contactos de enviados maderistas con los jefes zapatistas. La prensa adversa a Madero se encarga de hacerlos públicos con titulares y editoriales contra toda negociación (El Imparcial, 2 septiembre y 11 octubre 1912). “Todos sabemos ya que hay conferencias de paz iniciadas entre las autoridades y el Atila del sur”, inicia diciendo el editorial de 11 de octubre y concluye: “el zapatismo no es nada más Zapata; el zapatismo es el crimen”.

 

16. Rosa E. King, Tempestad sobre México, México, Conaculta, 1998; Gildardo Magaña, Emiliano Zapata y el agrarismo en México, México, inehrm, 1985.

 

17. Felipe Ángeles a Manuel Márquez Sterling, 5 octubre 1917, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 283-286.

 

18. Friedrich Katz, “Felipe Ángeles y la Decena Trágica”, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 17-36; Adolfo Gilly, “¿Y de mis caballos, qué?”, ibíd., pp. 37-68.

 

19. Felipe Ángeles, “Manifiesto al Pueblo Mexicano”, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 289-294.

 

20. Federico Cervantes, op. cit., pp. 71-82.

 

21. Álvaro Obregón, Ocho mil kilómetros en campaña, México, fce, 1978 (3ª reimpresión), p. 85; Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada / Sonora y la revolución mexicana, México, Siglo XXI Editores, 1977, pp. 282-283; Odile Guilpain, op. cit., pp. 71-74.

 

22. Miguel Alessio Robles, Mi generación y mi época, México, Editorial Stylo, 1949, pp. 93-96; Enrique Melgar a Juan Barragán, memorial (8ª jornada), hoja 5, Archivo Juan Barragán, cesu-ahunam, k xvii, exp. 17, s.f.

 

23. Martín Luis Guzmán, El águila y la serpiente, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica, 1994, Libro Tercero, cap. 2, p. 126.

 

24. John Reed, México insurgente, Barcelona, Crítica, 2000, p. 205, describió así ese ambiente: “Rodeaba al Primer Jefe una inmensa muchedumbre de políticos oportunistas, clamorosos en sus protestas devotas a la causa, liberales en proclamas, pero extremadamente celosos entre sí, y de Villa.” Alfredo Breceda, México revolucionario, México, Ediciones Botas, 1941, pp. 178-194, describe una imagen similar vista desde una posición política leal a Carranza, cuyo secretario particular fue, y contraria a Obregón. Véase también Javier Garciadiego, “Una guerra no secreta: similitudes y diferencias de Felipe Ángeles y Venustiano Carranza”, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 81-98.

 

25. Miguel Alessio Robles, op. cit., pp. 100-101; Odile Guilpain, op. cit., pp. 75-77; Paco Ignacio Taibo II, Pancho Villa / Una biografía narrativa, México, Editorial Planeta, 2006, pp. 304-306.

 

26. John Reed, op. cit., pp. 135-137, registró como nadie el momento de esa incorporación; también Paco Ignacio Taibo II, op. cit., pp. 304-305, que anota día y lugar: estación de Chihuahua, 15 de marzo de 1914, cuatro de la tarde. Dos partes de guerra dirigidos a Venustiano Carranza, ambos del 26 de marzo de 1914, después de la toma de Gómez Palacio, muestran el entusiasmo del encuentro. “Estoy encantado de los jefes de estas tropas y sobre todo del general Villa, que es un buen general y sobre todo un hombre de gran corazón y de altos vuelos”, escribe Felipe Ángeles. “La artillería estuvo mandada por el señor general Ángeles a quien usted conoce que es una magnífica persona”, informa Pancho Villa (Archivo Juan Barragán, cesu/ahunam, k i, exp. 2, f. 123, y k iv, exp. 36, s.f.).

 

27. Coinciden en este punto desde ángulos diferentes las mayores biografías de Pancho Villa: Martín Luis Guzmán, Friedrich Katz, Paco Ignacio Taibo II; y las de Felipe Ángeles: Federico Cervantes, Byron Jackson, Odile Guilpain. La índole de esta relación, por lo demás, es trasparente en el “Diario de la batalla de Zacatecas”, de Felipe Ángeles. Escritores menores dicen otras cosas. La terca persistencia de una visión diferente –la del “cerebro” y la “mano”– obedece a aquel rasgo de la escritura de la historia que E.P. Thompson llamó “la enorme condescendencia de la posteridad” hacia toda figura y acción que venga del pensamiento y de la iniciativa del pueblo llano.

 

28. Felipe Ángeles, “Justificación de la desobediencia de los generales de la División del Norte en Torreón, en junio de 1914”, en Federico Cervantes, op. cit., pp. 127-136. “Proyecto de manifiesto que los jefes de la División del Norte dirigen a la Nación”, 2 agosto 1914, 33 pp., a máquina, en Condumex, Fondo Federico González Garza, legajo 3962.

 

29. Miguel Alessio Robles, op. cit., p. 123, sobre ira de Carranza; Enrique Melgar a Juan Barragán, Archivo Juan Barragán, cesu/ahunam, k xvii, exp. 17, s.f., sobre Ángeles y pedido de satisfacción “en el campo del honor”. Sobre el largo contencioso entre Carranza y Ángeles, ver Javier Garciadiego, “Una guerra no secreta: similitudes y diferencias de Felipe Ángeles y Venustiano Carranza”, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 81-98.

 

30. Vito Alessio Robles, La Convención Revolucionaria de Aguascalientes, México, inehrm, 1979. Adolfo Gilly, La revolución interrumpida, México, Era, 2007, cap. v, “La Convención”, pp. 154-172.

 

31. Friedrich Katz, op. cit., t. ii, “La campaña de Ángeles en el Norte y la toma de Monterrey”, pp. 62-66. Katz anota: “El otro gran triunfo militar de los ejércitos convencionistas fue obra principalmente de Felipe Ángeles. Era la primera campaña militar que emprendió solo y, tanto en términos militares como políticos, llevaba su sello personal. Fue cuidadosamente preparada y estratégicamente concebida. En cuanto al trato de los prisioneros, fue la campaña más humana de toda la revolución mexicana. Y Ángeles intentó que a su victoria militar siguiera una estrategia política bien definida.”

 

32. Martín Luis Guzmán, op. cit., Libros Quinto, Sexto y Séptimo, pp. 421-514; Luis Fernando Anaya, La Soberana Convención Revolucionaria, Editorial Trillas, México, 1966, pp. 182-196; Vito Alessio Robles, op. cit., pp. 403-456.

 

33. Paco Ignacio Taibo II, op. cit., pp. 492-493, anota que el 7 de marzo de 1915 Villa llegó a Monterrey con cuatro mil hombres en respuesta a un telegrama de Ángeles, y que allí aparecieron sucesivas divergencias entre ambos que se hicieron visibles después en las batallas del Bajío.

 

34. Friedrich Katz, op. cit., t. ii, cap. 13, pp. 67-126.

 

35. Odile Guilpain, “Felipe Ángeles: el último exilio”, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 117-151.

 

36. Felipe Ángeles a Emiliano Sarabia, 28 octubre 1917, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 287-288. Sobre el regreso de Ángeles, Friedrich Katz, Pancho Villa, Ediciones Era, 1998, t. 2, cap. 18: “La tentativa de crear un villismo con rostro humano: el regreso de Felipe Ángeles”, pp. 275-314.

 

37. José María Jaurrieta, Con Villa (1916-1920), memorias de campaña, México, Conaculta, 1997, p. 159.

 

38. Entre la reciente literatura sobre John Brown, véase David S. Reynolds, John Brown, Abolitionist / The Man Who Killed Slavery, Sparked the Civil War and Seeded Civil Rights, Alfred A. Knopf, New York, 2005, 580 pp.; y Peggy A. Russo and Paul Finkelman (eds.), Terrible Swift Sword / The Legacy of John Brown, Ohio University Press, Athens, 2005, 228 pp.

 

39. José María Jaurrieta, op. cit., pp. 158-220.

 

40. Ibíd., p. 185 y p. 188.

 

41. Ibíd., pp. 202-203.

 

42. Rubén Osorio, “General Felipe Ángeles: Consejo de Guerra y fusilamiento”, en Adolfo Gilly (comp.), op. cit., pp. 153-200. Una versión taquigráfica completa del proceso en Felipe Ángeles, El legado de un patriota (prólogo, edición y notas de Jesús Vargas Valdés), Gobierno del Estado de Chihuahua, 2003.

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