Historial Clínico

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para Haroldo Dies

El hipócrita lector ya reconoció en esta página a un caballero desprovisto de epidermis. La lectora semejante ya percibió, además, su excesivo gluteonaje. Ambos, cultos que son, saben que el descuerado es tránsfuga de esa viva colección de muertos que figuran en De humani corporis fabrica (1543), el compendio de anatomía de Andreas Vesalius, inventor de zombis y relapso de Xipe Totecs.

Recurro al grabado para ilustrar el inventario de los achaques que en mi cuerpo socavado han dejado los años, que pasan pisando como paquidermos, como dijera el poeta hipopotámico.

Prostatitis. Se inflama la próstata, esa glándula que es posdata del placer. El síntoma principal es orinar en clave morse. Cada año el urólogo alza el dedo inquisidor y el paciente, grande en el infortunio, atraca por popa. Si detecta anomalía, el médico ordena biopsia, experiencia, a fe mía, asaz desagradable.

Punzadas en general. Llegan, punzan y se van, como los malos recuerdos.

Retina bífida. La retina distorsiona el arte conceptual. Y ni así mejora. Incurable. No duele.

Presbicia. Los ojos no afocan lo cercano. La “vista cansada” ocurre por leer mucho, hacerse viejo o trauma ocular después de ver película mexicana en tecnicólor, sobre todo Tizoc.

Tinnitus. Un perpetuo zumbido en los oídos; un enjambre cruzado con taladro dental. Lo tengo desde niño por el traumatismo craneal que me asestó un conductor ebrio. De día lo mata la música; renace nocturno, vengativo. Jamás sabré qué es el silencio. Incurable.

Tendinitis. Los tendones se resienten por cargar de medio kilo para arriba. Se trata con antidolóricos, hielo y, si es grave, con inyección de esteroides. Duele.

Hipercolesterolemia. El colesterol nefario que bloquea carreteras. Es el partido político del cuerpo: amenaza hacer algo si no se le pagan cuotas por no hacer nada. Pastillas y dieta. Indoloro.

Nefrolitiasis. Afectuosamente conocido como piedras en el riñón. Tengo dos, que se llaman Carmela y Rafael. Tenemos firmado un pacto por México de convivencia pacífica. Mientras no decidan salir a conocer mundo, no duelen.

Proctalgia fugax. Suena a verso de Mallarmé, pero no: es un eventual calambre que odia personalmente al levator ani, el músculo que “eleva el ano” (o por lo menos su autoestima). Es como un supositorio satánico. Se le asestan baños gélidos y calientes hasta que se fuga, el miserable. Lo mejor es desmayarse pronto. Incurable.

Podría anotar también las escoriaciones del alma, siempre restaurada, pero Vesalius y sus ilustradores no dejaron dibujo. Mejor así.….

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Es un escritor, editorialista y académico, especialista en poesía mexicana moderna.


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