Gabriel Zaid es un autor que desde hace unos pocos aรฑos es leรญdo, comentado y discutido. Sus artรญculos y ensayos sorprenden, hacen pensar, intrigan y, a veces, irritan. Pero la fama de Zaid como crรญtico de la sociedad puede ocultarnos a otro Zaid, mรกs esencial y secreto: el poeta.
Zaid es un poeta escaso, sea porque escribe poco o porque se exige mucho. Cualquiera que sea la causa, esterilidad o rigor, su escasez es asimismo excelencia. Las primeras composiciones de Zaid son afortunadas y en ellas estรกn ya casi todas las cualidades que despuรฉs distinguirรญan a su poesรญa: la economรญa, la justeza del tono, la sencillez, la chispa repentina del humor y las revelaciones instantรกneas del erotismo, el tiempo y el otro tiempo que estรก dentro del tiempo.
Zaid no solo dominรณ pronto las formas cultas de la tradiciรณn poรฉtica sino que frecuentรณ tambiรฉn las formas que, inexactamente, llamamos populares; quiero decir: se aventurรณ en esa corriente de poesรญa tradicional, muchas veces anรณnima, a la que debemos algunos de los poemas mรกs simples y refinados –estos adjetivos no son contradictorios– de nuestra lengua.
La poesรญa de Zaid ha ganado con su inmersiรณn en el idioma coloquial. Lo han ayudado, ademรกs, la reticencia y la brevedad: ambas han evitado que se enrede con los preceptos y los conceptos, los discursos y las arengas. Al prosista solo en situaciones extremas y en casos aislados le es lรญcito recurrir a la elipsis y a la insinuaciรณn. El poeta, en cambio, nunca debe decirlo todo: su arte es evocaciรณn, alusiรณn, sugerencia. La poesรญa de Zaid estรก hecha de pausas y silencios, omisiones que dicen sin decir.
La sรกtira cobra importancia a partir de Campo nudista (1969). Zaid es un hombre lรบcido, independiente y que dice lo que piensa y siente. Ademรกs, es ingenioso: no es raro que sus epigramas den casi siempre en el blanco. Carece de veneno, y esto lo distingue de casi todos los poetas satรญricos de nuestra lengua, desde el abuelo Quevedo. Como la de los grandes romanos, su sรกtira contiene un elemento moral y filosรณfico. La sรกtira polรญtica de Zaid conquista mi adhesiรณn y le ha dado una justa notoriedad; pero yo, lo confieso, prefiero sus epigramas erรณticos y aun mรกs sus visiones de la vida cotidiana. Visiones que son versiones del antiguo tema de la naturaleza caรญda, como en “Claro de luna”.
En la sรกtira se cruzan las tres direcciones cardinales de la poesรญa de Zaid: el amor, el pensamiento y la religiรณn. Nuestra insensibilidad ante lo espiritual y lo numinoso ha alcanzado tales proporciones que nadie, o casi nadie, ha reparado en la tensiรณn religiosa que recorre a los mejores poemas de Zaid. Su desesperaciรณn, su sรกtira y su amargura son, como sus รฉxtasis y sus entusiasmos, no los del ateo sino los del creyente. Poesรญa de la inminencia, siempre elusiva y jamรกs realizada, de la apariciรณn. Revelaciones de la ausencia divina pero en sentido contrario al del ateรญsmo moderno y mรกs bien como una suerte de negativo fotogrรกfico de la presencia.
Aunque Zaid es cristiano, su poesรญa viene de una tradiciรณn mรกs ancha y que comprende al neoplatonismo y al budismo como sus extremos complementarios: de la percepciรณn instantรกnea de la plenitud del ser a la contemplaciรณn, igualmente instantรกnea, de la vacuidad de todo lo que es. Sรญ, de veras, no hay taxis. No obstante, nos movemos, algo nos transporta, vamos hacia allรก. ¿Vamos o venimos? Esta pregunta es, quizรก, el nรบcleo de la experiencia: allรก es aquรญ y aquรญ es otra parte, siempre otra parte. Sentimiento de la extraรฑeza del mundo: pisamos una tierra que se desvanece bajo nuestros pies. Estamos suspendidos sobre el vacรญo.
En El arco y la lira me preguntรฉ una vez y otra vez si esta experiencia era religiosa, poรฉtica, erรณtica. Las fronteras son inciertas. Esta experiencia –cualquiera que sea la forma que asuma– aparece en todos los tiempos; la revelaciรณn de nuestra otredad radical es tan antigua como la especie y ha sobrevivido a todas las catรกstrofes de la historia, del paleolรญtico inferior a Gulag, de las quejas de Gilgamesh al descubrir su mortalidad a las montaรฑas de ceniza de Dachau y Auschwitz. Estar en este mundo como si este mundo, sin dejar de ser lo que es, fuese otro mundo.
Tiempo, presencia, muerte: amor. Poeta religioso y metafรญsico, Zaid es tambiรฉn –y por eso mismo– poeta del amor. En sus poemas amorosos la poesรญa opera de nuevo como una potencia transfiguradora de la realidad. Esa transfiguraciรณn no es cambio ni transformaciรณn sino desvelamiento, desnudamiento: la realidad se presenta tal cual. El colmo de la extraรฑeza es que las cosas sean como son. La realidad de la presencia amada es una realidad contaminada por el tiempo; los cuerpos que amamos, sin perder su realidad, de pronto nos revelan la otra vertiente.
Cuando la poesรญa alcanza cierto grado de intensidad y diafanidad, alcanza tambiรฉn una suerte de realidad deliciosa y aterradora: las palabras dejan de significar y tienden a ser las cosas mismas que nombran. ~
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Cambridge, Mass., 26 de diciembre de 1976.
(Fragmentos del ensayo “Respuestas a Cuestionario –y algo mรกs”.)