Introducción a la historia natural de los gordos

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Sea esta iniciación general y ligera, y no densa y voluminosa, un paseo inicial y desobligado por el orondo universo de las bestias gordas.
     Hablemos ante todo del oso, el hipopótamo y el elefante, tres mosqueteros del tonelaje. Pero empecemos denunciando que éstos son falsos gordos: ningún animal en libertad, afirman los naturalistas, puede ser gordo, pues toda bestia come estrictamente lo que precisa y alcanza equilibrio. Ni siquiera la morsa, luchador de sumo en tierra, es propiamente obesa. Y, sin embargo, es evidente que parecen gordos. ¿Por qué? Digo que un oso parece gordo y una serpiente, no. Y, sin embargo, me instruye Andrés, mi sobrino, que es experto y tiene un poco envidiable criadero de víboras en su casa, las serpientes engordan tanto en cautividad que, literalmente, mueren de obesidad. Y en la gorda agonía siguen pareciendo flacas.
     ¿Por qué nos parece gordo el hipopótamo? Se antoja responder que por masivo y voluminoso. A eso apunta Arreola cuando observa que con el enorme volumen del hipopótamo "dan ganas de modelar una nube de pájaros, un ejército de ratones que lo distribuya por el bosque, o dos o tres bestias medianas, domésticas y aceptables". Pero no: igualmente masivo es el rinoceronte, por ejemplo, y no parece obeso, sino estricto atleta. La ballena es más voluminosa, y con más grasa que cualquier otro animal, y, sin embargo, tampoco parece gorda. ¿Entonces?
     Aventuro una hipótesis: el hipopótamo nos parece obeso porque se mueve como gordo. Esto es, me estoy atreviendo a sostener que si los animales no tuvieran movilidad y fueran quietos como vegetales, ninguno de ellos nos parecería gordo. La gordura, según esto, se percibiría en la lentitud trabajosa y la pesadez de los movimientos.
     ¿Puede un pájaro parecernos gordo? No, si vuela: un ágil pajarillo que vuela de aquí para allá no puede parecer gordo. Piensa en el colibrí. Pero ¿qué tal un pingüino real o una confusa gallina? Estas bestias pueden parecer gordas porque se desplazan con torpeza por el suelo. El ganso en tierra, contoneante, parece siempre gordo, pero en vuelo nunca. Ni el cisne ni el pavo real parecen gordos. ¿Por qué? ¿Es demasiado elaborado y barroco su diseño? Para responder esta pregunta piensa en la jirafa, ¿puedes imaginar una jirafa gorda? No, su diseño aerodinámico de grúa, grúa zoológica, lo impide. Nada iguala en barroquismo escultórico al trote loco de la flaca jirafa, y, sin embargo, es eficaz en extremo.
     Un contraejemplo podría ser el sapo, con fama de gordo y, sin embargo, bestia ágil. ¿Será por su forma? Si esto es cierto, mi tesis de que la obesidad animal se atribuye a partir de la movilidad trabajosa y pesada se vería seriamente lastimada. Examinemos.
     El gran Brancusi observó que, desde el punto de vista de la escultura, la forma de un sapo es más lograda y hermosa que la humana. Puede ser, está más unificado, pero, prestemos más atención, ¿parece de verdad gordo un sapo? La papada elástica, de globo, favorece esta interpretación. Pero no, volvamos a Arreola, veamos su famosa descripción del sapo, magistral, perfecta: "Salta de vez en cuando, sólo para comprobar su radical estático. El salto tiene algo de latido: viéndolo bien, el sapo es todo corazón". Esto es, un artefacto que bombea, el más perfecto jamás diseñado, incansable y puntual (hasta ese mal momento de todos tan temido). Pero entonces el sapo es, nada menos, un músculo, una bomba tirada en el suelo. Es decir, sería, por esencia, el atleta absoluto y musculoso, esto es, lo antigordo.
     Antes de abandonar al sapo, permítaseme hacer un corto zigzag en la argumentación naturalista. Si pensamos en escritores gordos, ¿quiénes nos vienen a la cabeza? Chesterton, Lezama Lima y otros, pero sobre todo, Honorato de Balzac. Del monumento que modeló Rodin del grande e incansable fabulador, vuelve a decir Brancusi, nace toda la escultura moderna. ¿Por qué? Porque la gordura del maestro obligó a Rodin a eludir detallitos insustanciales e ir directamente al bulto, simplificando la forma. Esto es, el retrato aproximó a Balzac al huevo, el sapo, el ostión y otras formas escultóricas preclaras, si bien, de proporciones gigantescas. De haber sido Balzac flaco, cosa inimaginable, la escultura moderna habría tardado todavía mucho en nacer. Tanto debe el arte a la oportuna obesidad.
     No me he olvidado de uno de los gordos más conspicuos e ilustres, a saber, del cerdo. José Emilio Pacheco formula en varios poemas quejas sobre la injusticia aberrante que rodea a este animal: no hay bestia más alimenticia, se lo aprovecha en totalidad y cada una de sus partes, minuciosamente, va gimiendo al degüello alimenticio; pese a tanta generosidad, su nombre es siempre injurioso, "cochino, puerco, marrano". Estamos ante un caso, no infrecuente, por desgracia, de gordo vituperado precisamente por su gordura.
     Si alguien te dice "eres un cerdo", no te está diciendo "te  entregas al sacrificio y das como alimento", te dice otra cosa. ¿Qué te está diciendo? Una, dos o tres cosas a la vez: (1) que eres desaseado, (2) que no tienes discernimiento moral y (3) que eres desgobernado en tus apetitos. Las tres suelen combinarse en la injuria: la falta de discernimiento (2), produce suciedad moral (1), y su causa suele localizarse en (3) el desgobierno de los apetitos.
     Sólo es gordo lo que podría, en principio, ser flaco. Aumentar o disminuir el volumen perceptible de grasa, he ahí el punto. Un abejorro es más corpulento, no más gordo que una abeja, la gordura no es perceptible en la abeja. Aunque en un perro, por ejemplo, apreciamos obesidad, a veces se dificulta por las diferencias específicas del animal: ¿puedes imaginar un galgo gordo o un bulldog flaco? Difícilmente. Esto prueba que las variaciones de volumen constituyen un tema diferente del que veníamos hablando, a saber, la gordura esencial de algunos animales como el oso y la morsa.
     ¿Es el cerdo bestia esencialmente gorda? Si lo fuera, su emblema, la alcancía de barro, carecería de sentido. El puerco es un animal que engordamos con paciencia y monedas, invirtiendo en él. Luego, de suyo no es gordo. El cerdo es, entonces, el único caso, en la taxonomía de obesos, de gordo forzado.
     Vamos llegando al final. Pero antes, un insecto o un arácnido no pueden nunca, en ningún caso, parecer gordos. Y por eso nos parecen en masa sospechosos de ponzoña y malignidad. Hay no sé qué de amable, cordial, bienintencionado en la gordura que está ausente de la tarántula o el cangrejo, bestias esqueléticas. Por ejemplo, los osos, de los que el maestro Arreola dice: "por más adultos y atléticos que sean, conservan algo de bebé: ninguna mujer se negaría a dar a luz un osito. En todo caso, las doncellas siempre tienen uno en su alcoba, de peluche, como feliz augurio de maternidad".
     El gordo es manso, sedentario, optimista, alegre, cuerdo. Piensa en Sancho Panza, su pesada materialidad, robusto optimismo y avispado sentido común. El psiquiatra Kraepelin tipificó al esquizofrénico como flaco, alto e introvertido, como Hamlet, por ejemplo, y los insectos. O Don Quijote, que era "amojamado y seco" y, según Unamuno, calvo. ¿Quién podría imaginar a Sancho Panza loco y a Don Quijote cuerdo? No, imposible.
     Pero ya estamos desbordando la historia natural y entrando al inquieto y controvertido mundo de los gordos humanos, y antes de que esto suceda, aquí terminamos estas reflexiones. –

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(Ciudad de México, 1942) es un escritor, articulista, dramaturgo y académico, autor de algunas de las páginas más luminosas de la literatura mexicana.


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