Joao Cabral de Melo Neto (1920-1999)

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El hombre sin alma

La muerte de un poeta, es cierto, no cambia en nada la vida de un país —ni la incompetencia de los gobernantes ni la demagogia de los políticos. Pero cuando se trata de un gran poeta, como fue el brasileño João Cabral de Melo Neto (Recife, 1920-1999), que acaba de fallecer en Río de Janeiro, sí, ¡valga el estereotipo!, queda un inmenso vacío en aquellos raros espíritus que, tratando de desconectarse de la realidad gris y desoladora de todos los días, buscan refugio emocional y alimento estético en la poesía más refinada, la "otra voz" , en el sentir de Octavio Paz.
     En efecto, una de las tres grandes voces de la moderna poesía brasileña (las otras dos, salvo alguna divergencia, son Drummond y Bandeira), Cabral supo, en sus veinte libros, armonizar, de forma natural —y así fue hasta el final— cierta aspereza y sequedad de hombre nordestino con el texto poético enjuto hasta el límite, en el que la forma, de contornos cubistas, geométrica, casi arquitectónica, asume dimensiones de absoluta precisión, siempre evitando, con todas las fuerzas del poeta, alguna eventual caída en la copiosidad y mucho menos en los arrobos románticos. Una poesía fría y cerebral, en el entender de sus críticos menos entusiastas.
     Pues de la misma manera como desmitificaba el quehacer poético —"hacer poesía es como hacer zapatos; es preciso tener técnica y esfuerzo, nada más"— Cabral trabajaba sobre lo material, lo concreto, rechazando lo subjetivo, la emoción banal, la observación vaga, el abstracto por el abstracto, el derramamiento juvenil; defectos, a su juicio, del típico poetastro. Total, decía él, "las emociones no son más que una trampa de la cual debemos huir."
     Pero, paradoja inquietante, precisamente en esa negación de lo subjetivo, de la emoción, residirá tal vez uno de los misterios fascinantes de la poesía cabraliana, como bien señala uno de sus más finos exegetas, el periodista y escritor José Castello, autor (el otro es el diplomático Lauro Escorel, ex embajador de Brasil en México) de un librito precioso, O homem sem alma (Rocco, Río de Janeiro, 1999, 184 páginas): "De lo que Cabral no se da cuenta es de que, al abandonar el dominio de lo inmaterial, al alejarlo de su horizonte creativo, al rechazarlo, es lo inmaterial mismo lo que regresa y pasa, en la quietud de la noche, a dar las cartas […] El hombre sin alma es el hombre que huye del alma".
     Cabral, sorpresa mayor, un ateo confeso toda su vida, en los últimos cinco años ya ciego, incapaz por lo tanto de ver y disfrutar las formas que llevaba al papel, murió rezando de manos dadas con su mujer, la también poeta Marly de Oliveira. Bien, ¿habrá acaso postura más subjetiva, más emocional, más abstracta que el aferrarse a una religión? –

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