Joaquín Villalobos: ¿A la democracia por las armas?

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Cuántas cosas han cambiado en El Salvador en los últimos años. Por ejemplo, el comandante más temido del Farabundo Martí de Liberación Nacional, Joaquín Villalobos, es ahora investigador asociado en la Universidad de Oxford. Estuvo en julio pasado en San Salvador para entrevistarse con un ex presidente de la república, un ex jefe del Estado Mayor y un ex ministro de Defensa. Todos ellos, en algún momento, desearon que Villalobos estuviera muerto.
     Ahora, el más radical de los comandantes (a quien la CIA le tenía asignada una unidad especial para cazarlo) puede sentarse tranquilamente en el jardín de su casa, en un pueblo cercano a Oxford.
     Mirándolo así, sentado en el jardín, cuesta trabajo pensar que Oxford sea el destino de un hombre que estuvo involucrado en la guerrilla por más de veinte años y dirigió el Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, la fracción militarmente más audaz del FMLN. Cuesta también trabajo pensar que sobre él pesan la ejecución, a mediados de los setenta, del poeta salvadoreño Roque Dalton; el ajusticiamiento de más de una decena de alcaldes en la zona ocupada por el FMLN; el reclutamiento forzoso de jóvenes guerrilleros; el descuido en la implantación y retiro de minas antipersonales, que provocó tantas muertes civiles al final del conflicto.
     Pero, en opinión de muchos, también a él se debe, en buena medida, el éxito de las negociaciones de paz, que culminaron en 1992 y transformaron al país no en un Estado burocrático autoritario, como soñaban algunos sectores radicales en los setenta, sino en una incipiente democracia de mercado.
     Para algunos de sus compañeros de lucha, Villalobos es un traidor. En cambio, James Lemoine, que lo conoce desde hace muchos años, primero como corresponsal del New York Times y luego como empleado de Naciones Unidas, dice que Villalobos tenía una enorme capacidad de analizar la situación y cambiar. Pero Villalobos se resiste a ser la caricatura de un marxista que se hizo demócrata de la noche a la mañana. "La mía", dice, "es una historia totalmente distinta".
     Joaquín Villalobos viene de una familia más bien conservadora de la clase media de San Salvador. Fue a una escuela dirigida por los hermanos maristas. Cuando terminaba el bachillerato, a finales de los sesenta, se involucró en unos cursos de alfabetización para campesinos, organizados por la Iglesia. En cierta ocasión, soldados del ejército salvadoreño deslizaron una hoja debajo de la puerta donde estaban reunidos los jóvenes maestros: una amenaza de muerte. Villalobos y un amigo suyo, hijo de un coronel del ejército, quisieron enfrentar a los soldados que los habían amenazado, pero el sacerdote a cargo del grupo los llamó a la prudencia. Para Villalobos la experiencia es fundacional. Desde entonces, dice, nunca abandonó la certeza de que El Salvador no podía estar gobernado por un ejército de analfabetas.
     Por todo el país, algunos jóvenes de clase media, que habían recibido una educación superior, buscaban maneras de organizarse, muchas veces de forma bastante ingenua. Villalobos y sus amigos se inspiraban en el Che, en quien encontraron una idea moral del guerrillero, pero no sabían cómo hacer la guerrilla hasta que entraron en contacto con grupos de izquierda mejor organizados.
     Los comunistas no eran una fuerza importante. A principios de los setenta, eran apenas un grupo incrustado en la universidad. Debido a la ausencia de un pensamiento estrechamente marxista, la estrategia del grupo de Villalobos era mucho más adaptable a las cambiantes circunstancias. Por ejemplo, un dirigente del ERP, Rafael Arce, comenzó a estudiar cuáles eran las zonas del país donde era posible desarrollar la guerrilla. De acuerdo con el pensamiento marxista, dice Villalobos, lo obvio era ir por los obreros o el proletariado campesino, donde también se agudizan las contradicciones de clase. Arce hizo un recorrido por el país y concluyó que la guerrilla podía crecer de manera más fácil en regiones rurales relativamente ricas, donde no hay emigración, las familias son cristianas y tienen cierta estabilidad económica que permite que alguno de sus miembros se incorpore al movimiento.
     La otra gran razón por la cual el movimiento guerrillero en El Salvador fue muy flexible, dice Villalobos, es que nunca perdió contacto con el exterior. Para 1980, de un gran número de grupos guerrilleros que había surgido en los años anteriores sobrevivían cinco principales, entre ellos el ERP. Cuando estalló la revolución sandinista El Salvador se convirtió en una pieza muy importante en el juego de poderes regional. El presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan, comenzó a endurecer su acercamiento hacia Centroamérica. Cuba y Nicaragua miraron hacia El Salvador, donde había varias organizaciones guerrilleras que peleaban contra una dictadura. Se dieron cuenta de que debían integrarlas a la política regional y presionaron para que los cinco grupos se unieran. Así nació el FMLN.
     "Nuestra radicalización estaba totalmente fuera de lugar", dice Villalobos, "era inconveniente a los intereses de Cuba y Nicaragua, porque necesitaban un acuerdo regional que estabilizara las fuerzas. Nadie quería que nos convirtiéramos en algo como Sendero Luminoso. Lo que interesaba era un grupo coherente, militarmente eficaz, pero también capaz de adaptarse a las nuevas circunstancias".
     De Cuba y Nicaragua habían aprendido un concepto fundamental: el uso político de las armas. El ERP lo llevó a una de sus más refinadas manifestaciones. "Nos decían locos", señala Villalobos, "porque éramos los que más ruido hacíamos, los que poníamos algo nuevo a la acción militar". Villalobos mostró tener mucha imaginación para la estrategia militar, sin perder de vista, insiste, que el objetivo final era la negociación. Por ejemplo: a diario ponían bombas en todo el país, o saboteaban las instalaciones de electricidad. Así, daba la impresión de que el FMLN era mucho más numeroso e importante de lo que realmente era. Atacaron también la Guardia Nacional con morteros caseros que colocaron en una colonia pegada a la parte posterior del cuartel. El ejército envió tanques que se enfrentaron a los guerrilleros en el mismo barrio, y eso les dio una enorme publicidad. Parecía que El Salvador estaba en guerra, cuando en realidad se trataba de un enfrentamiento entre el ejército y un grupo pequeño de rebeldes. "Una guerrilla nunca gana militarmente la guerra", dice Villalobos, "gana cuando le impide al otro gobernar".
     Después de un ir y venir de ofensivas guerrilleras y contraofensivas del ejército, la situación llegó a una especie de empate a mediados de los ochenta. En 1986 Villalobos publicó un folleto titulado "El estado actual de la guerra y sus perspectivas". Era el tercer documento relativo a la guerra que daba a la luz pública. Sus textos se utilizaban como una manera de medir el estado del conflicto. En el documento, Villalobos ataca duramente al entonces presidente de El Salvador, José Napoleón Duarte, un moderado a quien los Estados Unidos había apoyado en la búsqueda de una opción legal, intermedia entre la guerrilla y el ejército. Primero, hace una apología del valor estratégico del sabotaje de "la estructura económica del sistema capitalista oligárquico". Concluye diciendo que en ese momento del conflicto, las elecciones no eran una solución política; lo que se necesitaba era poner en jaque al sistema.
     Tres años después, cuando era más o menos evidente que ninguno de los dos ejércitos tenía una ventaja, Villalobos publicó otro documento que tuvo un enorme impacto internacional. Ignacio Ellacuría, un jesuita que poco después sería asesinado a manos de los escuadrones de la muerte, le pidió un texto para Estudios Centroamericanos, una influyente revista académica. "Ellacuría me pidió que escribiera sobre cómo veía yo el cambio en El Salvador", dice Villalobos. "Quería sacarnos del aislamiento para que nos viéramos obligados a pensar y reflexionar sobre lo que estábamos haciendo".
     Una mexicana que había cabildeado en Washington en favor del FMLN (Villalobos no recuerda su nombre) le pidió una copia del texto y lo propuso a los editores de Foreign Policy, quienes lo publicaron a principios de 1989 con el título "A Democratic Revolution in El Salvador". El artículo comienza con un intento por desbancar la idea de que el FMLN es un movimiento lunático y radical, como lo había pintado Reagan. "Para contrarrestar esos argumentos", escribe Villalobos, "el FMLN sabe que […] debe mostrar que la situación histórica […] de El Salvador requiere de un cambio revolucionario basado en un modelo político amplio y abierto, y que el pensamiento del FMLN toma en cuenta este factor determinante".

Villalobos acepta el origen marxista del movimiento, pero argumenta que sería suicida para el FMLN adoptar un modelo de revolución "cerrado".

Escribe en el momento de la perestroika: "Las fuerzas que dirigen la campaña en El Salvador no están limitadas a las clásicas categorías de trabajadores y campesinos, el movimiento también alcanza otros sectores de la sociedad, incluyendo la clase media. El acuerdo entre varios grupos involucrados en este esfuerzo determinará un nuevo orden político". El artículo termina con un programa de reformas: distribución de la tierra para desmantelar el poder de la oligarquía; economía mixta, donde los sectores público y privado puedan dirigir la rápida transformación del país; elecciones democráticas, partidos políticos y libertad de expresión. "¿Son estas propuestas sólo una maniobra táctica del FMLN?", se pregunta, "o, por el contrario, ¿indican que el FMLN está listo para abandonar los objetivos revolucionarios? La respuesta es que no importa cómo se llame este proceso; El Salvador necesita de un cambio profundo".
     No obstante, la suavidad de las palabras estuvo acompañada por una nueva radicalización militar. Duarte había sido derrotado en las urnas por Alfredo Cristiani, el dirigente de Arena, el partido de la derecha. Ignacio Ellacuría mantenía el contacto entre Cristiani y los dirigentes del FMLN, para explorar las posibilidades de una negociación. Pero el ejército no quería oír hablar del asunto.
     En noviembre de 1989, el FMLN entró en una nueva etapa del "uso político de las armas". Villalobos propuso ocupar ciertas partes de la ciudad, donde no hubiera militares, para obligarlos a producir un combate. En pocos días tendrían al mundo entero pensando que El Salvador estaba inflamado en una guerra total.
     El FMLN mantuvo parte de la capital por diez días. En el fuego cruzado quedaron atrapados el secretario general de la Organización de Estados Americanos, Joao Baena Soares, así como varios asesores estadounidenses. El FMLN realizó una rápida negociación con autoridades de los Estados Unidos para liberarlos, lo cual le dio luego cierta legitimidad frente a los estadounidenses.
     Un sector del ejército reaccionó a esta ofensiva asesinando a cinco jesuitas, entre los que se encontraba Ellacuría. El crimen fue la puntilla del sector más radical del ejército. Inició, entre otras cosas, un proceso judicial contra un coronel, dos tenientes y varios soldados, que fue transmitido por todo el país. La única manera de parar la investigación y lograr una amnistía para los jefes militares responsables del crimen era negociar.
     Las partes se sentaron en la mesa en un proceso de dos años. Villalobos cuenta que abandonó los asuntos militares para dedicarse a pensar las reformas que la negociación iba a introducir. Tradicionalmente el ERP había presentado propuestas que eran más un arma política que un programa bien definido. Y, de repente, se encontraron con que tenían que pensar las reformas al ejército, la policía, el sistema electoral y el aparato de justicia.
     "Cuando en el pasado hacíamos propuestas poco razonables", dice Villalobos, "lo único que lográbamos era que la otra parte las rechazara. Pero en la medida en que en la mesa de negociación comenzamos a hacer propuestas realistas, la derrota de la contraparte fue formidable. Las reuniones de México, en los noventa, fueron una fase de la negociación en la que, después de proponer un programa democrático, invertimos totalmente la ecuación. Dejó de ser un diálogo entre una opción marxista y otra de derecha. Ahora los intransigentes eran ellos".
     En 1992, con los acuerdos de paz firmados y las reformas en proceso, Villalobos publicó otro texto, Una revolución en la izquierda para una revolución democrática. El libro es el programa que, pensaba Villalobos, la izquierda debía adoptar para la época posrevolucionaria.
     A diferencia de los militantes del FMLN con una formación comunista, Villalobos aseguraba que los acuerdos de paz no eran un logro táctico, apenas otro momento inevitable de la lucha armada, sino la mejor oportunidad que tenía El Salvador de transformarse. En el libro, hace un llamado a la izquierda para que acepte la democracia y el mercado como inevitables.
     En una ocasión Chafic Handal, líder comunista del FMLN, se acercó a Villalobos y le dijo: "Estas reformas están tan bien escritas que hasta parecen verdad". Para Villalobos, eran verdad. El malentendido no era trivial. Una revolución en la izquierda marca el inicio de una constante polé-mica de Villalobos con la izquierda, que culmina con su salida a Inglaterra.
     Para 1995, la situación de Villalobos en El Salvador era insostenible. Su estrella política estaba ensombrecida por las polémicas en que se había involucrado. En primer lugar, en 1992 la ONU había organizado la comisión de la verdad para determinar la responsabilidad de las partes en conflicto en la violación de derechos humanos. Era una alternativa a los procesos judiciales. Las sanciones serían señalamientos públicos.
     Villalobos entregó una carta donde responsabilizaba al ERP del ajusticiamiento de once alcaldes. Aunque había habido por lo menos trece casos más, responsabilidad de otros grupos, ningún otro jefe guerrillero presentó una carta similar. Pensaba que la comisión de la verdad iba a tomar nota de su actitud conciliatoria. En cambio, lo señaló públicamente como responsable de violaciones graves a los derechos humanos. El asunto le dio un arma a sus contrincantes de la izquierda, que lo dejaron solo.
     Casi al mismo tiempo, apareció de nuevo el fantasma de Roque Dalton. El poeta salvadoreño había sido fusilado en 1975 por los miembros del ERP bajo el cargo de ser un enviado de la CIA. Villalobos dice que él acababa de entrar al ERP cuando mataron a Dalton y que no estuvo en posición de decidir ni en favor ni en contra del ajusticiamiento, como tampoco ejecutó él la orden de muerte: "El asesinato de Dalton fue un error, una injusticia, una estupidez, pero yo no fui el responsable", dice. El problema es que en 1992, en medio del proceso de paz, Villalobos asumió públicamente la responsabilidad del asesinato, no de manera individual, sino colectiva, como jefe del ERP.
     Más tarde, cometió otro error político. Después de fracasar en el intento de convertir al FMLN en un grupo socialdemócrata que, en alianza con otros partidos, se convirtiera en la primera fuerza electoral, Villalobos abandonó el movimiento. Fundó una nueva agrupación para llevar a cabo su idea de combinar esfuerzos con la democracia cristiana. Arena estaba en el gobierno. Necesitaba los votos de los diputados de Villalobos para destrabar un paquete de reformas económicas. Villalobos negoció. Ofreció los votos a cambio de un paquete más amplio. La derecha aceptó, pero en el camino lo traicionó y no le dio nada a cambio. Villalobos, el casi infalible estratega de la guerra, quedó, en la democracia, como un tonto.
     En 1995, a raíz de otra escaramuza política en la que Villalobos fue acusado de difamación tras responsabilizar a un antiguo grupo guerrillero por el secuestro del hijo de un empresario, sus amigos le sugirieron que saliera del país.
     Llegó a Inglaterra a instancias del embajador de Chile y de José Ramón López Portillo, el hijo del ex presidente, que vive en Oxford, y de quien es amigo desde la época revolucionaria. Villalobos hizo un primer viaje a Oxford. Se entrevistó con algunos profesores, especialistas en América Latina, quienes le ofrecieron supervisar los trabajos que el ex guerrillero planeaba ejecutar en este periodo de exilio autoimpuesto. Se convenció de que esta era la ruta a tomar. "Yo era el jefe de un montón de gente", dice, "y acabé en una escuela de inglés".
     Villalobos también se ha involucrado con una organización no gubernamental, The Foundation of Civil Society, dedicada a analizar procesos de reconciliación y paz. El primer contacto de la fundación con Villalobos sucedió en El Salvador, donde hubo una conferencia después de la firma de los acuerdos de paz. Más tarde, la fundación lo invitó a hablar en Nicaragua, donde la negociación había sido más lenta y complicada. Desde entonces ha hablado con guerrilleros y soldados de Irlanda del Norte, Filipinas, Bosnia.
     Joaquín Villalobos recuerda que en cierta ocasión, después de elaborar frente a un auditorio repleto su idea de que los pueblos felices no tienen héroes porque no han sufrido guerras, un líder bosnio se le acercó al final de la conferencia para decirle:
     —Entiendo todo lo que nos ha dicho. Suena lógico. Pero, ¿cómo ha hecho para perdonar toda la sangre que corrió de sus compañeros?
     Villalobos pasó un rato en silencio, y le dijo al hombre que el perdón era necesario para dejarle a los hijos no un país en guerra, sino un país en paz. –

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