“La cultura no debe ser solo un traje de fiesta”

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A la casa en la que vive Cees Nooteboom (La Haya, 1933), en Ámsterdam, solo se accede escalando. Situada en un tranquilo rincón entre los canales Singel y Herengracht, crece en vertical. Habitación tras habitación, encaramándose por empinadas escaleras de madera, se asciende hasta su despacho, que es el lugar más luminoso de la casa. Tras el último escalón, un león nos da la bienvenida desde el interior de una alfombra persa. El escritor holandés, de 82 años, ya convertido en una leyenda viviente de la literatura europea, sube y baja por esas escaleras con aplomo. “Las recorro docenas de veces al día”, dice, mientras yo, detrás de él, me aferro torpemente a la barandilla para volver a la planta baja. “Estoy convencido de que son estas escaleras las que me mantienen con vida. Hasta el día en que me maten.” Es un entrenamiento diario el suyo. “Igual que, por otro lado, hace falta tiempo para leer poesía”, dice. Por lo demás, Nooteboom ha dedicado a la poesía gran parte de su vida, así como a la poesía está dedicado Tumbas de poetas y pensadores (Siruela, 2007), fruto de décadas de peregrinaciones a las tumbas de los poetas, junto con la fotógrafa Simone Sassen, compañera de vida de Nooteboom. Con el paso de los años, Tumbas se ha convertido en un libro de culto, señal de que dos grandes tabúes sociales como la muerte y la poesía resultan menos indigestos de lo que se piensa. Acaso, por el contrario, exista una demanda de plenitud, de significado y de complejidad que valdría la pena no pasar por alto.

Tumbas refleja una larga lealtad hacia la poesía, y una gran necesidad de poesía, de algo más grande que el individuo. En este sentido, es, paradójicamente, un libro político. ¿No será que hemos descubierto, como quien no quiere la cosa, la falta que nos hacen los poetas?

En este momento histórico las personas se sienten solas. Y la poesía ofrece algo que va más allá de la vida de cada uno de nosotros, nos transporta a un lugar que está por encima de nuestra cotidianidad. Realiza este extraño milagro que consiste en arrancar desde un punto muy personal y llegar a lo universal. De eso se siente la necesidad, en un momento de extravío como el que vivimos. Y en efecto, las lecturas de poesía tienen algo especial. Personas solas, acostumbradas a leer en soledad, que al final se reúnen con otras para compartir una situación. Las lecturas poéticas se convierten en una liturgia; su lugar de celebración, en una iglesia.

Para percibir el poder regenerador de la poesía no es necesario entenderla.

Exacto. Pienso en las palabras de ese gran poeta que fue Paul Hoffmann, quien dijo que desde el momento en que la lengua alemana quedó comprometida por el nazismo, escribir y leer poesía en alemán servía para curarla. Pues eso mismo, cuando veo lo que está pasando, creo que me gustaría que la poesía pudiera ser una cura.

Vivimos en un mundo que favorece la respuesta inmediata, la retórica de la emergencia, mientras que la poesía se plantea preguntas.

En tono de broma podría decirse que, si el universo es la respuesta, ¿cuál era la pregunta? Todos quieren respuestas y todos me piden que las dé. Me piden que hable de política, más que de literatura. Quieren respuestas sobre las dinámicas políticas y sociales en el acto. Pero la historia acaece, y solo después nos damos cuenta de que ha acaecido. Borges lo llamaba “el pudor de la historia”. Yo narré Budapest en 1956, es cierto, pero en ese momento nadie sabía que se necesitarían treinta años más, antes de que en 1989 las cosas que empezaron a moverse entonces llegaran a su cumplimiento histórico.

Hoy en cambio se atribuye un estatus “histórico”, por decirlo así, a cualquier acontecimiento, a nimiedades que se vociferan como excepcionales cada día. La consecuencia es una especie de letargo en el que todo se vuelve igual a todo.

Y nadie nos asegura que de ello quede huella, o que realmente se puede aprender algo de la historia. Aunque la verdad, yo lo espero. Pero cuando veo los muros levantados en Hungría, me echo a temblar. Alemania, por poner otro ejemplo por muy dramático que sea, exterminó a todo un pueblo en la Segunda Guerra Mundial. Ahora está abriendo de nuevo las puertas a miles de personas que provienen del mundo musulmán. Es deseable que saque las debidas conclusiones.

En un artículo que escribió usted hace muchos años, a propósito de la guerra en Iraq, decía: “Si existe aunque no sea más que un atisbo de solución, esta solo puede residir en la superación de nuestra increíble ignorancia recíproca.” ¿Cómo luchar contra la ignorancia?

Con la información y con la poesía. La cultura no debe ser únicamente un traje de fiesta, exhibido en situaciones oficiales y luego guardado en el armario. Esa es la cuestión. Tenemos un problema cuando los artistas se convierten en oropeles. Cuando se les reúne para una conmemoración, se les viste como es debido y se les aplaude. ~

 

 

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Una versión extensa de esta entrevista aparecerá en nuestra edición en línea. Traducción de Carlos Gumpert. © la Repubblica y Andrea Bajani

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(Roma, 1975) es escritor. Es autor de Saludos cordiales (Siruela, 2015)


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