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Joy Williams

Cuentos escogidos

Traducción de Albert Fuentes

Barcelona, Seix Barral, 2017, 718 pp.

Hay una trama que se repite en la obra de Joy Williams (Chelmsford, Massachusetts, 1944): padre reverendo e hija que se convierte en madre demasiado pronto y cómo eso afecta a la relación distante entre ellos. De eso habla su primera novela, Estado de gracia (Alpha Decay, 2015), con la que quedó finalista del National Book Award en 1974. De eso hablan también “Cuidarse” y “Bromelias”, dos de los relatos de Cuentos escogidos, traducción de The visiting privilege, una selección de cuentos ya publicados y otros nuevos, celebrado por Bret Easton Ellis como el acontecimiento literario del año. La mujer del reverendo de Estado de gracia muere en un accidente de coche: accidentes y orfandades reaparecen en la narrativa de la escritora estadounidense.

Por este volumen transitan viudos, madres solteras, parejas, hijos, adolescentes que fantasean con el suicidio, perros y hasta serpientes. Y todos van un poco a la deriva: son alcohólicos, huérfanos, preparan el funeral de su hijo, su novia acaba de dejarlos a través de una escueta y fría nota o saben que su muerte es inminente. A veces van de visita a casa de una vieja amiga o van a un museo lleno de animales disecados, otras escuchan de madrugada un programa de radio al que llaman oyentes para contar sus problemas o simplemente sueñan con gente que ríe. Los personajes de los cuentos de Williams parecen encarnar la cita que abre el volumen: “He aquí, les digo, un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos transformados. En un instante, en un abrir y cerrar de ojos…” Todos son transformados, sí, pero a veces los cambios son mínimos. A veces ese abrir y cerrar de ojos son varios: es decir, no hay epifanías a la Joyce, sino que el hartazgo y la desesperación van cercando al protagonista hasta convertirse en el elefante en el salón. “Podredumbre” es una buena muestra de eso, solo que lo que aparece en el salón, literalmente, es un Thunderbird. El coche es el regalo de cumpleaños que le hace Dwight a su mujer, Lucy, de la que se enamoró cuando ella era un bebé y él tenía veinticinco años: “Lucy estaba acostada en un cesto blanco de mimbre sobre un sofá. Tenía poco pelo y una expresión solemne. ‘Serás mi esposa’, dijo Dwight. Tenía mucha mano con los bebés y también con los niños pequeños.”

Algunos cuentos parecen la réplica a canciones de Bruce Springsteen: pienso en “Orillas”, protagonizada por una chica que vive sola con su hijo y espera el regreso del padre, con el que se crió. El cuento empieza así: “Quiero explicarlo. Solo somos dos: el bebé y yo. Duermo sola. Jared se ha ido. Tengo el pelo ondulado y una buena postura corporal. Bebo un poco. La comida me aburre. Tardo mucho comiendo. Siendo realmente francos, debo reconocer que sí bebo. Bebo, tal vez, más de lo que sería un consumo moderado, pero eso es porque tengo mucha leche. Tengo una sed terrible.” Muchas de las historias de Williams son trágicas: relaciones distantes entre padres e hijas, niños muertos, madres alcohólicas, padres que abandonan a su familia, padres ejecutados, violaciones, adolescentes atropellados, enfermedades terminales y matrimonios que se construyen escondiendo un homicidio; en otras la tragedia viene de la profunda insatisfacción de los protagonistas, una melancolía vital cuyo origen es difícilmente identificable y tal vez por eso incurable (“Tren”, “Acuse de recibo” o “Fortuna”). Nunca hay regodeo en la desgracia y también hay historias felices a su manera, como “La boda”.

Una de las virtudes más admirables y reconocibles que muestran los cuentos aquí reunidos es cómo se administra la información y cómo (y hasta cuándo) se oculta el dato revelador de algunos de los personajes (es alcohólico, acaba de quedar viudo, su perro ha muerto, etc.). Los relatos están impecablemente construidos: en muchos lo importante no es lo que sucede, sino el retrato que se hace de un personaje o de una atmósfera. Williams domina todos los recursos y los usa a su antojo: diálogos, narración en tercera persona, primera persona o estilo indirecto.

Algunos comienzos son memorables: “Estaba pasando una mala época y a veces había pensado en suicidarse, pero suicidarse en el penúltimo curso de secundaria no podía ser más cursi, y había que andarse con ojo porque dos de sus compañeras de clase se habían suicidado el curso anterior y entre las dos habían dejado veinticuatro notas de suicidio y al final la gente se lo tomó a guasa. Habían dejado las notas por todas partes, repletas de faltas de ortografía y pedanterías varias”, en “Invitado de honor”, uno de los mejores cuentos del volumen. “El funeral de Harry, el hijo de Anne, no había ido bien. Se estaban celebrando otros entierros a la misma hora, incluido el de un cantante famoso a varios centenares de metros cuyos dolientes fans llevaban a cabo su ruidosa ceremonia en una chillona carpa de rayas”, en “Marabú”. O “Angela solo había sido madre una vez, de una hija que la aborrecía”, en “Martillo”.

Joy Williams tiene un gran talento para la construcción de personajes y atmósferas. Es capaz de condensar una vida en unas líneas y hacer que el lector sienta empatía por sus creaciones: seres en general perturbados que no terminan de encajar en la vida que les ha tocado. Este volumen permite establecer ecos temáticos en su obra y rastrear el tema principal: la muerte. También deja patente su debilidad por los adolescentes y los animales y su gusto por los perdidos. Los cuentos de Williams van un paso más allá en la idea de que lo que no se dice es más importante que lo que se dice. Tal vez por eso uno no puede dejar de leerlos. ~

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(Zaragoza, 1983) es escritora, miembro de la redacción de Letras Libres y colaboradora de Radio 3. En 2023 publicó 'Puro Glamour' (La Navaja Suiza).


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