Las fracturas en las corrientes polรญticas de izquierda y de derecha han auspiciado que en Mรฉxico se fortalezcan los representantes y herederos del antiguo rรฉgimen autoritario. La trรกgica falta de una convergencia entre las fuerzas democrรกticas de la derecha y la izquierda –entre el PAN y el PRD– propiciรณ, desde el aรฑo 2000, que creciera un pantano polรญtico, aparentemente mediador y centrista, alimentado con las aguas negras del antiguo autoritarismo. Ante las elecciones presidenciales de 2012 son evidentes las consecuencias polรญticas de estas fracturas: el PAN se presenta como un partido desgastado por el ejercicio aislado del gobierno durante dos sexenios y el PRD aparece como una corriente en franco deterioro electoral. Ni la derecha ni la izquierda lograron, por diferentes razones, fortalecerse como opciones plenamente modernas. En contraste, el partido del antiguo rรฉgimen se ha fortalecido notoriamente.
Todas las encuestas sobre las intenciones de voto hechas en 2011 dan como favorito al PRI. Muestran que desde 2009 las opiniones favorables a este viejo partido van en ascenso, mientras que el apoyo al PAN y al PRD desciende gradualmente. Este รบltimo queda en tercer lugar con un porcentaje que rebasa los quince puntos.
¿A quรฉ se debe este ascenso del PRI? Aparentemente este partido, desde que perdiรณ la presidencia, no ha dado ningรบn viraje espectacular, no ha modificado esencialmente su programa, no ha hecho una crรญtica pรบblica de su pasado autoritario y sus dirigentes conservan intacto su viejo estilo de comportarse y de hablar. El PRI no parece haber absorbido nuevas ideas ni ha generado una novedosa u original visiรณn de Mรฉxico. Leer los documentos del PRI es como sumergirse en la mรกs plana grisura que nos podamos imaginar: no hay allรญ nada interesante, nada nuevo, nada imaginativo. Durante mรกs de diez aรฑos, desde el gobierno de Ernesto Zedillo hasta las elecciones del 2006, el PRI sufriรณ un evidente declive electoral. Despuรฉs de perder la presidencia en 2000, su peor momento fueron las elecciones de 2006, donde quedรณ relegado como una tercera fuerza. El espectacular choque entre Felipe Calderรณn y Lรณpez Obrador ese mismo aรฑo indirectamente estimulรณ la recuperaciรณn del PRI. Aparentemente todo el trabajo lo hicieron sus dos contendientes –el PAN y el PRD–, que no fueron capaces de aunar sus fuerzas para impulsar un cambio profundo del sistema.
Asรญ, en la sombra y calladamente, ha ocurrido una mutaciรณn muy importante en el PRI: se ha convertido en un verdadero partido polรญtico. Hay que recordar que el PRI, durante los decenios del autoritarismo, nunca fue un autรฉntico partido. Era la agencia electoral altamente centralizada de un sistema autoritario, encargada de captar el apoyo de la poblaciรณn por medios corporativos. Formaba un apรฉndice burocrรกtico que se activaba durante las elecciones y que administraba con eficacia variable las dosis necesarias de fraude. Se convertรญa estacionalmente en el canal que usaban el presidente y los grupos polรญticos poderosos para repartir diputaciones, senadurรญas y gubernaturas. Este aparato mediador era controlado desde la Secretarรญa de Gobernaciรณn. Estrictamente hablando, el PRI no era el partido gobernante: era una mera extensiรณn del gobierno.
En sus lejanos orรญgenes, en 1929, el partido oficial fue el instrumento que permitiรณ unificar a las diversas fracciones revolucionarias y canalizar ordenadamente las luchas por el poder. Despuรฉs se fue convirtiendo en un simulacro de partido, un duro cascarรณn que ayudaba a darle al sistema polรญtico una apariencia democrรกtica. Desde luego, fue un espacio complicado cruzado de pugnas e intrigas. Sus sectores obrero, campesino y “popular” animaban extensas estructuras mediadoras. El partido oficial era un inmenso aparato estatal especializado en manipular procesos electorales.
Este enorme aparato se habรญa estado desgastando mucho y ya no funcionaba adecuadamente desde, por lo menos, los aรฑos ochenta. Pero al perder las elecciones del 2000, el PRI sufre un golpe descomunal e inicia un proceso de decadencia. Le fue cortada la cabeza central –el seรฑor presidente– y el aparato dejรณ de funcionar como antes. Sรบbitamente, la burocracia priista se encontrรณ en condiciรณn de orfandad.
El PRI, malherido y en decadencia, se fragmentรณ y se refugiรณ bajo la sombra del poder de los numerosos gobernadores que le quedaban, y que fueron como las cabezas de una Hidra polรญtica enloquecida por haber perdido el poder central. Las querellas fueron intensas y rudas. Baste recordar, como ejemplo, los pleitos que llevaron a Elba Esther Gordillo, la dirigente magisterial, a abandonar el PRI y al poderoso gobernador del Estado de Mรฉxico, Arturo Montiel, a caer en desgracia, acusado de corrupciรณn. Pero el fragmentado PRI reposaba en un caldo de cultivo muy nutritivo: el poder de los gobernadores, que mantenรญan en pequeรฑa escala sistemas que parecรญan calcados del viejo modelo autoritario nacional, como lo han mostrado los excelentes estudios de Joy Langston.[1]El gran problema con estas cabezas de la Hidra es que, como sucedรญa con el monstruo clรกsico griego combatido por Heracles, al cortar una cabeza crecen varias en su lugar. El hรฉroe mรญtico descubriรณ un mรฉtodo para evitar esta proliferaciรณn de cabezas: habรญa que cauterizar con fuego las heridas del monstruo. Esto es precisamente lo que no pudieron o no quisieron hacer los gobiernos panistas.
Cauterizar las heridas polรญticas que quedaban abiertas despuรฉs de las derrotas del PRI hubiese significado quemar el tejido social corrupto para sustituirlo por nuevas formas de hacer polรญtica. Pero el presidente Vicente Fox desperdiciรณ su fuerza y su popularidad como dirigente de la transiciรณn democrรกtica y renunciรณ a las tareas de impulsar una vasta renovaciรณn del sistema polรญtico. Impulsรณ un federalismo derechista que acabรณ fortaleciendo a los gobernadores y, gracias a su ineficacia administrativa, Fox fomentรณ una fragmentaciรณn que erosionรณ al gobierno central. Con ello se mantuvieron vivas las bases de apoyo regional del PRI. Bastaron unos cuantos cambios en el aparato para frenar o canalizar los pleitos entre gobernadores, senadores y diputados, y lograr que lentamente la vieja mรกquina se convirtiera en un partido polรญtico capaz de competir en el nuevo contexto democrรกtico. Estos ajustes se hicieron con habilidad despuรฉs de las elecciones presidenciales de 2006 y mostraron su eficacia muy pronto, en las elecciones intermedias de 2009, cuando el PRI se convirtiรณ en la primera fuerza en el Congreso.
Coaliciones y cultura polรญtica
Es sintomรกtico que ante las elecciones de 2012 haya surgido la propuesta de impulsar una coaliciรณn de gobierno, despuรฉs de que durante dos sexenios los dirigentes polรญticos fueron totalmente incapaces de impulsar algo semejante. No deja de ser revelador el hecho de que lรญderes muy influyentes de los grandes partidos hayan propuesto una coaliciรณn, basada en un acuerdo programรกtico explรญcito, con el objeto de lograr que un futuro gobierno carente de mayorรญa en el Congreso pueda funcionar “armรณnicamente”. Es lo que planteรณ el manifiesto “Por una democracia constitucional” publicado el 10 de octubre de 2011, donde lรญderes destacados del PAN (Javier Corral, Santiago Creel), del PRD (Cuauhtรฉmoc Cรกrdenas, Marcelo Ebrard) y del PRI (Manlio Fabio Beltrones, Francisco Labastida) proponen construir un gobierno basado en el pluralismo. Esto es algo que debiรณ haber ocurrido hace doce aรฑos, pero ni estos ni otros dirigentes mostraron la menor inclinaciรณn hacia una coaliciรณn de gobierno. Me pregunto por quรฉ no impulsaron entonces lo que ahora dicen que hay que hacer. De hecho, en la lista de quienes firman este manifiesto estรกn ausentes aquellos polรญticos que serรกn los candidatos a la presidencia: Andrรฉs Manuel Lรณpez Obrador, Enrique Peรฑa Nieto y Josefina Vรกzquez Mota (esta รบltima aรบn no confirmada). El candidato del PRI, que estรก convencido de su triunfo, prefiere restaurar la llamada clรกusula de gobernabilidad para lograr la ansiada “armonรญa” entre la presidencia y el Congreso; y el candidato del PRD ha manifestado reiteradamente su profunda alergia a las coaliciones con los partidos que considera ligados a la “mafia del poder”.
Sin embargo, la idea de que las coaliciones son ingredientes necesarios de la polรญtica en un contexto democrรกtico se ha extendido notablemente. Desde luego, se presenta en muy diversas formas, desde su expresiรณn como la fรณrmula mรกs efectiva para derrotar al antiguo partido autoritario hasta la insistencia por lograr que el partido gobernante obtenga mediante coaliciones una mayorรญa en el Congreso. Hay gran inquietud ante la combinaciรณn de un poder presidencial fuerte pero cada vez mรกs inoperante, una debilidad del poder legislativo plural y un robustecimiento de la fuerza de los gobernadores. Han surgido toda clase de recetas para remediar esta situaciรณn o, por lo menos, para atenuar sus consecuencias mรกs desastrosas: parlamentarizaciรณn del sistema polรญtico, reelecciรณn consecutiva e indefinida de legisladores, segunda vuelta electoral, reforma del federalismo, restauraciรณn de la llamada clรกusula de gobernabilidad, disminuciรณn del nรบmero de legisladores plurinominales, gobierno de coaliciรณn, recortes al financiamiento pรบblico de los partidos, etcรฉtera. Pero cualquiera de estos cambios requiere de un paso previo indispensable: la coaliciรณn o alianza de fuerzas polรญticas para aprobar estas y muchas otras reformas necesarias. No es previsible que ello ocurra antes de las elecciones presidenciales.
¿Quรฉ nos revela esta situaciรณn? Dirรญa que estamos ante una muy precaria y fragmentada cultura democrรกtica. No se ha expandido impetuosamente una nueva civilidad que obligue a los partidos polรญticos a adoptar un comportamiento tolerante y responsable. No se ha desarrollado con suficiente vigor una cultura de la dignidad ni un orgullo democrรกtico. En contraste, nos oprime todavรญa el enorme peso de la vieja cultura polรญtica autoritaria, que se halla profundamente inscrita en la sociedad mexicana. Es la rancia cultura priista que, aunque ha retrocedido en muchos รกmbitos, se ha extendido fuera del partido que la alimenta y ha invadido al PAN, al PRD y a las รฉlites polรญticas.
Este fenรณmeno es mรกs evidente en los espacios de la izquierda, donde una mezcla de nacionalismo, populismo y culto a la revoluciรณn ha frenado la expansiรณn de expresiones modernas de la democracia y el socialismo. Cada vez se extiende mรกs la influencia de dirigentes que provienen del PRI y que transportan con ellos la vieja cultura autoritaria. Pero el partido gobernante, el PAN, no estรก exento de esta especie de contaminaciรณn, pues a fin de cuentas los intereses de la derecha se han adaptado siempre muy bien a los usos y costumbres del nacionalismo revolucionario.
Estamos ante una situaciรณn paradรณjica: aunque el peso de la cultura nacionalista tradicional ha disminuido, no se ha consolidado una nueva actitud moderna y democrรกtica. La precariedad de la cultura polรญtica moderna se debe en gran medida al hecho de que el partido que encabezรณ la transiciรณn democrรกtica, el PAN, no ha sido capaz de ofrecer e impulsar una nueva civilidad, pues los lastres de la tradiciรณn catรณlica conservadora han sido demasiado pesados y no ha contado con una intelectualidad influyente que pudiese iluminar el camino a una derecha moderna. La consolidaciรณn de una nueva cultura democrรกtica ha sido frenada tambiรฉn por la izquierda que, a pesar de contar con una masa intelectual amplia, no logrรณ superar el trauma de haber quedado al margen de la transiciรณn.
Debido a todo ello, no fue posible una coaliciรณn de las fuerzas modernas y democrรกticas de la izquierda y la derecha con el objeto, no solamente de realizar reformas polรญticas sustanciales, sino tambiรฉn para auspiciar el crecimiento de una cultura alternativa, opuesta a las tradiciones nacionalistas y revolucionarias del autoritarismo institucionalizado. En esta situaciรณn trรกgica podemos ver otra de las razones que explican el fortalecimiento del PRI. Ahora son algunos priistas los mรกs entusiasmados en rescatar la idea de las coaliciones, para apuntalar su retorno.
Violencia y narcotrรกfico
El fortalecimiento del PRI tiene tambiรฉn sus causas en el extraordinario crecimiento de la violencia. La imagen predominante de Mรฉxico en los medios masivos de comunicaciรณn es la de un paรญs sumergido en un mar de sangrienta violencia que ha generado decenas de miles de homicidios ligados a la lucha contra los narcotraficantes. Mรฉxico es reflejado en la prensa local e internacional como un paรญs sometido a los desastres de una dudosa guerra contra los contrabandistas de drogas; ha heredado la imagen que tenรญa Colombia hace algunos aรฑos. Es una desgracia que esta imagen coincida con el proceso de transiciรณn a la democracia que se inicia a fines del siglo XX. En gran medida, la espectacularidad de los crรญmenes ha ocultado los complejos problemas a los que se enfrenta el sistema polรญtico mexicano. En buena medida esta imagen ha sido impulsada con fines polรญticos por el conjunto de la oposiciรณn, tanto por el PRI como por el PRD.
Durante los primeros aรฑos de la transiciรณn podemos observar una extraรฑa paradoja. En la opiniรณn pรบblica mexicana predominaba la sensaciรณn y la creencia de que el paรญs vivรญa en un infierno de violencia creciente. Sin embargo, ello no era cierto.[2]En realidad, entre 1992 y 2007 la tasa de homicidios habรญa descendido notablemente aรฑo tras aรฑo. Desde luego, este descenso paulatino de la violencia no ocurrรญa en todos los rincones del paรญs. Habรญa regiones y ciudades, especialmente en la frontera con Estados Unidos, en el norte de la Sierra Madre Occidental y en el oeste de Guerrero y Michoacรกn, donde por el contrario la violencia homicida habรญa aumentado. En su conjunto, las tendencias nacionales eran positivas y no justificaban la generalizada sensaciรณn de inseguridad que percibรญan muchos ciudadanos y que denunciaba con alarma la prensa y la televisiรณn. En cierta medida, esta paradoja se explica por el hecho de que los perdedores de las elecciones presidenciales del 2000, el antiguo partido oficial destronado y el partido de la izquierda desilusionada, fomentaron la percepciรณn de que Mรฉxico se hundรญa en un pantano de violencia. Las corrientes polรญticas de la oposiciรณn impulsaron la idea de que la llegada de la democracia habรญa traรญdo consigo la violencia y la extensiรณn del narcotrรกfico.
El descenso general de la violencia se detuvo abruptamente en 2008. En este aรฑo se inicia un ascenso vertiginoso y extraordinario de la tasa de homicidios, que vuelve a los niveles de dos dรฉcadas antes. No cabe duda de que este cambio brusco estรก relacionado con la intensificaciรณn de la lucha contra el narcotrรกfico desencadenada por el presidente Felipe Calderรณn. La interpretaciรณn mรกs socorrida de este auge dramรกtico de la violencia se remite al hecho de que la represiรณn desatada por el ejรฉrcito, la marina y la policรญa federal han provocado un desequilibrio en los grupos de narcotraficantes. Ello ha ocasionado un aumento de la competencia por llenar los huecos y la consiguiente violencia que enfrenta entre sรญ a las organizaciones criminales que se disputan los territorios. Eso explica el hecho de que las tasas de homicidios estรกn concentradas en las regiones donde se combate al crimen con mรกs determinaciรณn, y que ya tenรญan antes altos niveles de violencia.
Sin embargo, como ha mostrado con agudeza Fernando Escalante, esto solo explica parcialmente el extraordinario ascenso de la violencia a partir de 2008. Hay muchรญsimas mรกs muertes que las atribuidas a las rencillas y venganzas entre narcotraficantes o debidas a la ampliaciรณn de sus actividades a otros rubros (secuestros y extorsiรณn). La explicaciรณn que propone Escalante me parece que va en la direcciรณn correcta. Sostiene que hay una crisis del poder y de la policรญa municipales, en parte provocada por la intensificaciรณn de los operativos militares. El problema es que en Mรฉxico ha habido tradicionalmente una complicidad de los criminales con las policรญas municipales que se encargan de mantener cierto orden en los mercados ilegales e informales. La crisis de estas policรญas abusivas, corruptas e ineficientes deja un vacรญo que obliga a muchos a proteger sus intereses por medios violentos. Asรญ, a las pugnas entre grupos criminales se agrega la actitud defensiva y violenta de muchas personas que pelean por sus propiedades y sus negocios al margen de la ley. La agudizaciรณn de la lucha desde el poder central contra el narcotrรกfico ha acelerado la crisis de lo que Escalante define como un sistema de mediaciรณn polรญtica basado en la negociaciรณn del incumplimiento selectivo de la ley. Este sistema es visto por muchos como una pesada herencia del antiguo rรฉgimen autoritario, durante el cual de mil variadas formas los gobiernos del PRI pactaron con las organizaciones criminales. El problema, durante la transiciรณn democrรกtica, serรญa que el caos y la anomia estรกn desordenando al crimen organizado.
La transiciรณn democrรกtica ha quedado opacada por el drama de la violencia desencadenada por la lucha contra el narcotrรกfico. Una parte de la poblaciรณn, muy alarmada, se estรก inclinando por un retorno a ese “sistema de negociaciรณn del incumplimiento selectivo de la ley”, creyendo que asรญ alcanzarรก una cierta tranquilidad. Por ello, entre las otras causas que he seรฑalado, el partido del antiguo rรฉgimen autoritario –el PRI– encabeza las preferencias electorales en vรญsperas de las elecciones presidenciales de 2012.
Es importante ver mรกs allรก del repulsivo y espeluznante espectรกculo de la violencia homicida que ha nublado el panorama. Detrรกs del espectรกculo debemos encontrar los hilos que mueven la transiciรณn y que explican la deterioraciรณn de los tejidos sociales mediadores que aseguran la estabilidad de la sociedad civil. El ensayista Ricardo Cayuela lo ha dicho con contundencia:
El problema de Mรฉxico no es el narcotrรกfico, ostentosa cerecita del gran pastel de la ilegalidad […] Este pastel estรก compuesto por una sociedad permisiva al quebrantamiento de la ley y una autoridad que cotidianamente, en todos los รณrdenes de gobierno, nos demuestra que la ley es un elemento, digamos, negociable.[3]
La decisiรณn del presidente Calderรณn de provocar una escalada en la confrontaciรณn con el crimen organizado no es algo que estuviera previsto con anticipaciรณn y para lo cual el gobierno se hubiera preparado. Nada en los programas y propuestas polรญticas que emergieron durante la contienda electoral de 2006 permitรญa prever que el candidato ganador desencadenarรญa una lucha de grandes proporciones contra los narcotraficantes, aunque era evidente que se requerรญan medidas para frenar la penetraciรณn del crimen en todos los poros de la sociedad y del gobierno. Este desenlace ocurriรณ como una decisiรณn precipitada del gobierno de Calderรณn ante la situaciรณn crรญtica y, ademรกs, con el objeto de fortalecer su legitimidad, que habรญa quedado muy debilitada tras el proceso electoral. Una tercera parte del electorado estaba convencida de que habรญa habido un fraude y el grupo polรญtico encabezado por Lรณpez Obrador estaba decidido a provocar un colapso del gobierno. La escalada en la lucha contra el narcotrรกfico ciertamente fortaleciรณ la legitimidad del gobierno. Al mismo tiempo enturbiรณ mucho las aguas de la polรญtica y generรณ efectos inesperados muy espectaculares que opacaron los problemas propios de la transiciรณn. Entre otros efectos, provocรณ que un sector muy grande de la sociedad no vea con malos ojos que el PRI retorne a la presidencia y establezca alguna clase de pactos con el crimen organizado. Es necesario observar las tramas polรญticas que se encuentran ocultas por el trรกgico espectรกculo de la violencia criminal, para buscar detrรกs de las imรกgenes atroces de un Mรฉxico bรกrbaro las lรญneas de una problemรกtica polรญtica compleja llena de matices.
¿Restauraciรณn?
Todas las encuestas muestran que, en los รบltimos cinco aรฑos, el apoyo al PAN y al PRD ha ido descendiendo paulatinamente, mientras que las simpatรญas por el PRI han crecido. Los dos partidos que obtuvieron mรกs votos en las elecciones presidenciales de 2006 han sido rebasados en las intenciones de voto por el PRI. Este partido se acerca a un cuarenta por ciento de las intenciones de voto, mientras que el PAN atrae en torno del veinticinco por ciento y el PRD poco mรกs del quince por ciento. Hay muchos electores (entre una cuarta y una tercera parte) que todavรญa no han decidido su voto o declaran que lo anularรกn, lo que arroja mucha incertidumbre a toda predicciรณn. Probablemente el apoyo al PRI irรก descendiendo en los prรณximos meses y tanto el PAN como el PRD verรกn crecer las simpatรญas que despiertan en el electorado sus candidatos. La izquierda es la que enfrenta la situaciรณn mรกs difรญcil, pues su camino estรก lleno de los obstรกculos y los destrozos que ella misma sembrรณ, y que ocasionaron su espectacular descenso en las intenciones de voto y el mรกs elevado porcentaje de repudio y animadversiรณn. La campaรฑa de la izquierda que denuncia los estragos de la lucha contra el crimen organizado (cuyas cifras de homicidios con frecuencia son exageradas) ha daรฑado la imagen del presidente panista pero ha contribuido a aumentar las simpatรญas por el PRI y no por el PRD. El tiro ha salido por la culata, el presidente mantiene un 64 por ciento de aprobaciรณn ciudadana y el apoyo a la izquierda no ha crecido. En cambio se ha legitimado la idea de que es necesario negociar con los cรกrteles de narcotraficantes, cosa que evidentemente no harรญa la izquierda. En cambio, el PRI ha visto crecer la impresiรณn de que, si gana las elecciones, habrรก algรบn tipo de arreglo que traiga la paz.
Si la izquierda no endereza su rumbo nos encontraremos ante el peligro de que se fortalezca un sistema bipartidista en el que los dos polos hegemรณnicos sean de derecha. La izquierda quedarรญa como un sector residual y marginal que tendrรญa que resignarse a una funciรณn crรญtica testimonial, amargada por el hecho de que dejรณ escapar la oportunidad de convertirse en un gran partido socialista moderno.
Por su parte, la derecha que llegรณ al poder en el aรฑo 2000 no ha logrado desarrollar con el รญmpetu suficiente las tradiciones liberales para confrontar sus lastres conservadores. Ilusoriamente empeรฑada en mezquinas querellas y en pactos de corto alcance con la oposiciรณn, dejรณ de utilizar los inmensos recursos del gobierno federal para modernizar la cultura polรญtica, transformar el arcaico sistema educativo, romper el duopolio televisivo y combatir a la poderosa Hidra que ha ido creciendo al amparo de los gobiernos estatales.
Mientras tanto, la principal cabeza de la Hidra –el gobernador mexiquense– crecรญa con gran fuerza. Es sintomรกtico que el exgobernador Peรฑa Nieto, ahora candidato del PRI a la presidencia, se refiera constantemente al PAN y al PRD como los partidos “de oposiciรณn”; รฉl nunca se ha presentado como lo que realmente es: un polรญtico de la oposiciรณn. La oposiciรณn, para el PRI, siempre han sido los otros. Cuando se registrรณ como candidato del PRI, el 28 de noviembre de 2011, declarรณ:
Yo ni aspiro, ni el partido aspira, a que la oposiciรณn hable bien del PRI; a la oposiciรณn le ha dado por hablar, seรฑalar y criticar mucho รบltimamente al PRI […] el PRI no va a caer en el juego de la oposiciรณn.[4]
Es curioso que este lenguaje antiguo lo utilice al mismo tiempo que niega que el PRI estรฉ retornando al pasado. Acaso tiene razรณn: el PRI no ha abandonado el pasado, por ello no puede regresar a รฉl. Ciertamente representa a una gran parte del paรญs, esa parte que vive todavรญa sumergida en la cultura y las estructuras del antiguo rรฉgimen.
Para muchos dirigentes del PRI, su partido no ha estado en la oposiciรณn: ha conservado y ampliado un sรณlido bloque de poderes estatales que hoy llega a sumar veinte gubernaturas. En muchos de estos lugares, el PRI no necesita restaurar nada, pues poco ha cambiado. Podemos sumar una media docena de gobernadores que, habiendo recientemente escapado del PRI por pleitos internos, fueron cobijados por coaliciones opositoras y llegaron al poder sin en realidad haber dado ni un paso fuera de la cultura institucional revolucionaria y nacionalista. Todo ello muestra que la influencia de los usos y costumbres priistas es inmensa. Pero una restauraciรณn completa a escala nacional del antiguo rรฉgimen es imposible. El PRI es ahora un partido que vive en un contexto nuevo y por ello sus fracturas internas serรกn mรกs daรฑinas y amenazadoras. En los lugares en que el PRI se ha fracturado, y donde por ello ha perdido elecciones, aparecen brotes de una cultura cรญvica democrรกtica. Y aunque las fracciones priistas que abandonaron su matriz son portadoras de una cultura autoritaria, provocan situaciones nuevas que con el tiempo pueden erosionar los viejos hรกbitos. Por otro lado, serรก muy difรญcil que un presidente priista aniquile el poder de los gobernadores y los vuelva a someter al poder ejecutivo.
Junto a las elecciones presidenciales del 2012 habrรก comicios para renovar gobiernos en seis lugares. Entre ellos hay algunos donde el PRI podrรญa recuperar el poder, como el Distrito Federal y Jalisco. Si ello llega a ocurrir, el peligro de restauraciรณn se intensificarรก y el panorama polรญtico se oscurecerรก considerablemente. En estas situaciones habrรญa que volver a pensar en la formaciรณn de alianzas entre los partidos democrรกticos, de derecha y de izquierda, para frenar el autoritarismo del PRI, aunque ello de momento parece muy difรญcil.
Un sรญndrome de abstinencia
La renuncia de Humberto Moreira a la presidencia del PRI a fines del 2011 nos ayuda a recordar que este partido se encuentra histรณricamente ligado a la corrupciรณn que ha corroรญdo al sistema polรญtico desde hace dรฉcadas. El PRI no tiene el monopolio absoluto de la corrupciรณn, pero sin duda es el partido que simboliza mรกs obviamente la impunidad, el fraude electoral, el desprecio por la ley, la simulaciรณn y la desviaciรณn de recursos gubernamentales. El enriquecimiento inexplicable de muchos polรญticos del PRI es proverbial y se ha convertido en una imagen tรญpica que todos conocemos. El uso de los dineros pรบblicos para fines partidistas no es una leyenda sino una realidad que Mรฉxico ha vivido durante dรฉcadas. La manipulaciรณn tramposa de los resultados electorales tiene una larga historia, y hoy una tercera parte de los ciudadanos cree que en las elecciones de 2012 habrรก fraude, segรบn las encuestas de opiniรณn. Gracias a la cultura de la corrupciรณn que fue alimentada por el PRI durante muchos aรฑos, hoy mucha gente desconfรญa de todos los polรญticos y de todas las elecciones. Nadie se sorprende de que el dirigente nacional del PRI se vea obligado a renunciar debido a que es sospechoso de haber falsificado documentos para ocultar que, como gobernador de Coahuila, habรญa contraรญdo una deuda de 36 mil millones de pesos, que no se sabe dรณnde terminaron. Mucha gente estรก convencida de que la corrupciรณn forma parte del emblema del PRI y que desde Miguel Alemรกn en los aรฑos cuarenta hasta Carlos Hank o Raรบl Salinas de Gortari en tiempos mรกs recientes, la lista de priistas sospechosos de robo es interminable. Sabemos muy bien lo que significรณ que la Revoluciรณn les hiciera justicia a los polรญticos, que creรญan firmemente que era un error vivir fuera del presupuesto.
Ya se sabe que la corrupciรณn es vista como el aceite que lubrica la maquinaria para que funcione con eficacia, para que las cosas marchen con fluidez. Es revelador el hecho de que el candidato priista a la presidencia haga campaรฑa con el lema de la eficacia (el tรญtulo de su libro de propaganda hace referencia a un “Estado eficaz” y a una “democracia de resultados”). Si queremos que las cosas funcionen con eficacia, hay que engrasar al sistema, al ministerio pรบblico o a los burรณcratas, a los agentes aduanales o de trรกnsito. Con ello se obtienen ventajas, desde permisos de construcciรณn, agua potable o licencias de uso de suelo hasta agilizaciรณn de trรกmites judiciales o para instalar negocios. Al parecer, las empresas en Mรฉxico llegan a gastar hasta el cinco por ciento de sus ingresos anuales en pagos extraoficiales a servidores pรบblicos. El sistema judicial es visto como corrupto por ocho de cada diez personas. Desde luego, todo esto forma parte de una compleja trama cultural e institucional que tiene decenios de existencia. La corrupciรณn es solo una de las facetas de un fenรณmeno mucho mรกs amplio. En el centro de este fenรณmeno hallamos la cultura polรญtica priista.
Habrรญa que meditar si el posible retorno del PRI al poder central no es mรกs que un sรญntoma de la putrefacciรณn del sistema polรญtico, una seรฑal de que el sistema enfermo necesita de la vieja “eficacia” que lubrica con los usos y las costumbres de la corrupciรณn los engranajes oxidados del gobierno. Me pregunto si el auge del PRI no es el extraรฑo sรญndrome de abstinencia de una sociedad que requiere dosis de la antigua droga que la mantenรญa tranquila. Serรญa el sรญntoma de una sociedad llena de miedo que, como reflejo, se resiste a abandonar la vieja cultura polรญtica, a renunciar a hรกbitos profundamente arraigados.
Muchos polรญticos objetarรกn esta conclusiรณn. Dirรกn que el verdadero problema de Mรฉxico no es cultural sino estructural. Me temo que la misma idea segรบn la cual los problemas son estructurales forma parte de la vieja cultura polรญtica, la misma que bloquea todo cambio en la estructura del sistema. Para realizar cambios estructurales es necesario el crecimiento de una cultura que canalice las energรญas sociales y polรญticas en la direcciรณn adecuada. Esto hace mucho que lo descubriรณ Tocqueville. Comprendiรณ que son las costumbres las que dan el mรกs sรณlido apoyo a la democracia. Pero el tรฉrmino costumbre es una traducciรณn que no da cuenta de los matices del concepto francรฉs original: mลurs. Ademรกs, Tocqueville explicรณ que usaba el tรฉrmino en el sentido antiguo que tenรญa la palabra latina mores, que no se reduce a las costumbres o los “hรกbitos del corazรณn”, sino a la masa de nociones, opiniones e ideas que conforman los “hรกbitos del espรญritu”. Las mลurs comprenden todo el estado moral e intelectual de un pueblo. Posiblemente se le puede equiparar al “espรญritu del capitalismo” del que hablรณ Max Weber, en el sentido de un ethos moderno derivado del protestantismo. Creo que hoy podemos traducir el concepto de mลurs por el de cultura, en el sentido en que lo usamos los antropรณlogos.
Una buena medida del atraso de la cultura polรญtica lo dio el candidato del PRI Enrique Peรฑa Nieto, en Guadalajara durante la Feria del Libro, el 3 de diciembre de 2011. Con toda razรณn se convirtiรณ en el hazmerreรญr de medio Mรฉxico, no solo debido a que aparentemente no ha leรญdo un libro completo en toda su vida, sino que es “incapaz de activar neuronas cuando surge el imprevisto”, como dijo Jesรบs Silva-Herzog.[5]El candidato priista, como tantos otros polรญticos de su partido, funciona con disciplina y olfato, pero “no es un polรญtico moderno. Escucharlo es oรญr un disco viejo, verlo es regresar a un tiempo ido”, afirmรณ el mismo autor. El problema es que acaso ese tiempo no se ha ido del todo y que Peรฑa Nieto es posiblemente el mejor ejemplo del sรญndrome de abstinencia de esa parte de la sociedad aรบn adicta a las viejas estructuras. Durante la transiciรณn democrรกtica, cuando vio restringidos los hรกbitos y las costumbres tradicionales, esta parte del paรญs ha sufrido tensiones insoportables y por ello ha buscado la restauraciรณn de los antiguos untos que se inyectaban en el sistema. Es probable que la Hidra que vive todavรญa en los territorios del antiguo rรฉgimen gane las elecciones del 2012. Pero quedan aรบn esperanzas de que muchos adictos a la vieja cultura polรญtica logren superar el miedo y la angustia. ~
[1] Joy Langston, “PRI: evoluciรณn del dinosaurio” (Enfoque, 12 junio 2011) y especialmente su estudio “La competencia electoral y la descentralizaciรณn partidista en Mรฉxico” (Revista Mexicana de Sociologรญa 70, nรบm. 3, 2008). Vรฉase tambiรฉn de Rogelio Hernรกndez Rodrรญguez, El centro dividido. La nueva autonomรญa de los gobernadores, Mรฉxico, El Colegio de Mรฉxico, 2008.
[2] Fernando Escalante, “Territorios violentos”, Nexos 384, 2009, y “La muerte tiene permiso. Homicidios 2008-2009”, Nexos 397, 2011.
[3] “El dรญa despuรฉs”, en El Mรฉxico que nos duele: crรณnica de un paรญs sin rumbo, de Ricardo Cayuela Gally y Alejandro Rosas, Mรฉxico, Planeta, 2011, p. 194.
[4] Reforma, 29 de noviembre 2011.
[5] Jesรบs Silva-Herzog Mรกrquez, “Debajo del copete”, Reforma, 5 diciembre de 2011.
Es doctor en sociologรญa por La Sorbona y se formรณ en Mรฉxico como etnรณlogo en la Escuela Nacional de Antropologรญa e Historia.