hace poco más de un año tuve la ocasión de ayudar a liberar crías de tortuga marina en las costas de Nayarit. Recuerdo haber pensado que la desesperada lucha de esos diminutos caparazones contra la marea y los depredadores encerraba lecciones entrañables. Algo similar ocurre cuando uno presencia La marcha de los pingüinos, el soberbio documental del francés Luc Jacquet. La película, que sigue el ritual reproductivo del pingüino emperador a lo largo de poco más de un año, no es sólo una proeza desde el punto de vista técnico (la intimidad de las escenas captadas por Jacquet hace creer de nuevo en la tan manida “magia del cine”); la cinta es también un eficaz ejercicio narrativo: la mano de Jacquet no permite jamás que el sufrimiento, el esfuerzo y el premio del cariño y del espíritu o del instinto, qué más da de los pingüinos en los helados paisajes antárticos nos sean ajenos. Y eso es un triunfo. –
(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.