La sed (del ligue) a orillas del tráfico

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El texto de Xavier Villaurrutia, preservado por su gran amigo Pepe Delgado y presentado ahora por el investigador Miguel Capistrán, es un boceto, no destinado a su publicación, y en rigor significativo porque anuncia lo que muy probablemente habría sido una versión “mexicanizada” del “Nocturno de los ángeles”, el gran poema de Villaurrutia sobre los marinos, ese símbolo homoerótico de —entre otros— Cernuda, Hart Crane, Lorca, Fassbinder, Barba Jacob. En “Nocturno de los ángeles”, y aún más acentuadamente en las ilustraciones para el poema que Villaurrutia le regaló a Carlos Pellicer, las avenidas del Ligue son el secreto compartido, el nomadismo de las miradas al acecho, la coreografía óptica que va del coqueteo a la aceptación, el ámbito por excelencia de la especie numerosa que apenas se aquieta al ocultar el cuarto a la pareja imprevista.
     “El río de la calle queda desierto un instante”, afirma el Nocturno, y esto corresponde a la visión panorámica de Villaurrutia, y su descripción metafórica. El deseo, “una enorme cicatriz luminosa”, le concede a las ceremonias del Ligue ese suspenso casi metafísico donde las apetencias son a un tiempo vislumbre y consumación del deseo y cadena de frustraciones:

Queda un momento paralizado, mudo, anhelante
como el corazón entre dos espasmos.

El trabajo “arqueológico” del “Nocturno de San Juan”, colección de apuntes de intención poética, admite la obviedad y la requiere. Se está ante el testimonio de un escritor sobre la vida gay en la ciudad de México, en una zona especial de la geografía de la promiscuidad: la avenida San Juan de Letrán en el Centro, que es durante cuatro décadas (1920-1960) el eje de la movilidad de los deseos prohibidos. Territorio (relativamente) libre y descaradamente vital, “la viva y venenosa calle de San Juan de Letrán” (Efraín Huerta) contenía y retenía los miedos, las audacias, las provocaciones, los desafíos. Lo explica Villaurrutia:

Hay noches en que el corazón
     palpita con otro compás.
     Hay noches en que la razón
     ¡no quiere paz!

Cuando la gana llega, la gana gana…, comentó el clásico. La noche —reitera este poema— es el espacio del instinto (el poeta no llegó a saber de pulsiones), y es el horario que ignora los respetos ajenos y los propios. La razón indica los peligros sociales y físicos del Ligue, pero la belicosidad del impulso se niega a escuchar. Si ya lo sabe Dios que lo sepan los hombres, dicen el refrán cínico de la época, un tiempo que a los distintos, los otros, les reserva castigos, muertes civiles y desprecios. Como en toda la literatura de temática gay (la literatura lo es a secas, pero los temas sí que existen), en “Nocturno de San Juan” la mirada es el lenguaje múltiple, la declaración de bienes psicológicos, el anticipo de la cópula, la medición de ansiedades, el envío de confianzas, recelos, promesas de lo indecible:

Noches en que nuestra mirada
con otra mirada se enlaza.
¡Y nada nos detiene, nada!
Y pasa todo… y nada pasa.

Nada pasa porque el Ligue es el eterno retorno, el comenzar siempre desde la inexperiencia y la experiencia del deseo, que prefiere el “morbo” a la sabiduría. Nada pasa porque “la promiscuidad” (el mal nombre de la insaciabilidad) acumula sus pertenencias en la zona sin memoria, el cuerpo. Cavafys, en uno de sus célebres poemas, exclama: “Recuerda cuerpo”, y eso, precisamente, es lo que no sucede, ya que la memoria del cuerpo consiste en los reflejos condicionados de la técnica. Los “cazadores furtivos” no entran, como en el poema de López Velarde, al bosque de amor, sino al de la apetencia, tanto mayor cuanto que las prohibiciones la vigorizan y revalúan:

Noches de silencioso pacto
en que, desnudas, las miradas,
establecen, mudo, el contacto
de nuestras bocas imantadas.

En este proyecto de poema, Villaurrutia establece con claridad su definición del deseo otro: “la eterna noche del Imperio”. En este sistema de alusiones y alegorías, el Ligue no puede producirse en las mañanas: se requiere, freudiana y pecaminosamente, la noche, que es misterio (oscuridad), es deseo (búsqueda de lo prohibido) y es amenaza (la sociedad represiva nunca deja de serlo). Y en el esquema villaurrutiano se filtra incluso el espectro de los crímenes de odio:

Y en que, con paso amortiguado
algún Don Juan Manuel transeúnte
llega de pronto a nuestro lado…
¡Y esperamos que nos pregunte…!

En las leyendas del virreinato, don Juan Manuel, en la medianoche, le pregunta la hora al desconocido y al oír la respuesta lo atraviesa con la espada: “Dichoso vos que sabéis el minuto exacto de vuestra muerte.” Sin el riesgo, el apasionamiento se diluye, y aquí lo retórico es lo amargamente cierto. Si “Nocturno de San Juan” no enriquece la obra de Villaurrutia, sí transmite sus impresiones de la “ciudad sumergida” habitada por los de su tribu en la primera mitad del siglo XX, una ciudad integrada por personas que se sienten sombras, por peligros que erotizan y miradas que son un diccionario y un vocabulario. Y presidida por el acertijo tan antiguo como el mundo: ¿qué fue primero: la ortodoxia o la profanación? ~

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