La urna virtual

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Chivo expiatorio a la vista
     Todo asunto de política interior estadounidense es un asunto mundial. De ahí la apuesta crucial de las elecciones de noviembre próximo. Una victoria de Georges W. Bush acentuaría la mala imagen que padece Estados Unidos en el extranjero, y en especial en el mundo árabe musulmán, y podría entrañar un riesgo que multiplicaría los candidatos al terrorismo. El caos iraquí se agravaría, haciendo aún más pesado el enorme déficit presupuestal que ya aqueja al país debido a las decisiones militares. La revolución conservadora lanzada por el equipo republicano alcanzaría la culminación, con todo lo que implica en materia de restricciones a las libertades fundamentales, hostigamiento a las minorías y a los pobres, y decisiones en favor de los más poderosos en detrimento de una política social compatible con la gran riqueza del país. John Kerry, al contrario, ganaría la adhesión de los europeos, con quienes defiende un acercamiento multilateral a los problemas incluso si, en el fondo, está de acuerdo en varios puntos con la administración actual. También, podemos imaginar que favorecería a las clases medias y a los más necesitados, en lugar de halagar exclusivamente a los altos burócratas y a los millonarios.
     El enigma del candidato demócrata es su cortesía extrema, que lo empuja a la pasividad. Él ve estas elecciones como un torneo entre dos gentlemen blancos del mismo origen, de las mismas universidades (Harvard, la Costa Este), mientras que los republicanos montaron una formidable máquina de propaganda y manipulación digna de los bolcheviques. Uno quisiera que Kerry se mostrara intransigente con Ralph Nader, ese topo republicano, y no dudara, al igual que su rival, a de desplegar los golpes bajos, las alusiones pérfidas, los ataques personales. Pero sobre todo debería distinguirse del gobierno de Washington y llamar a la retirada de las tropas estadounidenses en los próximos seis meses. Ése sería un as bajo la manga, y la única forma de marcar una distancia y de finalmente ser claro con respecto al tema, en lugar de andar con rodeos constantemente. Kerry dispone de todas las ventajas: una guerra sucia, una economía frágil que está destruyendo empleos, un desertor que hasta ahora no ha servido a la patria, y un gobierno que juega con el miedo y cuya reelección la desean abiertamente los miembros de Al Qaeda y que, por lo tanto, se ha encontrado en plena caída libre en los sondeos de opinión.
     Queda una última hipótesis: que, reelecto, "Dubya" imprima un giro a su política bajo la presión de las circunstancias y dé prueba de una mayor diplomacia, de menos arrogancia frente a sus aliados. No debemos subestimar la habilidad y la maleabilidad del actual Presidente, mucho menos limitado de lo que piensan sus detractores y, sobre todo, rodeado de consejeros notables. Lo que personalmente me daría más pena, si se diera la reelección de Bush, es que amplificaría la enorme ola de antiamericanismo que actualmente hace estragos en Francia, tanto dentro de la intelligentsia como en las esferas gubernamentales, y que fortalecería a los soberanistas, neofacistas, ex estalinistas y oportunistas de toda clase en su búsqueda de un chivo expiatorio. –
     — PASCAL BRUCKNER
      
     La nueva etapa
     Creo que la próxima elección norteamericana es un fenómeno político paradójico, que probablemente corresponde a una etapa nueva en la historia de los Estados Unidos. Los períodos presidenciales de ese país siempre han oscilado entre una tendencia general al aislamiento, al encierro dentro de las fronteras nacionales, y una mayor sensibilidad frente al mundo exterior. Los presidentes modernos de gran llegada internacional, de visiones abiertas, de algo que podríamos llamar ambición multilateral, fueron personalidades como Woodrow Wilson, Franklin D. Roosevelt, John F. Kennedy. Bill Clinton podría inscribirse en esa lista y probablemente también Jimmy Carter. George Bush, en cambio, pertenecía de partida a la especie contraria: era un hombre de repliegue, de desconfianza, de vuelo menor. Pero se ha dado ahora una situación contradictoria: el tema de la seguridad y de la política internacional favorece a la candidatura de Bush, es el terreno en el que Bush se siente más cómodo, en tanto que los asuntos domésticos son más convenientes para el demócrata Kerry. En el momento de escribir estas líneas las encuestas favorecen al Presidente y no parece fácil que la coyuntura electoral pueda evolucionar mucho. Pero Kerry ha cambiado de táctica y ha empezado a insistir con cierta eficacia en las dificultades de la macroeconomía y del equilibrio fiscal, agregando a este cuadro el tema de la creación de empleo. Como todavía no hemos entrado a la etapa de los enfrentamientos verbales en la televisión, nos queda la impresión de una situación fluida, en pleno movimiento y que podría dar muchas sorpresas. Veo, en todo caso, en el discurso de Bush y de sus partidarios más cercanos un tono religioso, que recoge la experiencia traumática del 11S con un vago acento apocalíptico, y estoy convencido de que ese tono, ese estilo, corresponden a una sensibilidad arraigada, antigua en Norteamérica, visible en su mejor literatura, desde Herman Melville hasta William Faulkner. La de George Bush es una versión ordinaria, chabacana, populachera, pero toca fibras profundas. En esto no hay que equivocarse. Si John Kerry, con una argumentación mucho más pragmática, hablando de la economía global, del costo vertiginoso de la guerra, del desprecio de Bush por los equilibrios fiscales, pero también de la vida económica al nivel de cada ciudadano, consigue cambiar la orientación actual, sería muy importante para su país y para el resto del mundo. Pero tengo la impresión de que los sucesos del 11S produjeron un cambio radical, una especie de vuelta a las raíces que todavía no entendemos. Lo cual tendría que repercutir, para bien y para mal, y temo que sobre todo para mal, en las elecciones próximas y en todo el período presidencial que va a seguir. –
     — JORGE EDWARDS
      
     Contra Bush: El voto virtual y necesario
     Desde la invasión de Iraq, al desatarse sus interminables consecuencias fatídicas, existe casi formalmente —en las manifestaciones, los medios y el internet, por ejemplo— la sociedad civil (la ciudadanía) global. Esta entidad, a fin de cuentas nueva, resulta inevitable porque ya los grandes acontecimientos afectan en forma desigual pero muy intensa a naciones y personas, y porque las tragedias colectivas exigen respuestas éticas, en un proceso contrario al del Efecto Mariposa. Eso obliga a pronunciarnos íntima y/o públicamente a propósito del terrorismo de Estado y el terrorismo de la desesperación homicida, del intento de responsabilizar a la totalidad del mundo islámico por las bandas terroristas; del calentamiento de la Tierra y la escasez de agua, del desempleo que se extiende como una pesadilla terminal, y del neoliberalismo. Y en este sentido, y por vez primera en la historia, las elecciones de noviembre en Estados Unidos suscitan la toma de conciencia en el mundo.
     No se deposita en ánforas, no se contabiliza, no tiene ni quiere tener valor legal, pero las circunstancias vuelven inevitable y legítimo el voto mental. Con las abstenciones propiciadas por la desinformación, la contienda George Bush-John Kerry es asunto de todos. Sin negar las limitaciones de Kerry, la reelección de Bush sería la gran afrenta para el desarrollo civilizatorio, y por eso ante Bush la ciudadanía global asume un compromiso ético y político. Bush, lo que significa —sus mentiras inmensas sobre las armas nucleares y químicas en Iraq, su invento de la "guerra preventiva", sus Actas Patrióticas, sus regalos fiscales a los oligarcas, su oposición a los Protocolos de Kioto, su política de deforestación, su apoyo a Sharon, su fundamentalismo (no a los derechos de las mujeres y los gays, sí al neoliberalismo)— es la mayor amenaza en el planeta.
     Esperar la derrota de Bush no es un buen deseo, es el voto virtual que para ser efectivo debe prolongarse en las respuestas sucesivas a todo lo que nos concierne globalmente. –
     — CARLOS MONSIVAIS
      
     Si el mundo votara ganaría Kerry
     Una encuesta divulgada por la bbc inglesa el 9 de septiembre de 2004 aseguraba que Kerry sería el próximo presidente de Estados Unidos si el resto del planeta pudiera votar en los próximos comicios norteamericanos. La consulta se llevó a cabo en 35 países. En Noruega, por ejemplo, sólo el 7% votaría por Bush. En Inglaterra, apenas el 16. En Francia, Italia y España los republicanos tendrían aún menos respaldo. Curiosamente, Bush empataría en la India y Tailandia, y ganaría en Polonia, Filipinas y Nigeria. Pero, en general, su derrota sería estrepitosa.
     Sin embargo, Bush encabeza las encuestas en Estados Unidos y algunos analistas piensan que es inevitable su victoria. La clave de su respaldo parece estar en que transmite una imagen de firmeza y carácter mucho más clara que la de su contrincante, aptitudes morales muy bien valoradas en una época en la que la sociedad norteamericana, tras los sucesos del 11 de septiembre de 2001, se siente atacada y amenazada.
     Pese al rechazo que Bush genera fuera de las fronteras norteamericanas, probablemente para el resto del mundo, y muy especialmente para los latinoamericanos, es mejor su reelección que su derrota. John Kerry, y, sobre todo, su vicepresidente Edwards, son bastante proteccionistas, y, de resultar escogidos, es posible que cancelen u obstaculicen los acuerdos de libre comercio con Centroamérica y Chile. No creo que se atrevan con el tlc que los vincula a México, aunque no le pondrían muchos inconvenientes a López Obrador si éste se convirtiera en presidente del país vecino y ensayara, como se teme, la fórmula neopopulista de Chávez y Kirchner.
     En todo caso, si Bush es reelecto, ello no conducirá a un mayor aislamiento internacional sino a un realineamiento parcial. Es posible, por ejemplo, que se fortalezca una suerte de alianza con Putin. Todo aquel que esté de acuerdo con adoptar una actitud enérgica contra el terrorismo será bienvenido en la Casa Blanca. –
     — CARLOS ALBERTO MONTANER
      
     Arriesgarse
     No me puedo acordar de su procedencia exacta, pero recuerdo un cartel de una banda de rock que tenía la imagen de un adorable cachorrito con una pistola que le apuntaba a la cabeza. "Compra nuestro álbum o mataremos este perro", rezaba el eslogan. Era, por supuesto, una maldita broma. Pero me vino a la mente cuando escuché el comentario del vicepresidente Dick Cheney a principios de la semana. He aquí el texto completo: "Es absolutamente esencial que dentro de ocho semanas, el 2 de noviembre, tomemos la decisión correcta, porque si tomamos la decisión equivocada entonces el peligro es que nos agredan de nuevo, y que nos agredan de una forma que será devastadora desde el punto de vista de Estados Unidos." Traducción canallesca: Vota por mí o morirás.
     ¿Justo o injusto? No creo que el vicepresidente se estuviera comprometiendo con la ironía de una época canallesca. Y en algunos aspectos, su razonamiento es obvio y legítimo, aunque brusco. Si cree que sus políticas son las mejores en la guerra contra el terrorismo, presumiblemente debe estimar que habrá consecuencias lamentables si John Kerry gana las elecciones. Luego, en una guerra contra el terrorismo, una de esas consecuencias lamentables debe de ser, seguramente, la mayor probabilidad de un ataque terrorista. Así que, en algunos aspectos, Cheney estaba diciendo lo obvio. Lo mismo va para Kerry, cuya crítica al expediente de guerra del Presidente implica, de manera obvia, que esta administración ha fracasado en la guerra, y que por lo tanto la probabilidad de más ataques terroristas ha aumentado. Kerry, por supuesto, tiende a evitar la crudeza de la retórica de Cheney. Pero la lógica debe de ser similar.
     No obstante, el salto que va de defender la propia política de guerra a culpar al otro por ataques potenciales sigue siendo peligroso. En primer lugar, pasa por alto ciertos hechos. Sabemos, por ejemplo, que Al Qaeda y otros grupos que apoyan la yijad no necesitan un casus belli específico para matar a inocentes. Ellos no matan sólo bajo administraciones demócratas o republicanas. Mataron bajo el gobierno de Clinton y mataron bajo el gobierno de Bush. Su batalla es mucho más amplia que la política interna estadounidense. Y esta guerra se considera —o debería considerarse— como algo de mayor importancia que unos cuantos puntos en las encuestas.
     También sabemos que, hasta ahora, el peor ataque en la historia ocurrió bajo la vigilancia de George W. Bush. Parece un poco exagerado que el vicepresidente le dé la vuelta a eso y diga que sólo Bush garantiza la protección ante el terror, y que Kerry no hace más que garantizar el resurgimiento del terror en Estados Unidos. Señor Vicepresidente: las pruebas históricas no son sus mejores amigas en este caso.
     Más aún: también sabemos que lo que un gobierno puede hacer para prevenir futuros ataques terroristas tiene un límite. Por ello el público, en su conjunto, ha acertado al no considerar a Bush (o a Clinton) como el único responsable del 11 de septiembre. Los terroristas en verdad decididos pueden salirse con la suya, y posiblemente lo harán y asesinarán a estadounidenses en un futuro próximo o lejano, sin importar lo que haga quienquiera en los siguientes cuatro años. Si todo lo que hace falta es una mente retorcida impulsada por la yijad, algunos explosivos escondidos y un centro comercial desprotegido, los asesinatos ocurrirán. No existe una relación de causa y efecto directa o inmediata en esta guerra, como bien lo sabe Dick Cheney.
     Además, el efecto de unas políticas mejores versus unas políticas peores en estas cuestiones sólo se puede medir en el plazo largo, e incluso entonces puede ser difícil de medir. Tomemos el caso de Iraq. En mi opinión, la intervención en ese paraje probablemente aumente el peligro del terror en el plazo corto, pero si es exitosa, es una de las pocas cosas que podemos hacer para minimizar o reducir el terror a la larga. Esto puede aumentar la probabilidad de que seamos atacados en breve, pero no debería constituir la prueba para determinar si la política es, en última instancia, la más sabia. Y por ello, en este punto, Cheney se arriesga innecesariamente. Al decir que seremos atacados bajo el gobierno de Kerry, está corriendo un riesgo enorme si otro ataque tiene lugar bajo el gobierno de Bush.
     Y esta cruda muestra de desviación se despliega también de manera más amplia. Respaldé a Bush en el 2000, pero no puedo hacerlo de nuevo por tres razones principales: a) su apoyo a la Enmienda Federal sobre el Matrimonio (una reacción exagerada, innecesaria y severa frente a un cambio social pequeño y benéfico); b) la sorprendente expansión que otorgó al poder y el gasto gubernamentales (si un demócrata tuviera este desempeño fiscal pasmoso, ningún republicano lo defendería), y c) su mal manejo de la guerra (las armas de destrucción masiva que no aparecen, la invasión que carece de efectivos suficientes, la falta de planeación de posguerra, Abu Ghraib, la chapucería de los sitios de Fallujah y Najaf). Dejemos de lado el inciso (c) por un minuto. Cuando defiendo esta decisión sobre la base de asuntos internos, los numerosos seguidores de Bush me reciben en son de burla. ¿Sus argumentos? En esencia, los de Cheney. Sean cuales sean tus desacuerdos con Bush en el interior, dicen, es demasiado peligroso entregar las cosas a una paloma instintiva como Kerry. De hecho, ésa es la versión matizada. La versión más común es simplemente: tus derechos homosexuales no significarán nada si acabas muerto a manos de los seguidores de la yijad. O bien: incluso un déficit garrafal importa poco cuando te fríen. Así que trágatelo y apoya a Bush, llorón.
     Puedo ver de dónde vienen estos tipos, y no quiero sonar como John Kerry, pero sin duda las cosas son un poco más complicadas que eso. Dicho de manera sencilla, el chantaje es una fanfarronada. Cualquier presidente electo después del 11 de septiembre comprenderá que la defensa de este país es la prioridad abrumadora —aunque sólo sea por su propia supervivencia política. Las diferencias explícitas entre Bush y Kerry a este respecto no son tan notorias —o, más exactamente, no son tan extremas como para describirlas en términos tan plausibles como la diferencia entre la vida y la muerte, o entre la victoria y la derrota. Ambos apoyan un combate de larga duración en Afganistán; ambos están comprometidos a realizar una transición de poder en Iraq y elecciones el próximo enero; ninguno está azuzando la guerra contra Irán ni en Corea del Norte —de hecho, Kerry puede parecer más partidario del militarismo ante Corea del Norte que el Presidente. Sí, existen claras diferencias en su enfoque sobre los aliados y el número de tropas. Pero, de nuevo, esta diferencia puede ser importante aunque no es decisiva en el plazo corto. En otras palabras, incluso para alguien que se inclina por Bush en cuanto a la seguridad nacional, es posible considerar como un exceso autocomplaciente su declaración de que él y sólo él puede conducir esa guerra durante los siguientes cuatro años.
     Es más: existe una conexión entre los asuntos domésticos y la guerra. Un déficit prolongado menguará nuestra habilidad para librar guerras en todo el planeta, como tal vez tengamos que hacerlo; y un país profundamente dividido —polarizado por ambos bandos en pos del beneficio político— no es lo propicio para ganar guerras. Además, esto pasa por alto las numerosas quejas legítimas que los defensores de la guerra han emitido, no sobre la decisión misma de ir a la guerra, sino sobre la forma carente de planeación y cada vez más desesperada en que se libra.
     Ésta es aún una democracia, y uno de sus méritos verdaderos es que la gente puede valorar si sus líderes en la guerra son sabios y prudentes o si necesitan ser reemplazados. La gente puede sopesar los asuntos domésticos frente a los exteriores, y puede evaluar la probabilidad de su propia muerte inminente tras decidir no apoyar a George W. Bush. Así que gracias por su preocupación, señor Vicepresidente. Pero, tras observar su administración de cerca durante los tres años y medio anteriores, creo que me arriesgaré. –
     — ANDREW SULLIVAN
     — Traducción de Marianela Santoveña

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Pascal Bruckner es novelista y ensayista. Su último libro traducido al español es 'El vértigo de Babel: cosmopolitismo y globalización' (Acantilado, 2017).


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