Las muchas facetas del siglo XX

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I

El siglo XX comenzó con la Primera Guerra Mundial, de 1914 a 1918. Los primeros quince años del siglo fueron una continuación de la Belle Époque, un carrusel a la manera de Schnitzler en el que la aristocracia y la burguesía del Imperio de los Habsburgo, la Alemania wilhelmiana y la Inglaterra eduardiana bailaban al ritmo de los valses de Strauss. La Primera Guerra Mundial significó el súbito abrirse de las grietas del infierno. Obras tales como la de Erich Maria Remarque, con el irónico título de All Quiet in the Western Front, capturan por sí solas ese sentido de elemental convulsión y de colapso total —la guerra en las trincheras y el hundimiento en el lodo— que dejó su marca en la "generación del frente" que vivió esa guerra. En Francia, una de cada cuatro familias perdió a un marido o a un hijo. Ni la cruda violencia ni la destrucción habían sido para nada anticipadas. Lo que nadie creía posible de repente se volvió real y salvaje. Todas las concepciones optimistas de la realidad, todas las ideas de progreso, todos los valores, todos los principios fueron puestos en duda. Hoy nos damos cuenta de que esta realidad ha permeado la totalidad del siglo XX, hasta llegar a la limpieza étnica en Srebrenica y los ríos atascados de cuerpos, como en el inimaginable pero real asesinato de medio millón de personas en Ruanda, que se volvió una noticia más de primera plana en los periódicos.
     Sin embargo, hay también otro hecho acerca de la Primera Guerra Mundial que poca gente conoce y que también define al siglo XX. Cuando los estados mayores de Francia y Alemania decidieron entrar en guerra, uno de los muchos factores que tomaron en cuenta, como sabemos por el libro The Guns of August de Barbara Tuchamn, fue el suponer que sería una guerra breve. Alemania ganaría de un golpe o Francia aguantaría, y eso sería todo. La razón de esto es que Alemania tenía un pequeño suministro de nitratos, la base para los explosivos, y que la Armada Británica bloquearía cualquier futuro abasto de nitratos chilenos, su proveedor. Sin embargo los químicos alemanes Fritz Haber y su cuñado Carl Bosh (quien después sería presidente de I.G. Farben) inventaron el proceso de sintetización del amoniaco a partir del nitrógeno e hidrógeno que hay en el aire, y así resolvieron su escasez de nitratos para explosivos. Haber ganó el Premio Nobel en 1918, el año en que la guerra terminó. Así, la tecnología también hizo su debut en ese momento.
     Veinte años después, los químicos alemanes Otto Hahn y Fitz Strassmann bombardearon el uranio con neutrones y descubrieron por casualidad el bario y el lantano; pero no se dieron cuenta de lo que esto significaba. Lise Meitner, colaborador de Hahn (en 1917 habían descubierto juntos el elemento radiactivo protactinio), quien por ser judío se refugió en Estocolmo, escribió un artículo junto con su sobrino Otto Frish (por teléfono), en el que interpretaban estos resultados como una fisión nuclear, una frase que ellos acuñaron, y que entró en la historia. El gobierno nazi no se dio cuenta del potencial de este descubrimiento, pero el físico húngaro Leo Szislard, en los Estados Unidos, que había previsto este resultado con la ayuda de Albert Einstein, se encontró con Franklin D. Roosevelt, y así nació el proyecto de la bomba atómica estadounidense.

II

El final de la Primera Guerra Mundial presenció el resquebrajamiento de las potencias derrotadas y la caída de las dinastías Habsburgo y Romanov, del Imperio Turco y de la Alemania wilhelmiana, linajes que, en el caso de los Habsburgo, habían durado más de mil años, desde el Sacro Imperio Romano. Nunca en la historia del mundo se había visto un terremoto político de tal envergadura.
     El mapa de Europa se volvió a trazar y países como Polonia, Checoslovaquia y Hungría se convirtieron en Estados independientes. En el Medio Oriente, entidades tales como Siria, Líbano, Palestina y Jordania intentaron definir sus fronteras y su nacionalidad.
     Son tres los hechos de mayor trascendencia histórica en el mundo como consecuencia de la guerra, el primero simbólico, el segundo económico y el tercero político. El simbólico fue la desaparición del imperio como forma política en Europa, que anticipó el ulterior fin de los imperios después de la Segunda Guerra Mundial y el final del imperialismo occidental en todo el mundo. El segundo fue el colapso de la economía internacional y el fin del patrón oro como regulador de los mercados, que era de mayor conveniencia para algunos países en especial, como era el caso de Inglaterra y sus colonias; las tarifas en los Estados Unidos, Alemania y Europa; el nacionalismo económico; y, finalmente, una depresión mundial de 1929 a 1939, que creó un desempleo generalizado e hizo de éste un problema insoluble y provocó una angustia y un desorden masivos. Tercero, la guerra de ideologías entre el comunismo y el fascismo, debido a que las naciones que lo encarnaban luchaban por la supremacía en Europa. La victoria bolchevique en Rusia, en octubre de 1917, dividió a todos los partidos socialistas europeos y procreó grandes partidos comunistas que a veces buscaron el poder en sus países pero que casi siempre se convirtieron en agentes de la política soviética. En el otro lado de la grieta de esta división política, surgieron regímenes autoritarios en Portugal, Italia, Alemania, Austria, Hungría, Rumania, así como movimientos fascistas en Francia, Bélgica e Inglaterra. La Guerra Civil Española de 1936 a 1939 fue una gran lucha, emocionalmente desgarradora, entre los socialistas y los fascistas, cuyo resultado fue la derrota de los leales a la República, en parte traicionados por los comunistas, cuya campaña contra los anarquistas, y ansia de poder, debilitó la causa republicana.

El comienzo: en 1903, un pequeño grupo de exilados rusos se reunió en Londres, bajo las siglas del Partido Socialdemócrata del Trabajo Ruso, para diseñar una plataforma política de actividades clandestinas en Rusia. El Partido se dividió a raíz de la discusión sobre un liderazgo centralizado, y al triunfador, por un voto, se le conoció bajo el término ruso "bolchevique" (mayoría); al perdedor se le llamó "menchevique" (minoría). v.i. Lenin, líder inflexible y de voluntad de hierro de los bolcheviques, se convirtió en una figura relevante de la historia, mientras que Julius Martov, el dulce e idealista líder de los mencheviques, fue consignado a lo que León Trotski despreciativamente llamaba "el basurero de la historia".
     No es necesario contar con detalles la historia del Partido Soviético, pero es necesario remarcar algunos hechos fundamentales para entender su trayectoria. Nadie en el movimiento marxista esperaba que el socialismo triunfara en el más "atrasado" de los países europeos. Originalmente, tampoco lo pensaba así Lenin. El socialismo iba a surgir (como Marx predijo en el penúltimo capítulo del Capital, volumen I) después del desarrollo más pleno del capitalismo, el cual conduciría a la existencia de dos únicas clases en pugna. Pero en 1917 Lenin aceptó el punto de vista de Trotski, que se había mantenido independiente con respecto a las dos facciones, de que una revolución en Rusia desencadenaría otra en Alemania, y se convertiría en el inicio de una "revolución permanente". Ya en el poder, los bolcheviques intentaron comenzar esas revoluciones. Fueron derrotados en Polonia por Pilsudski. Intentaron comenzar una revolución en Alemania, aunque ya había existido ahí una breve República Soviética bávara en Munich bajo Kurt Eisner y Ernst Toller, independiente de los rusos.
     Arrinconados, Stalin y los otros líderes soviéticos instalaron (después de la muerte de Lenin y la economía casi de mercado de la NEP) la idea del "socialismo en un solo país", o la transformación de la sociedad "desde arriba". Aplastó a los kulashs y a la resistencia campesina al provocar una hambruna generalizada en Ucrania en 1932, y la formación de las granjas colectivas, cuyos dividendos se volvieron el medio de "acumulación primitiva" con qué proporcionar capital para la industria. Y como en la construcción del canal del Mar Blanco y de las grandes plantas hidroeléctricas se necesitaba mano de obra, Stalin comenzó a impulsar la utilización de trabajo forzado y la creación de campos de concentración.
     Al mismo tiempo, debido a la depresión mundial, Stalin sostenía el punto de vista marxista de que el capitalismo no podía durar. Cuando surgió el fascismo en Alemania, éste fue visto como "el último escalón del capitalismo monopolizador". Como Piatnitsky, el secretario del Cominterm, lo dijo: "Nach Hitler kommt uns". Debido a que los socialistas eran vistos entonces como sus principales rivales (los llamaban socialfascistas), los comunistas colaboraron con los nazis en las huelgas de transporte en el Berlín de 1932, y votaron al lado de los nazis paratirar al gobierno socialista de Otto Braun en el Lantag prusiano.
     Para entender los rasgos peculiares del bolchevismo como movimiento político histórico, hay que señalar tres innovaciones que le dieron al movimiento su carácter: la idea de partido de vanguardia; la imagen del creyente dedicado y desinteresado, derivado de los primeros cristianos; y la idea de la planeación como una manera de organizar una economía. Este fue el sello del siglo XX.
     El partido de vanguardia, creado por Lenin, estaba basado en la teoría de que la conciencia socialista no era espontánea sino que tenía que ser instilada en la clase obrera, la cual, dejada a su propio albedrío, pensaría sólo en sindicatos, buscaría únicamente mantequilla y pan, y sería reformista por naturaleza. La conciencia socialista se creaba a través de la ideología, el control de las artes (realismo socialista) y la propaganda.
     La segunda fue la mística del partido. El credo fue expuesto en una famosa Lehrstük por Bertolt Brecht. En la voz del Coro de Control:

     Un solo hombre tiene dos ojos,
     El Partido tiene miles de ojos…
     Un solo hombre tiene una sola hora
     Pero el Partido tiene muchas horas.
     Un solo hombre puede ser aniquilado
     Pero el Partido no puede ser aniquilado
     Porque es la guardia de avanzada de las masas.

Y cuando, en su misión a China, tres de los agitadores matan al cuarto, debido a que había mostrado piedad y compasión por un individuo, y llamado la atención hacia ellos y traicionado la misión, el Coro de Control justifica la acción:

     ¿Qué bajeza no cometerías
     Para extirpar a la bajeza?…
     Húndete en el lodo,
     Abraza al carnicero
     Pero cambia al mundo: lo necesita.

La tercera fue la idea de la planeación de la economía. León Trotski escribió una vez que en la economía capitalista cada hombre piensa en sí mismo, pero no en todos. La idea de los planes quinquenales se volvió atractiva en un momento en el que casi ninguna de las economías europeas tenía la más mínima idea (antes de los socialdemócratas suecos y de Keynes) de cómo tener una economía en movimiento.
     El partido de la vanguardia era lo que justificaba la "dictadura del proletariado". Pero como Rosa Luxemburgo, la socialista revolucionaria asesinada por soldados de extrema derecha en 1919, escribió en un texto profético: la dictadura del proletariado se convierte en la dictadura del politburó, y la dictadura del politburó se convierte en la dictadura de un solo hombre. Y así sucedió.
     La mística del Partido fue destruida por los Juicios de Moscú de 1935-1938 y el ascenso de la nueva clase del poder burocrático. En los Juicios de Moscú, el cuadro entero de líderes del Partido, los camaradas-en-armas de Lenin —Zinoviev, Kamenev, Radek, Bujarin, y docenas más— fueron obligados a confesar de manera espantosa, en juicios espectáculo, que habían sido agentes de la Gestapo y que habían buscado, bajo la dirección de Trotski, derrocar a Stalin. Convictos, fueron todos ellos ejecutados en los calabozos de Lubyanka. (En su exilio de México, Trotski fue atacado primero por una banda dirigida por el pintor David Alfaro Siqueiros, y luego asesinado con un piolet en el cerebro por un espía que se había infiltrado en su refugio.) Darkness at Noon de Arthur Koestler y Pan e vino de Ignazio Silone son dos de las grandes novelas de la desilusión. Y el libro de Milovan Djilas, que había sido el segundo al mando de los partisanos yugoslavos de Tito, demostró que el régimen de Stalin no había creado el socialismo sino que había promovido una "nueva clase", la nomenklatura, que fue capaz de mantener sus privilegios de la misma manera en que toda privilegiada clase superior lo hace.
     La planeación misma demostró que era una farsa. La planeación soviética, en la medida en que funcionó, no fue diferente de ninguna de las Wehrwirtschaft de una economía movilizada, como lo fueron las economías de guerra de Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos. Se seleccionan algunas metas principales, y se destinan los recursos y la fuerza humana necesaria para alcanzarlas. Pero la planeación soviética fue incluso más ineficiente que la mayoría, debido a que, según el dogma marxista, no utilizaba las tasas de interés como medida de eficiencia y productividad de capital, y no tenía medios para calcular los precios a un costo real. Lenin dijo alguna vez que la planeación era fácil: si hay doscientos millones de rusos se necesita producir cuatrocientos millones de pares de zapatos, y es necesario comprar suficiente cuero para producirlos. Sin embargo, no se tenía la menor idea ni de los cueros ni de los diversos gustos de los consumidores. En los últimos años del régimen de Brezhnev, las bodegas soviéticas estaban llenas de zapatos que no se podían vender.

Enfrentados a los comunistas, estaban los regímenes autoritarios y los movimientos fascistas, pero es necesario hacer una distinción entre ambos. Salazar en Portugal, Franco en España, Dollfuss en Austria, Horthy en Hungría, eran líderes autoritarios que gobernaban sin movilizar a las masas (aunque España tenía su movimiento falangista). Mussolini y Hitler eran fascistas (Mussolini creó el término a partir de las fasces, la insignia de autoridad en la antigua Roma). El fascismo era ideológico, y representaba la movilización de las masas bajo un führer, aunque carecía de doctrina sistemática alguna fuera de la obediencia al führer.
     ¿Qué fue el fascismo, si tomamos el movimiento nazi como paradigma? Fue, en primer lugar, el miedo a la proletarización en las clases medias, que habían perdido su seguridad principalmente debido a la hiperinflación de los años veinte, pues ésta borró de un plumazo sus ahorros, y debido también, inmediatamente después, al desempleo de los treinta.

Todo esto está resumido en la novela de Hans Fallada Little Man, What Now.
     En segundo lugar fue la frase "socialismo nacional" (nazi era una contracción), una frase inventada por Gregor y Otto Strasser, teóricos tempranos del movimiento, y que venía de Eugen Dühring, profesor de la Universidad de Berlín alrededor de 1860 y competidor de Marx, contra el cual Engels escribió su Anti-Dühring. El tema era la unidad de la comunidad como una nación, simbolizada originalmente por el liderazgo de Hitler y Mudenford en el putsch de la beer-hall de Munich de 1923, codo con codo el ex cabo y el ex general.
     En tercer lugar fue la glorificación de la guerra simbolizada por la novela de Ernst Jünger In Stahlgewittern, en la que la batalla y la lucha procrean la camaradería entre los hombres, y donde se temía que la decadencia y la degeneración contaminaran la sangre y el suelo puros de la nación.
     Y finalmente, fue el énfasis puesto en "la voluntad". En Mi lucha, Hitler escribió que sus seguidores debían tener una "fe inquebrantable" en su líder, mientras que el líder obtiene su poder a través de "la fuerza mágica de la sola palabra hablada". Hitler era un orador hipnótico, con un timbre histérico que al hablar pasaba como una corriente eléctrica a través de los miles que lo escuchaban.
     Estos elementos aparecían en diversos grados en los distintos movimientos fascistas, pero el impulso particular del nazismo fue el antisemitismo, un credo expuesto en un capítulo de 66 páginas de Mi lucha titulado "Nación y raza". Para Hitler, "el judío forma el más fuerte contraste frente al ario" y amenaza "a un pueblo racialmente puro, consciente de su sangre." El tema de la sangre y el de la corrupción, que corren por esas páginas, iban a tener unas consecuencias aterradoras para el pueblo judío.
     La Segunda Guerra Mundial derrotó al fascismo. Pero la idea de "guerra total", que surgió entonces, tuvo como consecuencia extrema el borrar la distinción entre civiles y militares, algo que en la historia de las guerras hacía mucho tiempo que no se daba. El bombardeo de las ciudades se convirtió en un rasgo especial de la guerra: Coventry, Londres, Dresden y, más importantes que todas, Hiroshima y Nagasaki. En ambos lados la intención era bombardear a los civiles para obtener una sumisión militar. El borramiento de esta distinción, que el terrorismo ha seguido llevando a cabo en el último cuarto de siglo, se ha convertido en un duro rasgo de la vida cotidiana de docenas de países.

¿Se parecían el comunismo y el fascismo, como proclaman algunos comentaristas? Como sistemas totalitarios, que penetraban todos los aspectos de la vida, sí. Sin embargo, en su carácter social y en su sentido histórico, no. El fascismo fue la estetización de la política, como se enfatizó en la película de Leni Riefensthal El triunfo de la voluntad. El comunismo enfatizaba la economía de la vida, y se concentraba en el desarrollo económico y en la creación de una sociedad industrial. El fascismo estaba orientado hacia el pasado, a los sentimientos y atavismos tribales, las ur-emociones que celebraba Heidegger; el comunismo era la reivindicación del futuro y de la creación de un Estado universal —esfuerzo este último que comenzó a realizar después de la Segunda Guerra Mundial.
     Y, sin embargo, ambos crearon unos monumentos al mal. Una memoria que no debe ser erradicada, no importa cuánto tiempo continúe la raza humana. Uno fue el Archipiélago Gulag (frase de Alexander Solyenitzin), esa cadena de lager que atrapó a millones y millones de trabajadores forzados; el otro fue el Holocausto (en hebreo, shoah), en donde perecieron seis millones de judíos en los campos de muerte nazis.

III

El desorden del nuevo mundo
Antes de la Segunda Guerra Mundial, 80% de la masa terrestre, y 80% de la población mundial, estaban bajo el dominio de los poderes occidentales. Con una rapidez que seguirá sorprendiendo a los historiadores del siglo XXI, el imperialismo occidental —los imperios británico, francés, holandés y portugués— se vino abajo, y se crearon más de 120 nuevos Estados que surgieron como naciones soberanas, cada uno de ellos reclamando un lugar en la Asamblea de las Naciones Unidas, que se creó después de la guerra. Éstos incluían a India, que era el segundo país más grande del mundo, pero que pronto se dividió en India, dominada por los hindúes, y Paquistán, oriental y occidental, de mayoría musulmana. A su vez, este último se dividió en Paquistán y Bangladesh. Indonesia, con sus más de 170 millones de habitantes y cientos de islas, se liberó del dominio holandés; Ghana inició el camino en África; Indochina, después de una breve guerra, se liberó del dominio francés, etcétera. Apareció todo un nuevo grupo de actores en el teatro del mundo. El imperialismo había terminado, pero fue reemplazado por unas esferas de influencia por las que las "grandes potencias" competían.
     El único imperio que quedó, y que tanto territorial como políticamente extendió su poder, fue la Unión Soviética. Fueron incorporadas a la Unión Soviética partes de Finlandia, Polonia y Rumania. Y pocos años después, toda la Europa oriental cayó bajo la dominación soviética, con regímenes comunistas instalados en Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria, mientras que Alemania quedó dividida en una Alemania Oriental bajo la égida comunista y otra Occidental. Stalin consolidó todavía más su poder gracias a una serie de purgas, la más notable de ellas en Checoslovaquia, en donde el antiguo secretario general del Partido, Rudolf Slansky, confesó ser un "agente sionista" ligado a los laboristas británicos de R.H. Crossman. Un signo revelador fue el creciente antisemitismo de Stalin, que culminó con el asesinato de los principales intelectuales y escritores judíos, tales como Solomon Michoels, Peretz Markish y muchas docenas más. En 1953, Stalin comenzó a preparar una nueva gran purga en Moscú, el llamado Plan del Doctor, en donde 16 doctores judíos del Kremlin fueron arrestados y acusados de planear la muerte de Stalin. Además, se estaba preparando la expulsión generalizada de los judíos a Siberia, y horcas públicas en la plaza del Kremlin. Sólo la fortuita muerte de Stalin en 1953 terminó rápidamente con estas espantosas preparaciones.

El periodo inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial devino en la Guerra Fría, con los Estados Unidos, convertidos en la potencia política y militar predominante de occidente, aliados a las naciones de Europa occidental en la OTAN, la cual pretendía contener la expansión soviética y de los países del Pacto de Varsovia. Alemania era el campo de batalla entre los dos bandos. La primera prueba de fuego fue el intento de los soviéticos por bloquear Berlín, lo cual produjo, entre 1948 y 1949, un puente aéreo en el que los Estados Unidos y sus aliados fueron capaces de montar un extraordinario esfuerzo de ayuda 24 horas al día para llevar comida y suministros a la ciudad. A partir de ese momento, y por más de cuarenta años, Alemania Occidental estuvo bajo la amenaza de los misiles rusos, protegida a su vez por la amenaza de los misiles de Estados Unidos.
     Pero fuera de Europa se daba una extraordinaria expansión del dominio comunista. El ejemplo más notable fue China, donde en 1949 Mao Zedong fue capaz de llevar a su ejército hasta Beijing y expulsar a las fuerzas nacionalistas de Chiang Kai-shek a Taiwan. En el paísmás grande del mundo ondeaba ahora la bandera roja. En Corea, la guerra se desarrolló entre los Estados Unidos y China, cuando Corea del Norte, bajo Kim Il Sung, trató de incorporar a Corea del Sur, lo que produjo un precario armisticio que continúa hasta hoy en día, con tropas estadounidenses aún estacionadas en Corea del Sur. China tuvo una breve guerra con India, y se declaró una tregua, pero hasta ahora no se ha firmado ningún tratado de paz entre los dos países. Vietnam del Norte, bajo Ho Chi Minh, expulsó a los franceses, y entró en guerra con los Estados Unidos cuando éstos intentaron defender al inestable gobierno de Vietnam del Sur, cuyo resultado fue la humillante derrota para los Estados Unidos, cosa que aún sigue doliendo. Cuba, a noventa millas de la costa de los Estados Unidos, se volvió comunista bajo el régimen de Fidel Castro, y Estados Unidos fue humillado cuando unos cubanos exilados entrenados en Estados Unidos fueron derrotados en la Bahía de Cochinos. Castro es a la fecha el líder comunista más longevo que queda. Algunos grandes países de África se volvieron comunistas, principalmente Etiopía bajo el gobierno de Mingistu y Guinea bajo el de Sekou Toure; la única derrota soviética en los primeros años de la posguerra se dio en Yugoslavia, donde Josep Tito, el líder partisano que derrotó a los alemanes y obtuvo la libertad de su país, declaró que se liberaba de la dominación rusa en el momento en que Stalin rechazó la idea de una federación balcánica. En Grecia, el esfuerzo del Partido Comunista por tomar el poder fue derrotado por el gobierno con la ayuda militar estadounidense dentro del Plan Truman. Como dijo en esa famosa frase Winston Churchill, una cortina de hierro había caído sobre Europa.
     Fuera de la Guerra Fría, las nuevas naciones emergentes trataron de crear un Tercer Mundo, nominalmente no alineado, pero en los hechos opuesto a los Estados Unidos. En abril de 1955 se dio una conferencia en Bandung, Indonesia, que incluyó a Nkrumah de Ghana, Sukarno de Indonesia, Tito de Yugoslavia y Chou-en Lai de China. Poco después de que Nkrumah y Sukarno fueron expulsados del poder, Tito se retiró a llevar una vida de gran pachá, al tiempo que en China la influencia de Chou-en Lai se desvanecía. El así llamado Tercer Mundo sigue existiendo como una entidad nominal, con presencia en las Naciones Unidas, y representa a 29 países y la mitad de la población mundial, pero no es más que una organización en el papel.
     El mayor cambio económico en el periodo posterior a la Segunda Guerra Mundial fue el crecimiento de Asia, principalmente Japón, lo que ha hecho de este país la segunda potencia económica mundial actual, después de los Estados Unidos. De 1890 a 1945 Japón había entrado cuatro veces en guerra, contra Corea, Rusia, China y los Estados Unidos, y siempre para expandir su poder militar. Destruido después de la Segunda Guerra Mundial, Japón logró, por medios pacíficos, una recuperación extraordinaria, y durante un sostenido periodo tuvo tasas de crecimiento del 8 al 10%, las mayores en la historia económica. Japón comenzó con la industria ligera, juguetes y textiles, que utilizaba mano de obra barata, pero debido a que su fuerza de trabajo estaba muy educada, pronto pasó a la producción de acero y barcos (desplazando a Gran Bretaña y los Estados Unidos), y posteriormente a la de instrumentos y a la electrónica, computadoras y comunicación, además de una muy eficiente industria automotriz. Después le siguió Corea del Sur, que se hizo cargo de la construcción de barcos y del acero, y más adelante Singapur, Hong Kong, Malasia y Tailandia entraron en la electrónica y las comunicaciones. Los productos japoneses, particularmente, tenían un sello de calidad que impresionaba al mundo entero.
     Si Asia se había convertido en un ejemplo de desarrollo económico, África se había vuelto un caso perdido, incapaz de ayudarse a sí misma, y devastada en varios casos por dictadores sangrientos. Los nombres de Idi Amin, Milton Obote, Bokassa y Mobutu fueron sinónimos de terror y saqueo personal. Tanzania, bajo el régimen amable de Julius Nyerere, prometía ser un escaparate del socialismo, pero su planeación falló. Rodesia, el más grande país africano controlado por blancos después de Sudáfrica, cayó bajo el carismático gobierno de Robert Mugabe y cambió su nombre por el de Zimbabwe; pero después de una década, y de reiterados esfuerzos para lograr una planeación central, su economía había comenzado a fallar. Tampoco funcionó la planeación central en Etiopía y en Guinea; las guerras tribales destruyeron Ruanda y Burundi; Angola, creada con la ayuda de fuerzas cubanas, se sumergió en una prolongada guerra civil contra las fuerzas de Jona Savimi, apoyadas por los Estados Unidos. Sierra Leona, que había sido una colonia británica ejemplar, y Liberia, que fue creada por antiguos negros estadounidenses, también se deterioraron. Sólo Sudáfrica, gracias a la transición pacífica hacia una nación democrática, con una mayoría negra, y dirigida por el admirable Nelson Mandela, fue un puerto de esperanza. Sin embargo, continúa la duda de si el cambio institucional será lo suficientemente fuerte como para perseverar después de Mandela.
     El Medio Oriente se volvió el "foco rojo" principal del mundo, y amenaza con seguir así durante el siglo XXI. En 1948 Israel se volvió una nación independiente e inmediatamente fue atacada por cinco ejércitos árabes. Desde entonces ha sido un "Estado cuartel", aunque es la única democracia de la región. En la guerra de 1967 fue capaz de derrotar a Egipto, Siria y Jordania, y amplió sus fronteras (incluida por primera vez una Jerusalén unida), pero el problema ahora ha sido el surgimiento de una autoconciencia palestina, gracias a los campos de refugiados y a los exilados que viven en Jordania y Líbano. Bajo los Acuerdos de Oslo, parecía que iba a ser posible alcanzar por fin la paz, con la clara posibilidad de una Palestina independiente para 1999. Pero el asesinato de Rabin por un fanático israelí de derecha hizo que ésta se viniera abajo; y mientras Yasser Arafat ha regresado a dirigir una Autoridad Palestina en algunas secciones de Gaza y del Banco Occidental, el punto muerto en que han estado las negociaciones amenaza con convertirse en un conflicto continuo, como pasó con la Intifada antes de Oslo.
     Puesto que el Medio Oriente, que tiene las mayores reservas de petróleo del mundo (principalmente Arabia Saudita y Kuwait), ha sido estratégico para el mundo, los soviéticos y los estadounidenses lucharon por dominarlo, hasta la desintegración de la Unión Soviética y la pérdida de su poder. Irán e Irak, los dos países más grandes de la región, han competido durante años por la categoría de potencia principal. Irán, que se volvió un Estado teocrático musulmán cuando las fuerzas del Ayatola Jomeini expulsaron al Sha, se encontró paralizado después de diez años de conflicto con Irak. Irak, bajo Sadam Hussein, aunque ayudado discretamente por los Estados Unidos a ser un contrapeso para Irán, invadió precipitadamente Kuwait, y provocó la Guerra del Golfo en 1990; fue rápidamente derrotado, aunque mantuvo de algún modo un núcleo de fuerza militar.

Puesto en cuarentena por las Naciones Unidas, Irak ha continuado su desafío, y es seguro que la situación va a extenderse hasta el siglo xxi, a menos que Sadam sea asesinado o derrocado por un golpe.

IV

El regreso de las mareas
El principal acontecimiento político de los años de posguerra en Europa occidental fue el ascenso al poder de la democracia social en casi todos los países de la región, y su papel como baluarte contra el comunismo. La teoría marxista caricaturizaba a la democracia llamándola "democracia burguesa" o "formal", es decir, una herramienta de la clase dirigente capitalista, desechable apenas su control se viera amenazado. Pero se ha comprobado que esto es falso. La democracia ha demostrado que tiene raíces autónomas e independientes, y que posee una fuerza institucional y una respuesta de la gente para autogobernarse. Este cambio en la actitud y la teoría fue ratificado por el Partido Socialdemócrata Alemán en 1959, en Bad Godesberg, cuando repudió el viejo programa de Erfurt, escrito por Karl Kautsky bajo la tutela de Frederick Engels. El nuevo programa declaraba que la propiedad de la industria por parte del Estado no era ya más un fin en sí mismo, y cambió el punto de vista básico de un partido de clase a un partido del pueblo.
     El primer paso se dio en Inglaterra, cuando el Partido Laborista Británico, bajo el liderazgo de Clement Attlee, sacó al gobierno de Churchill en 1945. Siguiendo el famoso reporte de Sir William Beveridge, el Partido Laborista creó un Estado de bienestar para proveer a su población de seguridad básica, pensiones para los ancianos, apoyo para los niños y un servicio nacional de salud como los derechos legítimos de la ciudadanía en la sociedad. Junto con la adopción de una política macroeconómica keynesiana, y la nacionalización del transporte y de las principales industrias, los laboristas eran la vanguardia de una "economía mixta".
     La socialdemocracia llegó al gobierno en Alemania bajo una coalición dirigida al principio por Willy Brandt, que había permanecido en Noruega durante la guerra, y luego por Helmut Schmidt. En Austria Bruno Kreisky se volvió la cabeza de una coalición "roja y negra", de socialistas y católicos, enemigos durante los regímenes de Dollfuss y de Schuschnigg, pero que habían hecho causa común en los campos de concentración nazis durante la guerra. En España, después de la muerte de Franco, Felipe González llevó al Partido Socialista al poder, y en Portugal, después de un fallido golpe militar, Mario Soares se convirtió en el primer ministro socialista. En Francia, después de la muerte de De Gaulle, François Mitterrand llevó también a un revivido partido socialista al gobierno. La ironía de todo esto es que antes de la Segunda Guerra Mundial, los socialistas habían continuamente rechazado servir en los "gabinetes burgueses" (aunque gobernaron brevemente en Weimar y en el Frente Popular bajo Léon Blum), pero se convirtieron en la fuerza más importante de la política de posguerra en Europa occidental.
     En la Unión Soviética, la marea comenzó a dar la vuelta cuando los sucesivos gobiernos posteriores a Stalin perdieron su legitimidad moral y su fervor ideológico. El primer paso, premonitorio, vino en 1956, cuando Nikita Krushchev, en un discurso dado en el congreso del Partido, reveló la naturaleza de los crímenes de Stalin, incluida la trampa de los Juicios de Moscú. Ese discurso llevó a la erosión final del apoyo al comunismo por parte de la mayoría de la intelligentsia occidental, e incluso de los fieles al Partido. En Hungría, el círculo de intelectuales de Petofi, liderado por Tibor Dery, y el régimen del primer ministro comunista Imre Nagy declararon su independencia de Moscú, sólo para tener esa breve insurrección suprimida brutalmente por los tanques rusos y el ahorcamiento de Nagy. En Polonia, los "comunistas nacionales", bajo Gomulka, expulsaron al liderazgo impuesto por Moscú y comenzaron a llevar una política casi independiente. En Checoslovaquia, el esfuerzo de Alexander Dubcek, el primer ministro comunista, por crear un "comunismo con rostro humano" fue aplastado también por los tanques rusos. Sin embargo, todo esto hizo que la autoridad moral de Moscú se viniera abajo.

Dentro de la Unión Soviética, la larga pendiente de corrupción y deterioro económico se detuvo por un momento con el sorprendente esfuerzo del nuevo líder comunista Mijail Gorbachov por reformar el régimen y otorgarle cierta autonomía a los estados del Báltico, que habían sido incorporados después de la Segunda Guerra Mundial. Un creciente descontento en Polonia, con el ascenso del movimiento de los sindicatos obreros de Solidaridad, y en Alemania Oriental, con la creciente huida de muchos individuos del país, llevó finalmente a la independencia de esos países y a la demolición del Muro de Berlín, del cual Erich Honecker, el líder comunista de Alemania Oriental, había dicho que iba a durar cien años. En Rumania, un levantamiento contra el duro régimen llevó a la ejecución del dictador Nicolae Ceausescu y de su esposa por partisanos. En la misma Rusia, el intento de golpe contra Gorbachov fue derrotado por la resistencia, liderada por Boris Yeltsin, y un humillado Gorbachov, a su regreso, dio el paso final al disolver el Partido Comunista y el imperio soviético.
     ¿Existe un veredicto histórico para todo esto? Sí. La Revolución Rusa fue la revolución equivocada en el tiempo equivocado y en el lugar equivocado. La experiencia rusa ha demostrado, seguida en una escala menor por muchos países africanos, que las sociedades no pueden ser cambiadas tan fácilmente "desde arriba", que la coacción en gran escala se hace inevitable, sólo para terminar por ser autodestructiva, y que la rígida planeación centralizada es incapaz de dirigir una economía grande y compleja.
     Una moraleja equivalente puede deducirse con respecto a China. Mao Zedong intentó dar "el gran salto adelante" en la industria, y sólo llevó a la ruina a la industria china. Mao buscó quebrar los sistemas familiares y de linaje, que habían sido los cimientos de la sociedad china durante miles de años, y provocó el desorden y el hambre en el campo. En contra de los camaradas del Partido que ahora se le enfrentaban, tales como Liu Shao Chi y Deng Xiaoping, emprendió la Revolución Cultural, con lo que movilizó a la Guardia Roja para atacar a las instituciones intelectuales y enviar a los intelectuales y a los dirigentes del Partido al campo. El jefe del ejército, Lin Biao, elaboró el Libro rojo, una recopilación de los dichos de Mao que se cantaban en todos lados y antes de cualquier ceremonia, una aparente devoción que llevó a algunos ingenuos observadores de fuera, como Alberto Moravia, a comparar el Libro rojo con el breviario que los campesinos europeos recitaban como su vade mecum. Pero todo esto no era más que una estafa y un engaño. El propio Lin Biao intentó dar un golpe y fue asesinado en un accidente aéreo al salir de Beijing.
     La muerte de Mao puso fin a esa farsa. Pero dejó al nuevo régimen, dirigido por Deng Xiaoping, con un dilema. ¿Qué legitimidad podía ahora reclamar el nuevo régimen comunista chino, dado que tenía que confrontar las acciones de Mao, el Gran Timonel? Deng intentó presentar un Mao bueno y otro malo, pero tal formulación sólo podía minar aún más la autoridad moral de su régimen. La solución de Deng fue introducir a China a la "vía capitalista", pensando (con cierta justicia) que al aumentar la prosperidad económica ganaría el apoyo para el Partido. Pero cuando los intelectuales y los estudiantes comenzaron a demandar también una democratización —la queja principal de los estudiantes era que después de graduarse su futuro era decidido por los dirigentes del Partido, cuyos hijos eran injustamente favorecidos— en su manifestación en la plaza de Tiananmen, Deng metió a las tropas y a los tanques y destruyó las manifestaciones. China, después de Deng, ha seguido avanzando por la vía capitalista, pero queda por verse si lo puede seguir haciendo en el siglo XXI sin democratizarse.
     En un nivel superficial parecería que el capitalismo emergió triunfante al final del siglo XX. (Un chiste ruso: ¿Qué es el comunismo? El camino más largo que puede existir entre el capitalismo y el capitalismo.) Pero no es realmente el capitalismo la forma necesaria de la sociedad moderna, sino los mercados. Lo que se ha demostrado es que una economía moderna compleja, en la que se tienen que establecer millones de precios, dada la demanda de decenas de miles de mercancías diferentes, no puede funcionar sin mercados, de tal manera que los individuos puedan responder a las señales de precios que los mercados proveen. Pero los mercados tienen su propia lógica, y necesitan buscar el mejor precio y la mayor ganancia, donde quiera que estén.
     La lógica fue impecablemente detallada por Karl Marx en el Manifiesto Comunista de 1848. Marx escribió en el Manifiesto:

La burguesía ha dado, a través de la explotación del mercado mundial, un carácter cosmopolita a la producción y al consumo en todos los países […] Le ha quitado a la industria el suelo nacional en el que estaba parada […] Ésta es desplazada por nuevas industrias cuya introducción se vuelve cuestión de vida o muerte para todas las naciones […] En lugar de la vieja seclusión autosuficiente local y nacional, tenemos relaciones en todas las direcciones, y una interdependencia universal entre las naciones.
Es decir, la globalización. Pero en lo que estaba equivocado Marx fue en suponer que, con el paso del tiempo, la estructura social de la sociedad iba a reducirse a dos clases: "Las pequeñas clases medias, el pequeño comercio, la gente de negocios […] los artesanos… todas estas clases se hundirían en el proletariado." Y de este conflicto de clases iba a venir el golpe final al sistema capitalista.
     Pero hoy en día el proletariado, si pensamos en él como la clase obrera industrial, está reduciéndose. Marx fue el teórico de la sociedad industrial, pero ésta está siendo reemplazada, a través de la tecnología, por una sociedad posindustrial, como lo escribí en un libro del mismo título hace 25 años. En los Estados Unidos, el sector de las manufacturas se ha reducido a menos del 20% de la fuerza laboral, y los servicios (que en su gran mayoría son servicios humanos, tales como la salud y la educación, y servicios profesionales y de negocios) componen el 80% de las actividades de la economía.
     Dadas las disrupciones ocasionadas en todas las sociedades por el papel de los mercados, la función del gobierno se vuelve cada vez más defensiva, con el fin de organizar su protección. En esto, el Estado nacional —el actor político— enfrenta un dilema. Como escribí hace veinte años, el Estado nacional es demasiado pequeño para resolver los grandes problemas de la vida y demasiado grande para los pequeños problemas de la vida. Es demasiado pequeño para lidiar con los flujos del capital y las divisas y los productos que se mueven alrededor del mundo, y demasiado grande para la diversidad de problemas que se presentan en el nivel local de la sociedad. El cambio de escala se vuelve el principal problema de cada Estado nacional. En el nivel económico, y hasta cierto punto también en el político, se hace el esfuerzo para crear entidades regionales, tales como el mercado común europeo y la moneda única y el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México. Y, en el nivel regional, se da un principio de políticas de subsidio o descentralizadas para las más pequeñas unidades de la sociedad. Lo que uno encuentra cada vez más es la integración económica y la fragmentación política de las entidades primordiales, cuando los vascos y los catalanes en España, o Escocia y Gales en el Reino Unido, demandan autonomía y autogestión política. Éste también es un problema que va a continuar en el siglo XXI.

Se ha dicho que todo esto presagia el "fin de la Historia". Creo que esto es equivocado. El fin de la Historia, a partir del sentido hegeliano original, era la creación de una sociedad universal. Pero lo que estamos viendo no es el fin de la Historia sino lareanudación de la historia. El rasgo principal del siglo XX fue el esfuerzo por imponer un punto de vista único —principalmente el comunismo— en el mundo como si fuera un manto, por decirlo de alguna manera, que sirviera para acabar con las profundas divisiones históricas y las grietas entre las sociedades y dentro de ellas. El colapso de ese esfuerzo ha significado que esas divisiones más antiguas y profundas han pasado a primer plano. La destrucción de Yugoslavia ha significado el reinicio de las hostilidades entre Eslovenia, Croacia, Bosnia y Serbia, y el salvajismo de la "limpieza étnica" en la guerra entre esos pueblos. El puente sobre el río Daina —la novela del Premio Nobel Ivo Andric— presenta un retrato de Yugoslavia después de la Primera Guerra Mundial que se ha vuelto a repetir a fines de los años noventa. Y lo mismo se ve en la caída del imperio soviético y las hostilidades en Azerbaiján y Armenia, Chechenia, Georgia y las repúblicas de Asia Central, que han sido sofocadas todos estos años.
     También se ha dicho que lo que podemos estar atestiguando ahora es "el choque de civilizaciones", dado que la cultura reemplaza a las rivalidades económicas entre las naciones. Creo que esto sólo es verdad de manera parcial, pues aunque las diferencias culturales son ahora aparentes, no se traducen de manera necesaria en términos políticos y militares. La propagación del fundamentalismo islámico, especialmente en el Medio Oriente, es un rasgo de la revuelta en contra de la modernidad en donde esos pueblos están expresando su miedo ante las amenazas a la autoridad religiosa y patriarcal. Pero se debe recordar la profunda hostilidad entre Irán e Irak y entre Irán y Afganistán, que son divisiones dentro del Islam.
     Lo que quizás estamos viendo, en una perspectiva mayor, es un conflicto entre el secularismo y el fundamentalismo, y la línea divisora que los separa. Pero también existe en muchas sociedades un renovado respeto por la religión, con respecto a la idea de lo sagrado como una manera de darle sentido a la propia vida, y la profunda conciencia de la necesidad de unos "derechos humanos" que puedan servir como camino mediador para la gente culta de una sociedad. Esto puede que sea meramente un buen deseo, pero sin esperanzas lo único que existe es una terrible oscuridad para el mundo, como la historia del siglo XX, con el Gulag y el Holocausto como las marcas indelebles del mal, ha mostrado. –— Traducción de Pedro Serrano

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Daniel Bell (Nueva York, 1919 - Cambridge, Massachusetts, 2011) era sociólogo. Entre sus libros destacan 'El advenimiento de la sociedad post-industrial' o 'Las contradicciones culturales del capitalismo'.


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