Los cristianos del gobierno de Felipe Calderón piensan que para los próximos quince años la producción de petróleo crudo en México seguirá por encima de los tres millones de barriles al día. Dicen que la declinación de Cantarell, el pilar de la producción de petróleo en México –que en los últimos veinte años ha servido a la república como una especie de beca otorgada por la Divina Providencia–, se compensará principalmente con el aumento en la producción de un campo, Ku-Maloob-Zaap, conocido por sus siglas, KMZ, y otro campo (que no es campo) llamado Chicontepec, cuya larga historia se remonta a 1926, año en que fue descubierto.
KMZ es el sitio de un gran experimento por parte de Pemex Exploración y Producción: la estrategia es tomar producción de crudo extrapesado de ahí y mezclarla con volúmenes de petróleo más ligero de campos aledaños, entre ellos Cantarell mismo. Este caldo de crudos se confeccionará en un barco diseñado para tal efecto, del tipo FPSO (por sus siglas en inglés), que se llama el Señor del Mar.
La provincia de Chicontepec es un paleocanal por donde hay una multiplicidad de yacimientos someros y no conectados, cada uno en roca difícil, con poco potencial. En teoría, con tanto petróleo in situ (más de cien mil millones de barriles) todo porcentaje de incremento en la recuperación equivale al descubrimiento de un campo gigante. Así, habría varios campos gigantes equivalentes por descubrir.
También se agregaría la producción de petróleo de otros campos de talla comercial que están por descubrirse. Según la fuente citada, “a partir de 2014 iniciarían su producción los proyectos de aguas profundas”, por lo que en el período 2014-2022 se espera una producción en promedio de 161,000 b/d.
En este mundo de valorizaciones hay poco de que preocuparse desde la óptica de las finanzas públicas. El Gran Barco del Estado seguirá su mismo rumbo hasta el horizonte previsible de 2022.
Por cierto, hay algunos detalles preocupantes: como Pemex señala, mucha de esta producción va a provenir de campos aún no descubiertos o “campos guadalupanos”.
Otro detalle es que cada año la exportación neta de petróleo está bajando debido a los incrementos impresionantes de las importaciones de productos refinados. Peor aún, debido a una saturación de la infraestructura portuaria y de ductos, cada día Pemex tiene que contratar más pipas para llevar el producto a los consumidores, con un costo entre siete y nueve veces superior al de un ducto. Como ha notado el director general de la paraestatal, sería prudente revisar el marco legal actual que prohíbe la inversión en ductos por parte de particulares.
A los moros no nos interesan tanto los volúmenes pronosticados. Nos interesa el marco legal, institucional y comercial en que van a ser descubiertos y por ende producidos. Pensamos que el gobierno debe promover un marco inspirado en el modelo juridicocomercial del Mar de Norte. El modelo es polifacético ya que incorpora la participación de múltiples instancias, gubernamentales y comerciales, en acuerdos multinacionales entre los gobiernos que cuentan con yacimientos petrolíferos en el mar (Gran Bretaña, Noruega, Dinamarca y los Países Bajos).
Desde hace años están establecidas las reglas del juego en las ramas fiscales, comerciales, medioambientales y de regulación. Las reglas permiten el desarrollo integral de un campo –que podría ser de tipo transfronterizo– por parte de una petrolera operada con el apoyo financiero y técnico de socios.
Este marco ya existe en el Golfo de México en el lado de Estados Unidos. Los vecinos sí cuentan con una institución reguladora (la MMS) y con un marco comercial que promueve tanto la cooperación como la competencia entre las petroleras. En efecto, están operando allá petroleras de varios países, entre otros de Brasil y Noruega. Lo que les hace falta es un acuerdo trilateral con sus homólogos de México y Cuba.
Imponer un modelo de políticas públicas de este tipo (con su “tropicalización”) va a requerir, primero, un enfoque más allá de las preocupaciones eternas que hemos etiquetado de “pemexcéntricas”. Va a requerir un compromiso fuerte y una estrategia de relaciones públicas para convencer a la sociedad civil y a las cúpulas laborales y empresariales de que tal acercamiento es el más conveniente para el país.
Sería el compromiso de más de un sexenio. Pero, con el modelo en operación, podría darse el caso de que, con éxito en la exploración, la producción de petróleo anduviera encima, no de tres millones de barriles diarios, sino de cuatro.
La meta no es la sencilla extracción, ni como una finalidad en sí ni como una medida para sanear las finanzas públicas. Las finalidades son tres: la primera es transformar Pemex, una empresa regional, con habilidades y tecnología discutibles, en una con habilidades documentadas de talla internacional; y que cuente con proyectos exitosos fuera de México, y con alianzas –llámeselas “estratégicas” o no– con las empresas que son líderes mundiales.
Quiérase o no, va a requerir la bursatilización simbólica de una parte de sus activos, bajo la premisa de que el Estado siempre seguirá siendo el accionista mayoritario.
La segunda es incrementar exponencialmente el engranaje de estas actividades con la economía mexicana. Pregúnteseles a los noruegos sobre el significado profundo de lo que podría ser un engranaje no cosmético. O sólo contémplese el número de empresas noruegas que tienen contratos con Pemex (incluido el arrendamiento del ya mencionado FPSO) y que están operando en México; y luego averígüese cuántas empresas mexicanas brindan servicios en el Mar del Norte. Así se encontrará, por un lado, la cara del engranaje y, por otro, su carencia.
Tercero, el marco propicia la transparencia y la rendición de cuentas (un tema tan importante que merece otro artículo).
Así que, no es que los moros discrepemos con los cristianos: nos preocupa todo lo que no se está discutiendo con relación al futuro del sector petrolero mexicano. ~