Todavía recuerdo la ocasión en que Pepe Mogt, ideólogo del colectivo Nortec, me habló por primera vez de su invento: combinar unas cintas de música norteña, que habían caído en sus manos casi por milagro, con la música electrónica que él y unos amigos componían.
Quien había hecho posible la reunión era Pedro Beas, que se hacía llamar Hiperboreal. Estábamos en el restaurante Terraza Vallarta, de Playas de Tijuana, muy popular por ser el primero que ofrecía cervezas al dos por uno todos los miércoles. Pepe era algo así como un evangelista de la música electrónica. Hablaba sin detenerse a respirar sobre las maravillas de este nuevo sonido, era fácil imaginarlo jubiloso, tocando puertas de casa en casa para hablar de su evangelio. Entonces Pepe todavía tenía que recurrir a trabajar en un laboratorio para subsistir, y sólo soñaba con el éxito que los “nortecos” disfrutarían poco después: colaboraciones con famosos, tocadas en distintos países y atención internacional.
Para quienes disfrutamos la música electrónica, descubrir a Nortec no fue nada novedoso; pero sí lo reconocimos como un experimento interesante, algo que se oía muy tijuanense por el hecho de resultar tan absurdo como en ocasiones podía llegar a ser la ciudad misma. No faltaron los ortodoxos de la música norteña que se quejaban por no encontrar suficiente norte en el tec de Nortec. Me pregunto qué dirán ahora cuando escuchen Tijuana Session Vol 3, en donde lo electrónico y la música tradicional del norte se funden, ahora sí, de una manera impresionante.
Comparar este álbum con su antecesor, Tijuana Sessions Vol I, no tiene mucho sentido porque no sólo los separan varios años sino todo un mundo de experiencia musical. El colectivo Nortec ha evolucionado. Sus integrantes (lo que resta de ellos: Fussible, Hiperboreal, Bostich, Clorofila y Panóptica) ya no son aquellos chicos que experimentaban con sonidos nuevos, sino que tienen una idea bien clara de lo que buscan. En un principio no parecía que supieran la diferencia entre una tambora y unas tarolas; ahora se nota que están pendientes tanto de los últimos éxitos de Eighteenth Street Lounge como de la Banda Cañaveral.
De cualquier forma, vale la pena escuchar el primer disco para entender los pasos que ha dado el colectivo en este tiempo. Quien más sorprende es Hiperboreal. Mientras que en el debut de Nortec era una pálida sombra, material de relleno, ahora es una de las figuras dominantes con su exacta combinación de ritmos y sonidos gozosos. Don Loope y Dandy del Sur son excepcionales, mientras que El Fracaso aporta el cierre perfecto al disco. Clorofila y Panóptica nos anuncian el futuro de este sonido, además de un importante contrapeso, presentando rolas introspectivas, más cercanas al down tempo y al jazz. Yo me quedo con Olvídela compa, un track que Jorge Verdín y Roberto Mendoza produjeron en conjunto, nostálgico como debe ser la música que surge de las radiolas. Bostich, por su parte, se mantiene fiel al sonido original; no en vano a Ramón Amezcua le llaman “el padrino de Nortec”. En ese sentido, Tijuana Bass es emblemática con sus bajos y tubas resonantes, que hacen recordar la banda que recorría las calles de Belgrado en el Underground de Kusturica.
Es posible que lo único decepcionante del disco provenga del propio Pepe Mogt, que se ha obsesionado con un sonido más comercial y cursilón. Hasta se atrevió a incluir Tijuana makes me happy, un lamentable intento de obligar un hit single en el disco. Sin embargo, esto no quita que aporte material de calidad como Colorado, un auténtico “narcotec” como tributo a la Banda del carro rojo del maestro Paulino Vargas.
Aunque se podría tomar como un capricho artístico el hecho de que el volumen uno de Tijuana Sessions se salte al volumen tres (quizás el siguiente podría ser el cinco), en realidad existe un misterio del cual el colectivo prefiere no hablar con los medios. Y es lamentable después de la alharaca que ellos mismos hicieron cuando firmaron un contrato con Palm Pictures en el 2000 para producir tres discos, además de grabaciones individuales. Todo se deja a la especulación, y un malpensante podría creer que el volumen dos no pasó el control de calidad de una compañía mucho más experimentada que la que ahora les produce, Nacional Records, que apenas hace sus pininos. De cualquier manera, es obvio que les hizo falta la diestra mano de un pionero como Chris Blackwell.
A veces el colectivo quiere que se lo relacione con los sitios más rasposos de Tijuana, aunque los tugurios fronterizos sean lo más alejado que se puede encontrar de la música electrónica. Fieles a sus ideales, hasta le ponen nombres de cantinas a sus melodías: Dandy del sur, El Fracaso… Sin embargo, no pueden traicionar la yuppy cruz de sus parroquias. Bar Infierno, con sus empalagosos coros femeninos, debería llamarse Bar Sanborn’s.
No obstante las fallas (el a veces excesivo cut and paste, lo disparejo de la producción y ese insoportable track número dos), todo se perdona por la frescura de escuchar un sonido que no pudo salir de otro lugar más que de la frontera norte. El resultado no es espectacular, pero sí da para buenos momentos de gozo y, en el mejor de los casos, hasta sed de cerveza. –
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